Inmigración: memorias y autobiografías argentinas

Lic. María González Rouco

Indice

1. Daneses

2. Escoceses

3. Españoles

4. Estadounidenses

5. Galeses

6. Holandeses

7. Ingleses

8. Irlandeses

9. Italianos

10. Polacos

11. Rusos

12. Suizos

13. Ucranios

14. Notas

 

De la experiencia de la inmigración surgieron muchos libros. Algunos autores eligieron la ficción para expresarse; otros, en cambio, prefirieron las memorias y las autobiografías.

     

¿Cuál es la diferencia entre unas y otras? A criterio de Ricardo Clark, “no tienen estos términos un límite preciso y se supone que la diferencia podría estar en la calidad del relato. Así ‘memorias’ serian el recuerdo de un momento en particular en la vida del personaje y autobiografía un trabajo mas profundo, donde supuestamente  ‘se cuenta todo’ ” (1).

     

En este trabajo me refiero a algunas de las memorias y autobiografías que dan a conocer aspectos de este fenómeno social en la Argentina, entre 1850 y 1950.

 

Daneses

 

En 1844, llegó a la Argentina el danés Juan Fugl, pionero que se estableció en Tandil cuando los indios asolaban la región. En sus Memorias, “relató que después del sitio indígena de Tandil en el mes de noviembre de 1855, ‘Al fin de cuentas, los soldados que llegaron no habían resultado mucho mejor que los salvajes, pues en las casas abandonadas que encontraron, robaron todo lo que pudieron y les fuera útil’ “.

 

Acerca del juez de paz, manifiesta en esos escritos: ”En el fondo de su alma sentía odio a los extranjeros y al creciente agro en la zona de Tandil, tanto porque él, familiares y amigos tenían tierras y grandes estancias lindantes, y se sentían molestos por las leyes que los obligaban a pagar los daños causados por animales en las tierras sembradas, y ahora protegidas. También porque repartía tierras entre criollos o nativos, en general muy simples y sin ningún ánimo de mejorar, no a extranjeros que aunque vivían pobres, con su trabajo y amistoso relacionamiento, pronto formaban un capital y vivían holgadamente” (1).

 

Escoceses

 

Cuando niña, María Rosa Oliver escuchaba a las institutrices inmigrantes. A criterio de María Rosa Lojo, muestra susceptibilidad “ante otros personajes que se consideraban superiores –étnica y culturalmente- a los argentinos, aunque se encontraran muy por debajo de ellos en la escala de la sociedad. No perdía una palabra de las charlas que mantenía Lizzie, su niñera escocesa, con sus colegas british que servían en casas de las afueras, a las que iban de visita y donde tomaban el té de las cinco con scons calientes y sándwiches de berro. Nunca faltaban, en aquellas sesiones, las críticas a los, y sobre todo las natives: mujeres descuidadas y haraganas, que malcriaban a sus hijos y no se tomaban el trabajo de aprender a preparar un buen té a la inglesa” (2).

 

Españoles

Andaluces

José María Torres, nacido en Málaga en 1823, falleció en Entre Ríos en 1895. En Juvenilia, Miguel Cané lo evoca con gratitud: “En cuanto a mí, creo haber contribuido no poco a hacerle la vida amarga, y le pido humildemente perdón, porque sin su energía perseverante, no habría concluido mis estudios, y sabe Dios si el ser inútil que bajo mi nombre se agita en el mundo no hubiera sido algo peor”. 

Asturianos

     

Niní Marshall, hija de asturianos, escribió sus memorias. Afirma Fernando Noy: “Previsora, para disipar dudas sobre sus procesiones por los laberintos de la memoria, ella nos legó, acicateada por su amigo y representante Lino Patalano, la invalorable Autobiografía donde emerge, con astucia de autora consumada y en una sesión de magia interminable, tan verosímil y viva como siempre, quizás de un modo inconciente desdiciendo aquella frase-consigna en uno de sus libretos radiales: ‘Déjenos contarle algo, déale. Si no va a parecer una mujer demasiado misteriosa, de esas que salen al cine y después les agarra la mamesia al cerebro’. Y si era necesaria mucha ‘propicacia’ para hacerlo, sospecho que sólo quiso recompensarnos con estas páginas a modo de despedida” (3).

