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"Antología de Spoon River" de Edgar Lee Masters

Un modelo del universo 
Jorge Arias

Aún lo celestial y lo  espiritual  están

también descritos por las ciudades.

Swedenborg,  Arcanos celestes,  T. 1 No.402.  

I

Edgar  Lee Masters  nació en Garnett, Kansas, el  23  de  agosto  de 1869 y murió el 5   de marzo  de 1950 en Melrose  Park, Filadelfia. Su  padre, un  abogado que  había  fracasado  en Kansas,  se radicó  en  Petersburg,  Illinois, cuando Masters tenía un año; luego, desde 1880, en la cercana ciudad de  Lewiston,  próxima al río Spoon, donde la  familia  vivió los once  años  siguientes. Masters  estudió  en una escuela  alemana, donde  aprendió el idioma, y más  tarde en el Knox  College de Galesburg,  durante un  año. Aunque  su afición era la literatura, a instancias de su  padre estudió  abogacía  y  fue   admitido  en el  Foro  en 1891. Al año siguiente huyó de  su casa radicándose  temporalmente en Chicago, donde vivió  de un  empleo  en la Compañía  Edison, volviendo luego  a la  casa  paterna y  al  escritorio de  su  padre en Lewiston;  pero  a  poco regresó  a Chicago donde  ejerció la  abogacía con muy buen  éxito, logrando  dinero y  posición  social. En los  años de  su  madurez Masters estaba muy  vinculado al mundo literario  de  Chicago, donde  había  hecho  amistad con Lindsay, Sandburg  y Dreiser; era un abogado combativo  y también un  hombre  de mundo, galante y  conquistador.

Autodidacto,  gran lector, a los 24  años había  escrito no menos de cuatrocientos  poemas. En 1898 publicó anónimamente una  recopilación que tituló "A book  of verses";  luego "The  blood of the prophets" (1905) con el seudónimo "Dexter  Wallis"; más  tarde  "Songs  and  sonnets", con el seudónimo  "Webster  Ford" (1910);  también  había publicado dramas y  un libro  de ensayos.

Hacia 1913 William Marion  Reedy, director de  "Reedy's mirror"  de Saint Louis, donde Masters colaboraba, puso en  sus manos la Antología Griega, colección de  epigramas  y epitafios compilada hacia el siglo I D.C.; en 1914 comenzaron a publicarse, con el seudónimo "Webster  Ford", los  primeros  poemas de la "Antología de  Spoon River", que  se editó  como libro en  1915 mientras Masters conducía un  importante asunto  de  un sindicato  de camareras.

La Antología tuvo un éxito extraordinario y  se  transformó  rápidamente  en el libro  de poesía  más leído en la  historia  de los Estados Unidos, sin  excluir "Leaves of  grass". Fue criticada como "una  obra  maestra de  cinismo" y  como "periodismo amarillo";  también  fue  elogiada como una Comédie  humaine de América.

El  episodio marcó la  vida  de Masters,  quien  hacia 1920  decidió  dedicarse exclusivamente  a la literatura, abandonando  su  profesión.  También abandonó  a su esposa y  a sus  tres hijos;  su vida se ensombreció por la negativa de su cónyuge a  consentir en divorciarse para que él pudiera  casarse nuevamente.  Hizo  ese  año  un viaje por el Mediterráneo  y a  su  regreso se  radicó  en Nueva  York.

Su  dedicación  exclusiva  a la literatura se concretó en la  forma que su enérgico  temperamento hacía prever,  produciendo un libro o  dos por  año; nuevos poemas, obras históricas, biografías. Intentó reproducir el impacto de la Antología con "The  new Spoon River", obra que  fue juzgada como  casi  todas las segundas partes; en todo el resto de su vida no logró  recobrar el nivel que alcanzó  en la Antología.

Masters se consideró a sí mismo una víctima de su  profesión,  y  escribió  estas  autocompasivas  palabras:  "Siento que  ningún poeta de la  historia  inglesa o americana tuvo jamás una  vida  más  dura que la mía en mis comienzos en Lewiston, entre  personas  cuya entraña y  vibraciones  estaban calculadas para envenenar, pervertir y aún matar a una naturaleza  sensitiva". La afirmación es contundente, y la Antología ejemplifica situaciones  análogas en varios  personajes, que son destrozados por  el medio ("Margaret  Fuller  Slacks", "Amanda  Barker", "Minerva  Jones", "Mabel Osborne");  pero es curioso  comprobar  que  cuando Masters  abandona a la abogacía, su presunto tormento, para dedicarse exclusivamente  a la literatura, es su obra literaria lo que se resiente, como si hubiera  necesitado el desgarramiento de una  vida  repartida entre dos vocaciones vistas  como antagónicas. Es posible que en la "Antología"   se haya representado a sí mismo (entre otros personajes)  en "Henry Layton" un hombre hecho de dos  progenitores  tan discordantes, de tan opuestas  tendencias, que llegó a sentirse incapaz de  vivir, de superar sus  tensiones interiores.  

