Fausto Burgos: gringos y criollos

María González Rouco

En un estudio sobre la literatura del noroeste argentino, Alejandro Fontenla se refiere a Burgos, escritor nacido en Tucumán en 1888, fallecido en 1953. “Viajero incansable y escritor prolífico –afirma-, sus cuentos aparecidos en casi todos los diarios del país constituyen un verdadero inventario del regionalismo, que abarca desde Cuyo a la Puna, incluyendo su tierra natal. Desmañado e instintivo en su escritura, sus desórdenes más evidentes, como la utilización descarnada del léxico regional,  son compensados por la realidad y la fuerza emotiva que adquieren sus cuadros”.

Sobre sus libros expresa: “Su bibliografía es vastísima: La sonrisa de Puca-Puca (1926), Cuentos de la Puna (1927), Coca, chicha y alcohol (1927), Cachi Sumpi (1928) son las más prestigiosas compilaciones de los cuentos de Fausto Burgos, algunos de los cuales (“El choike blanco”, “Abejitas del monte”, “Buey viejo”) figuran en numerosas antologías del género. Caracteriza a estos textos –a criterio del ensayista- una personal forma de encarar el tema a abordar: “Abruptamente, sin concesiones a reglas de composición o a pautas de una deliberada atmósfera literaria, irrumpe el paisaje y especialmente sus seres –hombres y animales- en las narraciones”.

Jorge B. Rivera menciona a Burgos en relación con una de las principales publicaciones del siglo XX: “Una revista como Leoplán, ‘magazine popular argentino’ que se vendía en 1936 a 0,20 centavos, ofrecía por ejemplo un nutrido material literario de excelente calidad, integrado por obras de autores nacionales y extranjeros, antiguos y contemporáneos. En sus páginas, especialmente entre los años 30, 40 y comienzos del 50, aparecieron textos originales de Benito Lynch, Julio Ellena de la Sota, Bernardo Cordón, Adolfo Pérez Zelaschi, María Alicia Domínguez, Fausto Burgos, Germán Drás, Mateo Booz, Vicente Barbieri, Eduardo Mallea, Arturo Cancela, Lisa Lenson, Augusto Mario Delfino, Alfonso Ferrari Amores, W. G. Weyland, Nicolás Olivari, Héctor P. Blomberg, etc., conformando –junto con textos de Pirandello, Balzac, Eça de Queiroz, Hamsun, Alarcón, Gorki, Chesterton, Stevenson, Marc Orlan, Daudet, O’Flaherty, Hawthorne, etc- un plan de lecturas variado y singularmente económico, que contó en su época con un sólido y entusiasta respaldo popular”.

El autor y su tiempo

Al ocuparse de la narrativa rural, vertiente del realismo tradicional, Estela Dos Santos sostiene que “En su evolución, el regionalismo abandonó su posición nacionalista pasatista para enfocar realísticamente los temas rurales. Un viaje al país de los matreros de Fray Mocho abrió el camino que siguieron Payró, Quiroga, Fausto Burgos, Juan Carlos Dávalos, etc”. Describe un importante factor de diferenciamiento en esta literatura: “El gaucho nómade, cantor valiente, ya pertenecía a la mitología argentina. En la nueva narrativa el hombre de campo es un paisano trabajador, sojuzgado a sus patrones, afincado en límites precisos, tan falto de sentido de la propiedad como su antecesor, porque igual que él no tiene nada, pero es respetuoso de la propiedad de los otros”.

Beatriz Sarlo, por su parte, destaca que “González y Rojas, hombres del noroeste argentino, nacionalistas (nacionalistas en el plano literario) aparecen inaugurando una tradición provinciana, fundadores, al mismo tiempo, de una mitología que los escritores posteriores confirmarían y ensancharían. A esta línea –que en los dos escritores mencionados recurre a una prosa postrromántica, erizada de adjetivación y de giros castizos, difícilmente transitable hoy- se acoplarán, entre 1920 y 1940, Carlos B. Quiroga, Juan Carlos Dávalos, Fausto Burgos, Alberto Córdoba, Daniel Ovejero, entre otros narradores del centro y norte del país”. Obviamente, “existieron condiciones sociales y culturales para definir el espacio geográfico ocupado por esta literatura”. Recorre a las obras un tono de tragedia: “la muerte del arriero por la tozudez del patrón resume el carácter inevitable que, en muchos de estos relatos desde Dávalos a Burgos, tiene la muerte y la derrota”.

