Los lobos de Praga, novela de Benjamin Black (Alfaguara, Buenos Aires, 2019, 336 páginas) - reseña de Germán Cáceres germanc4@yahoo.com.ar

Aunque la novela presenta un enigma policial, se interna más bien en las intrigas palaciegas de la corte de Rodolfo II del Sacro Imperio Romano. La acción transcurre en Praga entre diciembre de 1599 y enero de 1600, época muy bien recreada por el autor. Y aunque permanentemente se alude a la pléyade de magos y alquimistas de ese período, Benjamin Black (seudónimo de John Banville, Wexford, Irlanda, 1945), no detalla esas actividades ni las de las ciencias ocultas. Sí menciona a eminentes científicos: Kepler, Tycho Brahe, Paracelso, Alberto Magno, Galeno, John Dee y muchos otros.

Precisamente el narrador de la novela, Christian Stern, nacido en Ratisbona, y que arriba a Praga con el propósito de conquistar un lugar de privilegio en la corte, tiene un episodio muy logrado junto a Kepler, pues ambos se emborrachan recorriendo tabernas.

Stern, además, expresa pensamientos interesantes: “Pero la mayoría de las cosas en la vida se aprenden demasiado tarde, y la sabiduría, si es que llega, llega a deshora”. / “No creo que nadie sea bueno o malo del todo. Somos una mezcla y actuamos de acuerdo a las circunstancias…”/ “Siempre he pensado que la apariencia de las cosas no es más que un velo de gasa detrás del cual una realidad más cierta actúa maravillosamente y a escondidas”.

El carácter policial lo da el descubrimiento casual por parte de Stern del cadáver de una joven brutalmente asesinada en un callejón –que era una de las tantas amantes del emperador– y éste le encomienda que resuelva el caso. A este crimen se le añade el del padre de ella, el de su joven ex novio y el del doctor Kelley. Pero paulatinamente en Los lobos de Praga el género policial se difumina para internarse en una “fantasía histórica”, como la define el autor. Más allá de que los aspectos siniestros de los personajes de la corte gestan una atmósfera espectral, sus textos protagonizados por el doctor Quirque –que se asume como detective– son superiores.

La breve nota final de Benjamin Black es una miniatura literaria exquisita, mérito que ya probó en el resto del libro con bellas imágenes, símiles creativos y una prosa refinada: “No era joven, pero su cara y su pelo tenían un no sé qué de pálida luminosidad, una especie de pátina límpida, como si hubiese pasado toda su vida a la luz del claro de luna.” La traducción de Miguel Temprano García es excelente.

Ya se dijo que Benjamin Black es el seudónimo que emplea John Banville para sus novelas policiales (en La rubia de ojos negros se atrevió a resucitar al célebre detective Philip Marlowe). Banville obtuvo el Premio Booker en 2005 con El mar, en 2011 recibió el prestigioso Premio Franz Kafka, en 2013 el Premio Austríaco de Literatura Europea y, en España, los Premios Leteo, Liber y el Príncipe de Asturias de las Letras de 2014. Es firme candidato al Nobel.  

 

Ver, además, las reseñas de Germán Cáceres a novelas del mismo autor:

El otro nombre de Laura, de Benjamin Black

La guitarra azul, de John Banville (reseña)  c/videos

Las sombras de Quirke, de Benjamin Black (reseña) c/videos

Pecado, de Benjamin Black (reseña) c/videos

 

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