Colabore para que Letras - Uruguay continúe siendo independiente |
"Antología de Spoon River" de Edgar Lee Masters |
Un modelo del universo |
Aún
lo celestial y lo espiritual
están también
descritos por las ciudades. Swedenborg,
Arcanos celestes, T. 1
No.402. |
I Autodidacto, gran lector, a los 24 años
había escrito no menos de
cuatrocientos poemas. En 1898
publicó anónimamente una recopilación
que tituló "A book of
verses"; luego "The blood of the prophets" (1905) con el seudónimo "Dexter
Wallis"; más tarde
"Songs and
sonnets", con el seudónimo
"Webster Ford" (1910); también
había publicado dramas y un
libro de ensayos. Hacia
1913 William Marion Reedy,
director de "Reedy's mirror"
de Saint Louis, donde Masters colaboraba, puso en
sus manos la Antología Griega, colección de
epigramas y epitafios compilada hacia el siglo I D.C.; en 1914
comenzaron a publicarse, con el seudónimo "Webster
Ford", los primeros
poemas de la "Antología de
Spoon River", que se
editó como libro en
1915 mientras Masters conducía un
importante asunto de un sindicato de
camareras. La
Antología tuvo un éxito extraordinario y
se transformó
rápidamente en el
libro de poesía
más leído en la historia
de los Estados Unidos, sin excluir
"Leaves of grass".
Fue criticada como "una obra
maestra de cinismo"
y como "periodismo
amarillo"; también
fue elogiada como una
Comédie humaine de América. El
episodio marcó la vida
de Masters, quien
hacia 1920 decidió
dedicarse exclusivamente a
la literatura, abandonando su
profesión. También
abandonó a su esposa y
a sus tres hijos; su
vida se ensombreció por la negativa de su cónyuge a
consentir en divorciarse para que él pudiera
casarse nuevamente. Hizo
ese año
un viaje por el Mediterráneo
y a su
regreso se radicó
en Nueva York. Su
dedicación exclusiva
a la literatura se concretó en la
forma que su enérgico temperamento
hacía prever, produciendo un
libro o dos por
año; nuevos poemas, obras históricas, biografías. Intentó
reproducir el impacto de la Antología con "The
new Spoon River", obra que
fue juzgada como casi
todas las segundas partes; en todo el resto de su vida no logró
recobrar el nivel que alcanzó
en la Antología. Masters se consideró a sí mismo una víctima
de su profesión,
y escribió
estas autocompasivas palabras: "Siento
que ningún poeta de la
historia inglesa o
americana tuvo jamás una vida
más dura que la mía
en mis comienzos en Lewiston, entre personas
cuya entraña y vibraciones estaban
calculadas para envenenar, pervertir y aún matar a una naturaleza
sensitiva". La afirmación es contundente, y la Antología
ejemplifica situaciones análogas en varios personajes,
que son destrozados por el
medio ("Margaret Fuller
Slacks", "Amanda Barker",
"Minerva Jones",
"Mabel Osborne"); pero
es curioso comprobar
que cuando Masters
abandona a la abogacía, su presunto tormento, para dedicarse
exclusivamente a la
literatura, es su obra literaria lo que se resiente, como si hubiera
necesitado el desgarramiento de una
vida repartida entre dos vocaciones vistas como antagónicas. Es posible que en la "Antología"
se haya representado a sí mismo (entre otros personajes)
en "Henry Layton" un hombre hecho de dos
progenitores tan
discordantes, de tan opuestas tendencias,
que llegó a sentirse incapaz de vivir,
de superar sus tensiones
interiores. II La
"Antología de
Spoon River" es hoy
una colección de
245 poemas, a los que precede un prólogo
("La colina") y
a la que
siguen un apéndice,
conteniendo un fragmento
de "The Spooniad", del poeta local Jonathan
Swift Somers y un epílogo. Los
poemas habrían sido
originariamente 214, pero alguien observó
que el tono global era muy
amargo y Masters, que en aquel momento
se sentía capaz de
cualquier proeza, escribió 32
poemas más, en los cuales sus personajes
han conservado la fe y
llegan a cierto grado de realización moral. En
los poemas de la Antología, imaginaria colección de inscripciones
sepulcrales del
cementerio del
pueblo de Spoon River,
sus habitantes revelan sus
secretos, se definen, discuten
entre sí, dicen francamente
las luchas de los débiles
contra los poderosos, el
fracaso del idealismo, la ruina de
las virtudes de los antiguos
pioneros ahogadas por
el avance de la civilización
del dinero, la
inmoralidad y la hipocresía del sistema judicial, la
codicia, la locura y la tontería;
pero también dicen la fe en la vida, el coraje, el heroísmo y la
exaltación mística.
