El Gran Hotel Viena en la literatura de ficción
Por Fernando Jorge Soto Roland
Profesor en Historia por la Universidad Nacional de Mar del Plata

A pesar de tener todo para ser el protagonista o escenario principal de una novela, la literatura de ficción ha olvidado —hasta la fecha— al Gran Hotel Viena.[1]

Ya sea por desconocimiento o temor a la ofendida opinión pública del pueblo que acoge sus ruinas[2], nadie ha relacionado explícitamente al Gran Hotel con alguna trama literaria, ya sea de terror, amor o espionaje.

El mundo de las letras ha venido olvidando de manera sistemática al edificio y su historia, contrariamente a lo sucedido con otro legendario hotel cordobés, en Eden Hotel de La Falda, que sí parece poseer el status necesario para ser parte importante de la geografía imaginaria que Luis Gusmán desarrolla en una excelente novela publicada a fines de la década de 1990. Si bien este escritor menciona al Gran Viena en los capítulos iniciales —describiendo su decadente estado arquitectónico y la trágica inundación que tapó a más del 60 % del pueblo de Miramar— es el hotel del Valle de Punilla el que se lleva todos los laureles y termina dándole el título a la obra.[3]

El Gran Hotel Viena es en las páginas de Gusmán un mero satélite del Eden Hotel, utilizado para resaltar el señorío aristocrático y capacidad de resistencia del emprendiendo faldense.[4] El de Miramar no es más que un paisaje. Una nota curiosa, romántica y a la vez trágica dentro de una novela que —entre otras cosas— pretende exaltar las contradicciones y recuerdos de un hombre enamorado y su mutable pasión a lo largo de toda una vida.

Así todo, sin ser identificado ni nombrado de modo directo, el Gran Hotel Viena juega un rol algo más importante en otra obra de ficción en la que se mezclan claramente realidad y fantasía. Estoy haciendo referencia a la “novela histórica” de Leandro Barredo, Oro. Plomo y Pasiones[5], una entretenida sucesión de aventuras que explota la persistente mitología referida al oro nazi, los desembarcos de jerarcas del Eje en las costas argentinas y el deambular de decenas de submarinos alemanes en el mar territorial de nuestro país, tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial. Una tradición infundada y delirante en más de un sentido, desarrollada y vendida por periodistas abocados a la “caza de criminales de guerra” y los suculentos dividendos que estos temas siguen dando a quienes fantasean con ellos.[6]

Los nazis siguen vendiendo bien. Encarnan el Mal por antonomasia y todo buen héroe de novela queda bien parado cuando se enfrenta a ellos (aún siendo derrotado). Barredo juega con esta variable y con los toponímicos que utiliza para contextuar su aventura. A lo largo de las 238 páginas de la novela, no se arriesga a identificar con sus nombres reales los escenarios de la intriga que desarrolla y evita asociar a los pueblos involucrados en la historia con un pasado nazi-fascista (ya sea porque no hay pruebas contundentes al respecto o no desea ofender la susceptibilidad de sus pobladores actuales). Pero, de todos modos, el texto no es para nada críptico. Cualquiera que conozca la costa sur de la provincia de Buenos Aires puede identificar sin problema las actuales localidades, playas, instituciones y locales que aparecen “disfrazados” en el libro.

 

Barredo altera apellidos, se mueve con metáforas y rodeos verbales cuando se refiere a personajes históricos. Juan Perón nunca es Juan Perón, sino “el coronel de los coroneles[7]; y Eva Duarte nunca es Evita, sino “la joven aspirante a gran actriz”.[8] El propio Adolf Hitler aparee escondido tras el abstracto pseudónimo de “Número Tres[9] y el pueblo bonaerense de General Madariaga (cercano a la costa Atlántica y Villa Gesell) sufre una transformación ortográfica convirtiéndose en la localidad de “Maragriada”.[10] Por otra parte, las referencias a una villa de origen alemán, mandada a levantar por un oficial de las SS antes del estallido de la guerra para servir como centro de reabastecimiento y auxilio a barcos y marinos del III Reich, coincide por su descripción y ubicación con la Gesell turística de nuestros días.[11] Las referencias a pinos plantados en la arena (tras ciclópeos sacrificios), a las dunas costeras y al aislamiento (como también a la esforzada tarea de los pioneros del lugar) no hacen más que apuntar a la villa antes nombrada. No hay dudas al respecto.

