Jose Gonzalez Carbalho: La “Patria anterior” María González Rouco |
Aunque
José González Carbalho fue un escritor notable, es muy difícil
encontrar información sobre su vida y sobre su obra. La que transcribimos
nos la ha proporcionado Antonio Requeni, autor de “Un
poeta arxentino en Galicia: González Carbalho”(1).
Leyendo este interesante trabajo nos enteramos de que el hijo de
emigrantes gallegos nació en Buenos Aires en 1899. Huérfano de madre,
fue criado por su padre, su hermana y una sirvienta gallega, a la que
recuerda como “un ser que desbordó en ternura y que sacrificó todos
sus afanes por el niño huérfano. Historias y leyendas que después hallé
en los libros, salían de sus labios para dormirme. Su generoso amor, su
entrega incondicional a mi educación para luego alejarse, sabiéndome
criado, acreditaban la nobleza de un elegido”.
Dos
experiencias lo marcarían en sus primeros años: la lectura de las Follas
novas que le dio su padre –“Aquella criatura, arrullada en sus
primeros años con canciones de cuna gallegas, entraba en un país mágico
de palabras y ritmos de la mano de un hada también gallega: Rosalía de
Castro”- y las reuniones del emigrante con sus amigos recién llegados
de Galicia, “envuelta ya para el niño en líricas nieblas de leyenda.
Aquellas demoradas conversaciones de sobremesa impregnaban su imaginación
con fragancias campestres o marineras; acariciaban sus oídos con música
de ese idioma como arrullo que lo adormeciera y que, años después, le
abrió las puertas de la poesía, territorio mágico del que sería, para
siempre, fervoroso habitante”.
“El
niño se hizo hombre y, leal a su vocación y a sus sueños, escribió
libros de poemas que encontraron eco auspicioso entre los más importantes
escritores del momento: Leopoldo Lugones, Alfonsina Storni, Pedro Miguel
Obligado... Sus temas eran el barrio, la casa, la hermana entrañable, los
amigos, el amor, la ternura, y una franciscana religiosidad”.
El
titiritero Javier Villafañe recuerda la amistad de Carbalho con Lorca:
“Yo tenía entonces 24 años. Iba caminando por la Avenida de Mayo; esta
vieja calle era muy transitada por escultores y poetas de la época. Seguí
mi caminata, cuando me encuentro con Pepe González Carvalho –amigo de
Kantor- y con la hija de otro amigo. Nos detenemos y me presenta a
Federico García Lorca. A la altura de la Avenida de Mayo y Santiago del
Estero, frente al Pasaje Barolo, entramos los cuatro en un bar. Pepe, que
en ese entonces era periodista de Noticias
Gráficas -periódico de la tarde- se hizo muy amigo de Federico.
Conversamos mucho y Pepe, que conocía mi actividad con Juan Pedro Ramos,
le habló de ella a Federico, quien escuchaba con mucha atención. (...)
Luego de cinco largos meses de permanencia en Buenos Aires, Federico García
Lorca regresa a España, y pasado un tiempo todavía envía
correspondencia a González Carvalho”(2).
Fue
asimismo profesor de literatura española en el Colegio Nacional Hipólito
Yrigoyen, y autor de libros de poesía –Campanas en la tarde (1922), Cantados
(1933.Premio Municipal), entre otros-, prosa –El libro de Angel Luis (cuentos, 1926), Vida, obra y muerte de Federico García Lorca (1938) y otros-,
teatro –Arrabal de Carriego,
Cornamusa- y ensayo -Idioma y
poesía gallega, 1953.
