Paradiso y la alteridad lezamiana en el ensayo
Jorge Ángel Hernández
jorgeangelhdez@gmail.com

En Paradiso, Lezama presenta a su protagonista, José Cemí, acosado por una doble enfermedad: un fuerte ataque de asma y una poderosa intoxicación. La primera aparición del otro emerge de la circunstancia dialógica entre la enfermedad y la persona —la persona y la persona otra, enferma— en una actitud francamente dramática. La persona no es ella si está enferma, sino una dimensión dramática posible, una tensión circunstancial que hipertrofia su propia proyección. Este es un procedimiento más que común, específico del género y del estilo de la palabra novelística. Mediante una antítesis directa, en un desplazamiento por contigüidad, se estructura la significación. Simbolizada en la doble perspectiva del enfermo, la existencia binaria del niño Cemí, cuya asma no le permitirá llorar ni aún con las crueles gotas de esperma que dejará caer en su pecho la nodriza, extiende el diálogo entre sus polos dramáticos. La perspectiva del otro es un tópico típicamente narrativo.

Sin embargo, este suceso está poderosamente acompañado por la actitud de Baldovina, la nodriza, quien, alarmada hasta el horror, va a enfrascarse en la lucha contra esa doble enfermedad. En esta línea dramática, precisamente, se introduce la perspectiva semiótica de la alteridad: la significación del otro en una perspectiva de diálogo exotópico. No debe olvidarse la constante relación entre las enfermedades y encuentros con la imagen de José Cemí y José Lezama Lima. Esta es, según el discípulo de Lotman, A. Piatigorski, la idea del equivalente del sufrimiento: la idea del sufrimiento objetivable como aunque otro, pero equivalente. Así se haría imposible la reducción de lo artificial a lo natural, por su condición de absurdo metodológico.

Esto conduce a los múltiples intentos de objetivar, por ejemplo, el desborde sexual de Farraluque en un arquetipo de la sexualidad adolescente o del mito de la desenfrenada sexualidad criolla en un afán por aplicar la variante bajtiniana de carnavalización a los más insospechados pasajes. Pero es en la capacidad discursiva del discurso mismo, en su mínima estrechez metodológica, en su producción tropológica elemental, en su manera de hacer que cada elemento sea, en principio, idéntico a otro, donde se fundamenta esa constante aprehensión de otredad en la escritura, sea cual sea el género que elija, de José Lezama Lima.

Si en virtud de la evidente interrelación que su propia obra muestra, nos permitimos un desvío de apoyatura hacia el ensayo, veremos cómo allí también la escritura, y la fundamentación del discurso, se van actualizando en ese orden constante de otredad, en el diálogo intergenérico y hasta en la exotopía esencial de los géneros puestos en relación.

La frase con la cual Lezama penetra hacia el Preludio a las eras imaginarias, exige ya un signo en el lector para que lo acompañe en su encuentro con el lekton, esto es: una imagen. Será preciso ver, en la más plena representatividad, en la tensión dramática más típica de la narratividad, a las categorías causalidad e incondicionado. En principio, el universo categórico está habitado por activos personajes. Se entra al ensayo tal y como se descubre la presencia de un drama. Es necesario remitirse al éxtasis, asimilarlo y asumirlo, para reencontrarse —descubrir, dicho en rigor— la exposición teórica.

El punto de partida muestra una ruptura abierta de código, lo cual es ya bastante intrínseco si se tiene en cuenta que, textualmente, no se ha planteado código alguno. La quiebra, la rajadura, está dada en el orden de la tradición, en lo que convencionalmente se acepta como ensayo. Es, en realidad, el enfrentamiento traumático con un otro, capaz de destruir todo peligro de unidad y, a fin de cuentas, la imposición de la imagen, la búsqueda de la originalidad por el plurilingüismo genérico.