 

Cántabros

     

Al igual que muchos de nuestros escritores, Baldomero Fernández Moreno evocó sus años de infancia, una edad escindida, en su caso particular, entre dos tierras, Argentina y España. En el prólogo a sus memorias, que llevan por título La patria desconocida, el escritor se refiere a la relación de las mismas con sus dos patrias, y deslinda la incidencia que España y la Argentina tienen en ellas: “Son páginas, pues, españolas por el recuerdo que las informa, argentinas por la mano que las trazó. Por eso este libro cobra un sentido vernáculo, americano. Y todo aquello en medio del suspirar por mi patria, por curiosidad, por exotismo, por poesía naciente, y, lo que es lo cierto, por indefinible amor hacia ella” (4).

     

En esa obra, recuerda a sus padres, llegados de la península y afincados en nuestro país, donde disfrutaron al principio de una holgada posición económica. Describe la transformación que se operó en su padre, y afirma que la misma fue completa: “de muchacho aldeano a rico y conspicuo miembro de una colectividad, fundador de clubes y protector de hospitales”. Cuenta asimismo la emigración de sus abuelos maternos

     

Baldomero Fernández, próspero emigrante, regresa a España junto con los suyos, con intención de quedarse definitivamente. Poco habría de durar la estadía en la tierra natal. Siete años más tarde, los Fernández Moreno se encontraban de vuelta en Buenos Aires, confrontando la realidad con la fantasía forjada por el niño.

 

Gallegos

     

En Juvenilia, Miguel Cané se refiere a inmigrantes de ese origen: “Recuerdo una revolución que pretendimos hacer contra don José M. Torres, vicerrector entonces y de quien más adelante hablaré, porque le debo mucho. La encabezábamos un joven Adolfo Calle, de Mendoza, y yo. Al salir de la mesa lanzamos gritos sediciosos contra la mala comida y la tiranía da Torres (!las escapadas habían concluido!) y otros motivos de queja análogos. Torres me hizo ordenar que me le presentara, y como el tribuno francés, a quien plagiaba inconscientemente, contesté que sólo cedería a la fuerza de las bayonetas. Un celador y dos robustos gallegos de la cocina se presentaron a prenderme, pero hubieron de retirarse con pérdida, porque mis compañeros, excitados, me cubrieron con sus cuerpos, haciendo descender sobre aquellos infelices una espesa nube de trompadas. El celador, que, como Jerjes, había presenciado el combate de lo alto de un banco, corrió a comunicar a Torres, plagiando el a su vez a Lafayette en su respuesta al conde de Artois, que aquello no era ni un motín vulgar, ni una sedición, sino pura y simplemente una revolución” (5).

 

En sus Memorias, Lucio V. Mansilla describe las condiciones en las que los gallegos realizaban el viaje hacia América: “El italiano no había comenzado aún su éxodo de inmigrante. De España, en general del Ferrol, de La Coruña, de Vigo sobre todo, sí llegaban muchos barcos de vela, rebosando de trabajadores, aprensados como sardinas (...) En cierto sentido eran como cargamento de esclavos” (6).

 

Luis Varela, octavo de catorce hijos, recuerda en De Galicia a Buenos Aires: “En aquella época las familias gallegas eran casi todas así de numerosas, y como nuestros padres sólo nos enseñaban a labrar las tierras y luego, de mayores, no alcanzaban las tierras para todos, era habitual mandar a algunos para el convento, otros para curas, uno se quedaba en la casa con los padres y los demás veníamos para América. Muchas veces yo le reproché a mi padre por tener tantos hijos, porque habiendo nacido en la casa de un gran labrador, nos dejó a todos en la ruina. Y él me contestaba que si tuviera tres o cuatro, yo no hubiera nacido y la mejor riqueza sería no tener que luchar con un truhán como yo” (7).

 

Gladys Onega  escribió Cuando el tiempo era otro. Una historia de infancia en la pampa gringa (8). Su historia se inicia en Acebal, provincia de Santa Fe, donde nace en 1930, y continúa en Rosario, ciudad a la que se mudan en 1939. Sus primeros años transcurren en el seno de una familia integrada por un gallego esforzado y ahorrativo, una criolla y tres hijos. Junto a ellos encontramos la familia de la casa da pena –los gallegos que quedaron en su tierra-, los parientes gallegos que emigraron y los parientes criollos de la madre, y los inmigrantes –en su mayoría italianos- que viven en el pueblo.