Falleció
en Buenos Aires, en 1958. “Mientras se vestía para dirigirse a la
escuela nocturna donde era profesor de literatura -recuerda Requeni-, su
corazón se detuvo. Yo llegué apenas una hora después y nunca se me
borrará la imagen de aquel ser excepcional, pulcramente vestido y
afeitado –como lo viera siempre- inmóvil, sobre la cama, (...) Yo no
estaba en condiciones de pensar absolutamente nada en ese momento, pero al
transcurrir el tiempo y recordar aquella escena estremecedora, tuve la
misma reflexión de González Carbalho ante otras sugestivas imágenes:
‘parecía un tema de Rosalía’ ”. El
periodista Escribió
en diarios y revistas. En varios artículos se refirió al viaje a Galicia
que realizara en abril de 1955. Escribe Antonio Requeni, a propósito de
los mismos: “González Carbalho fue poeta y periodista. Esa doble
actividad lo ayudó a comprender mejor la realidad gallega. En muchas de
las páginas que dejó escritas resalta la observación sutil, el registro
de detalles que contribuyen a una captación más profunda. Esa capacidad
para detenerse a inventariar los elementos de la realidad debe ser don o
virtud de periodista. Y González Carbalho lo fue, ininterrumpidamente,
durante muchos años. Pero además era poeta y sus antenas sensibles
estaban siempre prontas para sintonizar el alma de las cosas y traducir
ese mensaje en palabras. Mallarmé dijo que todas las luchas del hombre,
las victorias o las derrotas de la humanidad, terminan convertidas en
palabras, existen para las palabras, son el pretexto y la justificación,
tal vez, de un hermoso libro o de una página imperecedera. González
Carbalho, periodista y poeta, acertó a ver y sentir Galicia. Y aquella
realidad geográfica y humana justifica hoy unas palabras que, como las de
todo poeta verdadero, nacidas del asombro o del fervor y acuñadas al
calor de la ternura, se inscriben para siempre en el Tiempo”.
En
“Temas de la patria anterior” (3), el viajero escribe:
“Quienes fueron antes que yo en mi sangre, partieron por donde yo entré
en España. Recuerdo que en algún coloquio de lembranzas,
hablóme mi padre de cuando se echaba a nadar en la radiante bahía de
Vigo. Eran intentos para irse. Estaba haciendo la práctica para la gran
travesía. El alma navegante se estaba familiarizando con la onda, el
yodo, la brisa que blanquea de sal la cara. Así partió siendo niño. Y
yo volví por donde él partió, siendo ya varias veces hombre. Es decir:
hombre y experiencia, hombre y afán de indagar en la raíz, de sentirme
en la fuente de la savia. Hombre que necesita respirar los aires de su
patria anterior”.
“La
emoción de su primera caminata por Santiago quedó documentada en otro
artículo” (4): “Dejo mis maletas en el hotel y salgo,
ansioso de caminar por Santiago de Compostela. La Rúa Nova me acoge con
el monacal señorío de sus recias casas. Piedra, Severidad. Noble
arquitectura neoclásica y barroca. Rúa
donde el rumor de los pasos sobre las antiguas losas se apaga oscuramente
y el paseante piensa que transcurre hacia dentro del tiempo. Ya estoy
andando bajo soportales. Había hablado de ellos sin verlos. Son los
mismos. Como también la lluvia es la misma que soñara. La capital
religiosa de España –la ciudad que reza, como suele llamársela- es
ciudad de lluvias. ¿Puede uno imaginarse a Santiago sin ese ámbito de
recogimiento? ¿Quién no ha sentido, en algún instante, esa caricia
menuda y tenaz que llaman calabobos?
Esta lluvia no moja, bautiza. Es la bienvenida. Tiendo a ella las manos y
la llevo a mi cuarto. Huele a aire, a nube. En mi interior, como una
blanda hierbecita del campo, crece la sonrisa”.
