Juan Gelman y sus ironías poéticas: a gelmanear
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Luego de la publicación de Violín y otras cuestiones (Buenos Aires, 1956), la poesía de Juan Gelman gana en la audacia del recurso lingüístico, imbricando el sentido de lo gramatical con la armonía y la cadencia de palabras y frases. Y no solo cuestionará los esquemas de la poesía circundante, sino que muy pronto trascenderá esos tópicos y buscará un más audaz manejo del lenguaje. Son juegos cervantinos, sin embargo, como lo confirmara, una vez más, y justamente, en su discurso de aceptación del Premio Cervantes. En el poema “Héroes”, el ego poético es llamado a compartir su convencional herencia con un componente irónico de verbalización: “a mí me toca gelmanear”, escribe. La poesía, en su convencional legado y respecto al papel creativo del poeta, y al llamado oficio mismo, asume un sitio análogo al que ocupa la lengua respecto a su uso en el habla, terreno donde, según Cervantes, el vulgo ejerce su poder. Aunque lo irónico se sustenta en una serie de recursos, que el poeta dispersa en sus melódicos versos, el giro polisémico surge unido a cierta concepción de lo poético. Así, “los farmacéuticos especifican / dictan bellas recetas para el pasmo / se desayunan en su gran centímetro” y, por demás, “se amanece siempre en los testículos”, con lo cual quedan imbricadas la expresión popular de referencia (los argentinos contemporáneos acusan el tener hinchadas las pelotas) con esa polisemia ya esencialmente gelmaniana que lo poético convoca. Porque, si bien Cervantes y Lope de Vega lo validan, al precederlo, la manera de Gelman se halla por completo inserta en modos coloquiales argentinos, o porteños, que se comprenden en Hispanoamérica sin explicaciones añadidas. Amanecer en los testículos es, por mucho, una expresión de dignificación trascendente de la expresión popular en su relación con la circunstancia nacional inmediata a la que el texto hace alusión. En seguida, el poeta hará explícito ese grado de importancia de los referentes mediante este verso: “no poca cosa es que ello suceda”. La ironía de la vida, del uso de vivir en el que los objetos cumplen funciones que la lengua aún no ha aprendido a describir y a interpretar cabalmente, es también sustancia de la poesía. La obra de Gelman lo confirmará, libro por libro. La palabra poética ha de aprehender, así, cualquiera de los sufrimientos y necesidades humanas, los cuales se resuelven, en tantos casos, mediante la ironía, recurso a la que el poeta accede con humildad consciente. De ahí que el poema concluya con estos tres versos, en los que no solo hay juego de lenguaje, sino además, y sobre todo, un sentido social que no da paso a la más mínima duda: |
a gelmanear a gelmanear les digo a conocer a los más bellos los que vencieron con su gran derrota
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En el poema “Condecoraciones”, la ironía pasa de una amarga denuncia de los hechos, a una ironía que proyecta al futuro una esperanza, si no palpable sobre la base de realistas conclusiones, sí argumentada en la necesidad humana. |
Condecoraron al señor general, condecoraron al señor almirante, al brigadier, a mi vecino el sargento de policía, y alguna vez condecorarán al poeta por usar palabras como fuego, como sol, como esperanza, entre tanta miseria humana, tanto dolor sin ir más lejos.
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Se trata de no perder la fuerza del enunciado sarcástico, pues ese “sin ir más lejos” recontextualiza lo que, de golpe, pudiera convertirse en simple desiderátum poético. En giros como este, que abundan en los poemas de Juan Gelman, no solo se concentran específicas llamadas de expresión figurada, sino también una especie de comunión con el canon conversacionalista que inundó la poesía de esa época. El conversacionalismo de Gelman se desplaza, y a sí mismo se trasciende, a través de constantes incidencias irónicas que, aunque aparenten señalar, hacer guiños deícticos concretos, son circunstancia de viva sugerencia.
