“El hombre, la Actividad humana, la Cultura

y sus mediaciones fundamentales” 
por Dr. Sc. Rigoberto Pupo Pupo

El tema del hombre, la actividad humana y sus varios atributos cualificadores (conocimiento, valor, praxis y comunicación), concretados en la cultura, constituye, en esencia, el objeto de la filosofía de la cultura.  Un objeto en sí mismo integrador y transdisciplinario, en la medida que la cultura abarca toda la producción humana, en su proceso y resultado. Por eso el enfoque cultural es rico en condicionamientos, mediaciones y determinaciones, y asume al hombre en relación  con la naturaleza y la sociedad como un proceso dialéctico – unitario, donde la naturaleza se humaniza y el hombre se naturaliza., es decir, no hay lugar para las dicotomías estériles ni las antítesis absolutas, heredadas de la racionalidad moderna y el paradigma en que se expresa. Sencillamente, como decía Marx, es necesario “asumir la realidad subjetivamente. La conciencia no es otra cosa que el ser consciente y el ser de los hombres, un producto de su vida real”[1].  Y la vida real del hombre, resultado de su actividad práctico – espiritual, toma cuerpo en la cultura, y ésta al mismo tiempo, orienta todo su devenir,  y  norma de una forma u otra,  toda su conducta y actuación.

El tema “El hombre, la actividad humana y la cultura” constituye hilo conductor de las varias aprehensiones heurístico – hermenéuticas, inmanentes al cauce cultural de búsqueda  con que se asume la investigación científica. El enfoque cultural, devenido sentido cultural aprehensivo del objeto investigado o método alumbrador del “edificio” del todo en lo que tiene de esencial y significativo, descubre inusitadas vías para revelar  el devenir humano en sus dimensiones plurales. Pensar la realidad investigada con “mirada” cultural, posee un valor extraordinario, desde el punto de vista teórico – metodológico y práctico. Garantiza su asunción  holístico – compleja, libre de reduccionismos epistemológicos y de abstracciones vacías. En síntesis, es pensar la realidad subjetivamente como alertaba Marx, en las Tesis sobre Feuerbach, en un proceso dialéctico, mediado por la praxis, donde lo ideal y lo material se convierten recíprocamente, en la construcción del conocimiento y la revelación de valores, en un proceso intersubjetivo, fundado en la realidad, cuyos resultados se  incorporan a la cultura.

Esta perspectiva de análisis, es decir, asumir la realidad desde el hombre y su actividad, encarnada en la cultura, posibilita metodológicamente aprehender con sentido cultural y sistémico una racionalidad integradora y un lenguaje epistemológico abierto, capaces de develar categorías y conceptos centrales y operativos, sin perder el elan cultural que propicie la interacción parte – todo, causa – efecto, esencia – fenómeno, etc., evitando  que “los árboles impidan ver el bosque,”y viceversa. Así como abordar en toda su complejidad, categorías  como: hombre, mundo, actividad, cultura, naturaleza, sociedad, objeto, sujeto, objetividad, subjetividad, conocimiento, valor, praxis, comunicación, identidad, diferencia, etc., que en ocasiones, imbuidos por la herencia de la racionalidad moderna, se han asumido dicotómicamente, en relación de antítesis; sin embargo, sobre la base de la comprensión del condicionamiento cultural de todo saber, devienen unidad dialéctica.