En
un artículo publicado en la revista El Hogar(5), manifiesta su impresión al visitar Padrón:
“La primera evidencia de Rosalía la tuve al acercarme a la iglesia de
Santa María la Mayor de Iria Flavia. A la vista de su aguja hubiera
querida apaciguar la marcha del coche. Descendí despacio y fui andando
hacia el templo, cuyo pórtico data del siglo XII, de modo que la
presencia de la alondra fue tan real como cuando ella acudía a rezar por
sus deudos y servidores. En el atrio, como es tradicional en toda Galicia,
el cementerio. El de Adina tiene un valor emocional distinto: en él
recibieron sepultura, por espacio de cinco años, los restos de la
escritora. Al desenterrarlos para su traslado a la iglesia de Santo
Domingo de Bonaval, en Santiago de Compostela, hallóse el cuerpo y las
violetas que tenía en su pecho, como si la muerte no hubiera pasado para
ellos”.
Fue
crítico literario. Manuel Mujica Láinez guardaba en sus cuadernos(6)
las reseñas que se hacían sobre su obra; entre ellas, encontramos el
recorte de un comentario bibliográfico firmado por González Carbalho,
acerca de Vida de Aniceto el Gallo.
En ese texto, Carbalho destaca el sentimiento del autor hacia su
biografiado; hay –a su entender- una evidente simpatía y una constante
intención de resaltar las virtudes y justificar los defectos: “La
simpatía que el autor del libro experimenta por su héroe es transportada
a cada una de las palabras, con matices de piedad y ternura, de comprensión
de las virtudes y los errores, de lirismo nacido de episodios memorables
–el del sauce de la tumba de Musset, por ejemplo-, de delicada ironía
ante el hoy incomprensible romanticismo de ciertos sucesos” (7). Poema
de inmigrante Es
difícil, también, acceder a sus poemas. Afortunadamente, esta separata
incluye un poema en varios cantos: “Cuando mi padre me habló de su
infancia” (8), “un tierno homenaje del poeta argentino a
los inmigrantes gallegos”.
El
texto lleva como epígrafe los versos de Rosalía de Castro que dicen: “Con
malenconía/ miran para o mar/
os que n’ outras terras/ ten que buscar pan./ Miña terra, miña terra,/
terra donde m’eu criey...”.
Se
inicia con la llegada del padre del poeta, a América: “Yo tenía diez años/
y la sonrisa fácil, /cuando dejé la sombra/ de aquellos robledales.
/Pusiéronme en un barco/ que rodó por los mares,/ la armónica en los
labios/ hice todo el viaje,/ y al llegar, que llegamos/ por fin, vi un
puerto grande”. La naturaleza se hace eco de la desdicha del niño:
”El cielo gris lloraba/ por el niño emigrante./ Como ella estaba lejos/
el cielo era mi madre./ Bajas las nubes, eran/ robles, pinos gigantes./
Iba por leña al monte/ y oía manantiales./ Creíme regresando,/ oh
coitado, a mis lares./ Mi nostalgia, Galicia,/ me hacía imaginarte./ Tras
la brumosa lluvia/ se alzaba Buenos Aires./ Tenía yo diez años./ ¡Y ya
sin nadie!”.
El
poeta evoca la primera noche en América –“Y yo soñ esa noche/
desvelada de América,/ con una luna cálida/ como mi madre céltica”-,
el primer día de trabajo –“Después fue la palabra/ bíblica:
trabajar.”- y la amargura
de ese niño escondida a los demás -“No lloraba por penas,/ pero cuánto
lloré./ Nadie pudo en mi cara/ más que sonrisa ver,/ aunque el niño sabía/
y eso su pena fue/ que la infancia había muerto/ y el hombre estaba en él”.
En “Nostalgia”, uno de los cantos de este poema, enumera las posesiones que el niño inmigrante tenía en Galicia: un río, un monte, un horizonte, su perro y sus canciones. En América, ya nada tiene de eso, y se lamenta: “Ay, el dueño de valles/ y misteriosos bosques/ por el que andaba yo/ mi perro y mis canciones./ Mis canciones que vuelven sólo para que llore/. Mi perro ya olvidado/ de obedecer al nombre./ Yo, que perdí mis cielos, / ¡y soy tan pobre!”. Rosalía “El encuentro con Rosalía, que para él no representó solamente el paradigma de la expresión de un pueblo si no también el maravilloso descubrimiento de la poesía, tenía forzosamente que impresionar su sensibilidad, como aquellas estampas familiares en las que el nombre de Galicia flotaba sobre seres y cosas. Y González Carbalho, en el momento de sumirse en el misterio de su condición humana, encontró en la literatura gallega, en su identificación sentimental con el alma gallega, algunas de las más profundas claves de su personalidad”.
