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Marinello y  su hermenéutica discursiva martiana.
Dr. Sc. Rigoberto Pupo.

Martí, escritor americano, la obra cumbre de Marinello, según José A. Portuondo, consagra a su autor como el martiano mayor. Al hombre de profundo pensamiento y sensibilidad, que con miraje de hondura y alto vuelo revelador, descubre en la “selva” del Maestro una trinchera de ideas para todos los tiempos. “Frente a las magnas tareas presentes cobra suprema actualidad aquella estampa en que Martí dibuja al escritor cabal que ha de nacerle a sus pueblos: “Así digno y libre, independiente y sabio, conocedor de los demás y de sí mismo, a la par instruido de inspirado, así ha de ser el que en nuestros días quiera robar una estrella más al cielo para dejarla en la tierra perpetuamente unida a su nombre”. Admitamos la sentencia, de lindo romanticismo martiense, y fijemos los ojos en los fundamentos de su mandato. Sigámoslo en su advertencia dialéctica que ordenaba seguir los rumores del tiempo, superando los rumores vencidos”.1

Su mensaje también es y  será de validez permanente. Su discurso abierto, el relieve de las ideas, el tono conceptual y metafórico de su decir, la búsqueda constante del alma humana, el estilo subjetivo- no subjetivista - con que discurren sus discernimientos, para atrapar la trama humana y buscar salida al drama del hombre, hacen del ensayismo hermenéutico martiano de Marinello un cosmos inagotable de riqueza  aprehensiva.

“Martí, escritor americano” y “Españolidad literaria de José Martí”, entre otros, constituyen  ricas piezas ensayísticas que ponen de manifiesto la fuerza y vitalidad de la hermenéutica marinelliana en la aprehensión de los textos martianos, y en la comprensión de su colorido discurso proteico y suscitador. Un discurso, donde el relieve de las ideas, la gracia estética y la apertura conceptual, lo convierten en paradigma de ensayismo de alto vuelo.

Hermenéutica  y  referentes ontológicos e histórico- culturales.

Hay en Marinello una lectura especial de los textos martianos[1]. Una hermenéutica  analógica[2] de alto vuelo capaz de penetrar en un discurso que “ve con las palabras y habla con los colores,” sin desvirtuarlo con añadiduras subjetivista u objetivista.

La hermenéutica marinelleana es analógica e icónica por antonomasia, por eso no pierde los referentes ontológicos, y con ello, ni se afilia al equivocismo relativista conducente a la concepción que  la interpretación textual sólo  la pone el lector, ni al univocismo que ingenuamente o no se aferra a la “absoluta objetividad” del texto, hasta negar la subjetividad creadora inmanente al que lee o interpreta. El objetivismo mata la creación interpretativa, y convierte la lectura en un acto inerte e infecundo, es decir, un acto repetitivo que no dice nada. Sencillamente, impone, dispone, pero no propone[3]. Es que una hermenéutica realista, analógica, como bien afirma Beuchot, debe “(…) ser un arte y ciencia de la interpretación que tiene por objeto la comprensión del texto con cierta sutileza y penetración. Se divide en hermenéutica teórica y en hermenéutica práctica o aplicada; la primera es la recolección de principios y reglas que guían la interpretación sutil y adecuada, la segunda es la aplicación de esos principios y reglas en la interpretación concreta de un texto. Para ello pone el texto en su contexto apropiado. Su metodología es la sutileza, tanto de entender un texto, como la de explicar o exponer su sentido y la de aplicar lo que dice el texto a la situación histórica del intérprete[4].

Al mismo tiempo, “recorre los movimientos metódicos de la apropiación o acercamiento y del distanciamiento objetivo”[5] para situarse así en el justo medio y evitar tanto el objetivismo como el subjetivismo, que en última instancia tergiversan lo interpretado.

Este método interpretativo de asumir la realidad martiana por Marinello, tiene un valor heurístico extraordinario, en tanto permite o posibilita una lectura creadora, contextualizada, y al mismo tiempo,  lo más verídicamente acertada. Una lectura comprometida con el destino del hombre y  expresada con pluralidad discursiva, alto vuelo cogitativo y sensibilidad ecosófico – humanista. Por eso capta el numen de la “selva martiana”, sin a priori o supuestos preconcebidos, siguiendo su propia lógica y las mediaciones condicionantes.

Marinello aprehende profundamente a Martí, en su vida y espíritu,  porque sabe “jugar” con un discurso incluyente, capaz de captar con intuición el instante, permeado de sutilezas y suscitaciones varias, donde tanto valor posee la metáfora, la sinécdoque, la metonimia, etc., como los conceptos mismos. Por eso con razón justificada es el “martiano mayor.” En muchos momentos nótese algunas coincidencias de espíritu y estilo con la hermenéutica de Gastón Bachelard[6]. Particularmente, cómo a su discurso volador y utópico sabe ponerle “bridas” para que reconozca su génesis, historia y condicionantes y no olvide las raíces.

En los momentos actuales cobran más vigencia aún los discernimientos marinellianos creativos, pues la fuerte emergencia de la filosofía del lenguaje, de la semiótica y la  hermenéutica misma, si realmente ha despejado caminos y ha contribuido a la superación del objetivismo gnoseologista del paradigma moderno, también en algunos casos se ha ido al extremo, sobre la base de una hermenéutica, donde todo vale, todo es interpretación, olvidándose los referentes ontológicos, históricos, culturales. En fin, la analogía del acto interpretativo con la realidad interpretada se desvanece para caer en los brazos del relativismo subjetivista.

La hermenéutica de Marinello, si bien imprime un acento especial al lenguaje martiano, a sus conceptos y metáforas, no lo convierte en única realidad autosuficiente, al margen de sus referentes ontológicos e histórico – culturales. Ciertamente, para Marinello el lenguaje no es sólo medio de comunicación y exteriorización encarnada del pensamiento. Es eso y mucho más, pues su calidad creativa, constructiva, le es inmanente, pero sobre la base de varias mediaciones determinadoras y condicionantes. En fin, el lenguaje no es la morada del ser, en el sentido heideggeriano,  ni la interpretación misma hecha lenguaje, como en el giro ontológico de Gadamer, donde el lenguaje, en tanto objeto de la comprensión, es en sí mismo el ser.  Se interpreta la lingüisticidad del ser  a un grado extremo de absolutización tal, que el ser mismo es lenguaje. Así, expresa Gadamer: “Nuestra reflexión ha estado guiada por la idea de que el lenguaje es un centro en el que se reúnen el yo y el mundo, o mejor, en el que ambos aparecen en su unidad originaria. Hemos elaborado también el modo como se representa este centro especulativo del lenguaje como un acontecer finito frente a la mediación dialéctica del concepto. En todos los casos que hemos analizado, tanto en el lenguaje de la conversación como en el de la poesía y en el de la interpretación, se ha hecho patente la estructura especulativa del lenguaje, que consiste no en ser copia de algo que está dado con fijeza, sino en un acceder al lenguaje en el que se anuncia un todo de sentido. Esto nos había acercado a la dialéctica antigua porque tampoco en ella se daba una actividad metodológica del sujeto, sino un hacer de la cosa misma, hacer que el pensamiento «padece». Este hacer de la cosa misma es el verdadero movimiento especulativo que capta al hablante. Ya hemos rastreado su reflejo subjetivo en el hablar. Ahora estamos en condiciones de comprender que este giro del hacer de la cosa misma, del acceso del sentido al lenguaje, apunta a una estructura universal-ontológica, a la constitución fundamental de todo aquello hacia lo que puede volverse la comprensión. El ser que puede ser comprendido es lenguaje. El fenómeno hermenéutico devuelve aquí su propia universalidad a la constitución óntica de lo comprendido cuando determina ésta en un sentido universal como lenguaje, y cuando entiende su propia referencia a lo que es como interpretación. Por eso no hablamos sólo de un lenguaje del arte, sino también de un lenguaje de la naturaleza, e incluso del lenguaje de la cosas”[7].