II

La  "Antología  de Spoon River" es  hoy  una  colección de  245 poemas, a los  que  precede un  prólogo ("La  colina") y  a la  que  siguen un  apéndice,  conteniendo un  fragmento  de "The  Spooniad", del poeta local Jonathan  Swift Somers y un epílogo.  Los  poemas  habrían sido originariamente 214, pero alguien  observó que el tono global  era muy amargo y Masters, que en aquel momento  se sentía  capaz de cualquier proeza, escribió  32  poemas más, en los cuales sus personajes  han  conservado la fe y llegan a  cierto grado de  realización  moral.

En los poemas de la Antología, imaginaria colección de inscripciones  sepulcrales  del cementerio  del  pueblo  de Spoon River, sus habitantes  revelan sus secretos, se definen,  discuten entre  sí, dicen francamente las luchas  de los débiles contra los  poderosos, el fracaso del idealismo, la ruina  de las  virtudes de los  antiguos  pioneros  ahogadas por el  avance de la civilización  del dinero,  la inmoralidad  y la hipocresía del sistema judicial, la  codicia, la locura y la tontería;  pero también dicen la fe en la vida, el coraje, el heroísmo y la  exaltación  mística. "La  vida a mi alrededor, aquí en el pueblo/ tragedia, comedia, valor y  verdad/  coraje,  constancia,  heroísmo, fracaso;/ y  todo  en el telar, ¡y qué modelos!" dice  "Petit, el poeta".

Diversas historias se entrecruzan  en la Antología,  y aún una misma historia es presentada en dos versiones contradictorias. La línea principal  es la  siguiente:  el pueblo de Spoon River se está  transformando  aceleradamente en una  ciudad, y sus habitantes sufren las exacciones de los económicamente poderosos: el  ferrocarril "Q",  la  compañía  de  obras  sanitarias, la  fábrica de conservas y  la mina; pero, por  sobre todo, el banco de Rhodes. Este  banco, donde  tienen depositados sus ahorros los habitantes de la  ciudad, es manejado por Thomas Rhodes, quien controla el comercio y está sólidamente vinculado a la Iglesia oficial. Rhodes realiza  arriesgados negocios de  especulación  con el dinero del banco  a través  de  su hijo Ralph; a  consecuencia del  fracaso  de  dichas inversiones, el banco quiebra. Su  situación  fue  encubierta,  hasta  el  último momento, por el diario local,  el "Argos"  de  Whedon. El  abogado Kinsey Keene parece nuclear los  intereses de los ahorristas y logra poner a Rhodes  en muy  mala  posición;  pero el asesinato del comisario  Logan por Jack Mac Guire  (que   está a  punto  de  ser  linchado)  lo hace  árbitro  de la  situación.  El  Juez  de esta última  causa es amigo  de Rhodes;   a  cambio  de una condena leve  para  Mac  Guire, Keene  omite  los  pasos necesarios para  estrecharle el cerco a Rhodes. El  banquero  es  absuelto, y se condena en su  lugar a un  inocente  cajero del banco, George  Reece, quien  cumple una  condena.  El pueblo se  escandaliza  y los anarquistas  incendian el  Palacio de  Justicia, que  luego es  reconstruido. Raplh Rhodes  muere  embestido por un  vehículo  en Broadway, luego  de una vida  de  disipación; en el vestíbulo del Nuevo Palacio de Justicia una  placa mortuoria  en bronce  honra para siempre la memoria de Rhodes  y Whedon.  Industriales  y comerciantes organizan campañas  de moralidad  y  buenas costumbres, pero son meramente efectistas y se  reducen a  multar a la  prostituta del pueblo, Daisy Fraser, a  cerrar  alguna casa  de juego o  alguna  taberna.

La obra está  firmemente inscripta en el contexto  histórico y social de los Estados Unidos a fines del siglo XIX y comienzos  del XX. Diversas personas y episodios históricos son mencionados: las  secuelas  de la guerra  de  Secesión,  Lincoln varias veces ("La colina", "Anne Rutledge", "Hanna Armstrong"), la  elección de Algeld como gobernador de  Illinois (1892), las guerra  de las  Filipinas,  valientemente  reprobada  (1899/1902; "Harry  Wilmans"), el ajusticiamiento de los anarquistas en Chicago (1887), el asesinato del  presidente  Garfield (1881:"Zilpha Marsh") el nacimiento  de los  sindicatos, las luchas  políticas y  electorales, los comienzos del movimiento  prohibicionista ("El comisario"), el  desarrollo  del espiritismo ("Zilpha Marsh"),  la  teosofía  ("Columbus Cheney"), la  ciencia  cristiana de Mary Baker  Eddy ("Tennessee Claflin Shope"),  la  proliferación de sectas religiosas ("J. Milton Miles"), la  inmigración  europea ("Sonia  la rusa", "Elsa  Wertman", "Ippolit  Konovaloff")  y aún  la  aparición del catolicismo, importado con los irlandeses  ("Padre Malloy"). Por lo menos una  persona real  aparece con sus nombre y  apellido  en la Antología,  la que toma  partido  en la  polémica  histórica, aún  no  resuelta, sobre Anne Rutledge, plegándose  Masters  a la posición que  hace  de  ellas  el  gran amor de la vida  de Lincoln.

