Un hito en el teatro argentino: Los Podestá María González Rouco |
Al
hablar de nuestro teatro, surge la pregunta acerca del momento en el que
se consolidó como un espectáculo nacional, superados ya los vacilantes años
de los inicios. Angela Blanco Amores de Pagella escribió un libro al
respecto, que fue publicado por el Ministerio de Cultura y Educación. En
él diferencia dos etapas en el drama de nuestro país: “hablar de los
orígenes del teatro nacional es referirse necesariamente a la producción
que comienza en el siglo XVIII y perdura, sin absoluta continuidad, a lo
largo del siglo XIX, hasta lograr una etapa contínua que se inicia con la
representación que hicieron los hermanos Podestá en una recordada función
circense sobre la novela de Eduardo Gutiérrez, Juan
Moreira, en forma de mimodrama en el año 1884”. En
sus memorias, tituladas Desde ya y
sin interrupciones, María Esther Podestá evoca esa función:
“volvamos a 1884, cuando todavía se pensaba con mentalidad del siglo
diecinueve. La monolítica troupe
Podestá pasa íntegramente a trabajar en el barrial Politeama Circo
Humberto 1° de Buenos Aires, ubicado en la calle Virrey Ceballos entre
las de Moreno y Belgrano. Entonces ése era un lugar apartado. Hoy cuesta
creerlo, debido al crecimiento humano y material de la ciudad”. Allí
los contrata Alfredo Cattáneo, representante de la compañía
norteamericana de los hermanos Carlo. La actriz continúa la evocación:
“Los Carlo deseaban que el elenco que encabezaban mis mayores ofreciese
el Juan Moreira, que para ese
propósito había arreglado el propio autor, el novelista Eduardo Gutiérrez,
que había popularizado el novelón en entregas de folletín en el diario
‘La Patria Argentina’. Como
el estreno debía consumarse en beneficio de los hermanos Carlo, mis
parientes entendieron que era una circunstancia propicia para destacar la
armonía y cordialidad existentes entre los artistas circenses y acudieron
gustosos a realizar el espectáculo. La decisión estuvo condicionada a la
intervención integral de la familia, por encima de la suposición de que
la participación personal de Pepe hubiera conformado a Cattáneo o a los
Carlo. Respecto de esto hay distintas versiones. La pantomima Juan
Moreira, en cuya interpretación intervino de veras toda la familia
Podestá, se estrenó el 2 de julio de 1884 y se repitió otras dos veces,
con un éxito no advertido en otras piezas mimadas del repertorio de los
Carlo”. Nos
preguntamos por qué se señala que 1884 es el año que divide dos épocas
del teatro argentino. Angela Pagella sostiene que “si se ha estimado que
con la consideración de Juan
Moreira debe ponerse fin a esta serie de iniciadores es porque se
entiende que el teatro nacional encuentra entonces la vena fecunda que lo
hará perdurar en una actitud: la de ocuparse de una realidad social
argentina; realidad que, por otra parte, había interesado ya a la poesía
y a algunas manifestaciones novelísticas. A partir de esa fecha cobra
impulso lo que se ha dado en llamar ‘teatro gauchesco’, teatro que
llega un poco tardíamente –recuérdese no sólo la fecha de aparición
de Martín Fierro –1872-, sino
la prédica periodística de Hernández desde “El Río de la Plata” –1869- pero que afirma sostenidamente,
desde otro género literario, el interés por esa realidad social”. Teatro
y circo La
memorialista destaca que de los Podestá actores, el único que debe ser
considerado argentino por derecho de suelo es su abuelo, Jerónimo
Bartolomé. Los demás nacieron en Montevideo, adonde había marchado la
pareja de inmigrantes ligurinos, atemorizada por el rumor de un degüello
de “gringos” durante el gobierno rosista. “La familia permaneció en
Montevideo desde 1851 –dice María Esther-, y allí nacieron mis tíos
abuelos Pedro, José Juan (Pepe), Juan Vicente, Graciana, Antonio Domingo,
y Cecilio Pablo, quien artísticamente suprimiría su primer nombre. Por
esos años –afirma Luis Ordaz- “se construyen en Buenos Aires
numerosas salas teatrales, algunas de las cuales son copias fieles de las
europeas de mayor prestigio. En primer término el Teatro Colón, el Colón
primitivo, que data de 1857 (el nuevo y actual es de 1908), siguiendo con
los de la Opera y Variedades (1872), Liceo (1876), Politeama, (1879),
Nacional de la calle Florida (1882), San Martín, de la calle Esmeralda
(1887), Onrubia (1889), de la comedia (1891), Apolo, Casino, Argentino,
Odeón(1892), Mayo (1893), sólo para nombrar algunos de los más
sobresalientes construidos antes de 1900. Junto a ellos van creciendo
tablados y tabladillos, de nivel menor, por o común. Unos y otros poseen
una misma característica: se hallan en manos de elencos extranjeros,
particularmente españoles e italianos, pero también franceses, ingleses
y de otras lenguas”. Con
el teatro convive un espectáculo que Luis Ordaz señala como
“eminentemente popular”: el circo. “Podrían nombrarse los circos de
Rafetto (famoso forzudo y luchador, al que llamaban ’40 Onzas’) el de
los Henault, los Anselmi, los Rivero, los Rossi, etc. Pero ninguno posee
la trascendencia, en lo que a nuestro tema concierne, del de los Podestá”. Ordaz
evoca al fundador de esta familia de actores: “José J. (Pepe) es el
primero que siente la atracción de los circos extranjeros que pasan por
Montevideo y arrastra a sus hermanos hasta la playa cercana para repetir
con ellos las pruebas. Los Podestá llegan a crear un circo de aficionados
