Marxismo y socialismo en Mariátegui
por Dr. Sc. Rigoberto Pupo Pupo
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El pensamiento filosófico-social de Mariátegui y su determinación marxista ha sido estudiado por muchos autores, incluyendo especialistas de trascendencia universal. Se han escrito diversos tratados biográficos, ensayos y otros trabajos especializados que de una forma u otra penetran en el pensamiento filosófico del Amauta. En algunos casos su abordaje, más que ir a la definición del filosofar de Mariátegui, se dirige a la exposición de fuentes o influencias para fijar las “inconsecuencias” marxistas y las “huellas” de las filosofías no marxistas presentes en él. Otros han intentado atribuirles una suerte de eclecticismo filosófico. A partir de estos y otros enfoques, no han faltado consideraciones que detectan en su pensamiento momentos voluntaristas, subjetivistas e incluso irracionalista. En gran medida estas suposiciones y rótulos se extraen de las propias citas del discurso de Mariátegui, o de sus criterios sobre los filósofos por los que ha transitado en sus estudios. Gran parte de estas conjeturas y tesis, responden a lecturas que enfatizan más en la letra inmóvil, fuera de contexto, que en el espíritu general que anima su pensamiento. Además del hecho de tomar determinadas categorías acríticamente, sin detenerse en el significado y sentido con que operan en el discurso del pensador peruano. También existen autores que se esfuerzan más en el espíritu creador del marxismo de Mariátegui y escrutan en la verdadera connotación de sus conceptos y categorías, destacando ante todo su carácter abierto a las adquisiciones del saber universal, a partir del hecho de ser un pensamiento afincado en la realidad y con ímpetu de acceder a ella en busca de la verdad. Estos enfoques –en mi criterio -muy acertados, en algunos casos se exceden a tal punto que hiperbolizan la originalidad del pensador y lo presentan con una creatividad de tal magnitud, que resulta ausente de todo principio y presupuestos asimilados. Es indiscutible –y esto lo señalan muchos autores- el carácter no sistemático de la formación del Amauta y la asimilación del marxismo no siempre en sus fuentes, sino a través de otros autores, etc. lo cual incide de un modo u otro en su aparato catagorial. Sin embargo, en mi criterio, si ciertamente no invalido los caminos seguidos, me parece que una arista poco investigada, reside en la especificidad de su pensamiento filosófico social y su concreción en la visión del socialismo, es decir, en las propias características sui géneris en que se cualifica su pensamiento y su acción. Cualidad que determina un estilo de pensamiento y un modo propio de aprehender nuestra realidad. Mariátegui no fue un filósofo profesional, sino un pensador cuya obra está mediada por su orientación artístico-literaria que desde época temprana de su evolución, despierta con fuerzas inusitada. Esto determina que su obra ensayística, tanto de naturaleza sociológica, como política, junto a las expresiones conceptuales del lenguaje aparezcan con las imágenes y otras expresiones de corte literario que imprimen al discurso sus particularidades. Pero esta especificidad cualitativa no es la determinante ni la que define su pensamiento filosófico social. Su pensamiento –ya sabemos, de filiación marxista- no se funda en tanto tal, ni en la ontología, ni en la gnoseología, aunque lógicamente, los emplea e incluye, sino en la axiología. Su cosmovisión filosófica-social, se centra en el hombre y la actividad humana y prioriza las dimensiones valorativa y práctica. Por eso siempre cuando se dirige a la realidad no la mira como cosa en sí, sino en relación con el hombre. No le interesa tanto qué son las cosas, sino ante todo, las necesidades e intereses sociales que satisfacen, para qué le sirven.... Esto, por supuesto, sigue la línea del pensamiento latinoamericano, de fuerte arraigo humanista –antropológico. Pero en el caso de Mariátegui, no se trata sólo de continuidad, sino además, de ruptura. El humanismo marxista que propugna, concibe al hombre como sujeto creador y portador de la práctica social. Un ser socio-históricamente determinado, cuya “personalidad” (...) no se realiza plenamente, sino cuando sabe ser superior a toda limitación”[1]. Este modo de concebir la realidad, a partir de un humanismo dialéctico historicista que capta la realidad subjetivamente, muy cercano y coincidentes con el espíritu de las Tesis sobre Feuerbach de Marx, y la concepción de Labriola y Gramsci, del marxismo como filosofía de la praxis, otorga