Carlos Reyles: El Embrujo de Sevilla
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La primera página de “El embrujo de Sevilla” dice: “La atmósfera tibia y espesa de “El tronío” café de cante y baile flamenco, olía a claveles y mosto jerezano. La palabra tronío suena triunfalmente en el oído del pueblo andaluz. Es así como una de las diez categorías aristotélicas de su entendimiento, una ecuación de su voluntad, un summum de su deseo. Sintetiza el poder, la majeza y el rumbo. Tiene la sugestión y el imperio de la N napoleónica, rayo con las alas plegadas. Por eso, muy sutilmente, han puesto al café de rompe y rasga bajo la advocación de tal nombre. Y a eso, sin duda, se debe que suene tanto y se vea siempre tan concurrido. A ciertas horas de la noche el humo de los cigarros puede cortarse. La sala entera parece sumergida en un vaso de ajenjo. El polvillo tenue que levantan, con sus trenzados y escobillas, los pies de las bailadoras, asciende, perezoso, del tablao al techo y se dora a fuego en la luz de los picos de gas, cuyas llamas, de un amarillo clorótico, se estremecen, al igual que los corazones, con los roncos bordoneos de las guitarras y las voces, ya libertinas, ya quejumbrosas, del cante jondo, válvula por donde escapa, en tierra andaluza, lo que la raza de Don Pedro el Cruel y Felipe II tiene aún de violenta, fanática, triste y lúbrica.” (“El embrujo de Sevilla” pag. 9). El autor trata de dar “color local”, escribir floridas páginas y apabullar con su cultura. Comienza didáctico, glosando “tronío”, coloquialismo que significa “ostentación” y que “es como una de las diez categorías aristotélicas de su entendimiento” (del andaluz). Humillados, recurrimos a la enciclopedia por las diez categorías de Aristóteles, que son “Substancia, cantidad, cualidad, relación, lugar, tiempo, acción, pasión, posición y estado”; más adelante pasa a las matemáticas y dice que el “tronío” u ostentación es una “ecuación de su voluntad” (del andaluz); concluimos que el autor quiso decir que la ostentación distingue al sevillano. En cuando a la “N” napoleónica, sólo la hemos encontrado en copas de cognac, no de ajenjo; y no entendemos a qué alude con el “rayo con las alas plegadas” (sic). El café, el humo de los cigarros, los claveles y el mosto jerezano, parecen hundirse “en un vaso de ajenjo”. Pese al ajenjo. se ve un “tenue polvillo”, que sale de los pies de las “bailaoras” y asciende al techo donde se “dora a fuego a la luz de los picos de gas”. Reyles abandona allá arriba al polvillo y pasa a los picos de gas, “cuyas llamas, de un amarillo clorótico, se estremecen, al igual que los corazones, con los roncos bordoneos de las guitarras y las voces…. del cante jondo”. Llamas que le sirven para llegar, al fin, a la sorprendente comparación de que el cante jondo es la “válvula” (sic) “por donde escapa en tierra andaluza, lo que la raza de Don Pedro el Cruel y Felipe II tiene aún de violenta, fanática, triste y lúbrica.” -o0o- 2. Dificultades a propósito del color local. Escritores extranjeros que han conocido a España, pero dotados de tacto y buen gusto, como Merimée, que supo, y mucho, de ella, en “Carmen”, Gautier en su “Voyage en Espagne”, Hemingway en “Muerte en la tarde” y “Un verano peligroso” y aún Somerset Maugham en “Andalucía”, evitan el “color local”; Reyles pretende conocer de España, no ya el humo de los cafés, sino abstracciones como el “alma”: de la raza, de España, de Andalucía, del cante jondo y del toreo. “En Sevilla todo es así, todo habla al alma y a los sentidos, todo es hechizo, sortilegio, encantamiento” (pag. 48), “Ese círculo” (el ruedo) “nos transfigura, nos sublima: porque reviven en él, acaso, las energías y las virtudes de nuestro heroico pasado: todo aquello que nos hizo grandes y fuertes. (pag.87) “La valentía de este chico asombra; no es la valentía de los toreros, es la valentía de los Grandes de España” (pag.95). “…aquel mozo era la encarnación viviente y la cifra de la gracia y del machismo andaluz; un símbolo de lo más hondo y enjundioso del alma sevillana; una granazón cumplida de la raza que había dado al mundo los Gonzalo de Córdoba, los Pizarros, los Corteses...”(pag. 77) “Ella me abrió la apetencia de la gloria y enseñó a torear mostrando el alma de la raza” (pag.78 )“a los parroquianos se les antojaba aquella primorosa muñeca la encarnación viviente, no ya de la maja graciosa y brava sino de la mismísima Andalucía”(pag.27)..