Estas concepción, en parte continúan la hermenéutica de Heidegger, pero en el caso de Gadamer, sin superarla en su totalidad, la matiza con nuevas aprehensiones que historizan y contextualizan los horizontes donde deviene y opera el lenguaje. Así expresa: “El lenguaje no es sólo una de las dotaciones de que está pertrechado el hombre tal como está en el mundo, sino que en él se basa y se representa el que los hombres simplemente tengan mundo. Para el hombre el mundo está ahí como mundo en una forma bajo la cual no tiene existencia para ningún otro ser vivo puesto en él. Y esta existencia del mundo está constituida lingüísticamente. Este es el verdadero meollo de una frase expresada por Humboldt con otra intención, la de que las lenguas son acepciones del mundo. Con esto, Humboldt quiere decir que el lenguaje afirma frente al individuo perteneciente a una comunidad lingüística una especie de existencia autónoma, y que introduce al individuo, cuando éste crece en ella, en una determinada relación con el mundo y en un determinado comportamiento hacia él. Pero más importante aún es lo que subyace a este aserto: que el lenguaje no afirma a su vez una existencia autónoma frente al mundo que habla a través de él. No sólo el mundo es mundo en cuanto que accede al lenguaje: el lenguaje sólo tiene su verdadera existencia en el hecho de que en él se representa el mundo. La humanidad originaria del lenguaje significa, pues, al mismo tiempo la lingüisticidad originaria del estar-en-el-mundo del hombre. Tendremos que perseguir un poco más la relación de lenguaje y mundo si queremos ganar un horizonte adecuado para la lingüisticidad de la experiencia hermenéutica.”[8]

Momentos interesantes del devenir del lenguaje en el acto interpretativo están presentes en la hermenéutica gadameriana, pero olvida otras mediaciones esenciales, inherente a la lingüisticidad de la experiencia hermenéutica. Si ciertamente, “el lenguaje sólo tiene su verdadera existencia en el hecho de que en él se representa el mundo”, la propia representación del mundo está mediada por múltiples aristas inmanente al devenir de la actividad humana (conocimiento, valor, praxis, comunicación), en tanto modo de existencia de su misma realidad social, concretada en la cultura, así como las condiciones en que se realiza en tanto tal: necesidad – interés – fin – medios y condiciones, hasta el resultado final de la  representación y aprehensión del mundo. Esto significa que no es posible hacer del lenguaje única realidad aprehensiva, al margen de la toda la complejidad de determinaciones y condicionamientos de un proceso dialéctico, donde lo ideal y lo material se convierten recíprocamente, a través de la praxis.  Sin embargo hay aspectos esenciales revelados por Gadamer que se dirigen a una comprensión hermenéutica más profunda y realista, al asumir lo histórico desde una nueva epistemología. En su criterio. “el problema epistemológico debe plantearse aquí de una forma fundamentalmente diferente. Ya vimos (…), - enfatiza - que Dilthey comprendió esto pero que no fue capaz de superar las ataduras que lo fijaban a la teoría del conocimiento tradicional. Su punto de partida, la interiorización de las «vivencias», no podía tender el puente hacia las realidades históricas, porque las grandes realidades históricas, sociedad y estado, son siempre en realidad determinantes previos de toda «vivencia». La autorreflexión y la autobiografía -los puntos de partida de Dilthey- no son hechos primarios y no bastan como base para el problema hermenéutico porque han sido reprivatizados por la historia. En realidad no es la historia la que nos pertenece, sino que somos nosotros los que pertenecemos a ella. Mucho antes de que nosotros nos comprendamos a nosotros mismos en la reflexión, nos estamos comprendiendo ya de una manera autoevidente en la familia, la sociedad y el estado en que vivimos. La lente de la subjetividad es un espejo deformante. La autorreflexión del individuo no es más que una chispa en la corriente cerrada de la vida histórica. Por eso los prejuicios de un individuo son, mucho más que sus juicios, la realidad histórica de su ser.”[9]

En esta línea interpretativa otorga un papel importante, significativo a los prejuicios[10] (preconceptos), como condición de comprensión, siguiendo el círculo hermenéutico heideggeriano, pero con un sentido histórico cultural más connotado, en tanto, valora la importancia de la tradición y otras mediaciones que lo acercan a ver incluso, algunos momentos del papel de la praxis histórico – social, así como concebir la comprensión como fusión de horizontes, pues “la resurrección del sentido del texto se encuentran ya siempre implicadas las ideas propias del intérprete. El horizonte de éste resulta de este modo siempre determinante, pero tampoco él puede entenderse a su vez como un punto de vista propio que se mantiene o impone, sino más bien como una opinión y posibilidad que uno pone en juego y que ayudará a apropiarse de verdad lo que dice el texto “(…) ,   descrito esto como fusión de horizontes. Ahora podemos reconocer en ello la forma de realización de la conversación, en la que un tema accede a su expresión no en calidad de cosa mía o de mi autor sino de la cosa común a ambos, ”[11] porque sencillamente, “lo que llega a nosotros por el camino de la tradición lingüística no es lo que ha quedado, sino algo que se trasmite, que se nos dice a nosotros, bien bajo la forma del relato directo, en la que tienen su vida el mito, la leyenda, los usos y costumbres, bien bajo la forma de la tradición escrita, cuyos signos están destinados inmediatamente para cualquier lector que esté en condiciones de leerlos.

El que la esencia de la tradición se caracterice por su lingüisticidad adquiere su pleno significado hermenéutico allí donde la tradición se hace escrita. En la escritura se engendra la liberación del lenguaje respecto a su realización. Bajo la forma de la escritura todo lo trasmitido se da simultáneamente para cualquier presente. En ella se da una coexistencia de pasado y presente única en su género, pues la conciencia presente tiene la posibilidad de un acceso libre a todo cuanto se ha trasmitido por escrito.”[12] 

Hermenéutica, riqueza expresiva del lenguaje y  compromiso social. 