estatus especial al pensamiento filosófico de Mariátegui[2]. No comparte el ontologismo intelectualista desarrollado por una versión del marxismo, y sin rechazar la determinación de la realidad objetiva y el condicionamiento social del hombre, entiende que “la facultad de pensar la historia y la facultad de hacerla o crearla, se identifican”[3]. Identificación que explica del proceso mismo constructivo de la praxis social, del propio proceso de la producción humana en correspondencia con las necesidades e intereses que impulsan su actividad creadora. Ante el fatalismo y el espontaneísmo que propala la versión metafísica y dogmática del marxismo, el Amauta, al igual que Gramsci, Lukacs y otros marxistas, postula una filosofía de la subjetividad –entiéndase no subjetivista–, de la praxis, de la realidad concreta. Una filosofía que entiende que “el sujeto de la historia es, ante todo, el hombre. La economía, la política, la religión son formas de la realidad humana. Su historia es, en su esencia, la historia del hombre”[4]. Este historicismo dialéctico antropológico, en el mejor sentido del término, calificado por algunos autores como historicidad absoluta con resonancia vitalista que recuerda a Bergson, Crece, Sorel y otros representantes del idealismo contemporáneo, está permeado del espíritu del marxismo auténtico; y más que negarlo lo afirma como método de subversión de la realidad y teoría del cambio. Es evidente la influencia de filósofos no marxistas, pero integrada a una totalidad que le imprime nuevos sentidos y cauces de concreción, en correspondencia con el ideal que preside la actuación de Mariátegui. “Varios aspectos en la amplia difusión del bergsonismo –por ejemplo la trayectoria de Romain Rolland (...) y ciertos acentos en el eco múltiple (...) que tenía en América Latina– indican que, traspuesto en un ambiente social correspondiente, el bergsonismo podía transformarse en la base de un humanismo que se apoyaba en la capacidad creadora de los hombres y era, por ende, progesista y potencialmente revolucionario. Para que se realice plenamente sus potencias revolucionarias había que despojarlo de su ropaje idealista y desarrollar los fundamentos de un concepto materialista del hombre. A esta tarea se dedicó Mariátegui, quien, considerando la humanidad creadora como la humanidad revolucionaria, transformó así la naturaleza misma del bergsonismo”[5]. En Mariátegui, la creación del hombre es un proceso eminentemente social y adquiere entidad real en la sociedad. No es un acto de introspección psicológica, dimanante de procesos puros de la conciencia. No es la conciencia que accede a la realidad, y la organiza en generaciones sucesivas, sino el hombre consciente, práctico, que realiza su ser esencial en la medida que convierte la realidad en su objeto, acorde con sus necesidades e intereses. Sobre esta base es posible comprender el problema. Mariátegui “asume” a Bergson a través de Sorel y Renan,[6] pero lo adecua a su fin, y extrae consecuencias revolucionarias. Su utilización del mito –que tanto se le critica – también se integra a su concepción marxista del hombre y la sociedad, y con maestría logra identificarlo con la capacidad creadora del hombre, su fuerza espiritual, en fin, con la revolución. Con esta concepción el concepto del mito pierde el significado que tiene en las fuentes asimiladas para adquirir un sentido político clasista muy definido. “Lo que más neta y claramente diferencia en esta época a la burguesía y al proletariado –escribe el Amauta - es el mito. La burguesía no tiene ya mito alguno. Se ha vuelto incrédula, escéptica, nihilista. El mito liberal renacentista ha envejecido demasiado. El proletariado tiene un mito: la revolución social. Hacia ese mito se mueve una fe vehemente y activa. La burguesía niega; el proletariado afirma”[7]. Mariátegui está consciente que la teoría del mito y la acción –no olvidar la connotación que él le atribuye – es la antítesis del sesgo positivista y economicista que había tomado al marxismo de la segunda internacional, “que había dejado de serlo casi desde su origen”[8]. La teoría del mito y la acción en su visión, “restituye al marxismo la misión revolucionaria (...) y establece las bases de una filosofía de la revolución, profundamente impregnada de realismo psicológico y sociológico...