“Le parecía que había visto, no a una soberbia bailaora sino a la mismísima alma de Sevilla”.(pag.30) Sin embargo, en “El embrujo de Sevilla”, poblado de datos sobre la historia de España y sobre el toreo, sorprende la ausencia de referencias históricas. Si sólo leemos “El embrujo de Sevilla” no sabremos quién gobernaba España en esa época (era Alfonso XIII), no sabremos el nombre de la pequeña pero elegante plaza de toros de Sevilla, la “Maestranza”; no se menciona a uno solo de los toreros de la época, cuando reinaban Belmonte y Joselito; no se menciona a ninguno de los escritores de la “generación del 98” que ya habían publicado varios volúmenes. Antonio Machado, que no necesitaba de cafés, gitanos y bailaoras para ser sevillano, había publicado ya “Soledades, galerías y otros poemas” (1899). Creemos que el contacto con España de Reyles fue libresco. Tal vez conoció algunos cafés y algunas mujeres de paso, pero su conocimiento de España fue, más probablemente, a través de las obras del hispanófilo francés Maurice Barrès, “Du sang, de la volupté, de la mort” (1894) y aún “Le Greco ou le secreto de Tolède”. Barres identifica a España, como Reyles, con violencia y pasión. En “Un amateur d´âmes”, contempla, por vez primera, el paisaje del Toledo y el río Tajo, que «están entre las cosas más apasionadas y más tristes del mundo». Toledo le producía entonces «una impresión de energía y pasión»; era «un lugar significativo para el alma», «una imagen de la exaltación en la soledad, un grito en el desierto». Es el mismo vocabulario tempestuoso, de exaltación de la fuerza y la voluntad, de Reyles. Hacia 1920 Reyles, arruinado, proyectó entrar en la literatura española con “El embrujo de Sevilla”. Como no era español, se disfrazó mezclando el español del Uruguay y sus formas coloquiales, con torrentes de español coloquial y caló gitano; al punto de que a menudo no se sabe si quien escribe es un español amanerado o un turista atontado por horarios y fotografías. Por ejemplo: trenzados, escobillas, peniyas, gachí, monas (tauromaquia), majeza, quitar los moños, calañés, temple, seguiriya, las morás, cañí, arza, aliñás, patá, guiyé, chanalá, arrancá, buir, amelonaditos, pamplinosa, lila borrao, achares, barbián, bailar el agua, tarantas, ganchoso, veguero, pencos… parece una parodia; y podríamos seguir. Para reabastecerse de color local, Pura, la bailaora sevillana, el alma de Andalucía, se comporta como una turista y necesita subir a la Giralda: “Tengo unas ansias locas de ver a Seviya desde lo alto” (la Giralda), “ansias de respirarla, de beberla, de metérmela en el alma”. (pag.45). 3. El estilo. Reyles, ya hemos tenido algún adelanto, trata de apabullar al lector con lo que cree elegancias, momentos de ingenio y alusiones a la historia de España y sus pintores. “Su voz era como un canto con sordina; su rostro, el de una Concepción de Murillo; su continente el de una maja de Goya. Los ojos negros y aterciopelados, despedían vivos fulgores cuando hablaba y entonces una onda carmín teñía la tez pálida y mate como la hoja de la magnolia” (pag.78);.“la hembra brava, la terrible moza juncal, cuyas sonrisas enloquecen cuyas miradas matan” (pag. 113). Pero a veces el estilo es Corín Tellado: “Y sus bocas ávidas se fundieron en un beso. Paco la sintió desfallecer en sus brazos, mientras experimentaba él una emoción dulcísima, un deleite inefable” (pag.100). Cree hallar agudezas: Diestro y toro formaban una epiléptica pelota” (pag. 93).“Esas pinceladas maestras que son al cuadro lo que la sal y las especias a las comidas” (pag. 101). “Crucifijo y puñal: he ahí un símbolo de la vieja España” (pag.102).“Don Quijote es la versión más profunda y compleja que un artista haya tenido de la condición humana”. (pag.58). o “Si el poderío de Inglaterra ha salido de los campos de fútbol, ¿ por qué no había de salir el poderío español de las plazas de toros?”(pag. 42). Para mantener el interés del lector, no vacila en engañarlo: Pura acuchilla a Paco y lo deja “inánime”, (pag. 125) o sea, en español, muerto; páginas después Paco se recupera y vuelve a torear. 