El autor insiste en señalar  la discordancia entre la  historia  oficial y  la  historia  real, que yace oculta,  soterrada, y que  sólo  en el mundo de la imaginación logra  hacer  oír  su verdad  reprimida.  Invita a  desconfiar de la Historia, a  buscar  detrás  de las  apariencias la verdad no convencional,  y  aún  denuncia los mecanismos mediante los cuales la historia real es  falsificada  ("Richard  Bone"). En su tarea de  revelación de  verdades  incómodas, en su  lucha por divulgar hechos que perjudican a los  poderosos, Masters tiene ciertos  rasgos del Dr. Stockman, de  "Un  enemigo  del pueblo" de  Ibsen,  autor que leyó  y  al  que alude en "W. Lloyd Garrison Standard",  y  parece,  a la distancia  un  émulo  de  Lincoln Steffens y  un  precursor  de Ralph Nader o  de Bernstein  y Woodward.  Sin recurrir a generalizaciones ni  a  teorías, la ínfima  deformación de la verdad en la historia imaginaria  de  Spoon River,  por  su pequeñez,  produce un  efecto  muy  intenso y la  sospecha de  que yodo la Historia  puede  ser una  gigantesca  falsificación resulta inevitable. Así,  el asordinamiento clandestino de la prensa independiente, logrado mediante la destrucción de la imprenta del diario anarquista  "Clarion"  por unos matones, el uso de la prensa y  el  púlpito  para inculcar el evangelio  de la resignación en el  alma de los  desposeídos, asumen  un carácter arquetípico  y  provocan en el lector  impulsos de  rebeldía.

Es clara en la Antología  la  conmoción  del mundo  feudal de los pioneros por la agitación  frenética, casi incomprensible, del mundo moderno, que no es sino la consecuencia de la   transformación  de Spoon River de aldea a  ciudad. Los antiguos  pobladores que,  desde  sus  tumbas, contemplan los  sucesos,  no logran comprender qué ha  ocurrido pero para el lector el tránsito de la sociedad apacible de "Aaron Hatfield", "Lucinda  Matlock", "Davis Matlock", "Rebecca Wasson" y "John Wasson", con sus  heroicas luchas en las  que se  revelan más  fuertes  que la vida,  al mundo  consuntivo del  presente, es muy  visible y  se  explica por la  transformación que los hechos económicos causan en los caracteres individuales.

En este  aspecto, la  actitud  de Masters, su indignación ante la quiebra de los valores del pasado, tiene  alguna semejanza con la actitud, entre reaccionaria y revolucionaria pero  nítidamente no conformista, que asumieron en Francia  escritores como Bloy y Barbey d'Aurevilly.  No se  sabe  bien en qué  mundo querría vivir  Barbey,  pero es claro que  el mundo que le  tocó  en suerte  le gusta muy  poco; extraña  en él las mismas  virtudes tradicionales que gustan a  Masters,  e intenta salvarlas o  recuperarlas mediante la religión. Ambos, Barbey y Masters, fueron alborotadores y pendencieros, afectos al humor de boliche; ambos sintieron y  dijeron,  con  amargura,  un deterioro  en la calidad misma  de la  vida. Por  otra  parte, las invectivas  de "Carl Hamblin"  en la  Antología  sobre las  enfermedades infecciosas  que afean el  rostro de la Justicia   recuerdan las  "vegetaciones  sifilíticas" que encuentra Bloy en un  rostro hermoso que debemos identificar como la cristiandad corrompida  por el dinero ("Le sang du pauvre"). Aún  es notable, en este  paralelo, la relativa  simpatía de  Masters por el catolicismo  ("Padre  Malloy") como  religión  de los  humildes  a  la vez  entroncada en una  gran  perspectiva  histórica.

Tampoco falta en la Antología el elemento  evangélico  (o  baudelairiano) de la  simpatía  por los  fracasados  y marginados,  que son vistos  como  un  despojo o  residuo  de la demoledora  civilización del dinero. Un poema  como  "Les  petites vieilles"  de Baudelaire, por  ejemplo,  pudo integrar  perfectamente, por su  visión del mundo ciudadano, por su ternura  hacia  las víctimas de una  lucha silenciosa y  desigual,  por  su exaltación de  valores  poco visibles y de ningún valor de cambio, las combativas páginas  de la Antología: "Lydia  Humphrey", a  su vez, con el misterioso ramo  de  flores  que lleva al moribundo John Ballard,  es  digna  de  Baudelaire.

