La palabra en Pizarnik o el miedo de Narciso

Argentina, 1939-1972

ensayo de Lida Aronne-Amestoy

Providence College

Una semblanza de Alejandra Pizarnik, sí, pero ¿de quién? - ¿de la persona o de la voz? ¿De la que corteja a la muerte con palabras hasta que sucumbe a su hechizo, o de la que tiende trampas dialécticas a sus nombres para hacerse inmortal? La voz nos tienta, por más concreta. Presencia codificable, gramática de imágenes, contrapunto de paradojas que alguna técnica puede discernir, clasificar, reducir a patrones universales. Porque la voz de Alejandra es, a pesar de sus estridencias abstrusas y de sus mordientes silencios, lo único de ella que resulta domesticable. En todo caso, ¿es posible discernir la voz de la mujer, o más bien, de la niña, la niña terrible que está dentro de la voz? ¿Es posible la distancia académica, la sobria sistematización, o hay que salir a encontrar la voz en la niña, en el grito, el gemido, la lucha cuerpo a cuerpo con las palabras para sobrevivir a la angustia de una conciencia que no conoce o no halla otra manera de ser?

En un sentido oscuro y cierto la voz del poeta es, como quería Freud, siempre, la persistencia del reclamo infantil: la palabra que se ensueña omnipotente aunque se sabe vana. La voz y la niña son una en la poesía de Pizarnik: «Las fuerzas del lenguaje son las damas solitarias, desoladas, que cantan a través de mi voz que escucho a lo lejos. Y lejos, en la negra arena, yace una niña densa de música ancestral» (Fragmentos para dominar el silencio). «La infancia implora desde mis noches de cripta» (Desfundación). Únicamente desde el rincón infantil de la afectividad puede desgarrarse la protesta, el canto, el miedo; la conciencia de la madurez sólo conoce la serena piedad; y la piedad rara vez profesa ante el altar de la poesía, aunque pueda producir poetas.

Alejandra quiere desfondar hablando, cantando, con el mecanismo infantil del ensalmo mágico, un misterio que nunca alcanza a descifrar: «su voz corroe la distancia que se abre entre la sed y la mano que busca vaso. Ella canta» (Cantora nocturna). El canto se pierde en el secreto del hueco que separa deseo y realidad, absoluto y rutina, niña y mujer; nunca vence la brecha suicida de todo despertar, el salto desde la conciencia como angustia a la conciencia como compromiso existencial con angustia del Otro; cae, «como un animal herido en el lugar que iba a ser revelaciones» (Caminos del espejo). Alejandra elige el absoluto puro, e espacio perdido de la niñez, y escribe para lograrlo. Por eso escribe su muerte: «La que murió de su vestido azul está cantando» (Cantora nocturna).

Alguien ha señalado la paradoja de su doble deslumbramiento con la infancia y con la muerte. ¿Acaso son dos temas diferentes? Querer vivir lo que se sabe para siempre perdido, la «niña yacente-niña loba» de tantos poemas, voraz fantasma que la consume: «La yacente anida en mí con su máscara de loba. La que no pudo más e imploró llamas y ardimos» (Fragmentos...); querer cantar «junto a una niña extraviada que es ella» (Cantora nocturna) - ¿no es escoger la muerte? «Desde sí misma cae» Alejandra, como una lila deshojándose; y lo comprende: «He de morir de cosas así» (Vértigos o Contemplación de algo que termina).

Mas escoger la niñez perdida es también escoger la poesía. La muerte, el alto precio que se paga. «Hablo del lugar en que se hacen los cuerpos poéticos - como una cesta llena de cadáveres de niñas» (El sueño de la muerte o el lugar de los cuerpos poéticos). Vivir la niña es morir. Morir es amar y poetizar: el amor como palabra pura, no ya como gesto sociogénico.

La muerte es una palabra

La palabra es una cosa, la muerte es una cosa, es un cuerpo

poético que alienta en el lugar de mi nacimiento.

en mis poemas la muerte era mi amante y mi amante era la

muerte (...) Yo tenía dieciséis años y no tenía otro remedio que

buscar el amor absoluto (Ibid.).