 

Del mismo modo la alusión al Hotel de los Franceses, caracterizado por cubrirse periódicamente por las dunas de arena, hace referencia al centenario Viejo Hotel Ostende, fundado en el año 1913 por iniciativa de inmigrante belgas (no galos).[12] De ese modo, Villa Gesell, General Madariaga y Ostende triangulan el escenario de la acción del libro y se convierte (como suele repetirse hasta el hartazgo) en una de los tantos “nidos nazis” que habrían existido en el territorio argentino.

Es en ese contexto de inmigrantes indeseados, conspiraciones y crímenes que aparece la referencia a un misterioso “Castillo” cordobés

 

“(…) construido por un médico de la ciudad de Rosario hace unos diez años (1933). Cuando él murió —relata un personaje—, al no tener descendientes en su testamento lo donó a la municipalidad del lugar con todas las obras de arte que se encuentran dentro del edificio, inclusive dejó dinero para su mantenimiento. La municipalidad no aceptó el legado y vendió hace muy poco tiempo por un precio irrisorio la propiedad a una empresa alemana, aunque a nombre de un testaferro. Gente del lugar nos ha informado que es un centro de operaciones del Eje. Tiene enormes antenas con las que pueden transmitir a todo el mundo. Lo llaman Castillo por el aspecto exterior. Está en lo alto de la sierra y desde allí controla todo el poblado (…)”.[13]

 

Hasta aquí podríamos identificar al “Castillo” con el Eden Hotel de la localidad de La Falda. Su ubicación elevada, las sierras cercanas, las antenas de onda corta y la referencia a un testaferro (que los rumores siempre sindicaron era Juan Duarte, cuñado de Perón) nos estarían indicando que el centro de operaciones nazis en la sierra cordobesa no era otro que el emprendimiento hotelero de los hermanos Eichhorn, nazis declarados y amigos personales de Adolf Hitler.

 

Pero a poco de avanzar en la descripción de la fortaleza, las cosas cambian y se empieza a operar un extraño sincetrismo en el que podemos identificar los rasgos inequívocos del Gran Hotel Viena (y su historia).

Escribe Barredo:

 

La historia del castillo la conocían todos en el pueblo. El médico que lo construyó lo hizo como homenaje a la localidad por el papel jugado en la recuperación de la salud de su esposa”.[14]

 

Según la historia oficial de Miramar, un empresario alemán —Máximo Palhke— fue el constructor e inversor del Gran Viena. La información recabada en el pueblo indica que es desembolso total fue de 25 millones dólares (a valores actuales) y que la principal motivación del germano fue la de “agradecer al pueblo y la laguna de Mar de Chiquita” por haber sanado a su hijo y su mujer de ciertas dolencias cutáneas y pulmonares, destacando así las propiedades curativas de la balnearioterapia, tan de modo en la década de 1930.[15]

 

La alusión a ese acto de desinteresado agradecimiento a la naturaleza está por completo ausente en la historia del Eden Hotel y constituye, por el contrario, el dato folclórico más llamativo en la historia del Gran Hotel Viena. Además, éste también disponía de antenas muy altas capaces de transmitir mensajes a Europa y recibir desde el otro lado del Atlántico “información confidencial”.

 

La metáforas del “castillo” es de por sí interesante y se aleja del Eden Hotel (más parecido a un lujoso palacio que a una austera fortaleza de la Edad Media). Por el contrario, el Gran Viena se acerca bastante a esa descripción. Visto a la distancia, semeja una fortaleza inexpugnable, con anchos muros y columnas de concreto que lo aíslan del entorno, separándolo del resto del pueblo. Si bien no es un “castillo” en sentido literal, el espíritu de ese tipo de construcciones se asocia más al Hotel de Miramar que a la ostentosa mansión de La Falda.

 

Asimismo, hay otro dato que nos da Barredo en la novela que acerca el mundo imaginario de su obra al universo construido por Max Palhke. Dice un personaje en Oro, Plomo y Pasiones:

 

En estos días [al castillo] lo están refaccionando, llegan camiones cargados con materiales, pero desde afuera no se percibe ningún cambio”.[16]

 

Es de notar que el Gran Viena se construyó en etapas y que para el período en el que transcurre la novela (1943-1945) se estaban llevando a cabo ampliaciones en el edificio, todas ellas —según la tradición oral— a buen resguardo de la curiosidad y chusmerío del pueblo de Miramar.

 

Además, siguiendo al locutor en la novela nos enteramos que:

 

Tiene [el castillo] guardias permanentes con perros, reforzaron los alambres de púas… pusieron una serie de luces para señalar cuando alguien se aproxima… Un radioaficionado captó transmisiones en alemán…viene gente extranjera y se queda una semana o dos (…)”.[17]

 

Todos estos comentarios coinciden con el Viena y nos acercan a las historias que siguen circulando en torno al viejo hotel.