[9] es decir, de un marxismo que hace del hombre, en tanto sujeto, centro de su teoría y su praxis. El mito cumple la función de medio catalizador de energía creadora, en virtud de encarnar un ideal humano engendrado por la realidad social. Si ciertamente Mariátegui no niega la existencia del mito en el hombre individual, atribuye más importancia al pueblo, a las masas populares en la elaboración de ideales, forjados en la fuerza telúrica de la fe por algo que representa su existencia misma como clase, grupo, nación. “Los profesionales de la inteligencia no encuentran el camino de la fe; lo encontrarán las multitudes. A los filósofos les tocará, más tarde, codificar el pensamiento que emerja de la gran gesta multitudinaria”[10]. En este sentido la teoría del mito y la acción, más que expresar idealismo histórico, en Mariátegui no hace más que concretar su concepción histórico-materialista del hombre y la sociedad, así como sustanciar un proyecto, que concibe la ley histórica y la actividad consciente de los hombres en su interacción recíproca. Ciertamente, los hombres hacen la historia con arreglo a leyes objetivas, pero las leyes sociales y su devenir, tienen lugar a través de la actividad humana, adecuada a fines que impulsan la realización efectiva de lo que se quiere. Se trata de un filosofar –por supuesto no sistematizado - enraizado en el hombre y su magna espiritualidad, sustentado en ideales que cualifican valores dirigidos al progreso humano. Ideales que, por su naturaleza revolucionaria, trasuntan imaginación y creación. Esto lo corrobora el Amauta en nuestra propia historia. “Bolívar tuvo sueños futuristas. Pensó en una confederación de estados indo-españoles. Sin este ideal, es probable que Bolívar no hubiese venido a combatir por nuestra independencia. La suerte de la independencia del Perú ha dependido, por ende, en gran parte, de la aptitud imaginativa del Libertador”[11]. La imaginación, como posibilidad de trascender el ser, superarlo y dirigirse al deber-ser y como proyección al porvenir, en un proceso pleno de fantasía, en Mariátegui como hombre fundador, resulta insoslayable. Pero sin hipostasiarla de la realidad, pues en su criterio, (…) “podría decirse que el hombre no prevé ni imagina, sino lo que ya está germinando, madurando, en la entraña oscura de la historia”[12]. Esta tesis, si bien afirma la libertad humana, en tanto posibilidad de poner los fines, en virtud de la potencialidad de la subjetividad humana para proyectar utopía, no niega la necesidad objetiva condicionante[13]. Por eso Mariátegui, asumiendo a Hegel, y también a Marx, explica la fuerza creadora del ideal como una consecuencia, al mismo tiempo, de la resistencia y del estímulo que éste encuentra en la realidad”[14]. Es indudable que la cosmovisión del Amauta en torno al hombre y la sociedad está cimentada en una comprensión dialéctica y materialista de la actividad humana y las condiciones generales en que deviene: necesidad – interés – fin – medios y condiciones; concebida como un todo sistémico – procesal, en cuyo transcurso lo ideal y lo material a través de la praxis se convierten recíprocamente. Una comprensión tal del problema, independientemente de los conceptos que emplea Mariátegui y de las “inconsecuencias” que se le atribuyen, concentra el núcleo del marxismo-leninismo creador,[15] la esencia viva de su espíritu y al mismo tiempo, le otorga especificidades propias al discurso del fundador del Marxismo latinoamericano. En correspondencia con lo anterior, es más productivo acercarse al Amauta, no para indagar hasta que punto su marxismo coincide o no con el modelo teórico que reputamos como válido, sino en qué medida su marxismo fue expresión de la realidad estudiada, del objeto investigado y si efectivamente devino autoconciencia de su tiempo histórico. Precisamente su “llamada heterodoxia”, en él fue un ejercicio perenne de seguir la realidad en sus contradicciones reales, de ser fermento de su existir y devenir, sin necesidad de poner aditamentos preconcebidos. Estos rasgos cualificadores de la especificidad del pensamiento filosófico social de Mariátegui, encuentran concreción no sólo en sus teorías sociológicas y políticas, sino también en su quehacer crítico-literario, en su estética. Su comprensión de la praxis – deducible de su obra, aunque no se defina con toda precisión - como esencial relación sujeto-objeto y sujeto – sujeto, donde lo ideal y lo material se convierten recíprocamente, devienen idénticos, constituye el fundamento metodológico de sus concepciones. “La ficción –razona el Amauta - no es anterior ni superior a la realidad como sostenía Oscar Wilde; ni la realidad es anterior ni superior a la ficción como quería la escuela realista[16]. Lo verdadero es que la ficción y la realidad se modifican recíprocamente. El arte se nutre de la