Dos poemas llamados “Tanguito” revelan sus maniobras de poeta que asume y a la vez se distancia de las consecuencias sentimentales del suceso, del contexto sentimental que la poética, de acuerdo con lo planteado en la situación de vida que se referencia, le exige:
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Tanguito
yo no sé qué hacer para que salgas de mí y por fin te vayas al diablo al sufrimiento que me crece por verte y por no verte y no seas más que eso sufrimiento en vez de ser temblor ser esperanza silencio bajo el sol otro sol además
Tanguito
no me quiero plantar en el naipe fastuoso de la vida o jugar a ganar o a perder sino perder para ganar o sea ganar para perder tu rostro canta que canta en la mañana y ya te voy a sufrir por ejemplo
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En el primer caso, la necesidad de alejamiento no es si no impotencia, sino sufrimiento al que no se puede vencer a pesar de las declaraciones de guerra, a pesar de los partes de derrota adelantados. Hay un llamado que contiene en sí mismo su sentido contrario, mecanismo clásico en el que se expresa la ironía. El segundo “Tanguito”, rescata la misma norma básica de enunciación, aunque su tono no parte del lamento, sino de la arenga, de la convocatoria colectiva. El verso final es nuevamente responsable de recontextualizar el punto de partida, de asignar un orden a las contradicciones que los versos anteriores han planteado. La fórmula que obliga a volver al punto cero de la interpretación no es, sin embargo, esquemática, o reiterativa, pues tanto el contexto referencial de la realidad como el juego con las normas de versificación generan variantes para la viabilidad del recurso. En “Lo que pasa” la ironía resuelve el giro lírico con rupturas sistemáticas que sacuden el tono y activan el distanciamiento reflexivo. Y con ello, la concepción estilística, tan implicada con las proposiciones asertivas, que parece desbrozar por sí misma la brecha de un decir social intrínseco, intenso y acuciante. |
Lo que pasa
Yo te entregué mi sangre, mis sonidos, mis manos, mi cabeza, y lo que es más, mi soledad, la gran señora, como un día de mayo dulcísimo de otoño, y lo que es más aún, todo mi olvido para que lo deshagas y dures en la noche, en la tormenta, en la desgracia, y más aún, te di mi muerte, veré subir tu rostro entre el oleaje de las sombras, y aún no puedo abarcarte, sigues creciendo como un fuego, y me destruyes, me construyes, eres oscura como la luz.
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Esta declaración de entrega, bajo la acotación de “y lo que es más”, contrapone el elemento típicamente considerado como “menos”, para dotarlo de una trascendencia inmanente que a través del giro irónico se sostiene y se eleva. El arquetipo de sublime que carga en sus hombros lo poético queda así bajo la acotación irónica. La poesía personificada, percibida y concebida como un ente asaz humano, dignifica, en la versificación gelmaniana, es decir, en el acto puro de gelmanear, el uso cervantino de la ironía inmanente que comúnmente el habla imprime a la dinámica del lenguaje. Pero esos recursos se hallaban sepultados por las buenas costumbres de las buenas (y sordas) preceptivas. Veamos este ejemplo, que ilustra claramente el nivel de implicación entre estilo y sentido que muestran sus poemas:
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El Perro El poema no pide de comer. Come los pobres platos que gente sin vergüenza o pudor le sirve en medio de la noche. La palabra divina ya no existe. ¿Qué puede hacer el poema, sino contentarse con lo que le dan? Después aullará por ahí sin respuesta, será otro perro perdido en la ciudad impiadosa.
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La personificación es, en este caso, un tanto amarga, pues el poema, perro perdido y vagabundo, sabe que solo puede contentarse con la mendicidad, aunque, aun así, es justamente el fondo irónico el que deja, en el ámbito interpretativo, la percepción última de lo significado. No hay pesimismo, sino objetividad, aunque esa objetividad es, justa y proporcionalmente, lírica: asume la realidad de la existencia del mismo modo en que asume la realidad de la figuración. |
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Juan Gelman y otras cuestiones |
Jorge Ángel Hernández
jorgeangelhdez@gmail.com
Publicado, originalmente, en Cubarte http://www.portalcubarte.cult.cu/es - 8 de diciembre de 2014
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