y hasta poseen una banda de música, pero también es José J. El que
primero inicia como trapecista, especialmente contratado, la carrera
circense que, más que carrera, es una pasión que corre por la sangre de
sus venas y late, sin descanso, al compás de su impetuoso corazón”. Algunos
Podestá En
sus memorias, María Esther Podestá recuerda a su padre, José Francisco,
de quien dice que “como la mayoría de los Podestá, mi padre era músico,
además de autor de comedias. Trabajó siempre, incansablemente, en los últimos
años administrando las temporadas del teatro Smart de la calle
Corrientes, rebautizado en 1967 en homenaje a la tía Blanca”. En
otra página nos habla de Pablo, quien prodigaba su talento en diversos
campos del arte: “Pero no fue sólo como actor, cómico o dramático,
que Pablo Podestá proyectó su singular personalidad artística. Hacia
1910, hallándose en gira por el interior del país, estrenó con su compañía,
en el Olimpo de Rosario, una obra titulada Miseria,
de la que era autor. También le pertenecía la música que completaba la
pieza. Asimismo, había pintado el decorado. Es decir que simultáneamente
fue autor, músico, pintor y actor, hecho no muy frecuente en el mundo del
teatro. Del músico que era Pablo son difíciles de olvidar los acordes
que compuso para el estilo de La
piedra del escándalo, sobre los versos románticos de Martín
Coronado. También Pablo esculpía con facilidad. Se conserva en el Museo
del Teatro el busto que le hizo de niña a Eva Franco, en 1917, cuando las
representaciones de Con las alas
rotas, de Emilio Berisso”. No
podía faltar en estas páginas el homenaje a la tía Blanca, de quien
dice la autora: “Blanca fue un crédito mayor de la familia. Me resisto
a verla en el pasado porque ella avanzó en el tiempo y siguió actuando
cuando muchos familiares habían dejado de hacerlo. Era una mujer
fundamentalmente buena, de una imagen fuerte que encubría sus apacibles
sentimientos. Como actriz tuvo la primera influencia de equilibrio de su
padre y una segunda de Pablo, de quien fue primera actriz en temporadas
memorables y a quien se acercó en equivalencia de temperamento”. La
sobrina valora los méritos actorales de la tía: “Tal vez Blanca,
elegante e imponente, se debatió siempre entre su femineidad y una voz más
bien ronca. Estaba más predispuesta para el drama que para la comedia, y
generalmente dramas fueron los mejores aciertos en su carrera de estrella
absoluta fuera de la órbita de Pablo. Nunca dejó de representar a
autores argentinos pero después del veinte hizo una apertura al
repertorio internacional, en una alternancia fulgurante de varias décadas
sumadas a su ya larga e intensa carrera anterior”. Autores,
oficio, público La
autora de las memorias enumera a los escritores que frecuentaban los
teatros; entre ellos se destacan Martiniano Leguizamón, Martín Coronado,
Gregorio de Laferrere, Roberto Payró, Florencio Sánchez y Enrique García
Velloso. “Casi todos hurtaban horas al trabajo para esas reuniones. Unos
tenían cátedras, otros hacían periodismo, unos terceros andaban en la
actividad política. Muchos se equivocan cuando os engloban en una bohemia
dorada y suponen que las horas les sobraban. Ninguno tenía fortuna
personal. Todos o casi todos debían multiplicarse para sobrevivir”. Aborda
también la cuestión del oficio y la importancia que tiene para el actor
teatral el haberse iniciado en la infancia, como le sucedió a ella. Al
respecto, comenta: “Quienes, como los Podestá, nos iniciamos niños en
la carrera teatral, llegamos a una altura de nuestra profesión en que
naturalmente el oficio (o sea la mecánica de la actuación sobre el
escenario) nos permite, en la habitualidad, liberarnos de varias
preocupaciones. Son muchas: moverse, simplemente moverse en escena,
accionar las manos, colocarse de manera de no obstaculizar la acción ni
la visual, saber escuchar y transmitir lo que se dice. Semejantes
exigencias sólo se dominan con un ejercicio continuado y permanente”. ¿Cómo
reaccionaba el público de fin de siglo ante una obra? También recuerda
esto la Podestá: si la obra gustaba, el público manifestaba “franca
ingenuidad”, “inocente entrega”, pero si no estaba conforme, el
auditorio tenía reacciones de otro calibre. La falta de aplausos o el
silencio era la más leve. Solían abuchear, protestar en voz alta y con
severos calificativos, retirarse del teatro, integrar “agresivos grupos
en el vestíbulo para ulteriores recriminaciones a autores o artistas”. ********************** En
sus memorias, tituladas Medio siglo
de farándula, publicadas en 1930, José J. Podestá recordó la
representación de 1884 con estas palabras: “Se hacían otras pantomimas
como Los Brigantes de la Calabria,
en el que el sirviente, un inglés zonzo, era el héroe de la pieza; Los bandidos de Sierra Morena, en que el asistente del capitán hacía
un tipo jocoso y simpático. También se representaban Los dos sargentos y Garibaldi
en Aspromonte; de modo que, cuando se me propuso la representación de
Juan Moreira no era un novel ni
mucho menos en este arte”. ¿Sabría
Podestá, al encarnar a Moreira, que estaba dando comienzo a una etapa del
teatro argentino? La historia del drama en nuestro país así lo recuerda. |
María González Rouco
Publicado en
La Nueva Provincia, Bahía Blanca, Argentina
Licenciada en Letras UNBA, Periodista
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