vida y la vida se nutre del arte. Es absurdo intentar incomunicarlos y aislarlos. El arte no es acaso sino un síntoma de plenitud de la vida”[17]. Mariátegui, no niega la primacía de lo material, respecto a lo ideal. Todo lo contrario, lo afirma y es consecuente con ello. Lo que no significa simplificar el proceso de aprehensión de la realidad por el hombre en el devenir recíproco de lo objetivo-subjetivo y viceversa. Es en la praxis donde lo material y lo ideal se identifican, en el sentido que el hombre actuando sobre la realidad la convierte en su objeto de conocimiento, valoración, práctica y comunicación[18]. Es un proceso complejo de objetivación y subjetivación de la realidad en y a través de la actividad que Mariátegui también revela al asumir la literatura y el arte. Con ello restituye y afirma el papel activo y creador de la conciencia de los hombres, tanto en su expresión individual como social. Por eso, “cuando escruta –se refiere a la obra de arte- cómo se revelan en ella el hombre y el medio, lo hace para captar su trascendencia, el origen y la proyección de su mensaje. No se limitará a los horizontes de una explicación sociológica, una ubicación histórica, o una divulgación anecdótica; ni habrá de satisfacerse con la especiosa identificación de algunos recursos estilísticos o la glosa de su contenido ideológico; porque mira la creación como un aliento vital, y sólo a través de la concertada unidad de la vida hallará la explicación eficiente de su apariencia y su íntimo temblor”.[19] A diferencia de Croce, Mariátegui no separa lo subjetivo y lo objetivo en la creación artística, ni concibe el hecho estético como intuición en la cual el sujeto elabora y da forma a sus impresiones internas. Como creación humana, el hecho estético se constituye y realiza como un proceso subjetivo – objetivo, en unidad recíproca. El propio modelo del sujeto (artista) en su calidad subjetiva tiene su correlato en la realidad, o partió de ella, y en su movimiento, no hace más que encarnarse en objeto, en objetivarse como producto humano, es decir, como lo subjetivo objetivado mediante la acción práctica del hombre. Con razón Mariátegui defiende la unidad e interacción recíproca entre lo objetivo y lo subjetivo, pues hiperbolizar uno u otro momento del proceso único, sólo sirve para desvirtuar su esencia. Esta forma específica de comprender el problema tiene sus fundamentos –como ya se ha mostrado- en la concepción que tiene Mariátegui del hombre y la actividad humana. Para el Amauta, en la praxis, el hombre realiza su ser esencial, cuyo proceso y resultado se encarna en el cuerpo de la cultura. Cultura, que en su connotación general, como producción humana (material y espiritual) cualifica la medida de ascensión y progreso humanos. Esto propicia que en su estrategia metodológica, tanto al asumir problema de naturaleza sociológica, política, artística, etc.; la historia y la cultura en permanente diálogo, sean su materia prima especial, y su decursar investigativo siga un cauce socio-cultural antropológico. Sobre estas premisas, que otorgan especificidades propias al pensamiento filosófico –social de José Carlos Mariátegui, y uniendo indisolublemente oficio y misión, como hombre comprometido con la tragedia humana, su espíritu innovador, revela la realidad y busca lo autóctono, a partir de una obra creadora americana con plena vocación de universalidad, es decir, aferrado a las raíces y desde el presente peruano, interrogar a la historia y a la cultura, para descubrir sus enigmas y así acceder al futuro” (...) “Como líder de su idea y orientador de un mundo por nacer, fue forzado a mezclar, a equilibrar, -enfatiza Marinello- las esencias del hombre apostólico –hombre en futuro- con las virtudes presentáneas del realpolitiken. Quiso llevar a su pueblo, a su gente americana, por caminos inéditos y le fue preciso mostrarse a sí mismo la realidad de las vías inestrenadas (...) Mariátegui fue el análisis leal, acucioso, perspicaz, pero realizado desde un ángulo apasionado[20]. Desde un ángulo apasionado –se trata de un hombre fundador que cree en el valor de una utopía cimentada en sus raíces- se ase a la realidad y a su tiempo histórico. Un fuerte ideal que media y sirve de acicate a su bregar heroico imprime sustancialidad a sus concepciones sociológicas. Aguijoneado por las exigencias de la realidad y su honda sensibilidad humana, coincide con Barbusse que “hacer política es pasar del sueño a las cosas, de lo abstracto a lo concreto. La política es el trabajo efectivo del pensamiento social; la política es la