La cultura, en sus varias aristas, religa, en sí misma, los distintos atributos cualificadores de la actividad humana y con ello, unifica en lo diverso las varias dimensiones del hombre en su  quehacer práctico – espiritual, es decir, las expresiones ontológica, lógica, gnoseológica, valorativa, praxiológica, comunicativa, identitaria, así como las disciplinas de carácter lingüístico, hermenéutico, semiótico, histórico, político, ético, estético, jurídico, científico, económico, etc. Esto es así, porque todas estas producciones del devenir humano, son zonas de la cultura, y atributos cualificadores de ella. En la cultura, las funciones integradora y transdisciplinaria  resultan per se, le son inmanentes. Su propio cauce vehicula  integralidad, interacción, vínculos, y con ello,  interdisciplinariedad, multi y transdisciplinariedad para captar con eficacia  el  sentido cósmico que debe prevalecer para dar respuesta  a la era planetaria, afincado en la idea  alada, devenida utopía imprescindible de raigal humanismo, “que es posible un mundo mejor”, como alternativa a la globalización neoliberal, que aniquila el ser esencial humano, mediante el proceso progresivo de alienación de la actividad y actividad de la enajenación y la imposición de modelos culturales extraños de los centros de poder, que traen aparejados el desarraigo y la dependencia. Una alternativa, verdaderamente humana, es decir, cultural, parte de las raíces con vocación ecuménica, como bien enseñó José Martí, en defensa  del ser esencial de nuestra América.

El carácter integrador de la cultura, y el énfasis especial que hace en la humanidad del hombre y sus relaciones sociales, constituye un elemento esencial para la conformación del diálogo cultural, de la interculturalidad, sobre la base de las identidades y las diferencias, mediadas por la tolerancia, que respeta al otro como ser humano, independientemente de las diferencias de credos, razas, etc. Lo que no impide que cada cultura defienda su ser esencial y rehace todo lo que deshumaniza y enajena. No se puede olvidar que en la cultura misma están presentes los sentidos de inclusión y exclusión[2], como medio de garantizar su desarrollo endógeno, y asumir críticamente lo exógeno.

La integralidad de la cultura y sus infinitas posibilidades heurísticas y hermenéuticas, no sólo se reducen al contenido objeto de investigación. Incluye otro momento central, subvalorado por el discurso  cientificista, es decir, la dimensión lingüística del hombre, que no es sólo objetivación del pensamiento y medio de comunicación. El  lenguaje, en su condicionamiento y aprehensión culturales, es fuente inagotable de creación. Tanto el lenguaje directo, expresado en conceptos, juicios y razonamientos, como el tropológico, en sus varias determinaciones figurativas aprehenden la verdad. Esto significa que un enfoque fundado en la cultura, es por antonomasia, incluyente, y su discurso, plural. De lo contrario, resulta imposible superar los reduccionismos y las abstracciones estériles. Una metáfora es tan valiosa como un concepto científico, y a veces más eficaz, por su carácter suscitador y su posible recepción múltiple.

Lo mismo ha ocurrido con los géneros literarios, que  se han reducido en su generalidad al campo de  la literatura, cuando en realidad son expresiones de la cultura y sus modos expresivos por excelencia, aplicables a todas las disciplinas del saber humano. El tratado, la monografía, el artículo, no son sólo las formas genéricas  del discurso científico. ¿Y  el    ensayo,  la poesía y la narrativa?  No sin razón se plantea que en nuestro siglo actual, su presencia invadirá los distintos predios de la cultura, pero  sin absolutizaciones y reduccionismos, para no caer en la misma trampa de que hemos sido víctima.

El ensayo como literatura de ideas, es en sí mismo, búsqueda y creación. Es un discurso que busca y crea por su pluralidad aprehensiva, que no dispone ni impone, sino propone, y hace uso de todas las formas necesarias del lenguaje en la búsqueda de sentido.

No es posible aferrarse  sólo a la verdad epistemológica del pensamiento, pues la buena  poesía es tan profunda y encauzadora de la verdad como el pensamiento teórico mismo. Por eso creo en la verdad de la poesía y en sus conceptos, imágenes y  metáforas.

Soy de los que piensa que tanto la filosofía, la ciencia, como la poesía son hijas de Sofía. No creo que unas expresen pensamiento y la otra, sentimiento. Tampoco que la filosofía y la ciencia tengan que expresar su discurso sólo a través de conceptos y categorías y la poesía, mediante imágenes y metáforas. Todas, como formas aprehensivas humanas, pueden y en realidad lo hacen, operar con las disímiles formas que la lengua emplea para expresar la realidad.