El discernimiento aprehensivo del discurso martiano por  Marinello, sin minusvalorar el valor creativo del lenguaje, no hace del mismo centro especulativo, frente a la mediación dialéctica del concepto, que se engendra en la propia historia de la realidad  asumida por el ser humano, como acto práctico y teórico a la vez, y donde confluyen muchas aristas interpretativas, necesarias para  captar la esencia del texto[13], y sobre todo, al hombre  mismo. Es una hermenéutica analógica icónica,[14] que no separa la riqueza expresiva del lenguaje literario,  del compromiso social, es decir, el oficio  de la misión del hombre[15]. Sencillamente, refiere a Martí: “Por dondequiera que toquemos ese orbe firme y afiebrado de su papelería le sentimos la avidez erguida y trabajadora y el laudo de las sienes desveladas. Por lo que aquí también, por este camino de su literatura que parecía alejamiento, desembocamos en el asombro de una vida sin semejanza. Y una vida de esta categoría es mucho más que una vida; es un hecho moral. Y frente a un hecho moral que se muestra por la escritura queda en un plano secundado la indagación de las características formales. De allí que leer un artículo o un poema de Martí, y a veces un solo verso y una sola línea, sea una responsabilidad de meditación en el hombre y en su mensaje. Lo que comienza por anotación crítica termina siempre por entendimiento trascendente”[16].

Meditación en el hombre y su mensaje, es para Marinello cauce hermenéutico para penetrar en el “orbe firme y afiebrado de la papelería” de Martí. Lo que en otro momento él bautiza como “selva martiana”, y aconseja seguirla en sus entrañas, culturalmente, para aprehenderla con la mayor hondura posible.

Por eso, su revelación martiana le permite afirmar: “el impulso creador de Martí no se murió en él porque es una resonancia y una continuidad, porque puso su voz en la impaciencia noble de los hombres y, apasionadamente, en el destino de sus pueblos. Por largo tiempo todavía, mientras subsistan las realidades primordiales que contempló, su advertencia será oportuna y fecunda. Y después, cuando hayan sido cambiados por otros mejores, todavía tendrá vigencia su lección de preguntar al hombre americano – con virtud artística - cuál es su pesadumbre y hacia dónde apunta su esperanza”[17]. 

No se trata de una interpretación, que vaya más a la lingüisticidad formal y modos literarios decorativos. Es una acción interpretativa que se sitúa en el hombre  mismo sociohistóricamente determinado por mediaciones múltiples, pero que al mismo tiempo crea con soberana libertad, porque su obra es expresión consumada de los anhelos del pueblo y la época en que deviene. “José Martí – enfatiza la hermenéutica marinelliana - es un hombre trascendental en el sentido más limpio del vocablo. La peregrina circunstancia de escribir con la sangre de la conducta, de realizar la vida en las palabras, muda de lugar y de sentido los problemas que por lo común se levantan frente a los escritores extraordinarios. Se puede discutir largamente si un gran poeta de ayer fue clásico o romántico, si un ensayista de hoy se inclina al misticismo o se decide por la experiencia estricta. Cuando se plantean frente al escritor José Martí cuestiones de esta entidad hay que resolverlas en otro terreno, en el de la actividad del hombre ejemplo: hemos de preguntarnos si José Martí, hombre pensador y activo que escribe insuperablemente, es romántico o clásico, religioso o materialista. A los que están familiarizados con estas cosas no se oculta la importancia de esta traslación de cuestiones capitales. Un hombre de esta calidad, que se produce como unidad ascendente, abre las más duras preguntas filosóficas. Así, al hablar del romanticismo en el caso martiano, se levanta la cuestión a un nivel primordial, se eleva la indagación a un plano previo de mucha cuantía: tendremos que preguntarnos -y que contestamos -si el romanticismo es un movimiento literario que da carácter a una época, o si se trata de un modo de entender la vida tan viejo corno el mundo.

Pero, no queriendo Martí el oficio de escritor sino el de hombre, como dice alguna vez, llega a ser el más rico, el más original, el más entero de los escritores hispánicos de América. Lección definitiva para  los que todavía ponen en duda que la grandeza del artista viene de sus íntimas potencias de hombre, y que éstas tendrán tanta fuerza cuando se hayan asimilado la sed de un pueblo y el querer de una época”[18].

Devela sus grandes cualidades como escritor, pero no como atributos cualificadores aislados, sino insertos  en sus íntimas potencias de hombre, que en el sentido marinelliano – y también martiano – significa síntesis cultural humana, fuente de progreso y sensibilidad y razón para aprehender la historia y ser espíritu del pueblo. Por eso, ‘la vida fue para Martí corriente tumultuosa, rica y cambiante, contradicción y ascensión[19], en pos de la perfección del hombre y del cumplimiento del deber[20].

Hay en Marinello - de modo consciente- una intención hermenéutica penetrante del paradigma martiano. Indagación perspicaz que soslaya toda apología fragmentaria de rasgos y cualidades supremas del Grande Hombre. Más le preocupa desentrañar esencias fundantes que expliquen y den razón y cuenta de una vida cuya misión y oficio se integran en unidad indisoluble. Para ello, encuentra un camino: el hombre mismo en sus múltiples mediaciones y condicionamientos, el hombre en su condición humana, en su dación a la verdad, al bien, la belleza y la dignidad, mediados por el amor fundante[21]. 

Una hermenéutica que revela al hombre que cultiva humanidad.

En la obra de Martí descubre todo un cosmos de humanidad y al mismo tiempo, un modelo prefigurante de valores creadores. En su reino, que es sobre todo el hombre, impera la idea del cambio, la revolución y creación humana en sus expresiones diversas. No hay lugar en Martí –y  Marinello lo descubre y divulga- para la deslealtad, la vileza y la venganza estéril.

Hay mediaciones esenciales que Marinello revela, para conceptuar y concebir la política como determinación cultural, al servicio de la identidad nacional o regional. Mediaciones que encuentra o deduce de su propia concepción, de la “…total identificación entre el escritor y el hombre”[22] que, como en Martí “… lo romántico se enriquece, se supera… por el choque con la realidad”[23]. Es en el obrar humano, su actividad, que imbuido por motivos nobles despierta sensibilidad y con ello comportamientos políticos. “Lo sorprendente, lo impar de su caso –por supuesto, se refiere a Martí- está en que la queja del artista, sensible de la piel a la entraña, y el entusiasmo del líder, erguido hasta el fanatismo, se marinan y asocian a lo largo de toda su existencia; a veces en el mismo cuerpo de un escrito.”[24]

Cree en el hombre y cultiva humanidad. Su vida es toda una cultura al servicio del porvenir, una “real utopía” que en tanto tal, anticipa, modela y preludia una sociedad fundada en lo moral. “En Martí -señala el intelectual cubano- el escritor es, como el héroe, un obrero del porvenir, un espíritu sediento de convivencia ennoblecedora. Su prosa y su verso son instrumentos políticos en el más estricto y ambicioso sentido. Su literatura, como su acción, son desvelo cubano y trabajo por un tiempo nuevo; por ello, para los cubanos su obra sobrepasa la vigilancia profesoral y la consideración placentera del hombre de sensibilidad.”[25]

Esta perspectiva  hermenéutica profunda, reveladora de esencias, donde los conceptos y las palabras, en general, devienen núcleos proteicos del discurso, en cuanto a vitalidad, color y fuerza que despliega,  fructifica, porque con maestría profesional y sin atenerse sólo a las fuentes del Maestro, es capaz de penetrar “en el terreno de la actividad del hombre y sus condicionantes objetivo y subjetivo.