vida. Admitir una solución de continuidad entre la teoría y la práctica, abandonar a sus propios esfuerzos a los realizadores, aunque sea concediéndoles una amable neutralidad es desertar de la causa humana”[21]. En Mariátegui la causa humana es su razón de ser, pero no entendida como profesión de fe abstracta, emanada de una filantropía cultural quimérica, homogénea, que proclama redención y libertad humana fuera del drama humano. Todo lo contrario. Su ideal y los cauces de realización efectiva tienen sus portadores en las grandes masas, en el proletariado y la masa indígena, capaces de hacer la revolución como prerrequisito de reivindicación humana, pues “a la revolución no se llega sólo por una vía fríamente conceptual. La revolución más que una idea, es un sentimiento. Más que un concepto, es una pasión. Para comprenderla se necesita una espontánea actitud espiritual, una especial actitud psicológica”.[22] Esta unidad de oficio y misión, sentimiento y razón, teoría y práctica y en fin, de ciencia y conciencia, no sólo avala la proyección teórico-sociológica y metodológica de Mariátegui, sino además, concreta en su síntesis su pensamiento filosófico – social y su praxis revolucionaria socialista. Al mismo tiempo, le provee de los medios necesarios para asumir creadoramente la realidad peruana – y americana-, en función de realizar sus propósitos ideo-políticos y culturales, o en el decir de Darcy Ribeiro, “(...) a crear una nueva condición humana, quizás más solidaria.”[23] Sólo posible en América Latina con la construcción del socialismo, que difunde en la Revista Amauta. La revista Amauta (1926) sirve de vehículo a sus propósitos renovadores, cuya presentación sintetiza, además de un ideario sociocultural y político, un nuevo espíritu autoconsciente de la contemporaneidad. Aquí oficio y misión, ciencia y conciencia se integran en unidad indisoluble para hacer de la actividad intelectual una empresa fundadora con raíz político-cultural. “El objetivo de esta revista –escribe Mariátegui- es el de plantear, esclarecer y conocer los problemas peruanos desde puntos de vista doctrinarios y científicos. Pero consideramos siempre al Perú dentro del panorama del mundo. Estudiaremos todos los grandes movimientos de renovación políticos, filosóficos, artísticos, literarios, científicos. Todo lo humano es nuestro. Esta revista vinculará a los hombre nuevos del Perú, primero con los otros pueblos de América, en segunda con los de los otros pueblos del mundo”[24]. Hay una marcada intención revolucionaria, que expresa “la voz de un movimiento y de una generación[25] capitalizada por Mariátegui, y comprometida en alma y cuerpo con los tiempo nuevos. Sus propósitos, si bien priorizan la realidad peruana como su objeto especial, están permeados de un ímpetu ecuménico que vincula lo singular con lo universal, a partir de una visión y un método que exigen integridad sistémica en el abordaje de los problemas. Libre de la retórica abstracta declara el carácter doctrinario y científico del contenido de la revista, es decir, la conjunción ideología-ciencia, como expresión de un discurso que no soslaya el drama humano y se sabe autoconciencia del pueblo. Si ciertamente los propósitos de la revista se cimentan en principios partidistas ideológicos, el espíritu de unidad de acción que la anima no hace estéril su misión. “En el Perú se siente desde hace algún tiempo –enfatiza Mariátegui- una corriente, cada día más vigorosa y definida, de renovación. A los factores de esta renovación se les llama vanguardias, socialistas, revolucionarios, etc. (...) Existen entre ellos algunas discrepancias formales, algunas diferencias psicológicas. Pero por encima de lo que las diferencia, todos estos espíritus ponen lo que los aproxima y mancomuna: su voluntad de crear un Perú nuevo dentro del mundo nuevo”[26]. (3) Un espíritu nuevo que no da tregua a la reacción, a los que se aferran al status quo establecido, a los que defienden a ultranza lo viejo; pero en actitud abierta para conciliar diferencias en el campo de los que se afanan por el progreso y la renovación. Amauta, encauza un ideal y sus objetivos exigen definiciones ideológicas[27] de los intelectuales. Por eso, “cribará a los hombres de la vanguardia militantes y simpatizantes – hasta separar la paja del grano. Producirá o precipitará un fenómeno de polarización y concentración.”