Esto, por supuesto, no niega sus especificidades, pero no las inhabilita ni las circunscribe a un discurso unívoco.

Es hora ya de romper con los cánones esencialistas y excluyentes heredados del paradigma que nos impuso la Modernidad. Hay que dejar atrás la simplicidad y el gnoseologismo puro por ineficaces y abstractos. La complejidad de la realidad en sus varias mediaciones nos obliga a reformar el pensamiento y las mentalidades, para abrir nuevos cauces a la subjetividad humana, sin subjetivismos enajenantes.

La subjetividad humana no es excluyente en la asimilación de la realidad. Conocimiento, valor, praxis y comunicación son sus atributos cualificadores por antonomasia. Entonces, ¿por qué separarlos? Ciertamente, existe filosofía poética y poesía filosófica. Pero por ello no dejan de ser filosofía ni poesía. Sencillamente son modos distintos de aprehender la realidad en relación con el hombre.  Modos que se complementan, amplían y completan para asumir la realidad con más profundidad y concreción.

El discurso filosófico con elan poético, trabaja con pensamiento alado y sus verdades son más duraderas. El discurso de Martí da cuenta de ello.  La poesía  en sí misma, cuando expresa su mundo con ansia de humanidad, es al mismo tiempo pensamiento, sentimiento, acción y comunicación.

 ¿Quién puede negar el vuelo cosmovisivo de la buena poesía?

Tanto la filosofía, la ciencia, como la poesía, con numen cultural, captan la realidad como sistema complejo y abren cauces infinitos de aprehensión humana. Lo mismo ocurre con la narrativa, con la buena novela. En la radiografía cultural carpenteriana de los paisajes de Nuestra América y de sus personajes, la creación aprehende la vida del hombre en sus múltiples mediaciones. Sentimiento y razón compendian una totalidad integral. En lo real maravilloso, no hay dicotomía conceptual ni conceptos y metáforas sin vuelo. Lo objetivo y lo subjetivo se convierten recíprocamente para encarnar en su despliegue una cultura vital que se impone tareas para mejorar. Con razón justificada  la Filosofía,  es un saber cosmovisivo que da cuenta del hombre en relación con el Cosmos;  la ciencia, actividad cultural humana que tiene como objetivo la constitución y fundamentación de un cuerpo sistemático del saber. Y el Arte, una forma aprehensiva de la realidad, en su rica sensibilidad, tan auténtica, como el pensamiento teórico mismo. Cada uno con sus especificidades, diferencias y semejanzas, pero integrable a un discurso total, si no pierde el condicionamiento cultural  en que se encauza, y la razón utópica que señala horizontes.

Por el camino de la cultura, en el futuro  habrá una sola ciencia: la ciencia del hombre, tal y como vaticinó Carlos Marx, o la ciencia humana, como la llamó Martí. No importa que no se llame ciencia,  pues siempre y cuando con sentido humanista, parta del hombre y  la actividad humana, encarnada en la cultura, será un saber integrativo, plural, ecologizado, que no separa conocimiento, valor, praxis y comunicación humana.  Y su discurso, todo un cosmos de aprehensiones varias, capaz de “hablar con los colores y ver con las palabras”, sin abjurar de la buena lógica que exige todo saber creador.

Sin embargo, se imponen algunas interrogantes:

¿Hay que repensar el saber y sus formas aprehensivas constituidas, en búsqueda de nuevos horizontes para  dar respuesta a las exigencias de  los nuevos tiempos?

¿Cómo encontrar nuevos cauces teórico – metodológicos, en momentos que  claman por grandes ideas, sobre la base de prácticas creadoras que no separen la ciencia de la conciencia, el conocimiento de los valores, el oficio de la misión humana, y la razón de los sentimientos?

¿Es posible realizar estos magnos propósitos sin una reforma del pensamiento y las mentalidades, que asuma conscientemente el condicionamiento cultural del conocimiento y las otras formas de aprehender  la realidad en su contexto real?