 

En “Mínima autobiografía de la exiliada hija”, María Rosa Lojo se refiere a su vida como hija de un gallego y una madrileña exiliados en la Argentina. Sobre su padre, exiliado gallego, escribe: “Dejaba negocios equivocados y proyectos irrealizables. Dejaba también (aunque de eso me enteré después de su muerte: era un hombre pudoroso) una cierta reputación juvenil de ‘mala cabeza’, y de playboy coruñés, que fascinaba a las muchachitas y escandalizaba a sus madres. Dejaba una España que para sus ojos había retrocedido siglos en el tiempo, donde no cabía la dimensión de su deseo. El futuro estaba afuera. Había resuelto que en las nuevas tierras haría otra cosa, y sería, casi, otra persona” (9).

 

Mito Sela evoca, en Babilonia chica, a un inmigrante pintoresco: “Creo que su nombre era Fermín o Félix o Fernández. O algo parecido. No queda ya nadie que pueda proporcionarme la información. Era gallego, viudo, con una hija fea y petisa como el padre, cuya función principal era servirle mate mientras él cortaba el pelo a un cliente. Recuerdo al peluquero no sólo porque era muy feo y su cara arrugada que daba miedo, sino por el hedor del cigarro que siempre, siempre estaba en su boca y las bocanadas de humo que despedía y yo recibía en plena cara. Mis recuerdos, la verdad sea dicha, se basan más en el olfato que en la persona” (10).

 

Vascos

      

Miguel Canè relata que los estudiantes encontraban diversas distracciones en la quinta de Colegiales; una de ellas, vinculada a unos inmigrantes. “En la Chacarita estudiábamos poco, como era natural; podíamos leer novelas libremente, dormir la siesta, salir en busca de camuatìs y sobre todo, organizar con una estrategia científica, las expediciones contra los ‘vascos’ “. (...) Los ‘vascos’ eran nuestros vecinos hacia el norte, precisamente en la dirección en que los dominios colegiales eran más limitados. Separaba las jurisdicciones respectivas un ancho foso, siempre lleno de agua, y de bordes cubiertos de una espesa planta baja y bravía. Pasada la zanja, se extendía un alfalfar de una media cuadra de ancho, pintorescamente manchado por dos o tres pequeñas parvas de pasto seco. Más allá (...) en pasmosa abundancia, crecían las sandías, robustas, enormes, (...) allí doraba el sol esos melones de origen exótico (...) No tenían rivales en la comarca, y es de esperar que nuestra autoridad sea reconocida en esa materia. Las excursiones a otras chacras nos habían siempre producido desengaños, la nostalgia de la fruta de los ’vascos nos perseguía a todo momento, y jamás vibró en oído humano en sentido menos figurado, el famoso verso de Garcilaso de la Vega” (11).

 

Carlos Ibarguren describe, en La historia que he vivido, el Buenos Aires de su infancia, en la década de 1880. En ese entonces, “en los barrios residenciales veíanse de mañana a los lecheros, casi todos vascos, que llevaban en los costados de su cabalgadura sus clásicos tarros de latón, o a los que arriando algunas vacas con sus mamones, al son tintineante de un cencerro, ofrecían leche recién ordeñada” (12).

 

En El merodeador enmascarado, Carlos Gorostiza “nos habla de su infancia en el barrio de Palermo, junto a sus padres vascos y un hermano mayor. No eran ricos pero disfrutaban de una situación que les permitió en 1926 realizar un viaje por la tierra de los ancestros” (13).

 

Sin mención de origen

 

Raúl G. Fernández Otero escribió Ausencias, presencias y sueños (14), autobiografía en la que evoca su infancia en un barrio porteño, allá por el 30. El rememorar sucesos de su vida personal lo obliga a describir la época en que transcurren y el modo de vida de esos tiempos que -en la pluma de Fernández Otero- parece mucho más humano que el agitado vivir del presente. Los padres y el hermano españoles, los vecinos, los carnavales, las anécdotas que pueblan toda historia a lo largo de una dilatada existencia, son la materia de la primera parte del libro.

