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El nivel taxonómico en la cultura
Jorge Ángel Hernández
jorgeangelhdez@gmail.com

 

El tercer nivel de análisis de los fenómenos culturales es el taxonómico y se ocupa de describir los componentes internos de las unidades estructurales. Describir no se limita a procesar relatorías del acontecimiento, sino a indagar en los mecanismos específicos que le permiten manifestarse como suceso cultural dentro del sistema de las relaciones sociales que lo engloba, aunque no lo determine. Se trata de un ejercicio metodológico consciente de disección de estructuras y de desconstrucción de sus componentes internos.

Es fundamental dejar sentado que este nivel actúa como auxiliar metodológico de gran importancia en el análisis de la cultura y que no es, aun así, el fin de los estudios semióticos, sino su zona de mayor grado de clasificación y especialización en cuanto a las estrategias reveladas por los niveles anteriores. Lamentablemente, se le ha puesto en ejercicio como fin, aludiendo a la necesaria estrechez del objeto de investigación e intentando camuflar el reduccionismo analítico, o contentándose con el paisaje estructural que los sucesos investigados revelan. Los numerosos aportes del estructuralismo constituyen, para este nivel de análisis, la fuente principal de su estrategia de búsqueda, si bien es cierto que sus limitaciones pueden convertirlo en callejón sin salida o, lo que sería peor, en descripción vacía.

La premisa estructuralista de que en determinado estadio de la estructura se halla, siquiera de manera implícita y aproximada, la directiva futura en que ella podrá manifestarse, no debe ser tomada como un aserto predictivo, sino como un evento específico de revelación de ciertas estructuras que, aun así, apenas serían cimientos para el sistema cultural que vendrá a sustituirlas. Esta percepción de inmanencia sistémica, que el estructuralismo llevó a extremos metafísicos, peligra sobre el nivel taxonómico, pues ella es parte de las conclusiones que se obtuvieron a partir de disecciones fundamentales para la investigación y el análisis cultural. De igual modo, los determinismos que marcaron las más elementales, o vulgares, tendencias que seguían al marxismo, supeditando a las relaciones clasistas, o al estatuto económico, el sentido último y primario de las obras artísticas, y de los de los fenómenos que desde la cultura se manifestaban, demostraron muy pronto sus limitaciones. Ambos son sin embargo importantes para este nivel, por cuanto parten de elementos vitales para la disección, la clasificación y el ejercicio deconstructivo.

El nivel taxonómico recoge entonces el espectro de especialización del nivel metadiscursivo, para llevarlo a un proceso de interdependencia que permita probar tanto el carácter inagotable de sus procedimientos como la operatividad de los presupuestos desde los niveles más universales hasta las especificidades más estrictas. La taxonomía de los sistemas culturales, generalmente, proyecta un proceso agotador, imposible de abarcar en una sola empresa, a menos que se disponga de la colaboración de un equipo de trabajo muy compenetrado con la metodología. De ahí que los estudios ubicados solo en el interior mismo del nivel, en apariencia, nos dicen poco, o tal vez nada. No obstante, los más importantes y completos sistemas de pensamiento hasta hoy conocidos, se han levantado sobre la base de esos muchos estudios de suma especialización a los que, de un plumazo mucho más declamatorio que real, se le negaron sus aportes. Y así como a los estructuralistas se les ha acusado, despectivamente, de diseccionar cadáveres, a los que han practicado la anatomía del análisis, y de la crítica, se les ha tachado de molestar la obra con su método de indagación y hasta de despojarla de su inmanente sublimidad en la expresión.

Se trata de un prejuicio que doblemente se expresa, pues tanto la patología como la anatomía son disciplinas científicas imprescindibles para la sociedad y, al discriminarlas para el ámbito de la cultura, se revelan limitaciones de visión y, sobre todo, una insalvable metafísica en el método de comprensión. Y ello se ha hecho, también y paradójicamente, desde ciertas tendencias del materialismo dialéctico, que debe ser un componente esencial para el análisis cultural en general.

En su proyección, este nivel es paradigmático, aunque le es posible expresarse solo a partir de las construcciones sintagmáticas que son el resultado de las investigaciones científicas. Es, en efecto, agotador y desagradecido, puesto que existe en virtud de conceder a las ciencias más generales del conocimiento una base de datos que, utilizadas con buen tino dialéctico, puede aportar soluciones a diversos problemas que el análisis plantea. La semiótica, al surgir como un desprendimiento especializado de la lingüística —otro desprendimiento especializado— no solo corre el riesgo, sino que tiene urgencia de adentrarse en la taxonomía, para no regresar a la universalización portando únicamente ideas muy generales.

Ahora bien, así como el uso del átomo —y de su propia descomposición— contribuyó a una formación del concepto de universo, la determinación de las unidades mínimas de significación debe integrarse a la operatividad del concepto de cultura. Corresponde a este nivel, entonces, poner en juego los procedimientos de desconstrucción, tanto de los acercamientos empíricos en los cuales se condensaba el sentido en la inmediatez perceptiva y la urgencia de un objeto de análisis del nivel aprehensivo, como de los discursos que forman el lenguaje total de la cultura y, asimismo, los discursos y metadiscursos que brotan en los lenguajes específicos de los diversos sistemas culturales. Cada investigador tiene la posibilidad, forzosa por demás, de atenerse a un número limitado de procedimientos taxonómicos y deconstructivos. Ellos contienen, en sus numerosas series de ejercicios probatorios y demostrativos, las bases científicas que sedimentan el rigor metodológico de la elección semiótica.