Se trata de tres preguntas suscitadoras de muchas interrogantes, cuya solución consagraría ipso facto a  cualquier autor.

No  es este mi caso, ni intento realizar una empresa de tal envergadura. Pero como dijo un gran  poeta: “caminante no hay camino, se hace camino al andar”… Eso he hecho: un intento de “andar” para hacer camino, o quizás menos: desbrozar veredas para divisar la luz y encontrar sentido…Porque el sólo hecho de buscar sentido, conduce al escenario que construye y revela.

 De las tres preguntas, en mi criterio, la tercera  deviene “trinchera de ideas sobre la base de una premisa de partida y un propósito primario.

Su premisa de partida: El hombre y la actividad humana concretada en  la cultura, para deducir genéticamente el sentido cultural, en calidad de cauce integrador aprehensivo de la realidad en su integralidad, y posibilitador de un discurso plural que, sin negar nihilistamente las formas tradicionales, las fertiliza y alumbra con su asunción incluyente. 

El propósito primario: Una reforma del pensamiento, capaz de cambiar las mentalidades que dividen y abstraen las infinitas mediaciones y vínculos en que deviene el todo complejo y contradictorio. Reforma, que asumida culturalmente exige transformar el saber educativo. La educación como formación humana, como “instrucción del pensamiento… y dirección de los sentimientos”, según la concepción martiana, deviene cauce central ante la necesidad de dar respuesta a los desafíos del siglo XXI. Crear hombres con  alta sensibilidad,  que no den la espalda al drama humano, comprometidos con los destinos de nuestro planeta Tierra,  desarrollar una cultura del ser, de resistencia y de lucha, capaz de enfrentar la globalización neoliberal, siendo, como sujeto, es una tarea que la educación no puede soslayar.

Sin embargo, caben las siguientes preguntas: ¿Está la educación en condiciones de ser guía espiritual de la formación humana? ¿Los paradigmas en que se funda pueden modelar proyectos reales, en función de la misión que le corresponde cumplir? ¿Ella misma no está contaminada por el pensamiento único, los reduccionismos de corte positivistas, el autoritarismo en la ciencia y en la docencia, la intolerancia, el determinismo absoluto, los fundamentalismos estériles y otros lastres de la modernidad que han quebrado por su ineficacia heurística, metodológica y práctica?

Este glosario de preguntas, por sí mismo, da cuenta que estamos abocados a una crisis universal de la educación, que no puede resolverse desde la educación misma. El saber educativo no puede cambiar sin transformaciones profundas en la educación,  y ésta resulta infecunda sin una reforma en el pensamiento y en la praxis en que encuentra concreción. Por supuesto, la realidad educativa cubana es otra, como todos conocemos.

No se trata en modo alguno de asumir la modernidad desde posiciones nihilistas y hacer de ella y sus conquistas una tábula rasa. Ella misma con todos sus paradigmas y utopías, históricamente fue conciencia crítica que dio respuestas a su tiempo histórico, en correspondencia con el estado de las ciencias y la práctica social. Pero históricamente las nuevas realidades han exigido rupturas, cambios y transformaciones como expresión de  la quiebra de principios que se consideraban invariables. El modelo paradigmático de la modernidad, caracterizado por la simplificación y concretado en los principios de  disyunción, reducción, abstracción y el determinismo mecánico tiene que ceder paso a nuevas perspectivas epistemológicas para aprehender la complejidad de lo real.

Precisamente, la toma de conciencia del condicionamiento cultural del saber en todas sus expresiones, mediaciones y determinaciones, constituye en mi criterio el fundamento primario para la solución del problema que encara nuestro siglo y los por venir. Y es el reto epistemológico más importante a resolver. La emergencia de nuevos saberes integrados e integrativos (bioético, ambientalista, complejo, ecosófico), ya constituidos por el consenso, dan cuenta de ello.