"La vida a mi alrededor,
aquí en el pueblo/ tragedia, comedia, valor y
verdad/ coraje,
constancia, heroísmo,
fracaso;/ y todo
en el telar, ¡y qué modelos!" dice
"Petit, el poeta". Diversas
historias se entrecruzan en
la Antología, y aún una misma historia es presentada en dos versiones
contradictorias. La línea principal
es la siguiente: el pueblo de Spoon River se está
transformando aceleradamente
en una ciudad, y sus
habitantes sufren las exacciones de los económicamente poderosos: el
ferrocarril "Q", la
compañía de
obras sanitarias, la
fábrica de conservas y la
mina; pero, por sobre todo, el banco de Rhodes. Este banco, donde tienen
depositados sus ahorros los habitantes de la
ciudad, es manejado por Thomas Rhodes, quien controla el comercio y
está sólidamente vinculado a la Iglesia oficial. Rhodes realiza
arriesgados negocios de especulación con el dinero del banco
a través de su hijo Ralph; a consecuencia
del fracaso de dichas
inversiones, el banco quiebra. Su situación
fue encubierta,
hasta el
último momento, por el diario local,
el "Argos" de
Whedon. El abogado
Kinsey Keene parece nuclear los intereses
de los ahorristas y logra poner a Rhodes
en muy mala
posición; pero el
asesinato del comisario Logan
por Jack Mac Guire (que
está a punto
de ser
linchado) lo hace
árbitro de la
situación. El
Juez de esta última causa es amigo de
Rhodes; a
cambio de una condena
leve para
Mac Guire, Keene
omite los
pasos necesarios para estrecharle
el cerco a Rhodes. El banquero
es absuelto, y se
condena en su lugar a un inocente cajero
del banco, George Reece,
quien cumple una
condena. El pueblo se
escandaliza y los
anarquistas incendian el
Palacio de Justicia, que luego
es reconstruido. Raplh Rhodes
muere embestido por un
vehículo en Broadway,
luego de una vida de
disipación; en el vestíbulo del Nuevo Palacio de Justicia una
placa mortuoria en
bronce honra para siempre la
memoria de Rhodes y Whedon.
Industriales y
comerciantes organizan campañas de
moralidad y
buenas costumbres, pero son meramente efectistas y se
reducen a multar a la
prostituta del pueblo, Daisy Fraser, a
cerrar alguna casa
de juego o alguna
taberna. La
obra está firmemente inscripta en el contexto histórico y social de los Estados Unidos a fines del siglo
XIX y comienzos del XX.
Diversas personas y episodios históricos son mencionados: las
secuelas de la guerra
de Secesión,
Lincoln varias veces ("La colina", "Anne Rutledge",
"Hanna Armstrong"), la elección
de Algeld como gobernador de Illinois
(1892), las guerra de las Filipinas, valientemente
reprobada (1899/1902;
"Harry Wilmans"),
el ajusticiamiento de los anarquistas en Chicago (1887), el asesinato del
presidente Garfield
(1881:"Zilpha Marsh") el nacimiento
de los sindicatos, las
luchas políticas y
electorales, los comienzos del movimiento prohibicionista ("El comisario"), el
desarrollo del espiritismo ("Zilpha Marsh"),
la teosofía
("Columbus Cheney"), la
ciencia cristiana de Mary Baker
Eddy ("Tennessee Claflin Shope"), la proliferación
de sectas religiosas ("J. Milton Miles"), la inmigración europea
("Sonia la rusa",
"Elsa Wertman",
"Ippolit Konovaloff") y aún la
aparición del catolicismo, importado con los irlandeses
("Padre Malloy"). Por lo menos una
persona real aparece
con sus nombre y apellido
en la Antología, la
que toma partido en la polémica
histórica, aún no resuelta,
sobre Anne Rutledge, plegándose Masters
a la posición que hace de
ellas el
gran amor de la vida de
Lincoln. El
autor insiste en señalar la
discordancia entre la historia
oficial y la
historia real, que
yace oculta, soterrada, y que
sólo en el mundo de la imaginación logra hacer oír
su verdad reprimida.
