Carlos Reyles: El Embrujo de Sevilla 
Jorge Arias

ariasjalf@yahoo.com

 

La primera página de “El embrujo de Sevilla” dice:

 “La atmósfera tibia y espesa de “El tronío” café de cante y baile flamenco, olía a claveles y mosto jerezano. La palabra tronío suena triunfalmente en el oído del pueblo andaluz. Es así como una de las diez categorías aristotélicas de su entendimiento, una ecuación de su voluntad, un summum de su deseo. Sintetiza el poder, la majeza y el rumbo. Tiene la sugestión y  el imperio  de  la  N napoleónica, rayo con las  alas  plegadas. Por eso, muy sutilmente, han puesto al café de rompe y rasga bajo la advocación de tal nombre. Y a eso, sin duda, se debe que suene tanto y se vea siempre tan concurrido. A ciertas horas de la noche el humo de los cigarros puede cortarse. La sala entera parece sumergida en un vaso de ajenjo. El polvillo tenue que levantan, con sus trenzados y  escobillas, los pies de las  bailadoras, asciende, perezoso, del tablao al techo y se dora a fuego en la luz de los picos de gas, cuyas  llamas, de un  amarillo clorótico, se estremecen, al igual que los corazones, con los roncos bordoneos de las guitarras y las voces, ya libertinas, ya quejumbrosas, del cante jondo, válvula por donde escapa, en tierra andaluza, lo que la raza de Don Pedro el Cruel y Felipe II tiene aún de violenta,  fanática, triste y lúbrica.”

 (“El embrujo de Sevilla” pag. 9).

El autor trata de dar “color local”, escribir floridas páginas y apabullar con su cultura. Comienza didáctico, glosando “tronío”, coloquialismo que significa “ostentación” y que “es como una de las diez categorías aristotélicas de su entendimiento” (del andaluz). Humillados, recurrimos a la enciclopedia por las diez categorías de Aristóteles, que son “Substancia, cantidad, cualidad, relación, lugar, tiempo, acción, pasión, posición y estado”; más adelante pasa a las matemáticas y dice que el “tronío” u ostentación es una “ecuación de su voluntad” (del andaluz); concluimos que el autor quiso decir que la ostentación distingue al sevillano. En cuando a la “N” napoleónica, sólo la hemos encontrado en copas de cognac, no de ajenjo; y no entendemos a qué alude con el “rayo con las alas plegadas” (sic).

El café, el humo de los cigarros, los claveles y el mosto jerezano, parecen hundirse “en un vaso de ajenjo”. Pese al ajenjo. se ve un “tenue polvillo”, que sale de los pies de las “bailaoras” y asciende al techo donde se “dora a fuego a la luz  de los picos de gas”. Reyles abandona allá arriba al polvillo y pasa a los picos de gas, “cuyas llamas, de un amarillo clorótico, se estremecen, al igual que los corazones, con los roncos bordoneos de las guitarras y las voces…. del cante  jondo”.  Llamas que le sirven para llegar, al fin, a la sorprendente comparación de que el cante jondo es la “válvula” (sic) “por donde escapa en tierra andaluza, lo que la raza de Don Pedro el Cruel y Felipe II tiene aún de violenta, fanática, triste y lúbrica.”

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2. Dificultades a propósito del color  local.

Escritores extranjeros que han conocido a España, pero dotados de tacto y buen gusto, como Merimée, que supo, y mucho, de ella, en “Carmen”, Gautier en su “Voyage en Espagne”, Hemingway en “Muerte en la  tarde” y “Un  verano peligroso” y aún Somerset Maugham en “Andalucía”, evitan el “color local”;  Reyles  pretende conocer de España, no ya el humo de  los cafés, sino abstracciones como el “alma”: de la raza, de  España,  de Andalucía, del  cante jondo y del toreo. “En Sevilla todo  es así, todo habla al alma y a los sentidos, todo es hechizo, sortilegio, encantamiento” (pag. 48), “Ese círculo” (el ruedo) “nos transfigura, nos sublima: porque reviven en él, acaso, las energías y las virtudes de nuestro heroico pasado: todo aquello que nos hizo grandes y fuertes. (pag.87) “La valentía de este chico asombra; no es  la valentía de los toreros, es la valentía de los Grandes de España” (pag.95). “…aquel mozo era la encarnación viviente y la cifra de la gracia y del machismo andaluz; un símbolo de lo más hondo y enjundioso del alma sevillana; una granazón cumplida de la raza que había dado al mundo los Gonzalo de Córdoba, los Pizarros, los Corteses...”(pag. 77) “Ella  me  abrió la apetencia de la gloria y  enseñó a torear mostrando el alma de la raza” (pag.78 )a los parroquianos se les antojaba aquella primorosa muñeca la encarnación viviente, no ya de la maja graciosa y brava sino de la mismísima Andalucía”(pag.27)..“Le parecía que había visto, no a una soberbia bailaora sino a la mismísima alma de Sevilla”.(pag.30)