La  requisitoria  contra  Spoon  River, que tiene momentos  de  ferocidad, le  concede a la mortífera  aldea algunos  aspectos  benéficos. Sus habitantes son  aplastados por el medio, pero quienes se  apartan de ella y buscan  vivir  en otra ciudad (Peoria, Decatur, Springfield o Chicago) o aún en el extranjero  tienen  reservado un destino  peor,  y  parecen  disolverse y  perder la identidad. Así "Dora Williams", "Hortense Robbins",  "Archibald Higbie", John Orase Burleson" y sobre todo "Wallace  Ferguson". El epílogo subraya, aunque  sin agregar nada  sustancial, las implicaciones bíblicas y  universales de esta moderna Babilonia.  Spoon River  produce la muerte,  pero sin ella es imposible  vivir. Por  grandes  que sean  nuestros  sufrimientos, nada debemos temer:  estamos  siempre unidos a  nuestra madre, a la  Historia.         

III

La  "Antología de  Spoon River" debe ser uno  de los libros  más polémicos que  existen. En lo que  nos es  dable  recordar, y  si exceptuamos  los  clásicos  del  género  épico,  no nos llega a la memoria  ningún  libro donde la guerra  sea tan abierta, tan clara, tan omnipresente como la Antología. La  comparación con la Ilíada,  además,  está impuesta  por  el apémdice,  "The Spooniad",  del poeta laureado  de Spoon River, Jonathan Swift  Somers; cuando  se nos  informa que esta obra debió  ocupar   24  volúmenes, tenemos un atisbo de la magnitud  infernal  de la batalla, aunque,  para  nuestro alivio,  la prematura muerte de  Somers le  impidió  pasar del  primero.

Así, el Epílogo  comienza con una cósmica  partida  de damas entre Dios Padre y Belcebú, que se convierte de inmediato en la lucha entre el Bien y el Mal  que  concluye  con estos  camorreros  versos, dichos  por  una  combativa  Vía  Láctea: "Adora tu poder/ conquista tu hora/ no duermas,  lucha/ así  vivirás". No  todas las luchas  son  físicas, pero hay una  buena  dosis  de homicidios como en "Hodd Putt", "Minerva  Jones", "Jack Mac  Guire", "Barry Holden", "Yee Bow", "Rosie  Roberts", "Searcy Foote", "Dora  Williams"  y "Elmer  Karr",  sin contar al sueco  muerto por  Logan en el  aserradero y  el  asesinato de  Zora  Clemens  por el  doctor Duval. Otros  personajes se suicidan ("Julia  Miller"), mueren  accidentalmente ("Mickey M'Grew", "Jack  el ciego", "El  Juez Arnett", "Johnnie Sayre")  quedan  ciegos  después  de una   explosión ("Butch Weldy"). Hay,  por lo menos,  dos incendios ("Nancy Knapp" y "Silas Dement"), dos inquietantes personajes ("Robert  Davidson" y "Amelia  Garrick") ejemplifican una veta de necrofilia  o  vampirismo  en el  autor, visible  también en la confesión de "Thomas Trevelyan": "Cómo todos nosotros matamos a los hijos del amor/ y  que  todos sin saber qué  hacer  devoramos  su carne".  Hay  personajes que encarnan la  disociación vital,  la contradicción íntima ("Henry Layton", "Cassius Hueffer"),  la mera asocialidad ("Dorcas Guntine"). Aún  Lucinda Matlock,  símbolo de la calma y  la  constancia, remata  así: "¿Qué  oigo  decir de penas  y  tedio/ Ira, ilusiones  perdidas, tristeza? / Hijos es hijas  descastados/ La  vida  es  demasiado  fuerte  para  vosotros/ Lleva la vida amar a la  vida".

Como  constantemente  se nos invita en la Antología  a ver todo como  un  símbolo, se puede  ver al libro como una  doble  alegoría, la lucha por la libertad y  la  búsqueda de la  verdad. Ambas aspiraciones son interdependientes: la correcta  percepción de la realidad  exige,  previamente, la  transformación  del mundo, porque  es el mismo  mundo el que nos  oculta,  mediante la conspiración que es la  Historia, la  verdad  sobre la  condición  humana  ("John Cabanis"). En todo  el libro,  también con mucha  insistencia, se menciona  a la visión, a la luz en el sentido de "revelación", descubrimiento de la verdad,  percepción  superior de la realidad. Es un sendero místico;  y  en la más ortodoxa tradición religiosa, son enormes  las  dificultades y peligros que acechan al alma en  su  ascensión a una  definitiva  libertad y hasta  a su inmortalidad. La  primera mitad del libro, que es la más anecdótica, parece describir un "Infierno";  y aunque  un  rayo  de luz ilumina, cada tanto, lo que  sigue,  hay  que llegar a los últimos  poemas  para encontrar, en el  "Paraíso", a los hombres justos de Spoon River, aquellos que han  purificado su alma en  tal  forma que casi no hay  peripecias  en sus vidas:  "Padre Malloy", "Marie Bateson", "El  ateo  del pueblo", "Lydia Humphrey", "Joseph Dixon", "Elijah  Browning", etc.