Es cierto que muchos intentos perecen en el vicio de la deconstrucción y en la excesiva esquematización, pues los resultados que muestran se centran, elementalmente, en descripciones de esta índole. Así también, y en el extremo opuesto, ha ocurrido con los folcloristas que se han viciado, conformándose, con descripciones narrativas de acontecimientos y sucesos, sin aportar valoraciones que trasciendan los niveles primarios de sentido. En este caso, el funcionalismo ha actuado, en principio, como revelador de puntos esenciales, sobre todo respecto a las funciones de determinados ritos y manifestaciones en lo popular; aunque también ha suministrado las limitaciones de interpretación lógica y ha generado barreras que no permiten avanzar en el reconocimiento de la expresión popular, folclórica, como un evento semejante, en valores y estrategias creativas, al que se da en el arte o la literatura. Unos y otros —folcloristas e investigadores en extremo subyugados por la pura descripción—, han dejado el fruto de sus búsquedas, útil a todo especialista capaz de desarrollar la agudeza necesaria para obtener nuevas cosechas de esa fuente de semillas. Tanto las recopilaciones del folclor, de tradiciones populares, y hasta de expresiones habitualmente ubicadas en el arte o la literatura, como las series descriptivas que experimentan con los sistemas significantes de esas manifestaciones, se presentan como valiosos aportes que acortan el agotador tiempo de la investigación. Así es posible entregar resultados parciales que, en cambio, completan determinado evento estructural del fenómeno en sí.

Es natural que se muestre al lector, especializado o no, un resumen, un espectro sintético de los resultados ofrecidos por el nivel taxonómico, del mismo modo en que todas las disciplinas científicas lo hacen. Y es recomendable experimentar al menos con una primera línea modal que ejemplifique los procedimientos investigativos, pues se trata de un método muy efectivo para poner a prueba cualquier sustentación teórica. Con frecuencia, el ataque a este tipo de investigador, más allá de los prejuicios, padece de confundir la ciencia con un grado extremo de especialización sincrónica, es decir, reducirla apenas a uno de los niveles del método. Si determinado tipo de estudio resulta demasiado monótono, por su unidireccionalidad teórica y, desde luego, por conformarse solo con este nivel del método, lo aconsejable es hallar una senda diacrónica en las imprescindibles inmersiones sincrónicas que fundamenten el estudio. Así, entre la necesidad de correspondencia y el equilibrio expositivo, aparecen los estudios más socorridos y esclarecedores, aunque no es un secreto para nadie a estas alturas, que ellos mismos se han nutrido de descubrimientos parciales, en muchas oportunidades desorganizadamente expuestos y, las más de las veces, ni siquiera citados y reconocidos por los eminentes teóricos.

Este nivel taxonómico es, por naturaleza, constructor de modelos. Sus transformaciones resultantes suelen conducir a nuevas modelizaciones por cuanto la generalidad de sus descubrimientos no son más que elementos dentro del conjunto de los conocimientos generales. Y en él se fragua, a su vez, el momento trascendental de la operatividad de toda teoría: la determinación de los comportamientos y las reacciones posibles de los modelos en situaciones hipotéticas, a las que puede llegarse, dicho sea de paso, no gracias a una ficción divina, sino mediante los propios elementos que componen esos modelos en su interrelación dialéctica.

En este tercer nivel se hace preciso activar la noción de estructura profunda, esencial desde la teoría de Claude Lévi-Strauss. «Cuanto más nítida es la estructura manifiesta —asegura él mismo— tanto más difícil se vuelve aprehender la estructura profunda, a causa de los modelos conscientes deformados que se interponen como obstáculos entre el observador y su objeto.»
[1]  Los cortes sincrónicos que suelen operarse en el nivel metadiscursivo, jerarquizan el análisis de las estructuras superficiales o manifiestas, mientras que, en el nivel taxonómico, la vuelta a los estudios sincrónicos, tras la recuperación diacrónica inicial, jerarquiza los modelos de estructuras profundas. No quiero decir, de ningún modo, que cualquiera de los cuatro niveles del método sea perfectamente independiente; en realidad, son efectivos solo si se complementan. Por lo vasto que se presenta en toda su dimensión este nivel, se hace imprescindible jerarquizar —nunca absolutizar— los elementos que serán sometidos al análisis. Como hemos repetido, el método es, en última instancia, electivo.

Los aportes de este nivel del método de comprensión semiótica de la cultura, han sido minimizados por posiciones investigativas que, sin embargo, también han recogido su savia en sus efectivamente turbulentas aguas. Y, si bien es cierto que para el lector común resulta exagerado siquiera una primera serie de sus demostraciones, para el especialista, y para todo aquel que aspire a ubicar su pensamiento en un nivel de análisis de mínima profundidad, es, en verdad, insoslayable.

Notas:

[1] Claude Lévi-Strauss: Mitológicas I. Lo crudo y lo cocido, Fondo de Cultura Económica, México, 1972. p. 23.

Jorge Ángel Hernández
jorgeangelhdez@gmail.com

Publicado, originalmente, en Cuba Literaria http://www.cubaliteraria.cu/ - 8 de junio de 2012

http://www.cubaliteraria.cu/articuloc.php?idarticulo=14674&idcolumna=29

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