Marinello escudriña y cala en la “selva martiana”, compuesta por esencias con elan interpretativo plural,  y capta con espíritu creador su trascendencia en la empresa moral que inaugura y en su mensaje paradigmático que le es inmanente, apoyado y enriquecido por ser todo un estilo -en opinión de Unamuno-, “pues, porque poseyendo el ímpetu, tiene el vehículo y porque el vehículo, la lengua, es tan excepcional como la llama que lo lanza a ganar hombres por los caminos de la belleza “[26]

Una obra fundadora, trascendente, plena de universalidad y contemporaneidad no adviene ni transcurre sobre pivotes débiles. Y ese es el gran mérito de Marinello, es decir, tomar conciencia plena del problema e ir a la búsqueda de sus fundamentos. Primero, no contentarse sólo con “el genio escritor”, caracterizado por Rubén Darío, “como una prosa profunda, llena de vitalidad y de color, de plasticidad y de música”, ni con el criterio del ensayista colombiano Baldomero Sanín Cano, que la definía como “prosa maciza y elástica, con una sobriedad y elegancia helénicas, cargadas de emociones sinceras en una continua reverberación de imágenes.” Más que a la forma, y por supuesto, lo anterior no se reduce a ello, Marinello enfila su pupila penetrante a las esencias del fundador y preludiador de época, con sentido hermenéutico analógico, es decir, sin obviar los referentes ontológicos y culturales del discurso.

Revela atributos cualificadores de la subjetividad humana martiana, que si bien otros autores han hecho alusión, en la totalidad marinelleana emergen con calidad propia, y sobre todo como momentos de un todo que sintetiza revolución y creación humanas, espíritu innovador y compromiso social.

La axiología martiana en la hermenéutica de Marinello, concebida como sistema de valores e ideales humanos aparece inserta en esa totalidad caracterizadora del Maestro, que integra en síntesis, sentimientos y razón. Totalidad dialéctica abierta, cimentada en una ética consustancialmente realista, donde el amor resulta su mediación central y núcleo estructurador, pues ‘Martí amó con afán penetrador cuanto le era cercano.”[27] El amor en Martí – según la hermenéutica de Marinello - incluye expresiones disímiles del quehacer humano: la amistad sincera, el cariño, el disfrute estético, la contemplación de la naturaleza, la pasión humana por el trabajo, la libertad, el sentimiento filial y conyugal, la defensa del bien, el echar suerte con los pobres, la ternura en sus diversas dimensiones, la defensa de la dignidad y el decoro del hombre, en fin, preside y penetra tres atributos cualificadores de la subjetividad humana que en el paradigma martiano se revelan como categorías centrales: el Bien, la Belleza y la Verdad.

Al mismo tiempo, reconoce la influencia mística en Martí, y logra emparentarlo con Santa Teresa, pues “una y otro revelan esta interna tragedia del amor vestido de uniforme, de la ternura que se esconde dolorida para lograr, tras la pugna borrascosa, la clara justicia que no les tocará gozar. “[28]

En Marinello -y con esto logra, una vez más, ver la parte en el todo y en sus raíces -la axiología, y el amor como su atributo central, no constituyen un aspecto aislado de eso que llama Hombre, en tanto expresión cultural humana. Por eso Verdad, Bien y Belleza resultan inaprehensibles humanamente, si no son asumidos con las potencias telúricas del amor, que es al mismo tiempo ternura, dignidad, lucha y redención del hombre. “José Martí, hombre de inteligencia soberana, dijo una vez que la inteligencia no es lo mejor del hombre. ¿Anti-intelectualisnio? ¿Condenación a la cultura?, se pregunta Marinello, y responde, sin mediación alguna: “No. Entendimiento maravilloso del valor  de la cultura y de la vida. Martí fue un libertador en la medida más exacta. Por ello “la inteligencia  que sostiene el privilegio de los libros que alargan la opresión son para él cadenas del hombre.”[29] 

Una interpretación que sigue la lógica particular del objeto y establece diferencias.

En Martí, la cultura es concreción de la actividad humana en sus cuatro atributos cualificadores: conocimiento, valor, praxis y comunicación. Producción material y espiritual humana, en y por el hombre. Por eso la concibe como ser esencial humano y medida  de ascensión del hombre.

Sobre la base de estas premisas, es fácil, entonces, explicar el nexo martiano entre la concepción cultural y el ser, quehacer y sentir del hombre, que con tanta maestría revela la hermenéutica marinelliana, en Martí.

Es que  para Martí, el ser existencial humano, su quehacer y sentir constituyen hechos culturales. Para Martí- algo propio, y diferente a su tiempo, que descubre Marinello- la relación Hombre – Naturaleza, es una relación, donde el hombre se naturaliza y la naturaleza se humaniza. No olvidemos el sentido cósmico - ecosófico de su visión del hombre en relación con el Universo, que tanto acentúa la hermenéutica marinelliana y también la de Medardo Vitier. Dos grandes martianos que al interpretar a Martí, fieles a su legado, no perdieron de vista los referentes ontológicos de su discurso ensayístico, así como su numen cósmico, su visión ecuménica y el espíritu de raíz humana.

“(…) eso, la naturaleza humana, su modo de comprenderla, es lo que late en toda la obra de Martí".[30]

Pero la naturaleza humana inserta en el Universo.  El sentido cósmico nuclea su cosmovisión.  Hay una concepción unitaria del ser complejo, cualificado por la analogía, el equilibrio y la armonía universal.  "Martí vivió -dice Vitier- como una fuerza espiritual -eso era en esencia- en contacto perpetuo con el misterio del universo.  Recuérdese aquella línea de sus versos sencillos: "y crece en mi cuerpo el mundo…" 

De ahí que sintiera como suyo ese modo de panteísmo que vibra en Emerson, desligado de todo credo formal.  Así dice Martí: "Para él no hay cirios como los astros, ni altares como los montes, ni predicadores como las noches palpitantes y profundas."

Quién lea los Versos Sencillos hallará no pocas estrofas transidas de eso que pudiéramos denominar sensibilidad cósmica.  Se siente allí un espíritu atraído por la Naturaleza, ganoso de descansar de los hombres... 

"Yo sé de Egipto y Nigricia,

de Persia y de Jenofonte,

y prefiero la caricia

del aire fresco del monte."

"Yo sé las historias viejas

del hombre y de sus rencillas,

y  prefiero las abejas

volando en las campanillas."[31]

Al sentido cósmico - naturalista, presente en el pensamiento filosófico de Martí, M. Vitier agrega, el finalismo, que según él, "(...) late acá y allá en sus artículos.  Recuérdese esta aserción suya: "corren leyes magníficas por las entrañas de la Historia".  Esos credos, que caen en lo metafísico, le robustecían la fe en cosas más inmediatas y palpables.  He ahí cómo lo cotidiano se nutre de lo eterno.  Esa es la unidad profunda que vio.  Vidente, pues, en ese sentido.