Pero  este  fuego  debe ser  robado  al cielo. No hay más  camino que la lucha con  el ángel, la aventura  de Prometeo. Los místicos de  Spoon River  son  también sus rebeldes,  porque sólo la libertad más  completa  puede  abrirnos los ojos a la verdad;  en cuyo momento sobreviene la muerte o una radical  transformación interior.

Naturalmente,  esto  proviene  de un  conflicto  infantil. Su conflicto  con su  padre se proyectó  a la sociedad entera,  contra toda clase  de autoridad.  En la Antología  la lucha  padre - hijo   está  proyectada hasta en Dios,  intentando  separar al Padre  del Hijo y aún presentando a la Segunda Persona  como una  víctima de la  Primeras ("Wendell P. Bloyd" y  el Epílogo). El  sacrificio  de los hijos, o "complejo de Abraham" está  presente en "Thomas  Trevelyan";  y  recordaremos  que la herida   secreta de Masters, la  abogacía,  le fue infligida por su  padre, quien  desalentó  sus  inclinaciones literarias en  beneficio  del Derecho.

Uno  de los más  desgarradores poemas  de la Antología, "Johnnie Sayre", muestra al  conflicto  plenamente  dramatizado. Es tan  agobiante la  dependencia  de "Johnnie  Sayre" de  su  padre que,  cuando el niño  es herido mortalmente por las  ruedas  de un  ferrocarril, Johnnie sólo  piensa en la angustia que  oprime  su corazón por haber  desobedecido  al padre y reza  para  vivir  hasta  pedirle  perdón. Más  terrible casi que la muerte  del niño es la  opresiva  relación filial, esa  siniestra  hora  de felicidad  en que, mutilado  y agonizante, el hijo  cree recuperar, por fin, el amor de su padre. Se comprende que es  el padre y no las  ruedas  del  ferrocarril lo que  ha matado al niño. Quien  debía  librarse de todo dolor  futuro no era el niño,  que seguramente  aceptaría  el  riesgo  de  vivir, sino  el padre, que  sofocaba  al hijo  para que no  corriera ningún  riesgo y  así  perpetuar su  posesivo  cariño. Pero cabe aún otra  interpretación,  más  psicoanalítica.  Como los  accidentes no  suelen ocurrir  porque  sí, es  posible que "Johnnie  Sayre" se haya  rebelado  a su manera contra el  padre y  deliberadamente se haya  hecho  herir por la rueda  del  ferrocarril. Su  felicidad  agonizante  sería  la felicidad de la venganza contra el padre,  el poder  exhibirle  la herida del abandono  paterno, abandono  enmascarado  en el  falso amor  posesivo, para así  dominarlo  por  fin, derrotándolo  con su  propio  sacrificio.

A diferencia de  "Johnnie Sayre", Masters no  acepta el dictamen del padre  y  luchará  contra él en su  propio   terreno. Triunfará  en la  profesión enque  su  padre  fracasó;  y  cuando  Reedy  le  sugiere el tema  de la Antología, escribe un  libro que es  radicalmente  distinto de sus  primeros poemas. Es un  libro que  a la vez  le es impuesto y  aceptado, que  viene  de afuera pero que  contiene  su  propia  vida.

Nos faltan detalles sobre el momento crítico  en que Reedy entrega a nuestro autor -niño (Masters aún  no había  publicada nada con su  verdadero  nombre;  no aceptaba su  identidad) el  talismán de la "Antología griega". Pero la lectura de la "Antología  griega" no puede ni  aún  sugerir  la "Antología de  Spoon River", por más que Pound diga lo  contrario. La  relación entre  ambas  obras es imperceptible.  La  "Antología  griega" contiene epitafios,  pero están reunidos en forma  acumulativa, sin  trabazón interior,  y no  tienen el  carácter simbólico  de la "Antología de  Spoon River". Pero si, por  el contrario, la idea misma de la "Antología de Spoon River" es de Reedy, tendríamos en  acción  al conflicto  dinamizador  de la  psiquis  de  Masters:  el desafío  del Padre - ahora  Reedy- y su derrota a manos del Hijo ,  en una  obra  que  es,  también,  un  homenaje  al  vencido.