 

Estadounidenses

 

Jennie E. Howard nació en Boston, Estados Unidos, en 1844 y falleció en Buenos Aires en 1933. “Llegó al país en 1883, junto con las maestras contratadas por Clara Armstrong para dirigir las Escuelas Normales de niñas a pedido de Julio A. Roca. Tras organizar la Escuela Normal de Niñas de Corrientes, realizó la misma tarea en la ciudad de Córdoba y en San Nicolás, provincia de Buenos Aires, donde permaneció hasta 1903. En 1931, publicó un libro de memorias en inglés, que en 1951 fue vertido al castellano con el título de En otros años y climas distantes” (15).

 

Galeses

 

Eluned Morgan nació en alta mar en 1869. “Hija de un colono galés, organizador del primer grupo que llegó a la Patagonia en 1865, se crió en el valle y fue enviada a Europa para completar sus estudios y dedicarse a la enseñanza en Chubut. Creó escuelas para niñas en Trelew y Gaiman. Posteriormente tuvo a su cargo el periódico Y Drafod, fundado por su padre y aún existente. Comenzó a mostrar sus aptitudes literarias en la composición de Eistedffod, piezas literarias de la tradición galesa, a partir de 1891. Publicó cuatro libros: Algas marinas, En tierra y mar, Los hijos del sol y Hacia los Andes, los tres primeros escritos en galés y el último en castellano, escrito originalmente en galés. Falleció en 1938” (16).

     

Escribe Ema Wolf, a partir de una investigación de Cristina Patriarca: “Una figura relevante de la comunidad fue Eluned Morgan. La hija menor de Lewis Jones llegó a cursar estudios en Londres y tuvo un lugar destacado en la vida cultural de los galeses en la Patagonia. Fue maestra y redactora del periódico I Dravod, ‘El Mentor’. Las fotos viejas muestran a una muchacha rolliza, de facciones apacibles, tocando el arpa en pose clásica. Muy anciana ya, de vuelta en su tierra natal, escribió sus memorias. Con una prosa entusiasta pintó su vida de adolescente en el Chubut y en particular un viaje que hizo desde la costa al Valle Encantado de la cordillera para llevar telas, azúcar, té, carne salada y herramientas a los setenta colonos que apenas un año antes se habían instalado allí” (17).

 

Holandeses

 

“En mayo de 1889, el vapor Leerdam trajo a los primeros inmigrantes holandeses a la Argentina. En este barco llegó, a los 10 años, Diego Zijlstra, quien en su libro, Cual ovejas sin pastor, recuerda su llegada: ‘Desde el vapor hasta la costa tuvimos que navegar en lancha y carro unos diez kilómetros soplando un viento de invierno que nos penetraba hasta la médula de los huesos. Ya estábamos en la tercera semana de junio... Verano en el hemisferio Norte. Pero invierno aquí... Engarrotados de frío y medio hambrientos pisamos por fin tierra argentina. Desde Buenos Aires, y previo paso por el Hotel de Inmigrantes, un grupo llegó en tren hasta Tres Arroyos, mientras que otros se instalaron en Cascallares, en la llamada Colonia del Castillo” (18).

 

Ingleses

 

En su Autobiografía,  Jorge Luis Borges recuerda a su abuela inglesa: “Frances Haslam era una gran lectora. Cuando ya había pasado los ochenta, la gente le decía, para ser amable con ella, que ya no había escritores como Dickens y Thackeray. Mi abuela contestaba: ‘ Sin embargo, yo prefiero a Arnold Bennett, Galsworth y Wells’ ” (19).

 

Irlandeses

 

Maggie Pool es la autora de Where the devil lost his poncho (20) obra en la que evoca el medio siglo que transcurre a partir de su llegada a la Argentina, “no bien terminada la guerra, como modesta secretaria de un organismo británico, casi con lo puesto y con sólo doce libras esterlinas, que era la máxima cantidad de dinero que se permitía sacar de Inglaterra en aquel momento de crisis”.

     

En la nueva tierra, Pool “queda deslumbrada por la riqueza que ve en Buenos Aires, por el tamaño de los bifes y los postres de un simple restaurant, donde se come lo que ninguna familia inglesa veía desde hacía años” .