4. La técnica narrativa. La acción de “El embrujo de Sevilla” se desarrolla al azar de los caprichos del autor y no dentro de la evolución razonable de la trama. Asi, luego que apuñala y deja por muerto a Paco, Pura huye con el Pitoche de la escena del crimen y se dirigen a una “sórdida taberna” con el propósito de beber y olvidar; hasta aquí, dicho simplemente, se entiende lo que quieren y hacen. Pero Reyles se siente obligado a mostrar sus recortes de arte e historia y su álbum de Sevilla, y describe el itinerario de los prófugos, que sucede en una noche “negra y tormentosa” por “las calles lóbregas” de Sevilla; reparan en las “casa y las iglesias” de “aspecto alucinante” en tanto que las torres parecían “afilados capuchinos del Greco o de Zurbarán”. Sevilla estaba “sonorosa” (sic) de los “amores y los crímenes de Pedro el Cruel”; la Pura y el Pitoche pasan por la Alameda y el Alcázar, con su sala de justicia, el castillo donde don Fadrique fue muerto a cuchilladas, por la “histórica calle de Bustos Tavera” , la casa de doña Estrella, codiciada por el rey Sancho el Bravo, por la calle de María Coronel, que defendió su honra quemándose la cara, por la calle del Candilejo, la Torre del Oro, la plaza de toros, el Paseo de Cristóbal Colón y la Cárcel. No son dos personas que huyen de un crimen que acaban de cometer, sino dos turistas ociosos con la guía Michelin Verde en la mano. Los personajes, a fuerza de sostener todas esas almas, todos esos estereotipos, no tienen singularidad; la trama es vulgar. Paco el señorito que se hace torero y ama a la vez a Pastora, la niña buena y a Pura, la cantaora fatal, Pura que ama a Paco y ya no ama la Pitoche pero lo ama. 6. El autor Reyles no tiene sentido del humor. Parece escribir con los dientes apretados. No hay una sola página con algún chiste, alguna lograda ironía, algún juego de palabras gracioso, un rasgo de ingenio. No compartimos el culto periodístico del humor; pero casi no hay clásico que no lo incluya. Pensamos en el Quijote, en el Lazarillo de Tormes, en la risa de los Olímpicos. No hay en “El embrujo de Sevilla” una sola página que respire felicidad, alegría, contentamiento, ternura. Una novela puede narrar el pecado y la muerte; pero el artista debe hacer rocío y miel con lágrimas y amargura. Así por ejemplo Quevedo, en el soneto que comienza “Miré los muros de la patria mía” que dice lo que Borges llama “la humillación de envejecer” con la pérdida de las fuerzas y de la potencia sexual; pero que redime al dolor con una versificación enérgica, un ritmo aplomado, imágenes nítidas. Es un réquiem, pero con música y flota una sonrisa irónica sobre su físico desventurado (“mi báculo más corvo y menos fuerte / vencida de la edad sentí a mi espada”). En el largo poema (110 páginas) de Tennyson “A A.H.H.”, que es una elegía a la muerte de un amigo y que debe ser uno de los poemas más dolorosos que se haya escrito, se advierte la alegría del artista que pudo evocarlo con rimas perfectas, nobles imágenes, ritmos impecables: inolvidable corona de flores para Arthur Henry Hallam, quizás inmortalizado por el poema. Si algo trasmite Reyles con su trabajoso estilo, es el penoso sentimiento de la incapacidad de vivir, y su única reacción es la representación de “grandezas” compensatorias: se espantaría si le dijéramos que Flaubert y Proust crearon seres inolvidables a partir de dos sirvientas. Reyles nunca quiere vivir, sólo quiere “intensidad”, una “grandeza” que huele a soberbia, a la exaltación de nuestra mísera “personalidad.” 7. El falsario y los que se dejan engañar. No nos sorprenden, algunos elogios de españoles. Así Unamuno que dice de “El embrujo de Sevilla” que “nadie ha escrito jamás sobre el alma española con tanta novedad y profundidad”, y Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala. Creemos que aquí esos buenos escritores caen en la trampa del patriotismo: todo engaño necesita no solo de un engañador sino de alguien que se deja engañar. Reyles ha escrito lo que todo español quiere oír, pasmos y ditirambos para todo lo español y sevillano. En nuestro país, Paternain, Paganini y Saad, seducidos por la chafalonía de Reyles, quizás inclinados a encontrar arte literario en nuestro medio, encontraron a “El embrujo de Sevilla” “brillante, pero sin profundidad”. Han hecho honor a la verdad sobre Reyles, por encima de cosquillas patrióticas, Juan Valera y, sobre todo, Rafael Cansinos Asséns, que escribió de esta novela: “Es falsa y relumbrante como una mala joya, una calumnia con aire de apología, un elogio insultante hecho a lo más burdo de la personalidad andaluza”. Carlos Reyles, “El embrujo de Sevilla”, colección Austral de Espasa Calpe, 1966, 180 páginas. |
por
Jorge
Arias
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Carlos Reyles en Letras Uruguay
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