La "Antología de Spoon River"  contiene  la  vida de su autor y  quizás mucho más  de lo que  imaginamos. "Petit  el poeta" es una de las más  claras confesiones de Masters: el poeta  impotente que  pasa al lado de sus temas sin  verlos, ciego  a  todo, estéril como  semillas en una  vaina seca, mientras  Homero  y Whitman  rugían  entre los pinos. La  vida  profesional  de  Masters  también está presente, y  el poderoso sentimiento de  frustración de  "Kinsey Keene" hace  sentir que  algo hay  del  autor en su grandiosa  autodestrucción. "Casius Hueffer" y  "Henry  Layton" aluden a su conflictual  personalidad; "Griffy  el tonelero" y "Sexmith, el dentista", su voluntad  de superar las limitaciones  del medio;  "Wendell P. Bloyd", con  su apariencia  cómica  o satírica,  reproduce el conflicto de  "Johnnie  Sayre",  y  debe notarse la  persecución que  sufre  Bloyd  por  sus  ideas. "Jefferson Howard", con  su  tensión,  el enigmático  poeta  laureado "Jonathan Swift Somers",  "Jacob Godbey", "Marie Bateson", "Julian Scott",  "Judson Stoddard" y sobre todo "Eljah  Browning" también lo representan; pero en ningún  poema  como  en "Webster  Ford", un transparente seudónimo,  poema que está colocado  en último  término, como  si fuera  su firma,  Masters  resumió  su vida y  sus luchas íntimas.

El tono no es crítico ni irónico. La conmovedora  confesión  que  contiene fluye mansa  y  libremente.  La  historia es simbólica. En  algún momento  de su juventud,  Webster Ford, Mickey Mgrew y Ralph Rhodes vagaban  junto  a la  orilla del  río Spoon, a la  hora del  crepúsculo. Una luz juega  sobre la superficie del agua y M'Grew y Ford ven en ella,  respectivamente,  un fantasma  y Apolo Délfico, lo que  provoca las burlas  de Rhodes. Esta  visión  perece con Mickey, cuando muere  al  caer  desde la  torre del agua; Ford la guarda en la memoria pero vive  dedicado  a  tareas  incompatibles con  este  recuerdo sagrado. Pero le es concedida una segunda oportunidad, su bollo de magdalena,  y  vuelve  a aparecérsele Apolo Délfico;  esta  vez  acepta el  fatídico llamado del dios, y con  él  su definitiva  floración y muerte. Los  renuevos  son las  hojas  de la Antología, que deberán  guardarse, pese  a  su escaso valor, para el uso  de otros cantores, en los tiempos  mejores  por  venir. La  "Antología"  está  escrita;  pero al precio de la vida  de  "Webster  Ford",  consumido  como una llama.

La  visión de Apolo Délfico que le recuerda que estaba llamado a un  destino distinto, reaparece  para justificar y  perdonar  los años mal  vividos, extrayéndole los  materiales con que  edificará el monumento  a  su memoria. La  abogacía  se redime de  sus  pecados,  ofreciendo  sus penosas   experiencias  como sustancia  del poema.  Masters  había  logrado perdonar a su  padre y hacerse  perdonar por  él;  las puntas  y  cabos  de su vida, se ataron por fin y fue "autónomo, compacto,  armonizado". Spoon River, que nunca  había  muerto  en él, renace para no morir más,  con su  esplendorosa  belleza  simbólica; como Prometeo,  había  logrado  dar  vida  a quienes no la tenían  y  que de otro modo  serían  solo nombres,  pero Dios  había aceptado su obra,  porque aquello se había  cumplido  en el mundo  simbólico del Arte. Hasta de su  propia  obra  se liberaba Masters, desembarazándose con ella de su largo y no  correspondido amor por la poesía.  

IV

Lo que  antecede (implicación recíproca  de Macrocosmos  y Microcosmos, visión única y  plural de los destinos humanos,  trato adecuado de un material místico y psicológico de  explosiva  fuerza, sabor  inconfundible de la  realidad)  podría  bastar para la perennidad  de la obra  de  Masters. A  estos  atractivos  se podría sumar el grato milagro  de un .libro de poemas  popular,  al que  no pueden  reprocharse ninguna de las  seducciones meretricias de los  best sellers.  Aún se  siente  el coraje,  un poco reactivo, un poco agresivo por  demás,  del hombre  que  escribió  la "Antología de Spoon River";  y demás está decir que si la relacionamos  con las  obras  que nuestra  lengua  producía  contemporáneamente  sentimos  alguna  humillación.  A su lado parecen  insoportables las  cansadísimas tonterías  de  "Diario  de un poeta  reciéncasado" (1916; hoy  "Diario  de poeta y mar")  de Juan Ramón Jiménez, que, seguramente para pasmo y edificación de  los  lectores  de Moguer no deja  de enfilar  todos los nombres  de los  escritores norteamericanos que le  salen  al  cruce,  entre ellos Masters, la  revelación  poética  de la hora.