     

“Nada disminuye su amor por la segunda patria. Con los años se traslada a vivir a Bariloche y, por fin, al valle de El Bolsón. La Patagonia la atrapó y parece ser su punto de residencia definitiva en su larga vida iniciada –allá lejos y hace tiempo pero al revés que Hudson- en Irlanda y Escocia. ‘Aquí está el paraíso’, resume sobre el final. Lo transmite con la certidumbre de quien ha sabido ver mucho más allá de las vicisitudes de la vida cotidiana” (21).

 

Italianos

 

Friulanos

     

Juan Faccioli, pionero friulano, fue uno de los “integrantes de aquella primera migración que dejaron testimonios escritos”: “Según Faccioli, al llegar al Hotel de Inmigrantes se enteraron de que estaban destinados al Territorio Nacional del Chaco, donde les darían tierras que estaban habitadas por aborígenes. Algunos huyeron del Hotel de Inmigrantes, pero luego de vagar sin conseguir trabajo ni comida volvieron y aceptaron llegar a Reconquista y, desde allí, a una colonia que se formaría al otro lado del arroyo El Rey” (22).

 

Ligurinos

 

María Esther Podestá es la autora de Desde ya y sin interrupciones, obra en la que destaca que, de los Podestá actores, el único que debe ser considerado argentino por derecho de suelo es su abuelo, Jerónimo Bartolomé. Los demás nacieron en Montevideo, adonde había marchado la pareja de inmigrantes ligurinos, atemorizada por el rumor de un degüello de gringos durante la época rosista: “La familia permaneció en Montevideo desde 1851 –dice la actriz-, allí nacieron mi tío-abuelo Pedro, Juan José (Pepe), Juan Vicente, Graciana, Antonio Domingo, y Cecilio Pablo, quien artísticamente suprimiría su primer nombre” (23).

 

Lombardos

    

Martina Gusberti es la autora de El laúd y la guerra (24), obra en la que evoca un viaje a Italia que realiza junto a su padre y su marido, en 1982. No era esa la primera vez que el inmigrante regresaba a su tierra; él dice: “¡Qué bello volver a Italia, visitar los lugares en los que luché durante la primera guerra mundial, recorrerlos paso a paso, ver cómo estará hoy...!”.

    

La hija, nacida como él en esa tierra, se pregunta acerca de la motivación que impulsa con tanta fuerza al padre; se cuestiona “ese afán por volver al pasado, no sé si para fijarlo en el hoy o sólo para retroceder a él. Quizás, ganas de detener el tiempo que se le escurría entre las canas; o de no morir, sin mimetizarse definitivamente con el paisaje”.

 

En Mendoza, Alcides Bianchi y sus amigos jugaban a la pelota: “En el barrio teníamos dos ‘canchas’ para jugar a la pelota –recuerda-. Una estaba ubicada al fondo de la quinta de papá, sobre la calle Civit y la otra al lado de la carnicería de Don Molinuevo, a media cuadra de casa, sobre la Cmte. Torres. Teníamos fijada una hora para hacer los partidos en las tardes, cuando ya habíamos hecho los deberes de la escuela. Allí nos juntábamos los chicos del barrio, de distintas edades, formando los dos equipos y generalmente a los más pequeños nos tocaba ser arqueros” (25).

 

Polacos

 

Felipe Fistemberg Adler relata en sus memorias que, en Moisés Ville, provincia de Santa Fe, “Cuando llegaban las fiestas patrias, el pueblo se vestía de gala, las ventanas lucían banderas azules y blancas y a la plaza San Martín, en el centro del poblado, concurría toda la población luciendo la escarapela y manifestando con orgullo su agradecimiento a la nueva patria. Por ser uno de los más altos, y seguramente porque mamá me almidonaba para la ocasión el guardapolvo, ya en los grados superiores las maestras me elegían abanderado, y escoltado por otros niños caminando entre aplausos y cálidas sonrisas nos dirigíamos a la plaza. Las autoridades y los directores de todas las instituciones pronunciaban emotivos discursos. Se cerraba el acto con un esperado reparto de golosinas entre los chicos. Con premura, nos despojábamos de los guardapolvos y corríamos al bosque de eucaliptos frente a la administración de la J.C.A. para ver y participar de la fiesta popular que premiaba a los ganadores, con ponchos, frazadas, camisas, camisetas o pantalones” (26).