Invita a desconfiar de
la Historia, a buscar
detrás de las
apariencias la verdad no convencional,
y aún
denuncia los mecanismos mediante los cuales la historia real es
falsificada ("Richard
Bone"). En su tarea de revelación
de verdades incómodas,
en su lucha por divulgar
hechos que perjudican a los poderosos,
Masters tiene ciertos rasgos
del Dr. Stockman, de "Un enemigo del
pueblo" de Ibsen, autor que leyó y
al que alude en
"W. Lloyd Garrison Standard",
y parece,
a la distancia un
émulo de
Lincoln Steffens y un precursor
de Ralph Nader o de Bernstein y
Woodward. Sin recurrir a
generalizaciones ni a
teorías, la ínfima deformación de la verdad en la historia imaginaria
de Spoon River,
por su pequeñez, produce un efecto
muy intenso y la
sospecha de que yodo
la Historia puede
ser una gigantesca
falsificación resulta inevitable. Así, el
asordinamiento clandestino de la prensa independiente, logrado mediante la
destrucción de la imprenta del diario anarquista
"Clarion" por
unos matones, el uso de la prensa y el
púlpito para inculcar
el evangelio de la resignación
en el alma de los
desposeídos, asumen un
carácter arquetípico y provocan en el lector impulsos
de rebeldía. Es
clara en la Antología la
conmoción del mundo
feudal de los pioneros por la agitación
frenética, casi incomprensible, del mundo moderno, que no es sino
la consecuencia de la transformación
de Spoon River de aldea a ciudad.
Los antiguos pobladores que, desde sus
tumbas, contemplan los sucesos,
no logran comprender qué ha ocurrido
pero para el lector el tránsito de la sociedad apacible de "Aaron
Hatfield", "Lucinda Matlock",
"Davis Matlock", "Rebecca Wasson" y "John Wasson",
con sus heroicas luchas en
las que se
revelan más fuertes
que la vida, al mundo
consuntivo del presente, es muy visible
y se
explica por la transformación
que los hechos económicos causan en los caracteres individuales. En
este aspecto, la actitud
de Masters, su indignación ante la quiebra de los valores del
pasado, tiene alguna
semejanza con la actitud, entre reaccionaria y revolucionaria pero
nítidamente no conformista, que asumieron en Francia
escritores como Bloy y Barbey d'Aurevilly.
No se sabe
bien en qué mundo
querría vivir Barbey, pero es claro que el
mundo que le tocó
en suerte le gusta muy
poco; extraña en él
las mismas virtudes tradicionales que gustan a Masters, e
intenta salvarlas o recuperarlas
mediante la religión. Ambos, Barbey y Masters, fueron alborotadores y
pendencieros, afectos al humor de boliche; ambos sintieron y
dijeron, con amargura,
un deterioro en la
calidad misma de la vida. Por otra
parte, las invectivas de
"Carl Hamblin" en
la Antología
sobre las enfermedades
infecciosas que afean el rostro de la Justicia
recuerdan las "vegetaciones
sifilíticas" que encuentra Bloy en un rostro hermoso que debemos identificar como la cristiandad
corrompida por el dinero
("Le sang du pauvre"). Aún
es notable, en este paralelo,
la relativa simpatía de
Masters por el catolicismo ("Padre
Malloy") como religión
de los humildes
a la vez
entroncada en una gran
perspectiva histórica. Tampoco falta en la Antología el elemento evangélico (o
baudelairiano) de la simpatía
por los fracasados
y marginados, que son vistos como
un despojo o
residuo de la
demoledora civilización del dinero. Un poema como "Les
petites vieilles" de
Baudelaire, por ejemplo, pudo
integrar perfectamente, por
su visión del mundo
ciudadano, por su ternura hacia las víctimas de una lucha
silenciosa y desigual,
por su exaltación de
valores poco visibles
y de ningún valor de cambio, las combativas páginas
de la Antología: "Lydia
Humphrey", a su
vez, con el misterioso ramo de
flores que lleva al
moribundo John Ballard, es
digna de
Baudelaire. La
requisitoria contra
Spoon River, que tiene
momentos de
ferocidad, le concede
a la mortífera aldea algunos aspectos benéficos.
Sus habitantes son aplastados
por el medio, pero quienes se apartan
de ella y buscan vivir en otra ciudad (Peoria, Decatur, Springfield o Chicago) o aún
en el extranjero tienen
reservado un destino peor,
y parecen
disolverse y perder la identidad. Así "Dora Williams",
"Hortense Robbins", "Archibald
Higbie", John Orase Burleson" y sobre todo "Wallace
Ferguson". El epílogo subraya, aunque
sin agregar nada sustancial,
las implicaciones bíblicas y universales
de esta moderna Babilonia. Spoon
River produce la muerte, pero sin ella es imposible
vivir. Por grandes
que sean nuestros
sufrimientos, nada debemos temer:
estamos siempre unidos
a nuestra madre, a la Historia. III La
"Antología de Spoon
River" debe ser uno de
los libros más polémicos que existen.