[28] Se trata de una revista de carácter político-cultural militante, en función de vehicular un proyecto revolucionario socialista. Proyecto que en la comprensión de Mariátegui no se reduce a la política. Es más amplio en su alcance y propósito social. Lo político en el Amauta. Si bien lo pondera en algo grado, lo concibe, consustancial a lo cultural, como una zona relevante de la cultura. Esta concepción, por supuesto, sirve de pivote a su marxismo creador[29]. Dos años después de Amauta iniciar su bregar renovador y militante, no exento de vicisitudes, persecución y clausura, pero fiel a su misión, emerge con más fuerza y con fines de superior alcance. “El trabajo de definición ideológica nos parece cumplido (...) La primera jornada de “Amauta” ha concluido –señala Mariátegui-. En la segunda jornada, no necesita ya llamarse revista de la “nueva generación”, de la “vanguardia”, de las “izquierdas”. Para ser fiel a la Revolución, le basta ser una revista socialista.[30] Ahora, los fines de superior alcance, evidencian la propia naturaleza de un proceso de radicalización propiciado por las circunstancias y por su misma continuidad evolutiva. Valdría la pena una investigación que penetre en la concepción de Mariátegui de la cultura y su relación con la política. Esto, en mi criterio arrojaría luz sobre los que por qué de su marxismo creador. El enfoque socio-cultural-antropológico, muy propio de sus análisis sociológicos contribuye en gran medida a desechar las interpretaciones reduccionistas, dogmáticas y metafísicas en boga, en una versión del marxismo que se estaba imponiendo en la época. Al principio, estratégicamente, la renovación requería de unidad y definiciones; superada esta etapa, continuar el mismo discurso es hipotecar el futuro; ceder en los principios es hacer la obra a medias, o perderla definitivamente. Hacer concesiones ideológicas es arrear las banderas y entregarse al adversario. Sencillamente, “en la lucha entre dos sistemas, entre dos ideas, no se nos ocurre sentirnos espectadores ni inventar un tercer término (...) En nuestra bandera inscribimos esta sola, sencilla y grande palabra: Socialismo. (Con ese lema afirmamos nuestra absoluta independencia frente a la idea de un Partido Nacionalista, pequeño burgués y demagógico”[31]. Mariátegui establece límites precisos frente al reformismo pequeño burgués: “Capitalismo o Socialismo. Este es el problema de nuestra época”[32] y habiendo optado por la segunda alternativa la defiende con fuerza. Crear las condiciones subjetivas imprescindibles que permitan la unión entre intelectuales y obreros ha sido objeto primario de Amauta, en tanto elemento decisivo para la formación de un frente de acción revolucionario, encabezado por el proletariado y su partido. Esta posición, en su criterio, la única capaz de subvertir la realidad peruana en beneficio del pueblo y la nación, lo distancia y contrapone a la demagogia reformista del APRA y su ideólogo Haya de la Torre. Si ciertamente en la concepción del frente único, se integran otras capas y clases no proletarias, fundadas en la unidad de acción democrática y antiimperialista, incluido el APRA, cuando ésta intenta erigirse en partido político de orientación nacionalista pequeño-burgués, Mariátegui la combate de modo consecuente y enérgico. A diferencia del nacionalismo pequeño burgués y reformista, la revolución, vista como un hecho (proceso) cultural de las grandes masas, domina el programa socialista de Mariátegui. Para él, “la revolución latinoamericana, será nada más y nada menos que una etapa, una fase de la revolución mundial. Será simple y puramente, la revolución Socialista”[33]. Se trata de un proceso, cuya clase dirigente, el proletariado, en alianza con el campesino indio y las restantes capas medias de la ciudad, cumplen en un primer momento las tareas democráticamente-burguesas y posteriormente dirigen la construcción socialista de la nación[34]. Tal comprensión del problema, en la visión de Mariátegui sólo es posible a través del Socialismo, en tanto utopía realista y proyecto desalienador, capaz de insertar al pueblo como sujeto, bajo la dirección de la clase obrera, y realizar las transformaciones necesarias para transitar a una sociedad más justa. No concibe el Socialismo como un fenómeno exótico y externo a la América Latina, pues “es un movimiento mundial, al cual no se sustrae ninguno de los países que se mueven dentro de la órbita de la civilización accidental”[35], además llega incluso a considerarlo con bases autóctonas en Indo-América”. “El Socialismo –escribe Mariátegui–, en fin, está en la tradición americana. La más avanzada organización comunista, prematura, que registra la historia, es la incaica”[36]. La tarea de la construcción del socialismo peruano se afirma como utopía