Nacer a la mujer y al mundo del Otro concreto es morir para el poema. Hay que morir para nacer al cuerpo poético. La mujer es inmolada en el altar absoluto del deseo. O todo o nada. Nada es todo. Morir para sobrevivir.

Niñez=Muerte= Poesía, por fin una ecuación crítica para encasillar el discurso de Pizarnik. La fórmula articula en un axis de paradojas donde Muerte=Inmortalidad y Poesía=Silencio: «La muerte ha restituido al silencio su prestigio hechizante. Y yo no diré mi poema. Y yo he de decirlo» (Fragmentos . . .). Para decir hay que no decir preservar el enigma básico de la voz. He aquí la clave de la poética de Alejandra Pizarnik.

Mas la pasión del discurso ha quedado irresuelta. La niña se hace poesía al precio de hacerse de papel, una niña «a medias ahogada dentro de un vaso de vino azul» (El sueño de la muerte...); recorte pisoteado en medio del camino (Noche compartida en el recuerdo de una huida); «niña de tiza rosada en un muro muy viejo súbitamente borrada por la lluvia» (Caminos...); niña partida en busca de su vital mitad izquierda, su «zona de silencio virgen (... ) aún demasiado desconocida» (Noche compartida ...); voraz niña loba que llora entre durmientes sordos, «la que soñó, la que fue soñada» (Extracción de la piedra de la locura). Muñequita de papel verde, celeste, rojo, inerte, sólo «se ha de poder erguir y tal vez andar (. . .) dibujada sobre una página en blanco» (Noche compartida . . .). Apenas sabe existir como un grafcma. No se trata de escribir sino de ser la escritura: «Yo presentía una escritura total» (Extracción). La escritura no prolonga al ser más allá de la muerte sino que lo sustituye, lo constituye. No ser como palabra sino ser palabra, porque «tal vez las palabras sean lo único que existe» frente a la nada de los seres (La noche). Se trata de encontrarse y comprenderse en la voz más oculta, en la voz del cosmos: no la voz «obstinada en parecer una voz humana sino la otra que atestigua que no [ha] cesado de morar en el bosque» (Extracción).

Dejemos las psicografías obvias o esotéricas a los biógrafos y los psicoanalistas. La enajenación del sujeto en la palabra poética no es un rasgo individualizador de la obra de Pizarnik; es la marca de los tiempos. La palabra es una forma del espejo del hombre contemporáneo que ha aceptado la caída de todos sus dioses sagrados y seculares, y que por ello sólo puede buscarse en un orden de su propia creación. La poesía se vuelve así un sustituto del acto sociogénico, espacio sucedáneo de la historia. En sí un gesto autoalienante, es también denuncia de la alienación, es la enajenación del mundo hecha conciencia: «Tú te desgarras. Te lo prevengo y te lo previne. Tú te desarmas. Te lo digo, te lo dije. Tú te desnudas. Te desposees. Te desunes. Te lo predije. De pronto se deshizo: ningún nacimiento» (Extracción). La locura no puede ser extraída como un tumor, como una piedra, porque es el estigma de la era, y por otra parte, su «solo privilegio». El discurso de Alejandra se inscribe dialécticamente en su época, como cuestionamiento y como respuesta. En una cultura disecada por el racionalismo, la locura recupera la alteridad esencial. Desgarrarse, desunirse, desposeerse, desnacer, se vuelven el único medio de volver a ser total: «Tanto que hacer y yo me deshago» (Extracción). Deshacerse es también hacer. Deshacerse por la palabra, la que a su vez rehace rehaciendo el mundo. En la página se recobra la entidad perdida en la realidad. El precio, altísimo precio, es hacerse de papel.

Estatuas rotas, muñecas, máscaras, cadáveres, cuervos y ataúdes son la utilería de ese sostenido canto funeral que es la poesía de Pizarnik. Lila, negro, gris, rojo, verde, los distintos colores de la muerte, tejen su sistema. Algún poema erótico, extraña grieta en el luto, «a modo de tabla de náufrago» enciende una luz negra - brillo a fuerza de oscuridad - en el cerrado abrazo sexual: «El ritmo de los cuerpos ocultaba el vuelo de los cuervos» (Lazo mortal). Ocultar: velar, pero también revelar. La muerte está presente en el abrazo ontogénico; el ritmo vital traduce «el color del mausoleo infantil, el mortuorio color de los detenidos deseos» (Ibíd.). De ahí, el lazo vital mata; es luz literalmente negra. No hay evasión posible, hay que morir:

Partir

en cuerpo y alma

 

no más inercia bajo el sol

no más sangre anonadada

no más formar fila para morir (La última inocencia).