En lo que nos es
dable recordar, y
si exceptuamos los
clásicos del
género épico,
no nos llega a la memoria ningún
libro donde la guerra sea
tan abierta, tan clara, tan omnipresente como la Antología. La
comparación con la Ilíada, además,
está impuesta por
el apémdice, "The Spooniad",
del poeta laureado de
Spoon River, Jonathan Swift Somers;
cuando se nos informa que esta obra debió
ocupar 24
volúmenes, tenemos un atisbo de la magnitud
infernal de la
batalla, aunque, para
nuestro alivio, la
prematura muerte de Somers le
impidió pasar del
primero. Así,
el Epílogo comienza con una
cósmica partida
de damas entre Dios Padre y Belcebú, que se convierte de inmediato
en la lucha entre el Bien y el Mal que
concluye con estos
camorreros versos,
dichos por una
combativa Vía
Láctea: "Adora tu poder/ conquista tu hora/ no duermas,
lucha/ así vivirás".
No todas las luchas
son físicas, pero hay
una buena
dosis de homicidios
como en "Hodd Putt", "Minerva
Jones", "Jack Mac Guire",
"Barry Holden", "Yee Bow", "Rosie
Roberts", "Searcy Foote", "Dora
Williams" y "Elmer Karr",
sin contar al sueco muerto
por Logan en el
aserradero y el
asesinato de Zora Clemens
por el doctor Duval.
Otros personajes se suicidan
("Julia Miller"),
mueren accidentalmente
("Mickey M'Grew", "Jack
el ciego", "El Juez
Arnett", "Johnnie Sayre")
quedan ciegos
después de una
explosión ("Butch Weldy"). Hay,
por lo menos, dos
incendios ("Nancy Knapp" y "Silas Dement"), dos
inquietantes personajes ("Robert
Davidson" y "Amelia
Garrick") ejemplifican una veta de necrofilia
o vampirismo en el
autor, visible también en la confesión de "Thomas Trevelyan":
"Cómo todos nosotros matamos a los hijos del amor/ y
que todos sin saber qué
hacer devoramos
su carne". Hay
personajes que encarnan la disociación
vital, la contradicción íntima
("Henry Layton", "Cassius Hueffer"),
la mera asocialidad ("Dorcas Guntine"). Aún
Lucinda Matlock, símbolo
de la calma y la constancia, remata así:
"¿Qué oigo
decir de penas y tedio/ Ira,
ilusiones perdidas, tristeza?
/ Hijos es hijas descastados/
La vida
es demasiado
fuerte para
vosotros/ Lleva la vida amar a la
vida". Como
constantemente se nos
invita en la Antología a ver
todo como un
símbolo, se puede ver
al libro como una doble
alegoría, la lucha por la libertad y
la búsqueda de la
verdad. Ambas aspiraciones son interdependientes: la correcta percepción de la realidad
exige, previamente, la
transformación del mundo, porque es
el mismo mundo el que nos
oculta, mediante la
conspiración que es la Historia,
la verdad
sobre la condición
humana ("John
Cabanis"). En todo el
libro, también con mucha
insistencia, se menciona a
la visión, a la luz en el sentido de "revelación",
descubrimiento de la verdad, percepción
superior de la realidad. Es un sendero místico;
y en la más ortodoxa
tradición religiosa, son enormes las dificultades
y peligros que acechan al alma en su
ascensión a una definitiva libertad
y hasta a su inmortalidad. La
primera mitad del libro, que es la más anecdótica, parece
describir un "Infierno"; y aunque un
rayo de luz ilumina,
cada tanto, lo que sigue,
hay que llegar a los
últimos poemas
para encontrar, en el "Paraíso",
a los hombres justos de Spoon River, aquellos que han
purificado su alma en tal
forma que casi no hay peripecias
en sus vidas: "Padre Malloy", "Marie Bateson", "El
ateo del pueblo", "Lydia Humphrey", "Joseph
Dixon", "Elijah Browning",
etc. Pero
este fuego
debe ser robado
al cielo. No hay más camino
que la lucha con el ángel,
la aventura de Prometeo. Los
místicos de Spoon River
son también sus
rebeldes, porque sólo la
libertad más completa
puede abrirnos los
ojos a la verdad; en cuyo
momento sobreviene la muerte o una radical
transformación interior. Naturalmente, esto proviene
de un conflicto
infantil. Su conflicto con
su padre se proyectó a la sociedad entera, contra
toda clase de autoridad.