A veces declara explícitamente su visión de la existencia. Es insustituible su texto a ese respecto: "Que el Universo haya sido formado por procedimientos lentos, metódicos y análogos, ni anuncia el fin de la Naturaleza ni contradice la existencia de los hechos espirituales".

Insiste en eso -en la sustantividad de lo espiritual-.  El le halla esfera propia.  También gravitan sus concepciones en torno a la unidad de todo.  Por eso dice: "El Universo, con ser múltiple, es uno".[32]

En la Cosmovisión martiana, tanto Marinello como M. Vitier lo enfatizan, la espiritualidad del hombre es esencial, su subjetividad, como agente histórico-cultural.  Lo que no significa que lo hiperbolice.  Para él, lo material y lo espiritual constituyen una unidad inseparable.  Recuérdese la polémica en el Liceo Hidalgo, de México.  Incluso aboga por una filosofía de la relación que no separe lo ideal y lo material, que no discurra hacia los extremos.  Simplemente que lo aborde en su relación.

Hay en Martí, en su pensamiento, acuciantes notas espiritualistas.  Cree en la preexistencia y postexistencia del alma, en la superioridad del espíritu, sin embargo no se desliga de   la   realidad  inmediata.   Sus  convicciones  ideopolíticas (culturales) terrenalizan su tendencia especulativa, sin matar su raíz utópica y su miraje hacia lo absoluto y lo grande, pues en su criterio: "menguada cosa es lo relativo que no despierta al pensamiento de lo absoluto.  Todo ha de hacerse -declara Martí, de manera que lleve la mente a lo general y a lo grande.  La filosofía no es más que el   secreto   de   la  relación  de  las  varias  formas  de existencia".[33]

En gnoseología somete a crítica el apriorismo y el subjetivismo.  Considera la realidad como fuente del conocimiento.  "En el hombre, -cree Martí- hay fuerza pensante, pero esta fuerza no se despierta ni desarrolla, sin cosas pensantes."[34]  Además "hay armonía entre las verdades, porque hay armonía entre las cosas".[35]

Su epistemología hermenéutica, siguiendo la tradición cubana, se expresa como sensorracionalismo, donde lo sensorial y lo racional son dos momentos de una unidad y un proceso único, con referentes reales[36].

Al mismo tiempo, su siempre razón utópica -rasgo propio de los grandes- no lo llevan a separar la teoría de la práctica.

El "espiritualismo martiano", la sustantivación de la subjetividad humana, tampoco restan valor a su filosofía social.  En   su  concepción,  el  hombre,  como  sujeto  socio-cultural, reproduce de forma compendiada la totalidad del Universo.  En la naturaleza -concepto amplio en Martí- integra todo, lo espiritual y lo material; pero el hombre, es por sobre todas las cosas, un ser activo, hacedor de historia y cultura y condicionado sociohistóricamente, pues "nada es un hombre en sí, y lo que es, lo pone en él su pueblo".[37]

 Un discurso pleno de sentido cultural y vocación ecuménica que hace centro suyo al hombre (con sentido ecosófico) en búsqueda constante de su ser esencial y su ascensión ético-humana.  Un pensamiento que conjuga en su despliegue crítico, imágenes y conceptos para aprehender la realidad en su máxima riqueza de mediaciones y matices.

Sobre la obra y el pensamiento de José Martí se ha escrito mucho, no así en su arista filosófica propiamente dicha.  Medardo Vitier, en su "Martí, estudio integral, revela con profundidad la esencia filosófica de la obra martiana, particularmente su concepción del hombre, el sentido de la vida y los valores que le sirven de cauces de realización humana.  Logra en función del objetivo propuesto, "situar a Martí en su mundo, mostrando su mentalidad y eticismo, y las corrientes de cultura que alcanzó y reflejó".[38]  El autor devela los caracteres de cubanidad, americanidad, hispanidad y universalidad del Maestro, incluyendo la dimensión filosófica y sobre todo la axiología que encauza su programa filosófico-pedagógico.  Con gran maestría Medardo Vitier descubre los temas esenciales, subalternos y ocasionales en la obra del apóstol.

El sentido histórico-cultural -inmanente a su estilo- aflora espontáneamente en su aprehensión martiana.  Sencillamente hay que ser sensible -y M. Vitier lo fue en grado sumo- para captar sensibilidad, y ésta se percibe culturalmente.  En la cubanidad de Martí,  premisa necesaria  de  su  americanidad  y universalidad -partir de la raíz con ímpetu ecuménico- revela el valor de la tradición.  "Al hallar una ejemplar tradición revolucionaria y al vincularla con su obra, fijó para la cultura pública la importancia del pasado.  El pasado no significa compromiso de repetición.  Los problemas cambian.  Lo que persiste es -enfatiza M. Vitier- por una parte, el nexo espiritual que conduce a la gratitud, y por otra, la actitud de los antepasados.  La actitud de elevación y de honradez no envejece, aunque los problemas sean diferentes.  Eso es lo que sintió Martí, y -lo reitero- no sólo se valió de esa fuerza sino que fijó para la posteridad el valor social de la tradición.  Mientras más original es un guiador -sea en el pensamiento o en la acción- más se atiene a las formas superiores de lo humano, si los halla en sus antecesores.  Originalidad -excelente idea de M. Vitier, asumiendo al Apóstol- no es desvinculación; no lo es, si bien se  mira,  ni  aun  en  las  direcciones  más excéntricas del arte."[39]

La tradición funda[40].  Es memoria para dialogar y buscar lo mejor.  Es viviente raíz para insertarse a lo universal con status propios, de ahí su valor social... Y M. Vitier con fina sensibilidad hermenéutica lo revela en Martí.  Esto explica por qué Martí, sin desechar a Varela, a Luz, a Mendive, asume a Emerson y otros pensadores, sin dejar de ser Martí.  Fuertes raíces alimentan el frondoso follaje y le abren cauces hermenéutico- culturales insospechados.

Estas ideas de M. Vitier son coincidentes con la aprehensión marinelliana del Apóstol cubano, y al mismo tiempo, claves hermenéuticas para penetrar con sensibilidad inusitada en la “selva del Maestro.”[41]

Por supuesto, el “martiano mayor” no se queda en la tradición, ni en las influencias, coincidencias y confluencias de Martí con sus raíces. Va más lejos. Encuentra más…

Marinello, no sólo revela las diferencias existentes entre Martí y los  románticos, modernistas y pintores abstractos  que no vinculaban su oficio a la misión humana y se regodeaban en el discurso o en la obra artística pura al margen del drama humano y los intereses reales del pueblo. Su incisiva hermenéutica analógica, aprendida de Martí y pivoteada por su formación marxista, lo dirige a las propias fuentes maternas de la lengua martiana.

