Yvette Jiménez de Báez, editora, José Emilio Pacheco. Reescritura en movimiento, El Colegio de México, México, 2015, 208 pp.
 

Reescrituras de José Emilio Pacheco
El latido del texto

por Mónica Lavín

Diálogo homenaje, memoria viva es el espíritu del libro que nos reúne: José Emilio Pacheco. Reescritura en movimiento, editado por Yvette Jiménez y publicado por el Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México. El libro recalca la presencia de José Emilio Pacheco en la palabra impresa y en los pensamientos y textos dedicados a ella, como los aquí reunidos en torno a su poesía, la traducción, la obra narrativa y la relación de sus textos con la historia. José Emilio Pacheco debe estar cierto, ya que a él tanto le preocupó la fugacidad del tiempo, que sólo escribiendo, enmarcando el sentimiento en el poema, en el cuento, en la novela, es posible vencerlo. Nos dejó la afortunada tarea de seguir manteniendo viva la llama de sus palabras, de su generosa inteligencia, de su latido textual. Por ello celebro la reunión de textos que invitan a estar con José Emilio Pacheco, a través de la dedicación de quienes han ahondado en su obra. En este caso, las voces son las de Hugo J. Verani, Anthony Stanton, Carmen Dolores Carrillo, Gabriela Leal, Edith Negrín, Luzelena Gutiérrez de Velasco, quien además prologa la edición, e Yvette Jiménez, quien contextualiza el libro en el marco del homenaje a los 70 años de Pacheco y la entrega del premio Reina Sofía, además de prologar y analizar la obra. “Leer es un intercambio de persona a persona”, nos lo recuerda el propio y entrañable José Emilio Pacheco. Por ello en estos diálogos a los que hemos sido invitados para convertirlos en triángulo, carambola, conversación viva, algarabía, estamos ante el poema, o la traducción del poema, o la novela o el texto periodístico, y hurgamos entre líneas, detenemos la lente, saboreamos de nuevo o por primera vez lo que los autores apresan en palabras acertadas, en miradas minuciosas.

Yvette Jiménez y Luzelena Gutiérrez, con las palabras que anteceden el banquete de reflexiones-memoria, nos recuerdan los homenajes en diversos centros de estudio y espacios culturales del país a una figura querida y fundamental en las letras mexicanas contemporáneas. Tuve la fortuna de participar en el que realizó Edith Negrín en Filológicas de la UNAM, y digo fortuna porque allí estuvo José Emilio, acompañado de Cristina, pareja asombrosa, en cada una de las mesas. Paciencia, respeto, atención, calidez, porque al referirnos a José Emilio Pacheco no podemos desligar a la persona y sus cualidades de la obra que lo prolonga. Como bien dice Luzelena, todos tenemos una anécdota con José Emilio, y es que esas anécdotas lo extienden en nuestra memoria, lo hacen un tesoro precioso, preciado y personal. Eso pasa con la escritura, leer o releer siempre es un asunto de intimidad. Escribir sobre lo leído desparrama esa intimidad. El recuerdo, la anécdota personal es también un secreto que se quiere compartir. Como aquel día en que durante el homenaje referido leí mi relación con un texto en particular de José Emilio Pacheco, y la relación del protagonista de una de mis novelas con él: un cuento de El principio del placer, “Cuando salí de la Habana válgame dios”. Somos una cadena de lectores unidos por la escritura y a la escritura de otro. ¿Puede haber una complicidad más paladeable que la de la ficción? Al terminar la sesión del día, mientras caminábamos hacia el estacionamiento y José Emilio se apoyaba con gracia en su bastón, me contó que se había acordado de dónde venía aquel cuento. Había hecho un viaje siendo niño con su madre de la península de Yucatán a Cozumel, donde se encontraría con su padre; recordaba cierta bruma y el miedo que tenía de no ver a su padre. Que aquel temor y las costas estaban en su memoria. Yo habría querido grabar aquella conversación pues lo que reproduzco es inexacto, aunque el recuerdo de la emoción es preciso. Me sentí dichosa, como si poseyera un secreto, tocaba el punto exacto donde la emoción se vacía en historia, y vi a un José Emilio a bordo de una embarcación. Lo vi en el mar que tanto aparece en sus textos (como nos lo desgrana Yvette Jiménez en su ensayo), en el puerto de Veracruz donde nació y donde llega el barco del cuento, sólo que es un buque fantasma para los de la costa y comprendí que el tiempo siempre era tema de sus cuentos. El tiempo de muchas maneras, el tiempo paralelo en este caso, y la angustia de su atisbo. Por algo tanto Hugo Verani como Anthony Stanton mencionan la fugacidad del tiempo como tema que caracteriza la poesía de José Emilio Pacheco: “La conciencia del fin, de ser ‘pasajeros en tránsito por la tierra prodigiosa e intolerable’ se funde con el espacio de lo perdurable”, dice Verani. Stanton añade que no hay mejor caracterización de su poesía: “es un canto entre las ruinas”.