En la Antología la
lucha padre - hijo
está proyectada hasta
en Dios, intentando
separar al Padre del
Hijo y aún presentando a la Segunda Persona
como una víctima de
la Primeras ("Wendell P.
Bloyd" y el Epílogo).
El sacrificio
de los hijos, o "complejo de Abraham" está
presente en "Thomas Trevelyan"; y recordaremos
que la herida secreta de Masters, la
abogacía, le fue
infligida por su padre, quien
desalentó sus
inclinaciones literarias en beneficio del Derecho. Uno
de los más desgarradores
poemas de la Antología,
"Johnnie Sayre", muestra al
conflicto plenamente
dramatizado. Es tan agobiante
la dependencia
de "Johnnie Sayre" de su
padre que, cuando el
niño es herido mortalmente
por las ruedas
de un ferrocarril,
Johnnie sólo piensa en la
angustia que oprime
su corazón por haber desobedecido al padre y reza para
vivir hasta
pedirle perdón. Más
terrible casi que la muerte del
niño es la opresiva
relación filial, esa siniestra
hora de felicidad
en que, mutilado y agonizante, el hijo cree
recuperar, por fin, el amor de su padre. Se comprende que es
el padre y no las ruedas del
ferrocarril lo que ha matado al niño. Quien
debía librarse de
todo dolor futuro no era el
niño, que seguramente aceptaría el
riesgo de
vivir, sino el padre,
que sofocaba al hijo
para que no corriera
ningún riesgo y
así perpetuar su
posesivo cariño. Pero
cabe aún otra interpretación, más psicoanalítica.
Como los accidentes no
suelen ocurrir porque
sí, es posible que
"Johnnie Sayre" se
haya rebelado
a su manera contra el padre
y deliberadamente se haya
hecho herir por la
rueda del
ferrocarril. Su felicidad
agonizante sería
la felicidad de la venganza contra el padre,
el poder exhibirle
la herida del abandono paterno,
abandono enmascarado
en el falso amor
posesivo, para así dominarlo por fin, derrotándolo
con su propio
sacrificio. A
diferencia de "Johnnie
Sayre", Masters no acepta
el dictamen del padre y
luchará contra él en
su propio
terreno. Triunfará en
la profesión enque su padre
fracasó; y
cuando Reedy
le sugiere el tema
de la Antología, escribe un libro
que es radicalmente distinto
de sus primeros poemas. Es un
libro que a la vez
le es impuesto y aceptado,
que viene de afuera
pero que contiene su propia
vida. Nos
faltan detalles sobre el momento crítico
en que Reedy entrega a nuestro autor -niño (Masters aún
no había publicada
nada con su verdadero
nombre; no aceptaba su
identidad) el talismán de la "Antología griega". Pero la
lectura de la "Antología griega"
no puede ni aún sugerir la
"Antología de Spoon
River", por más que Pound diga lo
contrario. La relación
entre ambas obras es
imperceptible. La
"Antología griega" contiene epitafios,
pero están reunidos en forma
acumulativa, sin trabazón
interior, y no
tienen el carácter
simbólico de la
"Antología de Spoon
River". Pero si, por el
contrario, la idea misma de la "Antología de Spoon River" es de
Reedy, tendríamos en acción al conflicto dinamizador
de la psiquis
de Masters:
el desafío del Padre
- ahora Reedy- y su derrota a
manos del Hijo , en una
obra que
es, también,
un homenaje
al vencido. La
"Antología de Spoon River"
contiene la
vida de su autor y quizás
mucho más de lo que imaginamos. "Petit
el poeta" es una de las más
claras confesiones de Masters: el poeta
impotente que pasa al
lado de sus temas sin verlos,
ciego a
todo, estéril como semillas
en una vaina seca, mientras
Homero y Whitman
rugían entre los
pinos. La vida
profesional de
Masters también está
presente, y el poderoso
sentimiento de frustración
de "Kinsey Keene"
hace sentir que
algo hay del
autor en su grandiosa autodestrucción.