En esta dirección, el enfoque cultural, resulta de urgente humanidad. Su revelación y aplicación racional, tal y como lo comprenden Martí, Marinello, Carpentier, Medardo Vitier, Hart y otros, exige concebir el hombre como totalidad trascendente y posibilidad latente de excelencia y creación, en unión con la naturaleza y la sociedad.

Al mismo tiempo, la cultura como ser esencial del hombre y medida de ascensión humana no sólo concreta la actividad del hombre en sus momentos cualificadores (conocimiento, praxis, valores, comunicación), sino que da cuenta del proceso mismo en que tiene lugar  el devenir del hombre como sistema complejo: la necesidad, los intereses, los objetivos y fines, los medios y condiciones, en  tanto mediaciones del   proceso y el resultado mismo. He ahí el por qué de la necesidad de pensar al hombre y a la subjetividad humana con sentido cultural y complejo, que es al mismo tiempo, pensarlo desde una perspectiva ecosófica, desde un saber ecologizado, integrador y cósmico.

Un hombre culto, sensible, con riqueza espiritual, es capaz de aprehender la verdad, la bondad y la belleza en su expresión unitaria. No importa la profesión que ejerza. Está en condiciones de mirar su entorno con ojos humanos, ya sea, ante un teorema matemático, una fórmula química, una bella flor, una pieza musical, la salida y puesta del Sol, contemplar la Luna y el cielo estrellado y asumir el drama del hombre con compromiso social y ansias de humanidad. En fin, puede crear con arreglo a la belleza, a la bondad y a la verdad. Es tolerante, comunicativo, sencillo y soñador. Puede revelar la realidad compleja en sus matices varios y “dar a mares”, siguiendo la ética martiana, porque espiritualmente está lleno.  Sencillamente, está  preparado para el trabajo creador y la vida con sentido.

Referencias:

[1] Ver Tesis sobre Feuerbach de Marx,  y La Ideología Alemana (1er. Capítulo).

[2] “Aprender a ser a ser, ser o no ser, la cultura también está en el centro de la constitución de las identidades, es decir, de las plurales  definiciones incluyentes del “nosotros” y excluyentes para nombrar a

Los otros.

En todos los casos, la cultura también opera como nuestro sentido de la inclusión, de nuestra pertenencia, afiliación o tradición a ciertas construcciones de sentido, sistemas todos ellos que se generan y aprenden en la vida social (…) La cultura es, sin lugar a dudas, el principio de todas “nuestras” esperanzas

Vinculada al mundo-real (claramente definido y preinterpredo) y a los mundos-posibles, la cultura es raíz y ligadura con todo lo que hemos venido siendo, haciendo, penando y gozando. Por ello recuerdo selectivo de los pasos caminados, de nuestros orígenes, de nuestros muertos, de nuestros fracasos, de los espacios, los tiempos y los momentos que hicimos -a fuerza de sentido - memoriosamente nuestros. Memoria de lo que hemos sido y de lo que alguna vez pudimos ser, la cultura le da espesor al presente y amanecer al porvenir.

Muchos mundos-reales, infinitas memorias copresentes, variados mundos posibles todos trenzados, la cultura jamás tiene sólo eje u origen, es siempre multifocal, mosaico compuesto de muchos “nosotros” sincopadamente múltiples; realidades plurales de sociedades igualmente numerosas y complejas.

La cultura es un verbo que se conjuga – necesariamente - en plural.

La otra cara de la inclusión es precisamente la de la construcci6 social de los “otros”. En una dialéctica constante, hacer un sentido de pertenencia siempre va acompañado de la elaboración del sentido de lo que no somos” (González, Jorge, A. Culturas(s)  y Caber_cultur@...(s). Universidad Iberoamericana, México, 2003, pp. 115 – 116).

 

por Dr. Sc. Rigoberto Pupo Pupo

Dr. en Filosofía. Profesor Titular, Investigador Titular de la Universidad de La Habana

 

Ver, además:

 

                      Dr. Sc. Rigoberto Pupo Pupo en Letras Uruguay

 

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