“Su encrespamiento sonoro y emocionado – refiere al discurso de Martí - se volverá economía tajante; su queja romántica, convicción serena y acerada. No habrá mejor belleza, sino belleza distinta en el hijo leal. Nadie denunciará la filiación perfecta, porque, por ser hondamente martiano, será también, como Martí, entidad sintética y ansiosa, sano y batallador en una escritura sorprendente, llena de cicatrices ilustres y crecida en el ejercicio de dominar sobre los pariguales. Como Martí, -el hijo de su letra será hombre de comunicación y mando, de misión y destino, hombre de pueblo y multitud en su propósito vital; y hombre solitario, sin hijos evidentes ni sucesores ostensibles, en la palabra inesperada.”[42] Pero asido a las raíces con vocación ecuménica, inusitada originalidad y espíritu creador.

“El no entendimiento, o e1 mal entendimiento de la originalidad literaria de José Martí, - escribe Marinello - ha desorientado a muchos en la consideración de su obra (…) En el intento, legítimo, de encontrarle filiación a la obra martiense, sale a plaza lo de su españolismo literario. Yo creo que ha llegado la hora de poner en orden, en límite, esta interesante cuestión. Veamos cómo debe, a nuestro juicio, entenderse – enfatiza Marinello.

Está en el verso y en la prosa de Martí, muy visible, muy viviente y muy sostenida, la marca de España. La llevaba en la sangre canaria y valenciana; la heredaba sin hurtarla. Su posesión pasmosa de lenguas y culturas, la genuina universalidad de su visión, no podían apartarlo del dominio enérgico, carnal, pleno, de la lengua de sus padres. Martí sabía que «la vida necesita raíces permanentes». Era demasiado sensible y demasiado avisado para beber con desgano frívolo la leche del Arcipreste y de Cervantes.”[43]. 

 Marinello descubre que “toda lengua es un camino; por alguno ha de transitarse, y sólo se llega a la altura con respiros sobrados para la propia voz cuando el camino recorrido es muy familiar, muy nuestro. Martí sabía que la lengua exige, para dar el fruto más válido, un amor difícil y sabio, de superficie y de entraña, de esperas y solicitudes. Martí amó con afán penetrador cuanto le era cercano, El idioma, que le venía en las venas, había de ser para él amor sin tibiezas ni traiciones. Ningún escritor americano posee su raigal españolismo idiomático. Cuando algunos españoles lo reclaman suyo por razón del habla y de la escritura tienen mucha razón, pero no toda la razón.

Las grandes fidelidades tienen instantes de puntual reverencia (…). De ahí viene que muchas gentes -y yo me incluyo entre los pecadores, y el arrepentimiento me salve-, hayan dictaminado que nuestro escritor está hecho a la sombra de algunos maestros españoles y que su prosa es a veces Gracián, más allá Quevedo y a trechos Santa Teresa.[44]

Son indiscutibles las influencias, coincidencias y confluencias con las fuentes españolas. Incluso, Martí, como señala Marinello, se promete a sí mismo hacer libros “con su propio modo de ver y lenguaje”. Pero realmente el sello martiano brilla por su presencia, y es perceptible en todas partes. Su sensibilidad cósmica, su rica espiritualidad y sus convicciones ideopolíticas, imprimen un elan especial a su discurso y a las  otras mediaciones coincidentes que encauza, y Marinello lo devela con profundidad. “No puede haber consciente imitación de los padres de la lengua. No hay sucesión sino coincidencia, no obediencia sino entendimiento en la maestría expresiva y en parecidas actitudes del ánimo. Una revisión completa de la obra de Martí ofrecería de seguro una riquísima escala de inflexiones españolas, desde las muy remotas hasta las muy cercanas, desde las recibidas por la vía profunda de la evocación erudita hasta las admitidas en el contagio de la polémica”[45]. “Y en cada ocasión encontraríamos la entraña idiomática abonando coincidencias de la sensibilidad o del pensamiento.”[46]

Es que la hermenéutica de Marinello va a las raíces y a la vocación ecuménica del discurso martiano. En Martí, devela influencias confluencias y coincidencias con las raíces cubanas, fuentes españolas y otras.  Lo teresiano[47], lo gracianesco[48], lo quevedesco[49] merodea como duende en la obra martiana, pero teñida por su subjetividad  y por su estilo rutilante propio[50]. Ya en Martí las ideas, pensamientos y sentimientos alados devienen cosecha propia.

Por supuesto, existe un círculo hermenéutico[51] insoslayable,  es decir, todo un aval cultural que precede a la aprehensión hermenéutica, a la interpretación textual, a la comprensión del texto, expresado en saberes previos, que en gran medida, como preconceptos, pre-juicios, (precomprensión), etc., integran la tradición.  Tradición que afirma, se supera, y  condiciona un discurso analógico en sus varias determinaciones y mediaciones[52], que sin inmovilizarlo en su obrar creativo, evita caer en los brazos del relativismo subjetivista.

Esto lo desentraña y revela la hermenéutica de Marinello en Martí. Por eso puede seguir el método martiano por analogía y diferencias al mismo tiempo,  sin mengua de su grandeza, y penetrar en las sutilezas de la selva del Maestro. Sencillamente, como martiano y marxista sabe seguir la lógica particular del objeto especial, sin obviar la complejidad, las diferencias específicas y la pluralidad discursiva. Por eso, hizo mucho, dijo más…, y seguirá diciendo…

En los momentos actuales, cuando algunas corrientes de pensamiento intentan  “hermeneutizar” la aprehensión de la realidad, mediante un equivocismo absoluto, conducente al relativismo subjetivista, la hermenéutica analógica icónica que no olvida los referentes reales  y el sentido histórico - cultural de toda interpretación, resulta necesaria e imprescindible. Por eso, la hermenéutica marinelliana discursiva martiana es un ejemplo paradigmático que abre caminos y señala horizontes.

Del mismo modo, ante las posiciones contrarias al equivocismo absoluto, es decir, al univocismo objetivista, también la hermenéutica del martiano mayor constituye un baluarte inexpugnable. Su acción interpretativa es la antítesis de ambas visiones reduccionistas, porque se afinca creadoramente en la idea alada martiana, hecha cultura en él, de que “la vida humana es la  mutua e  indeclinable relación de lo objetivo y lo subjetivo”[53], y la interpretación, por la propia analogía que debe mantener con la realidad que interpreta, constituye una metáfora de la vida, en su más amplia extensión connotativa[54].

Estamos en presencia de una rica hermenéutica analógica icónica marinelliana, capaz de revelar la esencia del discurso martiano con la mayor objetividad posible. Una hermenéutica incluyente, donde los momentos conceptuales y los metafóricos “juegan” en una dialéctica interpretativa amplia, compleja y plural. 