La crítica literaria ha retrocedido un poco, como  buscando una perspectiva adecuada, ante la Antología, que no parece haber  encontrado  aún  su lugar  definitivo,  ni  entregado  su  secreto.  Conrad Aiken y Oscar Williams no la recuerdan en sus  antologías  y  el juicioso  Untermeyer  no  se decide a apreciarla por ningún motivo puramente literario.  En Masters lo conmueve  su "...continua  aunque irritante  búsqueda de una  clave del misterio de la  verdad y  del dominio  de la  vida";  pero en  definitiva valora a la  Antología  como un  mojón en la historia  literaria norteamericana,  o sea por su importancia  histórica. Randall Jarrell  parece  decidido a ubicarlo  en el museo, pero  algo lo hace  vacilar:  "...Si la Antología  de  Spoon River nos  parece  hoy  más  una parte de   historia  literaria  que de  poesía  viviente, aún es una parte  sorprendentemente  viva..."  Y   a continuación es  Jarrell el que  nos sorprende, cuando  dice:  "Los efectos prosaicos de los  poemas  son  siempre mejores  que  sus  efectos poéticos,  puesto  que  la retórica  de  Masters, toda su idea de un efecto  poético, es un  lugar común". Pero  todavía  agrega que Masters  tiene un estilo y  un  tono  propios, lo que  nos  sorprende  también.

Si por estilo entendemos  la elaboración que el artista realiza del mundo exterior, con la necesaria selección y  tratamiento  de los materiales con los que  realizará  su obra, Masters no  tiene ningún  estilo.  En cuanto  al tono, a la forma en que se  dirige  al lector, es informativo y elocuente,  pero la voz es neutra, sin timbre. Una vez  que ha empaquetado la  información que quiere  trasmitir, se  desentiende de la  frase y  deja que se las arregle  como pueda. No  debió  ser un  padre  cariñoso.

Se siente, además,  cierta  vulgaridad. La  forma en que expide  sus rencores contra los jueces, por  ejemplo, o contra los poderosos, no  está lejos, a  menudo,  del chismorreo de vecinos. Su  verso, que ignora  ritmo y  rima, se limita  métricamente a cierta  cadencia   y suele ser  chato  hasta  la  ramplonería;  sus monotonías  y  tropezones, su  andar  trabajoso  que no  acierta  con las  pausas, desarrolla casi  siempre  la misma  construcción;  posiblemente por  estas  razones  a sus lectores  de otras lenguas  les  sobreviene la tentación de   traducirlo, en la  convicción de que difícilmente la traducción  pueda sonar peor que  el  original. Las  historias son dramáticas,  crecen hacia  una conclusión, a menudo efectista, a veces irónica o sorprendente, pero esto  sucede como una  demostración, como el alegato de un  abogado,  con recursos de orador o de hábil conversador.  Así  por ejemplo,   "Lydia  Humphrey" se revela como perteneciente más  al  género oral que al escrito. El final,  que  casi destroza al  poema,  repite  la palabra  "visión", dos  veces, que hay  que decir de  tres maneras  distintas, con tres  diferentes inflexiones,  para que aquello no  parezca un disco rayado.

Aún  en la  elaboración  psicológica  de sus  personajes, por la que  ha sido siempre  elogiado, Masters incurre en errores de composición. Está convencido  de  que  les  añade  convicción cuando los trata  como  a  personas  reales,  y  vuelve  a  nombrar   a los ya  conocidos  creyendo  que  así  le  da más  fuerza  a los  dos retratos: "Yo fui un  abogado como Harmon Whitney /o Kinsey  Keene  o Garrison  Standard" ("Tom Beatty"), o  bien "Bien, les contaba sobre un traje  de  seda/ y la  promesa  de matrimonio de un hombre  rico /(Era Lucius  Atherton)" ("Anne Clute").

La  comparación con la Comedia Humana está  más que  exteriormente justificada. Como Balzac, Masters tiene una  buena dosis de  rudeza  y vulgaridad; ambos  padecen la obsesión  ineficaz de mezclar realidad y fantasía; ambos fueron una  mezcla inestable de  hombres de mundo y  místicos frustrados; ambos  ven la  vida humana  en imágenes, como manifestación metafórica de un  solo  principio creador, visión en la que  ambos fueron influidos por Swedenborg. Algunos de  sus efectos  artísticos se  aproximan. De la santidad  de  Lydia Humphrey  se nos informa inmediatamente, pero el  fondo  de  su misma  virtud  se nos ha ocultado; no poca  sorpresa nos causa esta  beata cuando no  abandona su amistad con  el blasfemo John Ballard,  al que está  a punto  de  salvar  (si no lo  salvó  del todo), a través  del sorprendente ramo  de flores que allega a su lecho de moribundo. En un relámpago  vemos todo lo que esa  amistad  difícil  ha atravesado, y  sentimos mucho más que con la  lectura  de su retrato,  la  belleza  moral de  Lydia. El  ramo  de  flores  es mágico: se transforma de inmediato en la  clave del Universo, en el Gran Camino. Efectos de elipsis, de implicación, de luces  súbitas  que  aparecen de  pronto e iluminan  para  siempre un rincón del  cuadro.