Todo ese párrafo inicial propone una movilidad propia de una descripción narrativa. Citémoslo:

Con ojos irritados se contemplan la causalidad y lo incondicionado. Se contemplan irreconciliables y cierran filas en las dos riberas enemigas. Gustaba la causalidad, pacificada, de los enlaces más visibles. Enlaces que se sumergían o adquirían su halo de visibilidad en los placenteros criterios de la finalidad. ¿Iban los enlaces causales por acariciadas colinas a su finalidad? ¿O la finalidad, imán devorador, atraía a la infinitud de la causalidad a su visible liberación? Pero antes de precisar si es apacible o cejijunto el rostro de la finalidad, veámoslo como una proyección ascendente, el ascendit de causalidad a finalidad.

Y hagamos la desconstrucción primaria de este párrafo ensayístico que se presenta, en rigor, como un discurso narrativo:


1º. Tensión dramática entre dos personajes: Con ojos irritados se contemplan la causalidad y lo incondicionado.
2º. Anticipación arquetípica del conflicto: Se contemplan irreconciliables y cierran filas en las dos riberas enemigas.
3º. Penetración psicológica, apertura hacia la extensión de la narratividad: Gustaba la causalidad, pacificada, de los enlaces más visibles.
4º. Proyección conceptual de esa extensión narrativa: Enlaces que se sumergían o adquirían su halo de visibilidad en los placenteros criterios de la finalidad.
5º. Esfuerzo participativo, obstáculo —en el pensamiento, aunque bajo el recurso de la propia imagen narrativa del desplazamiento físico de los personajes— que detiene la acción para impulsarla: ¿Iban los enlaces causales por acariciadas colinas a su finalidad?
6º. Retroalimentación del desplazamiento conceptual: ¿O la finalidad, imán devorador, atraía a la infinitud de la causalidad a su visible liberación?
7º. Anticipación de un retorno a la extensión narrativa que explique la tensión dramática inicial y argumente el conflicto: Pero antes de precisar si es apacible o cejijunto el rostro de la finalidad, veámoslo como una proyección ascendente, el ascendit de causalidad a finalidad.
 

Además de este planteamiento de lo que pudiéramos entender como diferentes lexías, o unidades mínimas de lectura narrativas, llama la atención el uso de los recursos descriptivos propios de la narración. Las categorías filosóficas se presentan “con ojos irritados”, son, por demás, “irreconciliables”. La finalidad, además de “imán devorador”, posee “placenteros criterios”. También es posible marchar por “acariciadas colinas” a esa finalidad y hasta advertir en ella misma un rostro “cejijunto o apacible”. Se trata de un sometimiento absoluto a la exotopía del código genérico. No se permite, en su norma estilística propia, emprender un ensayo si no es forzando su visión genérica en el discurso mismo, aunque no así en el planteamiento, en el corpus del pensamiento que sí responde, con mucho, a las peticiones genéricas establecidas. El punto de partida es, entonces, la multiplicidad operativa de la imagen, algo que aparecerá y reaparecerá en todo el libro. Pero, de todas formas, la ruptura del código —la imagen narrativa abruptamente impuesta en el ensayo— crea un caos en la hermenéutica.

¿Por qué Lezama Lima envolvió en tal velo esa serie de ideas agudas, penetrantes, directamente filosóficas, “originales”? En primera instancia, ello responde al propio mito de la originalidad. Ser, a toda costa, original. Ser otro ante la cotidianeidad del arquetipo genérico. Era necesario engrandecer, sublimar sus descubrimientos en una dimensión poética —una poiesis tampoco original— que concediera el signo de lo único, que entregara la identidad a partir del método de la enajenación, de la otredad. Levanta, con ello, una imagen del análisis: el potens de un signo.

Jorge Ángel Hernández
jorgeangelhdez@gmail.com

Publicado, originalmente, en Cuba Literaria http://www.cubaliteraria.cu/ - 28 de diciembre de 2014

http://www.cubaliteraria.com/articuloc.php?idarticulo=18106&idcolumna=29

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