Referencias: 

1 Marinello, J. J. Martí, escritor americano. Imprenta Nacional de Cuba, La Habana, 1962, pp. 326-327.

[1] En el acto hermenéutico hay un texto, un autor y un intérprete. El texto puede ser de varias clases: escrito,  hablado y actuado (o plasmado en otros materiales, y aun se ha tomado como texto el puramente pensado). Precisamente la sutileza interpretativa o hermenéutica consiste en captar la intencionalidad significativa del autor, a pesar de la injerencia de la intencionalidad del intérprete. El intérprete pone en juego un proceso que comienza con la pregunta interpretativa frente al texto; sigue con el juicio interpretativo del intérprete, juicio que suele ser primero hipotético y luego categórico; y se pasa de hipotético a categórico mediante una argumentación que sigue una inferencia hipotético-deductiva, o retroductiva, o abductiva. En todo caso, la argumentación interpretativa sirve para convencer a los otros miembros de la comunidad o tradición hermenéutica acerca de la interpretación que se ha hecho. Beuchot, M.. Perfiles de la hermenéutica. En del propio autor “Tratado de hermenéutica analógica UNAM, México, 1997, p. 16 

[2] “Debido a la crisis de fundamentos que se alega en la filosofía reciente, se ha pensado que la hermenéutica no puede tener fundamentación en la ontología. O se le da sólo una fundamentación ontológica muy débil, por considerar que la ontología ha sido afectada por el sesgo hermenéutico que ha tenido en la actualidad. Esto se ve en la ontología hermenéutica que plantea Gadamer, y en la ontología débil que para ella propone Vattimo. En todo caso, es un proceso de desontologización de la hermenéutica. Ciertamente la hermeneutización de la ontología ha sido muy benéfica para esta última, pues le ha restado pretensiones; pero ello no autoriza para llegar a la desontologización de la hermenéutica misma. Por eso se impone una reontologización de la hermenéutica” (ibídem, p. 1) 

[3] “Y es que, en definitiva, se abre la puerta a un pensar analógico, a una racionalidad analógica (y no sólo a una hermenéutica analógica), que no caiga en la prepotencia de la univocidad, del univocismo, ni en el relativismo de la equivocidad, del equivocismo. Es una racionalidad abierta y a la vez rigurosa, que no se cierra en el único enfoque y en la única verdad, de modo reduccionista; pero tampoco se abre indefinidamente a cualquier enfoque y las demasiadas verdades, sino que reconoce un límite para las verdades y los enfoques, de modo que, pasando ese límite, se da lo falso y lo erróneo. Pero ya se ha dado cabida al pluralismo, a un pluralismo dialogante, pues la analogía hay que establecerla mediante el diálogo, en el diálogo de los que están en el camino de su búsqueda”.  ( Ibídem, p. 17)   

[4] Marinello, cuando trabaja la “selva” martiana no pierde el sentido histórico – cultural del texto y el contexto en que se despliega el discurso del Maestro. Por eso garantiza la analogía  del decir, con la realidad  dicha.

[5] Ibídem, p. 16

[6]  “Cuando un alma sensible y culta recuerda sus esfuerzos por trazar, según su propio destino intelectual, las grandes  líneas de la Razón, cuando estudia por medio de la historia de su propia cultura se da cuenta de que en la base de sus certidumbres íntimas queda aún el recuerdo de una ignorancia esencial. En el reino del conocimiento mismo hay así una falta original, la de tener un origen; la de perderse la gloria de ser intemporal; la de no despertar siendo uno mismo para permanecer como uno mismo, sino esperar del mundo oscuro la lección de la luz”  (Bachelard, Gastón. La intuición del instante. Fondo de Cultura Económica, México, 2000, p. 7). 

[7]Gadamer, G.  Verdad y método, Sígueme, Salamanca 1977, p.567-568. 

[8] Ibídem, p.531. 

[9] Ibídem, p. 344.

[10]“Este es el punto del que parte el problema hermenéutico. Por eso habíamos examinado la depreciación del concepto de prejuicio en la Ilustración. Lo que bajo la idea de una autoconstrucción absoluta de la razón se presenta como un prejuicio limitador forma parte en verdad de la realidad histórica misma. Si se quiere hacer justicia al modo de ser finito e histórico del hombre es necesario llevar a cabo una drástica rehabilitación del concepto del prejuicio y reconocer que existen prejuicios legítimos. Con ello se vuelve formulable la pregunta central de una hermenéutica que quiera ser verdaderamente histórica, su problema epistemológico clave: ¿en qué puede basarse la legitimidad de los prejuicios? ¿En qué se distinguen los prejuicios legítimos de todos los innumerables prejuicios cuya superación representa la incuestionable tarea de toda razón crítica?” (Ibídem, p. 344)

[11] Ibídem, pp. 466 – 468.

[12] Ibídem.

[13] Una hermenéutica de esta naturaleza, no separa el texto del hombre que lo escribe, ni el contexto histórico – cultural que  antecede, y sirve de mediación central. Sencillamente sigue fielmente el  método de la hermenéutica analógica: la sutileza y la  penetración, sin a priori innecesarios.

[14]    La hermenéutica que yo propongo es, como he dicho, además de analógica, icónica. Esto significa que se vincula con aquel tipo de signo que algunos llaman icono y otros símbolo. Icono le llama Charles Sanders Peirce, y es la acepción que le doy aquí. El icono abarca otros tres tipos de signo: imagen, diagrama y metáfora. Es la analogía, que abarca lo que se acerca a la univocidad, como la imagen, lo que oscila entre la univocidad y la equivocidad, como el diagrama, y lo que se acerca a la equivocidad, como la metáfora, pero sin caer en dicha equivocidad. Con eso, la iconicidada-analogicidad permite encontrar la discursividad cercana a lo unívoco donde ésta se requiere, de manera axiomática o casi, y obliga a un tipo de significatividad de tipo apegado al modelo, como la que tiene la imagen icónica, aunque no sea mera copia. Permite además una interpretación que no se queda en la estructura discursiva aparente o superficial de un texto, sino que avanza a su estructura profunda, por la semejanza de relaciones, como en el diagrama, y no sólo con el modelo de la imagen, que, en su modalidad excesiva de copia, fue el que privilegió el positivismo (Beuchot, M. Obra citada, p.  18. Nótese cómo esta aprehensión profunda es seguida por Marinello, anticipadamente a los estudios hermenéuticos actuales. Simplemente, siguiendo a Martí, se adelantó a problemas contemporáneos concomitantes de saberes emergentes. 

[15] “Andan en nuestro grande hombre trenzados de tal modo la ansiedad libertadora con el decir inesperado e infalible, que la vibración redentora nos saca con frecuencia de los cauces del menester crítico”. (Marinello, J.- Testimonio. Anuario del Centro de Estudios Martianos 7/1984, p. 167). 

[16] Marinello, J. Españolidad literaria de José Martí. Once ensayos martianos. Comisión Nacional de la UNESCO, La Habana,  1965,  p. 26. El subrayado es mío. R. P. P. 

[17]Marinello, J. Martí escritor americano. Imprenta Nacional de Cuba, La Habana, 1962, p. 292. 

[18] Ibídem.

[19] Ibídem, p. 30.

[20] Sobre esta parte ver Pupo, R. Aprehensión martiana en Juan Marinello. Editora Academia, La Habana, 1998, pp. 58-71. Naturalmente estos problemas se trabajan desde otra perspectiva teórico – metodológica, pues ya han pasado más 10 años de su publicación. Sin embargo existan otros temas  y mediaciones afines que no se trabajan en este ensayo.