 

Rusos

 

Marcos Alpersohn fue pionero en la colonia Mauricio, en la provincia de Buenos Aires, y primer cronista de un asentamiento judío en la Argentina. “Dejó escrito su interesante testimonio sobre la llegada al país, en 1891”, en el que  manifiesta: “el vapor alemán Tioko me trajo a Buenos Aires de Hamburgo, junto con otros trescientos inmigrantes, después de una travesía de treinta y dos días. Aún antes de que el barco entrara en el puerto, al divisar desde lejos la ciudad envuelta por palmeras, nos sentimos dominados por la alegría. Las madres levantaban en alto a sus pequeñuelos, diciéndoles jubilosamente: -Miren, chicos; ahí está el paraíso, la tierra bella y verde que el bondadoso Barón de Hirsch ha comprado para vosotros” (27). Días después advertirían que la realidad poco tenía que ver con sus expectativas.

 

En sus memorias, el pampista Mauricio Chajchir relata que en 1891 “se abrió el comité del Barón de Hirsch. Fue una salvación para los judíos y empezó el registro de las familias. Aceptaban solamente familias con hijos varones. Los que no los tenían, se daban maña. Hacían inscribir a un soltero como hijo y la cosa marchaba”. Cuando llegaron fueron alojados en el Hotel de Inmigrantes: "No sé de dónde surgió la versión que los cocineros y el personal eran judíos españoles y por consiguiente todo era kosher. Y ¡ah! Por primera vez durante todo el viaje, todo el pasaje disfrutó de una buena cena. Al día siguiente una comisión de mujeres fue a investigar a la cocina para ver si salaban la carne y se encontraron con una cabeza de cerdo sobre la mesa. Volvieron amargadas y tratando de vomitar lo que habían comido la noche anterior” (28).

 

Entre los inmigrantes que arribaron a nuestro país llegó Alberto Gerchunoff, de origen ruso, nacido en Tulchin, Vinnitsa, en 1883, quien se estableció con su familia en una colonia de Villaguay, Entre Ríos, después de que el padre fuera asesinado en Moisés Ville, Santa Fe. “En aquellos años ya distantes –recuerda en su “Autobiografía” (29), escrita en 1914-, los judíos no emigraban, y la tentativa de colonización del Barón Hirsch iluminaba a los israelitas de Tulchin, como la esperanza mesiánica del retorno al reino de Israel”.

    

En sus páginas autobiográficas, se describe a sí mismo vestido a la usanza de la nueva tierra: “como todos los mozos de la colonia, tenía yo aspecto de gaucho. Vestía amplia bombacha, chambergo aludo y bota con espuela sonante. Del borrén de mi silla pendía el lazo de luciente argolla y en mi cintura, junto al cuchillo, colgaban las boleadoras”.

 

Benedicto Caplán escribe: “El gran cambio en las costumbres de los judíos ortodoxos se produjo cuando la segunda generación en el país, o sea la de mi padre. Así como los de la primera generación todos llevaban largas barbas, salvo algunos elegantes que se las recortaban en punta, los de la segunda generación se afeitaron casi sin excepción, cambiaron sus hábitos alimentarios, adoptando los de los gauchos. La religión se siguió practicando en las grandes fiestas. Aparecieron los primeros gauchos verdaderos: bombachas anchas en lugar de pantalones, faja con tiradores y facón, asados, mate y carreras cuadreras. En la generación tercera, o sea la mía, este tipo humano pintoresco se multiplicó en todas las colonias” (30).

 

En Babilonia chica, escribe Mito Sela: “Crecí y me desarrollé en un barrio fuera de la Capital, ya provincia, sólo cruzando la Av. Gral. Paz. Este barrio –otro mundo- reunía en sus calles fábricas y galpones de la industria textil, que funcionaban sin descanso 24 horas diarias durante seis días a la semana. Junto a la industria se desarrolló un proletariado textil, formado por italianos, españoles y judíos, fervientes sindicalistas, que en su mayoría se identificaban con los distintos matices de la izquierda hasta la llegada del peronismo” (31).