"Casius Hueffer" y "Henry Layton" aluden a su conflictual personalidad; "Griffy
el tonelero" y "Sexmith, el dentista", su voluntad
de superar las limitaciones del
medio; "Wendell P. Bloyd",
con su apariencia
cómica o satírica,
reproduce el conflicto de "Johnnie
Sayre", y
debe notarse la persecución
que sufre Bloyd por
sus ideas. "Jefferson
Howard", con su tensión,
el enigmático poeta laureado
"Jonathan Swift Somers", "Jacob
Godbey", "Marie Bateson", "Julian Scott",
"Judson Stoddard" y sobre todo "Eljah
Browning" también lo representan; pero en ningún
poema como
en "Webster Ford",
un transparente seudónimo, poema
que está colocado en último
término, como si
fuera su firma,
Masters resumió
su vida y sus luchas
íntimas. El
tono no es crítico ni irónico. La conmovedora
confesión que
contiene fluye mansa y
libremente. La
historia es simbólica. En algún
momento de su juventud, Webster Ford, Mickey Mgrew y Ralph Rhodes vagaban junto
a la orilla del
río Spoon, a la hora del crepúsculo.
Una luz juega sobre la
superficie del agua y M'Grew y Ford ven en ella,
respectivamente, un
fantasma y Apolo Délfico, lo
que provoca las burlas de Rhodes. Esta visión
perece con Mickey, cuando muere
al caer desde la
torre del agua; Ford la guarda en la memoria pero vive
dedicado a
tareas incompatibles
con este
recuerdo sagrado. Pero le es concedida una segunda oportunidad, su
bollo de magdalena, y
vuelve a aparecérsele
Apolo Délfico; esta
vez acepta el
fatídico llamado del dios, y con
él su definitiva
floración y muerte. Los renuevos
son las hojas
de la Antología, que deberán
guardarse, pese a su escaso
valor, para el uso de otros
cantores, en los tiempos mejores
por venir. La
"Antología" está
escrita; pero al
precio de la vida de
"Webster Ford",
consumido como una
llama. La
visión de Apolo Délfico que le recuerda que estaba llamado a un
destino distinto, reaparece para
justificar y perdonar los años
mal vividos, extrayéndole
los materiales con que edificará el monumento
a su memoria. La abogacía se
redime de sus
pecados, ofreciendo
sus penosas experiencias como
sustancia del poema.
Masters había
logrado perdonar a su padre
y hacerse perdonar por él;
las puntas y
cabos de su vida, se
ataron por fin y fue "autónomo, compacto,
armonizado". Spoon River, que nunca había muerto
en él, renace para no morir más,
con su esplendorosa
belleza simbólica;
como Prometeo, había
logrado dar
vida a quienes no la
tenían y
que de otro modo serían solo
nombres, pero Dios
había aceptado su obra, porque
aquello se había cumplido
en el mundo simbólico
del Arte. Hasta de su propia
obra se liberaba
Masters, desembarazándose con ella de su largo y no
correspondido amor por la poesía. IV Lo que
antecede (implicación recíproca
de Macrocosmos y
Microcosmos, visión única y plural
de los destinos humanos, trato
adecuado de un material místico y psicológico de
explosiva fuerza,
sabor inconfundible de la realidad)
podría bastar para la
perennidad de la obra
de Masters. A
estos atractivos
se podría sumar el
grato milagro de un .libro de
poemas popular, al que no pueden
reprocharse ninguna de las seducciones
meretricias de los best
sellers. Aún se siente
el coraje, un poco
reactivo, un poco agresivo por demás,
del hombre que
escribió la
"Antología de Spoon River";
y demás está decir que si la relacionamos
con las obras
que nuestra lengua producía
contemporáneamente sentimos
alguna humillación.
A su lado parecen insoportables
las cansadísimas tonterías
de "Diario
de un poeta reciéncasado"
(1916; hoy "Diario de poeta y mar") de
Juan Ramón Jiménez, que, seguramente para pasmo y edificación de
los lectores
de Moguer no deja de
enfilar todos los nombres
de los escritores
norteamericanos que le salen
al cruce,
entre ellos Masters, la revelación
poética de la hora. La
crítica literaria ha retrocedido un poco, como
buscando una perspectiva adecuada, ante la Antología, que no
parece haber encontrado aún
su lugar definitivo,
ni entregado
su secreto.
Conrad Aiken y Oscar Williams no la recuerdan en sus
antologías y
el juicioso Untermeyer
no
se decide a apreciarla por ningún motivo puramente literario.
En Masters lo conmueve su
"...continua aunque
irritante búsqueda de una clave
del misterio de la verdad y
del dominio de la
vida"; pero en
definitiva valora a la Antología
como un mojón en la
historia literaria
norteamericana, o sea por su
importancia histórica.
