Sobre la trata de personas
Eugenia Cabral

Por este trozo de carne, 
por esta libra de carne arrancada 
a un paso de mi corazón, 
yo dudo seriamente de que la libertad 
sea un don, un atributo 
concedido a los seres humanos 
por algún dios o por la naturaleza 
o por la energía del universo.

Porque más allá de las leyes 
que nos rigen a las personas, a los seres naturales, 
a los cuerpos del espacio cósmico, 
existen otras leyes que no son tales, 
pero que, antes de aplicarse, ya han emitido juicio.
Reglas que no contemplan 
la posibilidad de una excepción, 
normas que no prevén la eventualidad de perdonar.
Porque detrás de esas leyes empíricas,
no escritas, de pura acción, 
hay otras normas también empíricas 
y ágrafas y prácticas y pragmáticas: 
la ganancia económica, la especulación financiera.
Y para justificar su aplicación se redactan 
tratados jurídicos, ensayos científicos 
y artículos periodísticos donde se explica 
la normalidad de la soberbia racista, 
del desprecio machista, de la arrogancia intelectual, 
como distinciones natas de los opresores 
que los califican para ser patrones, 
para ejercer de pederastas, 
para erigirse en proxenetas, 
para explotar a sus esclavos, 
para expoliar a sus siervos, 
para asesinar a sus mujeres, 
para aporrear a sus niños, 
para secuestrarlos, para violarlos, 
para humillarlos, para matarlos, 
para explotarlos y desterrarlos.

Entonces, hermanos, este trozo de carne 
que cuelga desprendido de mi pecho 
es la libra de carne que me cobra 
la usura capitalista por haber nacido 
en este mundo de explotadores y explotados.
Mundo no previsto en los bellos estudios 
de los astrónomos, ni de los físicos, 
los médicos o los artistas. 

Este mundo descarnado donde la libra de carne 
de mi propio cuerpo no alcanza para pagar 
la medida de sus ambiciones.
Este pedazo de carne sangrante 
es la medida de mi dolor, 
la parte que me obliga a tributar 
la misma avaricia que obliga a la esclavitud 
a mis hermanos y hermanas 
que necesitan de libertad.

La libertad. Una ley hecha de mil leyes 
y de muchísimas normas y reglas 
que cada uno sabe en su corazón y que, a veces, 
las anota en un papel, para recordarlas.
Una ley general que nunca llegará a ser 
lo suficientemente bien regulada.
Pero ahí está. Como una puerta hacia la vida, 
con su picaporte, su madera fragante 
y su fragmento de luz, del otro lado.

Eugenia Cabral
Octubre de 2009

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