Escribió ese bello poema que dice: “Te hallé en tus versos, Santa Rosalía,/ como si hallase en ellos a una hermana,/ y hoy por el grifo de mi pecho mana/ el agua gris de tu melancolía.// Y a la región he de llegar un día/ donde quedó en lamento de campana/ tu voz ungida en la tragedia humana/ cantando un largo canto de agonía.// He de cruzar los campos que cruzaste/ y en la vieja casona en que moraste/ pondré la flor de una oración cristiana.// Luego hallaré su espíritu vagando/ por los caminos; y al hallarlo, hermana,/ me iré impensadamente arrodillando.”(9).
El soneto a Rosalía es “inevitable testimonio de una nostalgia que alentaba en su corazón desde su edad más pura, pugnando por florecer en palabras. El poema, publicado originalmente en 1925 en Correo de Galicia, integraría su libro Palabras del retorno, de 1926”. Recordemos que Rosalía de Castro fue la figura más importante del renacer de la poesía en lengua gallega; la poeta que, desde Galicia, escribió sobre los emigrantes y sobre las mujeres que quedan en España, a las que llamó “viudas de los vivos”(10).
Entre 1953 y 1954, González Carbalho escribió su Libro de canciones para Rosalía de Castro. La muerte sorprendió al escritor antes de que pudiera publicar una nueva edición del libro, aumentada, como era su propósito, “pero en aquel que editó hace casi cuarenta años el Centro Gallego de Buenos Aires, hay poemas que garantizan la perdurabilidad de su nombre”. En prosa y en poesía evocó González Carbalho a Galicia, la “patria anterior” que pudo ver antes de morir. Notas (1)
Requeni,
Antonio: “Un poeta arxentino en
Galicia: González Carbalho”. Separata del Boletín
Galego de Literatura. Traducción
al gallego de Blanca-Ana Roig Rechou. (Traducción del gallego de los párrafos
transcriptos en este trabajo: M. G. R.) (2)
Medina,
Pablo: “Historias de ida y vuelta, en Villafañe, Javier: Antología.
Obra y recopilaciones. Buenos Aires, Sudamericana, 1990. (3)
González
Carbalho, José: “Temas de la patria anterior”, en La
Prensa, Buenos Aires, 21 de abril de 1957 (Citado por Requeni). (4)
González
Carbalho, José: en La Prensa,
Buenos Aires, 13 de mayo de 1956 (Citado por Requeni). (5)
González
Carbalho, José: en El Hogar,
Buenos Aires (Citado por Requeni). (6)
Los
cuadernos pueden verse en el Museo de Motivos Argentinos José Hernández,
de Buenos Aires. (7)
González Carbalho, José: “Libros y autores. Vida
de Aniceto el Gallo”, en Crítica,
Buenos Aires, 12 de marzo de 1944. (8)
González Carbalho, José: “Cuando mi padre habló de su
infancia”, en Requeni, Antonio: “Un
poeta arxentino en Galicia: González Carbalho”, Separata del Boletín
Galego de Literatura. (9)
González Carbalho, José: en Requeni, Antonio: “Un
poeta arxentino en Galicia: González Carbalho”, Separata del Boletín
Galego de Literatura. (10)
Gonzalez
Rouco, María: “Rosalía de Castro, poeta de los emigrantes”, en
www.monografias.com. |
María González Rouco
Licenciada en Letras UNBA, Periodista
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