Randall Jarrell parece
decidido a ubicarlo en
el museo, pero algo lo hace
vacilar: "...Si
la Antología de
Spoon River nos parece hoy
más una parte de
historia literaria
que de poesía
viviente, aún es una parte sorprendentemente viva..." Y
a continuación es Jarrell el que nos
sorprende, cuando dice: "Los efectos prosaicos de los poemas son
siempre mejores que sus
efectos poéticos, puesto que
la retórica de Masters, toda
su idea de un efecto poético,
es un lugar común".
Pero todavía
agrega que Masters tiene
un estilo y un tono propios, lo
que nos
sorprende también. Si
por estilo entendemos la
elaboración que el artista realiza del mundo exterior, con la necesaria
selección y tratamiento
de los materiales con los que
realizará su obra,
Masters no tiene ningún estilo. En
cuanto al tono, a la forma en
que se dirige
al lector, es informativo y elocuente,
pero la voz es neutra, sin timbre. Una vez que ha empaquetado la información
que quiere trasmitir, se
desentiende de la frase
y deja que se las arregle
como pueda. No debió
ser un padre
cariñoso. Se
siente, además, cierta
vulgaridad. La forma
en que expide sus rencores
contra los jueces, por ejemplo,
o contra los poderosos, no está
lejos, a menudo,
del chismorreo de vecinos. Su
verso, que ignora ritmo
y rima, se limita métricamente a cierta cadencia
y suele ser chato
hasta la
ramplonería; sus monotonías y
tropezones, su andar trabajoso
que no acierta
con las pausas,
desarrolla casi siempre
la misma construcción;
posiblemente por estas razones
a sus lectores de otras lenguas les
sobreviene la tentación de
traducirlo, en la convicción de que difícilmente la traducción
pueda sonar peor que el
original. Las historias
son dramáticas, crecen hacia
una conclusión, a menudo efectista, a veces irónica o
sorprendente, pero esto sucede como una demostración,
como el alegato de un abogado,
con recursos de orador o de hábil
conversador. Así
por ejemplo, "Lydia Humphrey"
se revela como perteneciente más al
género oral que al escrito. El final,
que casi destroza al
poema, repite
la palabra "visión",
dos veces, que hay que decir de tres
maneras distintas, con tres
diferentes inflexiones, para
que aquello no parezca un
disco rayado. Aún
en la elaboración
psicológica de sus
personajes, por la que ha
sido siempre elogiado,
Masters incurre en errores de composición. Está convencido
de que
les añade
convicción cuando los trata como
a personas
reales, y
vuelve a
nombrar a los ya
conocidos creyendo
que así
le da más
fuerza a los
dos retratos: "Yo fui un
abogado como Harmon Whitney /o Kinsey
Keene o Garrison Standard"
("Tom Beatty"), o bien
"Bien, les contaba sobre un traje
de seda/ y la
promesa de matrimonio
de un hombre rico /(Era
Lucius Atherton)"
("Anne Clute"). La
comparación con la Comedia Humana está
más que exteriormente
justificada. Como Balzac, Masters tiene una
buena dosis de rudeza
y vulgaridad; ambos padecen
la obsesión ineficaz de
mezclar realidad y fantasía; ambos fueron una
mezcla inestable de hombres
de mundo y místicos
frustrados; ambos ven la
vida humana en imágenes,
como manifestación metafórica de un
solo principio
creador, visión en la que ambos
fueron influidos por Swedenborg. Algunos de
sus efectos artísticos
se aproximan. De la santidad
de Lydia Humphrey
se nos informa inmediatamente, pero el
fondo de
su misma virtud
se nos ha ocultado; no poca sorpresa
nos causa esta beata cuando
no abandona su amistad con
el blasfemo John Ballard, al
que está a punto
de salvar
(si no lo salvó
del todo), a través del
sorprendente ramo de flores
que allega a su lecho de moribundo. En un relámpago
vemos todo lo que esa amistad
difícil ha
atravesado, y sentimos mucho
más que con la lectura
de su retrato, la belleza
moral de Lydia. El
ramo de
flores es mágico: se
transforma de inmediato en la clave
del Universo, en el Gran Camino. Efectos de elipsis, de implicación, de
luces súbitas
que aparecen de
pronto e iluminan para siempre un
rincón del cuadro. En
el Epílogo
de la Antología
Belcebú escarba la tierra y
extrae de ella un cráneo
que aplasta y mezcla con
arcilla para formar diversas
figuras que
apoya contra los
árboles; luego
les ordena
vivir. Con
no menor rapidez, Masters desenterró
de su memoria imágenes
e ideas que convirtió en
figuras que desarrollan un
rasgo, una pasión o una manía. Compuso así seres
extraordinarios, que recuerdan a los hombres, que tienen nombres
y apellidos, pero que
han adquirido una nueva y
extraña dimensión.