 

Suizos

 

El 26 de octubre del año 1855 –escribe Roberto Zehnder- abandonamos Basilea, adonde hemos llegado antes del mediodía en omnibus. (N. Del A. Probablemente sea algún tipo de diligencia que lo llevaba desde su pueblo de origen hasta una ciudad importante como lo es Basilea), y nos alojamos en una hostería de nombre "El Buey colorado". (...) La mitad de los pasajeros del "Lord Ranglan" fue trasladado en un barco a vapor chico a Santa Fé y alojados al norte de la ciudad; mientras la otra mitad abandonaba el puerto de Buenos Aires tres días antes de nosotros y llegaron al puerto de Santa Fé al mismo minuto para anclar. En el barco se encontraron Guillermo Hübeli, Ricardo Buffet, Buchard Griboldi, como viajeros del "Lord Reglan" (N. Del A.: Lord Raglan)” (32).

Ucranios

María Arcuschín escribió De Ucrania a Basavilbaso (33) obra en la que rinde homenaje a sus antepasados y a quienes llegaron a América en busca de un futuro mejor, al tiempo que narra su propia vida en el seno de la colectividad judía entrerriana. Recuerda los relatos familiares sobre la razón que los llevó a emigrar: los antepasados “”Fueron casa por casa, puerta por puerta alertando sobre el peligro del próximo pogrom y la urgencia de partir hacia América en busca de libertad y de paz”. En la obra se observa la incidencia del momento histórico y el ámbito geográfico en los personajes; la presencia de la autora en el texto; la religión y la educación, el trabajo y las diversiones, como así también las reiteradas agresiones que sufrieron los judíos de esa provincia, y las consecuencias que trajeron a la autora y su familia.

Rosalía de Flichman escribió Rojos y blancos. Ucrania (34). En esta obra en evoca su infancia, en la que la amargura era una realidad cotidiana. Las persecuciones, la revolución, la guerra civil, las violaciones y los asesinatos –a los que se suman las inundaciones y el tifus- son el cuadro con el que Rosalía debe enfrentarse a muy corta edad: “Los blancos están en la ciudad, persiguen sin cesar a los judíos. Matan a los hombres, se apoderan de las mujeres jóvenes y hasta de las niñas. Estoy cansada de tanto horror. Y los cambios continúan. Hoy los blancos, mañana los rojos. Como somos despreciables burgueses, estos invaden la casa y nos reducen a dos habitaciones. El hambre se hace sentir, duele”. Agobiada por la tristeza, la niña piensa en el padre, al que no ve desde hace años. Después de muchos trámites, emigran para reencontrarse con él. Por fin, llegan a Mendoza. Ha comenzado para Rosalía “una larga vida en la Argentina, una vida plena y feliz”.

En su libro de memorias, titulado Ultima carta de Moscú (35), Abrasha Rotemberg relata que,:después de siete años, se reencontró con su padre, que trabajaba como “cuenténik”, “clásica ocupación de los inmigrantes judíos, que consistía en la venta callejera a crédito de todo tipo de prendas. ‘Yo descubrí muchos años después que esa generación de inmigrantes pobres y analfabetos resultó una de gigantes, que supo enfrentar una vida sumamente dura y difícil. No había otra alternativa que sobrevivir y ellos lo hicieron’, dijo Rotemberg” (36).

..... 

Las memorias y autobiografías son testimonios de los que nos valemos cuando queremos conocer la historia de la inmigración en nuestro país. En ellas, encontramos la evocación de vidas llenas de coraje y nostalgia. Y la conciencia del autor de pertenecer a una tierra, y haber elegido otra a la que ama con la misma intensidad.

Notas

1. Fugl, Juan: Memorias, citado por Lynch, John: Masacre en las pampas. La matanza de inmigrantes en Tandil, 1872. Buenos Aires, Emecé, 2001.

2. Lojo, María Rosa: “Cuando la plenitud nace de la carencia”, en La Nación, Buenos Aires, 31 de agosto de 2003.

3. Noy, Fernando: “A los ‘pieses’ de la Marshall”, en Clarín, Buenos Aires, 24 de mayo de 2003.

4. Fernández Moreno, Baldomero: La patria desconocida.

5. Cané, Miguel: Juvenilia. Buenos Aires, CEAL, 1980.

6. Mansilla, Lucio V.: Mis memorias

7. Varela, Luis: De Galicia a Buenos Aires –Así es el cuento-. Buenos Aires, el autor, 1996.

8. Sela, Mito: Babilonia chica. Buenos Aires, Milá, 2006. 112 pp. (Imaginaria).

9. Onega; Gladys: Cuando el tiempo era otro. Una historia de infancia en la pampa gringa.. Buenos Aires, Grijalbo Mondadori, 1999.