 

Una que llama poderosamente la atención es aquella  que nos cuenta de la existencia de enigmáticos soldados, armados y uniformados de verde, vigilando celosamente el predio; evitando las miradas curiosas (todo bajo las órdenes de un alemán llamado Martin Kruegger o Karl M. Krueger).

 

Antiguos pobladores nativos de Miramar relatan que estos “guardias de seguridad” solían alcanzar una posición panóptica desde la altísima torre de agua del hotel, moderno mangrullo que permitía distinguir el arribo de indeseables.

 

¿Para qué necesitaba el hotel una custodia armada en un pueblo aislado de solo 1400 habitantes? Nadie lo sabe. ¿Qué protegían? ¿A quién protegían? Tampoco hay una respuesta clara y, como de costumbre, cuando eso ocurre la imaginación suele dispararse. Una actitud lícita en el campo de la literatura (incluso necesaria y fundante en el oficio de escritor) pero improcedente entre los historiadores, obligados a hablar de lo que realmente ocurrió con sólidas pruebas entre las manos.

 

. Barredo puede darse el lujo —como novelista— de imaginar los sucesos que se desarrollaron dentro del “Castillo” y convertirlo en una guarida (tapadera) de nazis dispuestos a reinaugurar un IV Reich. Nosotros en cambio, nos quedamos con preguntas abiertas y las tímidas especulaciones que circulan de boca en boca cuando se recorre el sitio (hoy devenido en Museo).

 

Palabras finales

 

La sombra de la svástica sobrevuela muchos sitios aislados de nuestro país. En algunos casos  su tamaño es más grande de lo que debería ser, exagerado por los mitos, la ideología o la mera fantasía. Pero nada de eso excluye que la realidad histórica deba obviarlos.

 

Esa lacra humana estuvo y están entre nosotros. Se camuflaron t camuflan todavía. Ya no usan uniformes negros con calaveras y tibias cruzadas en sus gorras. Algunos manejan taxis, regentean empresas, instalaciones agropecuarias o institutos de enseñanza, al tiempo que reivindican la seguridad de los años setenta y el patriotero nacionalismo de aquellos iluminados Mesías que guiaron ala Patria en pos de una sociedad católica, obediente y ordenada (como Dios manda).

 

Siguen estando. No son muchos, pero resultan peligrosos.

 

¿Hay “Castillos”, como el cordobés de la novela, en nuestro país?

 

Seguramente. Y siguen representando lo mismo de antes: discriminación, racismo, censura, fanatismo, terror y muerte.

 

¿Quién quiere “castillos” de ese tipo?

 

Referencias:

[1] Véase: Soto Roland, Fernando Jorge (2009). Gran Hotel Viena, Uruguay, edición digital en

http://letras-uruguay.espaciolatino.com/aaa/soto_fernando/gran_hotel_viena.htm

[2] Miramar, provincia de Córdoba, frente a la Laguna de Mar Chiquita o Mar de Ansenuza en lengua de los sanavirones (antiguos aborígenes de la región).

[3] Gusmán. Luis (1999). Hotel Eden. Buenos Aires, Editorial Norma.

[4] Para la historia del Eden Hotel véase: Ferrarassi, Alfredo J. (2006). Hotel Eden y Pueblo La Falda, Córdoba, Edición del Autor.

[5] Barredo, Leandro (1998), Oro, Plomo y Pasiones, Buenos Aires, Editorial Corregidor.

[7] Barredo, Leandro op.cit. p.187.

[8] Ibidem p.187.

[9] Ibidem p. 75.

[10] Ibidem p. 31.

[11] Ibidem p. 51-52

[12] Ibidem p. 32.

[13] Ibidem p-166-167.

[14] Ibidem p.173.

[15] Nota: Esta historia de agradecimiento desinteresado encuentra su contraparte en las hipótesis que sospechan de que toda la empresa fue un gran lavado de dinero nazi. Véase:

http://letras-uruguay.espaciolatino.com/aaa/soto_fernando/apostillas_a_la_historia_del_gran_hotel.htm

[16] Barredo, Leandro, op.cit. p. 173.

[17] Ibidem p.173

 

por Fernando Jorge Soto Roland

Profesor en Historia por la Universidad Nacional de Mar del Plata

enero de 2010

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                     Fernando Jorge Soto Roland en Letras Uruguay

 

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