El gringo

La obra que lleva este título fue publicada por Ediciones Tor en 1935. Era el vigésimo primer libro de Burgos que se editaba. Josefina Delgado la menciona en su “Panorama de la novela”: “Nombres como los de Mateo Booz (La tierra del agua y del sol, 1926; La vuelta de Zamba, 1927), Fausto Burgos (Kanchis Soruco, 1929; El gringo, 1935), Carlos B. Quiroga (La raza sufrida, 1929), Alberto Córdoba (Don Silenio, 1936), Ernesto L. Castro (Los isleros, 1943), Alfredo Varela (El río oscuro, 1943), Juan Goyanarte (Lago argentino, 1946), Antonio Stoll (Cuadrilla, 1948), ilustran la solidez de una obra que no depende de especificaciones geográficas”.

El gringo es José Contadini, “un viejo de mediana estatura, de buen cuerpo, tiene los ojos verdes, las mejillas sonrosadas y la cabeza blanca. Es un viejo hecho al trabajo rudo; es uno de esos viejos de morrudos dedos y de cuello rojizo y arrugado”. Italiano llegado a nuestro país cuando niño, se enorgullece de su sangre: “yo soy gringo, gringo puro, más gringo que todos lo gringo que hanno formato la colonia italiana en San Rafael”, dirá. De su casamiento con una mujer de la sociedad nacieron tres hijos. Ingenuo y permisivo, sufre el desprecio de su familia por seguir conservando sus costumbres de pobre, aún cuando posee una gran fortuna; no se trata de mezquindad, sino de su gusto por la sencillez. Habla de sí mismo como el “paganini” o el “pavo viudo”, ya que su  familia derrocha el dinero en “el balneario de los ricos”, en Córdoba o en Rosario de la Frontera, mientras él se queda en la finca para poder obtener ese ingreso que les girará periódicamente: “Yo no tengo muquer... –se lamenta-. Ahora me ha decao solo. Se ha ido a Mar del Plata. Quiere que le mande tres mil pesos mensuales; tres mil, `para fundirlos con sus hicas. Yo no podré mandárselos. Este año será mal año. Andan diciendo que la uva no valdrá nada; que el gobierno la comprará para dejarla en la cepa”.

Las hijas dejan de verlo, la mujer le es infiel y el hijo lo agrede incluso físicamente, hasta que llega la hora del arrepentimiento y el gringo vislumbra una modesta felicidad, luego de que ha perdido todo: “La finquita está hecha una alhaja. Da gusto ver las viñas enmaderadas y el cuadro de alfalfa verde y fresca, y la quinta con sus damascos, con sus durazneros, con sus olivos y perales jóvenes. Da gusto ver el agua que entra en la finquita, alegre, revuelta, rumorosa, siempre apurada”.

Junto al protagonista encontramos personajes gringos y criollos. La valoración de quienes lo rodean no tiene que ver, para Contadini, con el país de origen, sino con el hecho de que sea o no trabajador. Para la familia, en cambio, ser inmigrante es una vergüenza que se debe ocultar, tratando de parecerse en lo posible a los nativos de clase alta: ‘Usted no es un gringo –afirma el yerno que vive a expensas del italiano-; usted ya puede llamarse criollo; ya tiene títulos para ello’ “.

Uno de los peones asegura también que Contadini ya es criollo, pero lo hace en otro sentido: “De esas cubas hay que sacar el orujo pa’ llevarlo a las prensas –explica el yerno. Mire vea, ¿y quién saca el orujo?, ¿quién se mete en la cuba sabiendo que dentro de ella puede parar las patas? El peón criollo, señor; el gringo tiene miedo, el gringo no se mete a descubar ni por equivocación. Mi patrón no es gringo; mi patrón ya es criollo; él es capaz de ponerse a descubar también”.

Debe ocultarse, asimismo, toda vinculación con el trabajo manual, ya que es degradante; lo deseable es estar relacionado con la clase dirigente y no tener que ocuparse de menesteres tan poco elegantes como la agricultura. El italiano está convencido de que “El Gobierno cobra lo impuesto y acusta la soga. ¿Para esto nos reventamo lo pulmone trabacando, para dar de comere e de chopar y luco a un ejército y compadrito?”

Como la otra cara de la misma moneda, Burgos presenta con mirada elogiosa a las madres que van con sus chiquillos a trabajar en las viñas: “En los patios de la casa de esas tías pobres, que trabajan a la par del hombre y que llevan a sus hijos a trabajar, bajo un sol amarillo y templado, hay montones, tamaños montones de sarmientos”.

Reitera, a lo largo de la novela, la acusación que los nativos hacen a los extranjeros: “¿No son ustedes los que nos vienen a quitar la tierra y el vino y el pan y todo?” Los peones inmigrantes miran con lástima a quien esto dice y comentan: “Povero nero”, “povero chino”, “é una bestia”.

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Gringos y criollos, corte y aldea, la naturaleza y la mano del hombre, son algunos de los opuestos a partir de los cuales Burgos ha creado la trama de esta conmovedora novela, que evoca una época de nuestra historia, al tiempo que reafirma sus dotes como escritor.

María González Rouco
Licenciada en Letras UNBA, Periodista

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