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El inspector, de Nikolái Gogol, dirección de Jorge Denevi
 
 

Pequeñas miserias de la vida burocrática
por Jorge Arias
ariasjalf@yahoo.com

 

Del gobernador Antonevich (Lucio Hernández) para abajo, los  funcionarios de un  pueblo ruso,  un tanto  corrupto,  del siglo  XIX  se inquieta: llegará de San Petersburgo, para  peor  de incógnito, un  inspector. La  inquietud crece cuando se sabe, o  se cree saber, que el  inspector está  alojado  desde dos semana atrás en el  pueblo.  En  realidad quien está alojado, con su criado Osip (Pablo Varrailhon) es un pillo buscavidas, Iván Aleksandrovich (Fabrizio Galbiati),  a quien  toman por el inspector  y que  primero se asombra con tanta zalema y deferencia, luego,  no bien comprende el equívoco,   asume su falsa identidad y la aprovecha: recibe dinero, flirtea descaradamente  con Anna,  la esposa del gobernador (Elisa  Contreras) y su hija María (Cecilia  Sánchez). Al fin, seducido y  regalado, se va, los bolsillos  llenos; pero, también al fin,  llega al pueblo un verdadero inspector para renovar  temores y  temblores.

            Una  deliberada contradicción  dinamiza la  pieza  de Gogol. Para  el autor el mundo exterior existe: todos los personajes son, diríamos,  moderadamente corruptos, pero más aún son seres de carne y hueso, sagazmente descritos  con  hallazgos de observación y  análisis, en la  estólida trivialidad de sus  vidas. Los comprendemos. Más  que delincuentes vemos seres débiles que comenzaron a cerrar los ojos y se durmieron;  al final casi no entienden que podrían estar obrando mal.  Su  corrupción es patética; pero no es menos patética su credulidad,  la  credulidad de los pícaros, de los que “las  saben todas”. La llegada del inspector los despierta, y  también despierta las consciencias; y hace cosquillas en la consciencia del público. No podríamos sino condenar al pueblo, pero lo comprendemos demasiado. ¡En cuántos ámbitos hacemos lo mismo! Parodiando a Baudelaire,  los  funcionarios del  pueblo  de Gogol  nos dicen, sottovoce, “¡Hipócrita espectador, mi semejante, mi hermano!”

            La puesta en escena de  Jorge Denevi  está  más  allá de  todo elogio. Tiene  el  justo  ritmo  de la acción,  que  no  deriva ni  a una  velocidad que  daría origen a una pieza  surrealista, ni a una lentitud que en vez de  despertarnos  nos  adormecería.  El movimiento de los actores en escena  se  acerca a la  perfección,  haciendo lucir  el  exacto  vestuario de Nelson Mancebo;  la interpretación es compacta,  logro nada fácil  de  obtener  con un reparto  de 31  actores. A Denevi  le  gustan  las  materias difíciles; y   más  que nada  superarlas y  domesticarlas.

 

Jorge Arias
Jorge Arias es crítico de teatro en exclusividad para el diario "La República", que ha autorizado esta publicación.

ariasjalf@yahoo.com 

 

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