Cuando leemos "Alfonso Churchill",
por ejemplo, nos quedamos pensando
en todas las cosas que no se
nos explican pero
que están delante nuestro, para
que entienda quien pueda.
Masters nos dice, indirectamente,
que Churchill ha triunfado, y
de un solo golpe
percibimos los días y
noches de
estudio, la perseverancia,
la pobreza decente,
los primeros
atisbos del éxito.
Nos conmueve más que nada la zona de
sombra de la imagen:
el hombre recuerda las burlas de sus compañeros, pero se apiada de ellos, del mismo
modo que considera un
error los homenajes de
que hoy
es objeto. Todo
lo dice
sin emoción,
como si fuera
una clase,
como si
aquellos fueran errores
de matemáticos o
astrónomos. Aún Churchill quiere
borrar su propia imagen: quiere
que sólo
quede una imagen
señalando al
infinito, como el dedo que
apunta al cielo
en la tumba
de "Marie Bateson". Todos
estos seres componen un enorme
cuadro, con
algo de
danza macabra,
porque todos exhiben
la gran herida
de la vida,
hecha visible. Más y
menos que hombres, semejan gárgolas,
quimeras, escenas de grotesco que parodian
lo que llamamos la vida real.
Pero nada
es real, y todo
está a punto
de transformarse en
otra cosa, las
ideas en plantas - hombres
("Gustav Richter"), en
plantas - repúblicas
que arraigan
en el polvo de un
corazón enamorado
("Anne Rutledge"); un
hombre puede ser su
propio epitafio, en forma de
rojas manzanas ("Conrad Siever"). Pero
todavía hay otros
seres, más sorprendentes,
que no representan ya a
seres humanos sino a
entidades abstractas,
como la Frustración, la Sed de Amor, el Ascenso Místico o el
Triunfo Social. A medida que la idea
crece en relación a la vida,
y a sus expensas, tanto más
extraordinario es el monstruo,. En esta línea, uno de los poemas más
extraordinarios es "Dippold, el
óptico", donde Masters condensa
su estética. Todo está delante
nuestro, bajo apariencias, pero
no lo vemos. En la tienda
de Dippold se ven las cosas
más extraordinarias,
cosas que
seguramente no están
allí, como los paisajes que se
mencionan. No hemos tenido ojos
para ver,
como Petit, pero si los tuviéramos
veríamos a todo el universo en una hoja
de árbol y
a nosotros en él. El
lente de Dippold, que es
Masters, permite al cliente
de la óptica
(al lector) ver, no tanto
al mundo, sino
dentro de sí mismo.
Se ve el pasado, padre, madre, hermanas, el mito (la Virgen),
visiones y
paisajes y finalmente
sólo luz, la claridad del alma. Estas imágenes, esta sugestión de un mundo
burbujeante de transformaciones, están dichas con tanta
sencillez, y casi con tanto
descuido, que casi no se advierten, como
si el autor no les
diera importancia, con la indiferencia de quien siente
que todo lo que existe, versos, poemas, la
vida, son palabras o
frases de un gran poema celestial
en el que sólo debemos
ocuparnos de decir
nuestra parte
adecuadamente ("Mrs. George Reece"). Masters
creyó ser un ateo y un rebelde; pero para
homenajear al Padre Eterno construyó en su honor un modelo del
universo, una ciudad que simboliza a
la Cristiandad, a la Iglesia, a las
herejías, a las
doctrinas y a los hombres
singulares.
Para
la vida de Masters he consultado Twentieth century authors, de Stanley Kunitz y
Howard Haycraft,
Contemporary American Authors, de Fred
Millet y Modern
American Poetry
de Louis
Untermeyer, donde está
la opinión citada
en el texto. Las
de Randall Jarrell son
de The third
book of
criticism; en el texto he utilizado
frecuentemente la traducción
de que la Antología de Spoon
River hizo Alberto Girri, que en su prólogo
formula agudas y sugerentes
observaciones. Este ensayo se publicó en la revista “Planes y Programas”. |
Jorge
Arias
ariasjalf@yahoo.com
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