realista y posible en Mariátegui. No cree que su realización devenga de la aplicación mecánica de presupuestos establecidos en otras realidades. Debe ser resultado dimanante de la realidad específica y las condiciones propias del Perú. “No queremos, ciertamente, -piensa Mariátegui– que el Socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que darle vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indo-americano. He aquí una misión digna de una generación nueva”[37]. Esta tesis, expresión de creación americana en Mariátegui, no se deriva de la “consigna” susodicha y dogmatizada de la necesidad de aplicar el marxismo en correspondencia con las condiciones concretas, cuando en realidad se intentaba imponer los esquemas. La creación del Amauta surge del conocimiento de la realidad peruana que sintetiza magistralmente en los “Siete ensayos”. El proyecto socialista, más que aplicarlo había que extraerlo de la realidad concreta, es decir, revelarlo, construirlo. Con esto no niega al marxismo, sino lo asume en su verdadero espíritu, como guía y método de transformación revolucionaria. Es sugerente y sintomático que Mariátegui haga mayor énfasis en el socialismo indo-americano, precisamente en los años finales de la década del 20. Es el momento en que sus conocimientos socioculturales e históricos del Perú se han profundizado y junto con ello, la creación por él del partido socialista (comunista) y la reestructuración del movimiento obrero, encaminado a realizar una labor subjetiva que convierta los propósitos en creación heroica. Sabe que al socialismo no deviene por generación espontánea, requiere de sujetos reales y actuantes. Está convencido, porque conoce la naturaleza de los procesos europeos y las características propias en que han transcurrido, que la proyección socialista en nuestra sociedad no puede copiar mecánicamente dichas experiencias. Tanto la historia, la cultura, como las estructuras económicas, políticas y sociales definen y cualifican realidades sui - géneris en las naciones latino-americanas. Al mismo tiempo está consciente de la fuerza y vitalidad del proyecto, pues, “el materialismo socialista –en su criterio- encierra todas las posibilidades de ascensión espiritual, ética y filosófica. Y nunca nos sentimos más valiosa y eficaz y religiosamente idealistas que al asentar bien la idea y los pies en la materia[38]” es decir, en un escenario real donde aún existen formas de producción, y de existencia humana, ya superadas por las naciones europeas. El presupuesto teórico-metodológico de Mariátegui que se resume en su exigencia de seguir la lógica especial del objeto especial, incluyendo las diferencias específicas, se constituye en brújula orientadora de su creación americana en la búsqueda del ser peruano y al mismo tiempo de nuestra América. Por eso el Amauta, sin soslayar, ni restar importancia a la hegemonía de la clase obrera, no concebía el socialismo peruano al margen del problema indígena[39]. La actualidad de su marxismo creador es incuestionable y su intelección del socialismo como “creación heroica” sigue marcando pautas y abriendo nuevos cauces. La realidad latinoamericana actual da cuenta de ello. Referencias: [1] José C. Mariátegui: Heterodoxia de la tradición. En Peruanicemos al Perú. Vol. 11. Empresa Editora Amauta, Lima, Perú, 1986 p. 164. [2] José C. Mariátegui: En la Literatura y en el Arte. En Peruanicemos al Perú. Vol. 11. Empresa Editora Amauta, Lima, Perú, 19809. p. 106. [3] José C. Mariátegui: Temas de nuestra América. Vol. 12 Empresa Editora Amuta, Lima, Perú, 1974. p.16 [4] Para su estudio exhaustivo de la filosofía de Mariátegui, ver “Defensa del Marxismo. Vol. 5 Empresa Editorial Amauta, Lima, Perú, 1987, pues aquí aparece su filosofía de modo más sistematizado, lo que no significa en modo alguno su ausencia en la restante obra. [5] Adalbert Dessau: Literatura y sociedad en las obras de José C. Mariátegui. En “Mariátegui: Tres estudios. Biblioteca Amuta, Lima, Perú, 1971. p.88. [6] Ver de José C. Mariátegui: El Hombre y el mito. En “Alma matinal” Vol. 3 Empresa Editora Amauta, Lima Perú, 1987. p.28. [7] Ibídem. P. 27 [8] José C. Mariátegui: Henri de Man y la “crisis” del Marxismo. En “Defensa del Marxismo” Vol. 5. Empresa Editora Amauta, Lima, Perú, 1987. p. 23. [9] Ibídem. p. 21 [10] José C. Mariátegui: EL hombre y el mito. Obra citada p. 28. En esta misma dirección - escribe - “Los idealistas– entendido por Mariátegui como hombres con ideales -necesitan apoyarse sobre el interés concreto de un extensa y consciente capa social. El ideal no prospera, sino cuando