Sin embargo, en “El embrujo de Sevilla”, poblado de datos sobre la historia de España y sobre el toreo, sorprende la ausencia de referencias históricas. Si sólo leemos “El embrujo de Sevilla” no sabremos quién gobernaba España en esa  época (era Alfonso XIII), no sabremos el nombre de la pequeña pero elegante plaza de toros de Sevilla, la “Maestranza”; no se menciona a uno solo de los toreros de la  época, cuando reinaban Belmonte  y Joselito;  no  se menciona  a ninguno de los escritores de la “generación del 98” que ya habían publicado varios volúmenes. Antonio Machado, que no necesitaba de cafés,  gitanos y bailaoras  para  ser sevillano,  había  publicado  ya “Soledades, galerías y otros poemas” (1899).

Creemos que el contacto con España de  Reyles fue libresco. Tal vez conoció algunos cafés y algunas mujeres de paso, pero su conocimiento de España fue, más probablemente, a través de las obras del  hispanófilo  francés  Maurice  Barrès, “Du  sang, de la volupté,  de la mort”  (1894) y aún  “Le Greco ou  le secreto  de  Tolède”. Barres identifica a  España, como Reyles, con violencia y pasión. En “Un amateur d´âmes”, contempla, por vez primera, el paisaje del Toledo y el río Tajo, que «están entre las cosas más apasionadas y más tristes del mundo». Toledo le producía entonces «una impresión de energía y pasión»; era «un lugar significativo para el alma», «una imagen de la exaltación en la soledad, un grito en el desierto». Es el mismo vocabulario tempestuoso, de exaltación de la fuerza y la voluntad, de Reyles.

Hacia 1920 Reyles, arruinado,  proyectó entrar en la literatura española con “El  embrujo de Sevilla”. Como no era español, se disfrazó mezclando el español  del Uruguay y sus formas coloquiales,  con  torrentes  de español  coloquial y  caló gitano; al  punto  de que a menudo no  se sabe si quien escribe es un español amanerado o un turista atontado por horarios y fotografías. Por ejemplo: trenzados, escobillas, peniyas, gachí, monas  (tauromaquia), majeza, quitar los moños, calañés, temple, seguiriya, las morás, cañí, arza, aliñás, patá, guiyé, chanalá, arrancá, buir, amelonaditos, pamplinosa, lila borrao, achares, barbián, bailar el agua, tarantas, ganchoso, veguero, pencos… parece una parodia; y podríamos seguir.

Para reabastecerse de color local, Pura, la  bailaora sevillana, el alma de Andalucía, se comporta como una turista y necesita subir a la Giralda:

Tengo unas ansias locas de ver a Seviya desde lo alto” (la Giralda), “ansias de respirarla, de beberla, de metérmela en el alma”. (pag.45).

3. El estilo.

Reyles, ya hemos tenido algún adelanto, trata de apabullar al lector con lo que cree elegancias, momentos de ingenio y alusiones a la historia de España y sus pintores.

 “Su voz era como un canto con sordina; su rostro, el de una Concepción  de Murillo; su continente el de una maja de Goya. Los ojos negros y  aterciopelados, despedían vivos fulgores cuando hablaba y entonces una onda  carmín teñía  la tez pálida y mate  como la hoja de la magnolia”  (pag.78);.“la hembra brava,  la  terrible moza juncal, cuyas sonrisas enloquecen cuyas miradas  matan” (pag. 113).

Pero a veces  el estilo es Corín Tellado:

“Y sus bocas ávidas se fundieron en un beso. Paco la sintió  desfallecer en sus brazos, mientras experimentaba él una emoción dulcísima, un deleite inefable” (pag.100).

Cree hallar agudezas:

Diestro y toro formaban una epiléptica pelota” (pag. 93).“Esas pinceladas maestras que son al cuadro lo que la sal y las especias a las comidas” (pag. 101). “Crucifijo y puñal: he ahí un símbolo de la vieja España” (pag.102).“Don Quijote es  la  versión más profunda y  compleja que un artista  haya tenido de la  condición humana”. (pag.58). o “Si el poderío de Inglaterra  ha salido de los campos de fútbol, ¿ por qué no había de salir el poderío español de las plazas de toros?”(pag. 42).

Para mantener el interés del lector, no vacila en engañarlo: Pura acuchilla a  Paco y lo  deja “inánime”, (pag. 125)  o  sea, en  español, muerto;  páginas después  Paco se recupera  y vuelve a torear.

4. La técnica  narrativa.

La acción de “El embrujo de  Sevilla” se  desarrolla al  azar de los caprichos del autor y no  dentro  de la evolución razonable de la trama.