En  el  Epílogo  de la  Antología Belcebú escarba la  tierra y  extrae  de ella un cráneo que  aplasta y mezcla con arcilla para  formar diversas figuras  que  apoya  contra los  árboles;  luego  les  ordena  vivir.

Con no menor  rapidez, Masters desenterró  de su memoria  imágenes e ideas  que  convirtió  en figuras que  desarrollan un  rasgo, una pasión o una manía. Compuso así seres  extraordinarios, que recuerdan a los hombres, que tienen nombres  y  apellidos, pero que  han adquirido una nueva  y  extraña  dimensión. Cuando leemos "Alfonso Churchill",  por ejemplo, nos quedamos  pensando en todas las cosas  que no se nos explican  pero  que están delante nuestro, para  que entienda quien  pueda. Masters nos dice,  indirectamente, que Churchill  ha  triunfado,  y  de un solo  golpe  percibimos los días  y noches  de  estudio, la perseverancia, la  pobreza  decente, los  primeros  atisbos del  éxito. Nos conmueve más que nada la zona  de  sombra  de la imagen:  el hombre  recuerda las  burlas de sus compañeros, pero se apiada de ellos, del mismo modo  que considera un  error los homenajes  de que  hoy  es objeto.  Todo  lo  dice  sin  emoción,  como  si fuera  una  clase,  como  si  aquellos fueran  errores  de matemáticos  o  astrónomos. Aún Churchill quiere  borrar su propia imagen: quiere  que  sólo  quede una  imagen  señalando  al infinito, como  el dedo que  apunta al  cielo  en la  tumba  de  "Marie Bateson".

Todos estos  seres componen un  enorme  cuadro,  con  algo  de  danza  macabra,  porque  todos exhiben la  gran  herida  de la  vida,  hecha  visible. Más y menos  que hombres, semejan gárgolas, quimeras, escenas de grotesco que  parodian lo que  llamamos  la vida  real. Pero  nada  es real, y  todo   está  a punto  de  transformarse en otra  cosa, las  ideas en plantas -  hombres  ("Gustav Richter"), en  plantas  - repúblicas  que  arraigan  en el polvo  de un  corazón  enamorado ("Anne Rutledge");  un hombre puede  ser su  propio epitafio, en forma  de rojas manzanas  ("Conrad Siever").

Pero  todavía  hay otros  seres, más  sorprendentes, que no representan  ya a  seres  humanos sino a entidades  abstractas,  como la Frustración, la Sed de Amor, el Ascenso Místico o el Triunfo  Social. A medida  que la  idea  crece en relación a la  vida, y  a sus expensas, tanto más extraordinario  es el monstruo,. En esta línea, uno  de los  poemas más  extraordinarios  es "Dippold,  el  óptico", donde Masters condensa  su estética.  Todo está  delante nuestro,  bajo  apariencias,  pero no lo  vemos. En la tienda  de Dippold se ven las  cosas más  extraordinarias,  cosas  que  seguramente no  están  allí, como los  paisajes  que se mencionan. No hemos tenido  ojos  para  ver,  como Petit, pero si los  tuviéramos veríamos a todo el universo en una  hoja de  árbol y  a nosotros  en él.

El lente  de Dippold, que  es Masters,  permite al cliente de la  óptica  (al lector) ver, no  tanto  al mundo,  sino  dentro de  sí mismo. Se ve el pasado, padre, madre, hermanas, el mito (la Virgen),  visiones  y  paisajes y  finalmente sólo luz, la  claridad  del alma. Estas imágenes, esta sugestión de un mundo burbujeante de transformaciones, están dichas con tanta  sencillez, y casi con  tanto descuido, que casi no se advierten, como  si  el autor no les  diera importancia, con la  indiferencia  de  quien siente  que todo lo que   existe, versos, poemas, la  vida, son palabras  o  frases de un gran poema  celestial en el que  sólo debemos ocuparnos de  decir  nuestra  parte  adecuadamente ("Mrs. George Reece").

Masters creyó ser un ateo y un rebelde; pero para  homenajear al Padre Eterno construyó en su honor un modelo del universo, una ciudad que simboliza a  la Cristiandad, a la Iglesia, a las  herejías, a  las doctrinas y  a los hombres  singulares.

Para la vida de Masters he  consultado Twentieth century authors,  de Stanley Kunitz  y  Howard  Haycraft, Contemporary American Authors,  de  Fred  Millet  y Modern American  Poetry  de  Louis  Untermeyer,  donde está la  opinión  citada  en el  texto. Las  de  Randall Jarrell son  de  The third  book  of  criticism; en el texto he  utilizado  frecuentemente la  traducción de que la Antología de  Spoon River hizo Alberto Girri, que en su  prólogo formula agudas y  sugerentes  observaciones.

 

Este  ensayo se  publicó en la  revista  “Planes y Programas”.

Jorge Arias
ariasjalf@yahoo.com
 

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