10. Lojo, María Rosa: “Mínima autobiografía de una ‘exiliada hija’ “, en Sitio Al Margen Revista Digital. Noviembre de 2002.

11. Cané, Miguel: Juvenilia. Capítulo. Buenos Aires, CEAL, 1980.

12. Ibarguren, Carlos: La historia que he vivido. Buenos Aires, Dictio, 1977.

13. Requeni, Antonio: “El teatro, la escritura, lo vivido”, en La Nación, Buenos Aires, 5 de diciembre de 2004.

14. Fernández  Otero, Raúl G.: Ausencias, presencias y sueños. Buenos Aires, Ediciones Tu Llave, 2000.

15. Sosa de Newton, Lily: Diccionario Biográfico de Mujeres Argentinas. Buenos Aires, Plus Ultra, 1986.

16. ibídem

17. Wolf, Ema y Patriarca, Cristina: La gran inmigración. Buenos Aires, Sudamericana, 1991.

18. S/F: “Historia de pioneros”, en Clarín, Buenos Aires, 2 de febrero de 2002.

19. Borges, Jorge Luis: Autobiografía, citado en Hadis, Martín: LITERATOS Y EXCÉNTRICOS Los ancestros ingleses de Jorge Luis Borges. Buenos Aires, Sudamericana, 2006.

20. Pool, Maggie: Where the devil lost his poncho. Edimburgo, The Pentland Press, 1997.

21. Sopeña, Germán: “Tierra lejana”, en La Nación, Buenos Aires, 13 de julio de 1997.

22. S/F: “Friulanos sobre el Paraná”, en La Nación Revista, 29 de julio de 2001.

23. Podestá, María Esther: Desde ya y sin interrupciones. Buenos Aires, Corregidor, 1985.

24. Gusberti, Martina: El laúd y la guerra. Buenos Aires, Vinciguerra, 1996.

25. Bianchi, Alcides J.: Aquellos tiempos... Buenos Aires, Marymar, 1989.

26. Fistemberg Adler, Felipe: Moisés Ville Recuerdos de un pibe pueblerino. Buenos Aires, Milá, 2005. 112 pp. (Testimonios).

27. Alpersohn, Marcos: Memorias de un colono argentino, en Judaica N° 50. Tomado de Senkman, Leonardo: La colonización judía. Buenos Aires, CEAL, 1984.

28. Chajchir, Mauricio: “Viaje al país de la esperanza. Relato de un viajero del Pampa”, en La Opinión, Buenos Aires, 8 de agosto de 1976, reproducido en Asociación de Genealogía Judía de Argentina, Toldot #8. Noviembre de 1998.

29. Gerchunoff, Alberto: “Autobiografía”, en Feierstein, Ricardo (selecc. y prólogo): Alberto Gerchunoff, judío y argentino. Buenos Aires, Milá 2001.

30. Caplan shalom www.lavaca.org

31. Sela, Mito: Babilonia chica. Buenos Aires, Milá, 2006. 112 pp. (Imaginaria).

32. Zehnder, Roberto: "Anotaciones durante mi inmigración, de Suiza a la República Argentina, por Roberto Zehnder, colonizador”, en hugozingerling@educ.ar.

33. Arcuschín, María: De Ucrania a Basavilbaso. Buenos Aires, Marymar, 1986.

34. Flichmann, Rosalía de : Rojos y blancos. Ucrania. Buenos Aires, Per Abbat, 1987.

35. Rotenberg, Abrasha: Ultima carta de Moscú. Buenos Aires, Sudamericana, 2004.

36. Gutman, Daniel: “Relato de una vida, de la Unión Soviética al diario ‘La Opinión’ “, en Clarín, Buenos Aires, 6 de abril de 2004.

María González Rouco
Licenciada en Letras UNBA, Periodista

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