Asi, luego que apuñala y  deja por muerto  a  Paco, Pura huye con el Pitoche  de la escena del  crimen y se dirigen a una “sórdida taberna” con el  propósito de beber y olvidar; hasta aquí, dicho simplemente, se entiende lo que quieren y hacen.  Pero Reyles  se siente obligado a  mostrar sus recortes de arte e historia y  su álbum de  Sevilla, y describe el  itinerario de los  prófugos, que sucede en una noche  “negra  y  tormentosa” por “las calles lóbregas” de Sevilla; reparan en las “casa y las iglesias” de “aspecto alucinante” en  tanto que las  torres parecían “afilados capuchinos del Greco o  de Zurbarán”. Sevilla  estaba  “sonorosa” (sic) de los “amores y los crímenes  de  Pedro el Cruel”; la  Pura  y el Pitoche pasan por la Alameda y  el Alcázar, con su  sala  de  justicia, el  castillo donde  don Fadrique fue muerto  a cuchilladas, por la “histórica calle de Bustos Tavera” , la casa  de doña  Estrella, codiciada por el  rey Sancho el Bravo, por la  calle de María Coronel, que defendió su honra quemándose la cara,  por la calle del Candilejo, la  Torre del Oro, la  plaza de toros, el Paseo  de  Cristóbal Colón y  la Cárcel. No son dos personas que huyen de un crimen que acaban de cometer, sino dos turistas ociosos con la guía Michelin Verde en la mano.

Los personajes, a  fuerza  de sostener  todas esas almas, todos  esos  estereotipos,  no tienen singularidad;  la trama  es vulgar. Paco el señorito que se hace torero y  ama  a la vez a  Pastora, la niña buena  y  a Pura, la  cantaora fatal, Pura que ama a Paco y  ya  no ama  la Pitoche pero lo ama.

6. El   autor

Reyles no tiene sentido del  humor. Parece  escribir con los dientes apretados. No hay una sola página con algún chiste, alguna lograda ironía, algún juego de palabras gracioso, un rasgo  de  ingenio. No  compartimos el culto periodístico del  humor;  pero casi no hay clásico que no lo incluya. Pensamos en el Quijote, en el  Lazarillo de  Tormes,  en la risa de los  Olímpicos. 

No hay en “El  embrujo de Sevilla” una sola página que respire felicidad, alegría, contentamiento, ternura. Una novela  puede narrar el pecado y  la muerte;  pero el artista debe hacer rocío y miel con lágrimas y  amargura. Así por ejemplo Quevedo,  en el soneto que comienza “Miré los muros de la  patria mía”  que dice lo que Borges llama “la humillación de envejecer” con la pérdida de las fuerzas y de la potencia sexual; pero que redime al dolor con una versificación enérgica, un ritmo  aplomado, imágenes nítidas. Es un réquiem, pero con música y flota una sonrisa irónica sobre su físico desventurado (“mi  báculo más corvo y menos fuerte /  vencida de la  edad sentí  a mi  espada”). En el  largo poema (110 páginas)  de Tennyson  “A A.H.H.”, que es una elegía a la muerte de un amigo y que debe  ser uno de los poemas más dolorosos que se haya  escrito, se advierte la alegría del artista que pudo evocarlo con rimas perfectas, nobles imágenes, ritmos impecables: inolvidable corona de flores para Arthur Henry Hallam, quizás inmortalizado por el poema.

Si  algo  trasmite Reyles con su trabajoso  estilo, es el penoso sentimiento de la  incapacidad de vivir, y su única reacción es la representación de “grandezas” compensatorias: se espantaría si le dijéramos que Flaubert y Proust crearon seres inolvidables a  partir de dos sirvientas.  Reyles nunca quiere vivir, sólo quiere “intensidad”, una “grandeza” que huele  a soberbia, a  la  exaltación  de nuestra mísera  “personalidad.”

7. El  falsario y los  que se  dejan  engañar.

No nos sorprenden, algunos elogios de  españoles. Así  Unamuno que dice de “El  embrujo de  Sevilla”  que “nadie ha escrito jamás sobre el alma española con tanta novedad y profundidad”, y Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala. Creemos que aquí esos buenos escritores caen en la trampa del patriotismo: todo  engaño  necesita  no  solo  de un engañador sino de alguien que se deja engañar. Reyles ha escrito lo que todo español quiere oír, pasmos y  ditirambos para todo lo español y  sevillano.

En nuestro país, Paternain, Paganini y Saad,  seducidos por la chafalonía de Reyles, quizás inclinados a encontrar arte literario en  nuestro medio, encontraron a “El  embrujo de  Sevilla” “brillante, pero sin profundidad”. Han hecho honor a la  verdad sobre Reyles, por encima de cosquillas patrióticas, Juan Valera y,  sobre todo,  Rafael Cansinos Asséns,  que escribió de esta  novela:

Es falsa y  relumbrante como una  mala joya, una  calumnia con  aire de  apología, un elogio insultante hecho a lo más burdo de la  personalidad andaluza”.

Carlos Reyles, “El embrujo de Sevilla”, colección Austral  de  Espasa  Calpe, 1966, 180 páginas.

 

por Jorge Arias
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