Tal vez el acto de leer y dialogar con José Emilio Pacheco a través de su lectura, de la lectura de sus textos reescritos, de la reescritura que significan también los textos de los otros o de la novela sobre la escritura misma que es Morirás lejos (Luzelena Gutiérrez de Velasco la ubica en su novedad y su filiación a la corriente de la nouvellé) es andar en esa línea paralela de tiempo, donde ninguno de los dos, ni nosotros lectores ni José Emilio somos fantasmas. En esas dos orillas que se tocan, estamos más vivos que nunca, el autor y nosotros. Afortunado salvavidas el de las grafías y sus intenciones. Su fragilidad es mera ilusión óptica porque ata, funde, hace que el barco que se perdió hace cien años y la gente que miramos desde la costa estemos al mismo tiempo en ese cruce de miradas que permiten las palabras.

Edith Negrín explora el mítico 68, generación a la que pertenece Pacheco, a través de su alusión, su manera de sangrar en lo inmediato y lo consecuente, en textos periodísticos y poéticos, subrayando a través de un hito histórico lo que ya Verani detalla: la relación del autor con la Ciudad de México. Hay coincidencias cuando los autores de este libro citan los versos contra Harold Bloom y su “ansiedad de las influencias”, porque la tradición literaria que honra, su pertenencia, el diálogo con la misma es parte importante de la escritura de José Emilio Pacheco, que además nos acerca a otras tradiciones cuando elabora sus propias versiones de poemas en otras lenguas. La mirada de Carmen Dolores Carrillo sobre las versiones de poetisas japonesas de diez siglos por José Emilio Pacheco es ilustradora sobre los waka o tanka y la relación de las mujeres con esta forma de escritura a lo largo de la historia, así como la apropiación que hace de ellas en nuestra lengua el poeta Pacheco.

Celebro, por si fuera poco, el recorrido de los expertos, la delicia del texto en voz de José Emilio Pacheco (que nos devuelve el sonido y la pasta de su voz y que se publica por primera vez) en el homenaje de El Colegio de México; esa gracia y naturalidad para contarnos la llamada de un funcionario de Gobernación que le reprochaba sus pocas credenciales académicas a quien no las necesitaba. Celebro el anecdotario del tiempo en que el escritor fue abriéndose un camino a base de pasión, dedicación, pisar fuerte, vivir suave con un espacio siempre amable para su familia y amigos. José Emilio Pacheco no necesitó de rencillas ni venganzas, ni vivió la hoguera de las vanidades, por eso todos lo recordamos con afecto y admiración. Y nos duele su ausencia, porque oírlo hablar, verlo sonreír, leer sus “Inventarios”, eran actos gratos y sencillos. Valiosos. “A treinta años de Las batallas en el desierto” se titula la plática que nos coloca frente a la novela que sigue conmoviendo a los lectores jóvenes, que como José Emilio bien dice, ni vivieron los cincuenta y a lo mejor no conocen la colonia Roma. El relato de Pacheco nos muestra cuán azarosos e inciertos pueden ser los caminos de los libros, no se imaginaba el escritor que Jimmy se quedaría para siempre entre sus lectores, que habría película y que Café Tacuba le cantaría, tampoco que la encuesta entre escritores de la revista Nexos, a tres décadas de su fundación, sobre las novelas más importantes de ese periodo diera a Las batallas en el desierto el segundo lugar después de Noticias del Imperio de Del Paso.

Lo que seguro sí preveía José Emilio Pacheco es que permanecería entre nosotros como palabra viva, como ritual lector, como arena errante, aunque nos sigamos preguntando cómo pasa el tiempo, arropados siempre por el fulgor de sus palabras. Nosotros —como él cuando increpa a Bloom y se rebela pues no quiere matar a sus antecesores literarios— no podríamos escribir ni sabríamos qué hacer en el caso imposible de que José Emilio Pacheco no existiera. Por eso estamos aquí.

 

por Mónica Lavín

 

Publicado, originalmente, en: Revista de la Universidad de México  138 / reseñas / Agosto de 2015

Revista de la Universidad de México es una publicación editada por la Universidad Nacional Autónoma de México

Link del texto: https://www.revistadelauniversidad.mx/articles/eeffb322-e59d-4f2a-8065-29600841bda4/reescrituras-de-jose-emilio-pacheco-el-latido-del-texto

 

Ver, además:

José Emilio Pacheco en Letras Uruguay

 

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