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“El jardín de los cerezos” de Anton Chejov, por El Galpón
Muerte y frío en El jardín de los cerezos
por Jorge Arias

Desde  hace tiempo se  ensayaba esta  puesta en  escena  de  “El  jardín de los  cerezos”;  probablemente  “El Galpón”  eligió en Dervy Vilas  uno de los mejores directores posibles para la  puesta en  escena; y hay momentos  en  que  es  evidente que  Vilas  vio lo  que  había que  hacer.

Pero  sospechamos  que  Vilas o bien desconfió  de su  clarividencia  o  bien  desconfió de su  poder de persuasión sobre el elenco. Quiere   aproximarse a Chejov  cuando sobrescribe a Chejov en unos parlamentos de Gaiev,  a  quien  mezcló con el Chebutikin   de “Las  tres  hermanas” (o con su  inmediato antecedente,  el coronel Chabert de  Balzac).  En esas  escenas  Gaiev es ridículo, sin llegar a ser cómico; y Walter Rey, en lo  que  creemos es  su  primera  actuación para  el  teatro “El Galpón”,  demostró una clara  comprensión  de  su  personaje. Pero ese  relámpago  fue  todo.

Gran  parte de la responsabilidad  de la  pieza   recae sobre  la  actriz  que  ha de  componer  a  Liubov Andreiévna,  aquí  Myriam  Gleijer. Es un  personaje de extraordinaria  complejidad, porque debe contener en sí  varias  personas y  encontrados  sentimientos; pero la  composición de Gleijer  se inclinó hacia el lado emocional,  nostálgico de una   época  que  va  a morir,  la  lucha  por  sobrevivir de sentimientos que   van  a  ser  ahogados “en las aguas  heladas  del cálculo egoísta”. Aquí Liubov se  acerca  a la Amanda  Wingfield  de “El zoo de  cristal”  de  Williams y  más  aún  a la hija,  Laura  Wingfield.  Pero hay  otra  Liubov Andreiévna, que  no vimos.  No  vimos a la tilinga que  vive  en Paris cinco años seguidos   y  se llena  la  boca con  que ama a su rincón  de Rusia; no vimos  a la descocada  que da un baile  mientras le rematan el jardín y la casa. Allí Liubov es un personaje irreprimiblemente cómico; pero lo es a pesar suyo, como ciertos  personajes  de China Zorrilla, como el  que hacía   en “Fin  de  semana”  de  Coward.   Tampoco  vimos  a la   arpía  que,  luego de  sonsacar   dinero a la  abuela  con  el  pretexto de salvar la heredad,   lo piensa mejor  y, en un viraje   que  debió resultar de un efecto brutal por lo inesperado (y donde Chejov se  roza  con Henry James), vuelve sin esperanzas a Paris, a reunirse con un  ex  amante interesado en  los  mendrugos que  le  pueden  quedar. Su hija  Ania quedará en Rusia, para  convertirse en una  hermana de la Sonia  de  “El  tío  Vania”:  un  alma  domesticada que  con su trabajo tenaz  sostendrá la  vejez   estéril de su madre. La  esclavitud del régimen feudal no  muere con  Firz,  el  mayordomo,  en el  último acto.

Es a la  vez  para  reír y  llorar; y el  final, donde debe oírse un   sonido siniestro,  como una cuerda de violín que se  rompe,  debió  producir  un  anticlímax de  intensísimo  efecto, como  si  se  hubieran   soltado  a  la  vez todos  los  jinetes  del Apocalipsis. Nada  de  eso  ocurrió,  nada  de  eso  se trasmitió a la  platea, que vio una  comedia   un   tanto  deprimente,  bien  presentada, con hermosos  trajes  y  bellos  decorados,  pero fría  e  inmóvil,   tan muerta   como si  estuviera clavada  en un museo.

EL  JARDIN  DE LOS  CEREZOS,   de Anton Chejov   en versión de  Dervy Vilas,  por  El Galpón. Con   Myriam  Gleijer,  Estefanía  Acosta, Alicia  Alfonso, Walter  Rey, Héctor  Guido, Gustavo Alonso, Luis  Fourcade, Solange  Tenreiro, Pablo  Pipolo, Marina  Rodríguez, Julio  Calcagno, Pablo  Dive y Sergio  Lazzo.   Escenografía de  Osvaldo Reyno,   vestuario  de Nelson Mancebo, música  de  Coriún Aharonian,  iluminación  de  Fernando Tabaylain,  dirección   general  de  Dervy  Vilas.  Estreno  del   18  de  abril, teatro El Galpón.

Jorge Arias
Jorge Arias es crítico de teatro en exclusividad para el diario "La República", que ha autorizado esta publicación.

ariasjalf@yahoo.com 

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