[21] Sobre esto ver Marinello, J. “J. Martí, escritor americano. Imprenta Nacional de Cuba, La Habana, 1962. 

[22] Marinello, J. Martí escritor americano. Imprenta nacional de Cuba, La Habana, 1962, p. 196. 

[23] Ibídem, p. 197. 

[24] Ibídem, p. 196.

[25]Ibídem, p. 48.

[26] Ibídem, p. 28.

[27] Ibídem, p. 32.

[28] Ibídem, p. 42.

[29] Ibídem, p. 50.

[30] Ibídem, p. 318. 

[31] Vitier, M. Valoraciones II. Edición citada, p. 99. 

[32] Ibídem, p. 101.

[33] Martí, J. El poema del Niágara, O.C. T. 7. Edit. Nal. de Cuba, La Habana, 1962, p. 232.

[34] Martí, J. Cuadernos de Apuntes, O. C. T. 21 Edit. Nal. de Cuba, La Habana, 1965, p. 54.

[35]Ibídem, p. 55.

[36] “Más allá de la tradición y del mundo, está el ser. Por eso algunos han pretendido que no se puede rebasar la tradición ni los límites del propio mundo, cultural; pero se olvidan de que sólo se puede interpretar el mundo a la luz del ser, al modo como, también, sólo se puede conocer el ser a partir del mundo. Hay un “círculo a la vez  hermenéutico y metafísico”  (Beuchot, M. Obra citada,  p. 19.) 

[37]Martí, J. Henry Ward Beecher, O. C. T. 13. Edit. Nal de Cuba, La Habana, 1964, p. 34.

[38] Vitier, M. Martí, estudio integral, La Habana, 1950, p. 10.

[39]Ibídem, pp. 27-28.

[40] “En la hermenéutica, la totalidad es la tradición, el mundo de la experiencia y de la comprensión, mundo de la cultura; en la metafísica, la totalidad es el ser” (Beuchot, M. Obra citada, p. 19).

[41] Habría que hacer un análisis comparativo entre la hermenéutica de Juan Marinello y la Medardo Vitier en la asunción del discurso martiano.  Se nota  una sorprendente coincidencia, incluyendo el estilo. Muchas raíces los unen.

[42] Marinello, J. Españolidad literaria de José Martí. Obra y edición citadas, p. 31.

[43] Ibídem.

[44] Ibídem, p. 32.

[45] Ibídem.

[46] Ibídem, p. 33.

Ver, [47] Marinello, J. Españolidad literaria de José Martí. Obra y edición citadas, pp. 38 – 44.

[48] Ibídem. Pp. 34 – 37.

[49] Ibídem, pp. 37 – 38.

[50] Esto es empíricamente registrable en “Españolidad literaria de José Martí”  y en “Martí, escritor americano. Ensayos, donde la hermenéutica marinelliana hace gala de  maestría interpretativa con excelsa objetividad.

[51] Expresión acuñada por Heidegger en Ser y tiempo para referirse a la aparente circularidad del proceso de toda hermenéutica: para comprender es necesario haber comprendido ya previamente, es decir, ha de existir una pre-comprensión anterior a toda comprensión.

Según Heidegger, toda interpretación se mueve dentro de la estructura del «previo», y la enfoca a partir del estudio de la pre-comprensión. Toda interpretación que haya de acarrear comprensión, tiene que haber comprendido ya lo que trate de interpretar. Pero este círculo no es un círculo vicioso, sino que permanece abierto, y expresa la estructura existenciaria del «previo» peculiar de la existencia. Ricoeur concibe el círculo hermenéutico como una manifestación del círculo de la creencia: creer para comprender, comprender para creer. Gadamer, por su parte, enfoca el problema del círculo hermenéutico desde la rehabilitación de los pre-juicios y, en la línea de Heidegger, considera la interpretación desde esta peculiar estructura de la pre-comprensión que son los prejuicios insertados en la tradición. De esta manera, la interpretación aparece como la actualización de un proyecto. En contra de Schleiermacher, que sostenía la necesidad de asimilar la misma vivencia que inspiraba al autor del texto a interpretar, Gadamer sostiene que la interpretación supone una fusión de horizontes. 

[52] Es aquí donde tiene lugar la fusión de horizontes que hace al discurso interpretativo rico en mediaciones, pues al mismo tiempo es contextual, intercontextual, multicontextual y complejo. Una perspectiva de esta naturaleza – seguida consciente o inconcientemente por Marinello- determina una aproximación profunda al discurso del Maestro. Es como bien llama Mauricio Beuchot: “la hermenéutica analógico-icónica. Analógica, porque centra la interpretación o la comprensión más allá de la univocidad y de la equivocidad. El positivismo ha sido univocista, y nos ha frenado mucho en el saber; pero ahora muchos exponentes de la postmodernidad se han colocado francamente en la equivocidad, y eso también frena el conocimiento. Pues bien, entre la univocidad y la equivocidad encontramos la analogía, la analogicidad. Ella nos hace abrir las posibilidades de la verdad, dentro de ciertos límites; nos da la capacidad de tener más de una interpretación válida de un texto, pero no permite cualquiera, y aun las que se integran se dan jerarquizadas según grados de aproximación a la verdad textual. Esa jerarquía y esa proporción son aspectos de la analogía, que es el nombre que la matemática griega daba a la proporcionalidad. La analogía permite, pues, diversificar y jerarquizar. Es un contextualismo relativo, no absoluto, y ello nos da la posibilidad de abrir nuestro espectro cognoscitivo sin perdernos en un infinito de interpretaciones que haga imposible la comprensión y caótica la investigación, sobre todo en el movedizo terreno de las humanidades. No creo que el plantear la analogía, el límite proporcional, que tiene que ver mucho con la prudencia, la moderación epistémica y práctica, sea entibiar el agua ni trivializar la interpretación. Es algo arduo y complicado el buscar la adecuada proporción que se debe dar a cada interpretación, para eliminar las que sean irrelevantes o falsas, y para dar a las relevantes una jerarquía según grados de aproximación a la fidelidad al texto, lo cual haga que algunas de ellas tengan esa unidad proporcional de la verdad del texto, proporcional o analógica como la verdad misma, en cuanto propiedad trascendental del ser, que también es analógico” (Beuchot, M. Obra citada, p. 16.).

[53]  Martí, J.  Obras completas. T. 21. Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1967,  p. 54. Y enfatiza, además:

La vida es la relación constante de lo material con lo inmaterial. (…) La vida es ideal y real, con realidad en el orden de la idea y realidad en el orden exterior  universal”  ( Ibídem. p. 242) 

 

[54] “(…) Tan metafísicos son los que por ignorancia o soberbia espiritual niegan la importancia indiscutible del elemento material en nuestra vida, y la dependencia de la materia a que está sujeto el espíritu, -como aquellos que, por ignorancia también, y también por espiritual soberbia, niegan la importancia visible del espíritu en la vida del hombre, y la dependencia del espíritu a que la materia está también sujeta”. (Martí, J. Obras completas. T. 23. Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1967, p.316).