representa un vasto interés. Cuando adquiere, en suma, caracteres de utilidad y de comodidad. Cuando una clase social se convierte en instrumento de su realización “ (José C. Mariátegui. La imaginación y el progreso. El Alma matinal. Empresa Editora Amauta, Lima, Perú, 1987, p.40. [11]Ibídem. p. 45 [12]Ibídem. p. 46. [13] 2el espíritu humano reacciona contra la realidad contingente. Pero precisamente cuando reacciona contra la realidad es cuando tal vez depende más de ella. Pugna por modificar lo que ve y lo que siente; no lo que ignora. Luego son válidas aquellas utopías que se podrían llamar realistas. Aquellas utopías que nacen de la entraña misma de la realidad”. (Ibídem p. 46). [14] Ibídem. [15] Además (...) hay que tomar en cuenta que los años de su estancia en Europa –señala A. Dessau– de por si no eran suficientes para estudiar a fondo el marxismo-leninismo. El resultado es que Mariátegui volvió al Perú como “marxista confeso”, pero sin la formación marxista-leninista completa. Desde esta posición tuvo que aplicar el marxismo a la realidad del Perú y la lucha revolucionaria del movimiento obrero en su país, lo que incluía la necesidad de desarrollar ideas marxistas-leninistas sin poder recurrir a las fuentes clásicas de la teoría del proletariado revolucionario". [16]Esto nos recuerda a Martí en la polémica del Liceo de Guanabacoa, pues precisamente se opone al realismo en defensa de la subjetividad humana. [17] José C. Mariátegui: El Artista y la época. Vol. 6. Empresa Editora Amauta, Lima, Perú, 1959. p. 180. [18] Ver de Rigoberto Pupo: La práctica y la filosofía marxista. Edit. C. Sociales, La Habana, 1986, pp. 95-132 [19] Alberto Tauro: Prólogo a El Artista y la época, de José Carlos Mariátegui. Empresa Editora Amauta. Vol. 6, Lima, Perú, 1969. pp. 7-8. [20] Juan Marinello: El Amauta José Carlos Mariátegui. Revista de Avance. Colección Orbita. Instituto Cubano del Libro, la Habana, 1972. p.353. [21] José C. Mariátegui: La Revolución y la Inteligencia...En la Escena Contemporánea. Vol. 1. Empresa Editora Amauta, Lima, Perú, 1981 pp. 154-155. [22]Ibídem. p. 155. [23] Darcy Ribeiro. El Pueblo Latinoamericano. En Revista Casa de las Américas No. 187, Abril Junio de 1952. p. 21. [24] Ver de José C. Mariátegui. Historia de la crisis mundial. Vol. 8, Empresa Editora Amauta, Lima, Perú, 1986. [26] José C. Mariátegui: Presentación de “Amauta”. En Ideología y Política. Vol. 13. Empresa Editora Amauta. Lima, Perú, 1987 p. 239. [27] Ibídem. p. 237 [28]Ibídem. p. 237 [29] Mariátegui advierte que, “en el prólogo de mi libro “La Escena Contemporánea”, escribí que soy un hombre con una filiación y una fe. Lo mismo puedo decir de esta revista, que rechaza todo lo que es contrario a su ideología, así como todo lo que no traduce ideología alguna”- (Ibídem. p. 238 [30] Ibídem. [31]Ibídem. p. 246 [32]Ibídem. p. 249 [33] Sobre Mariátegui y el APRA se ha escrito mucho. Es un tema recurrente en toda la bibliografía que existe sobre el Amauta. La obra de Francis Guibal y Alfonso Ibáñez: “Mariátegui Hoy”. Edic. Tarea, Lima, Perú, 1987. pp. 57-69 expone los momentos centrales que diferencian las concepciones de Mariátegui, respecto a las del aprismo. [34] Ibídem. pp. 247-248. [35] Ibídem. pp. 247-248. [36] Sobre la teoría de la Revolución de Mariátegui, ver de Dimitir Sirkov: José Carlos Mariátegui sobre el Frente Único. En Mariátegui: Unidad de pensamiento y acción. Tomo I. Ediciones Unidad Lima, Perú, 1986, pp. 155-163 y de Alfonso Ibáñez: Mariátegui: Revolución y utopía. Edic. Torea, Lima, Perú, 1978. Este libro, en mi criterio constituye una valiosa contribución en la sistematización del pensamiento revolucionario del Amauta. [37] José C. Mariátegui: Aniversario y Balance. En ideología y Política. Vol. 13. Empresa Editora Amauta, Lima Perú.1987. P.248. [38] Ibídem. p. 249. [39] “(...) la doctrina socialista –escribe Mariátegui- es la única que puede dar un sentido moderno, constructivo, a la causa indígena, que situada en su verdadero terreno social y económico, y elevada al plano de una política creadora y realista, cuenta para la realización de esta empresa con la voluntad y la disciplina de una clase que hace hoy su aparición en nuestro proceso histórico; el proletariado”. (J.C. Mariátegui, Ideológica y Política, Vol. 13, Empresa Amauta, Lima, Perú, 1987. p. 188. |
Profesor e Investigador Titular Rigoberto Pupo Pupo
Doctor en Filosofía. Doctor en Ciencias
Universidad de La Habana, Cuba.
Universidad "José Martí" de Latinoamérica
Monterrey, Nuevo León, México
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