Adelantarse a la muerte. Volverse de golpe y asir a la que nos persigue. Obligarla a tomarnos. Invertir su designio secreto: venderla eligiéndola. No son palabras ya. El drama salta fuera de la página.

Alejandra fue un ser marcado por un destino poético, se ha dicho. Digamos también, su poesía es lenguaje marcado por un destino ontológico. La muerte de Alejandra es el último signo de su código poético. El que sella el arcano de su palabra sepultando la llave en el fondo del océano. La palabra es enigmática porque crece hacia dentro, en progresiva clausura: «Deseaba un silencio perfecto. / Por eso hablo» (Caminos ...). Es una palabra reflexiva que busca a su otro dentro de sí: «He tenido muchos amores - dije - pero el más hermoso fue mi amor por los espejos» (Un sueño donde el silencio es de oro). La gran aventura del poeta del siglo XX, sí, pero tensada hasta su límite fatal. Porque la palabra plena de sí pero cerrada, como un diástole suspendido, burla su último sentido, que es estallar hacia el ser-otro.

El discurso de Alejandra se cierra por falta de fe. Sus brazos insisten en abrazar el mundo convencidos de que «ya es demasiado tarde» (El despertar). Cuando Pizarnik se entrega al enigma temible del verbo por el que trepó a encontrarse, se enrosca sobre él. se abraza en el espejo, se condena, como Narciso. La locura deja de ser puente cuando ella se enamora del miedo y elige hundirse en sus aguas nocturnas para siempre. Alejandra es hija privilegiada de la noche: «a Ti te debo lo que soy» (Cenizas). Es madre de la noche: «Toda la noche hago la noche. Toda la noche escribo. Palabra por palabra yo escribo la noche» (Linterna sorda). Apóstol del misterio de la noche, Alejandra no acierta a descifrar su magnífica clave: el poder de amanecer: «Porque a Ti te debo lo que soy / Pero no tengo mañana» (Cenizas). La palabra que no logra tenderse y abrirse como mano sólo perdurará como sólo un nombre perdura. «Yo lloro debajo de mi nombre» (La Jaula). La palabra que debió liberar atrapa:

alejandra alejandra

debajo estoy yo

alejandra (Sólo un nombre).

Palabra lápida. La voz vuelta hacia dentro para siempre. Nosotros por siempre testigos desde fuera.

* * * *

Fragmentos para dominar el silencio

I

Las fuerzas del lenguaje son las damas solitarias, desoladas, que cantan a través de mi voz que escucho a lo lejos. Y lejos, en la negra arena, yace una niña densa de música ancestral. ¿Dónde la verdadera muerte? He querido iluminarme a la luz de mi falta de luz. Los ramos se mueren en la memoria. La yacente anida en mí con su máscara de loba. La que no pudo más e imploró llamas y ardimos.

II

Cuando a la casa del lenguaje se le vuela el tejado y las palabras no guarecen, yo hablo.

Las damas de rojo se extraviaron dentro de sus máscaras aunque regresarán para sollozar entre flores.

No es muda la muerte. Escucho el canto de los enlutados sellar las hendiduras del silencio. Escucho tu dulcísimo llanto florecer mi silencio gris.

III

La muerte ha restituido al silencio su prestigio hechizante. Y yo no diré mi poema y yo he de decirlo. Aun si el poema (aquí, ahora) no tiene sentido, no tiene destino.

Sortilegios

Y las damas vestidas de rojo para mi dolor y con mi dolor insumidas en mi soplo, agazapadas como fetos de escorpiones en el lado más interno de mi nuca, las madres de rojo que me aspiran el único calor que me doy con mi corazón que apenas pudo nunca latir, a mí que siempre tuve que aprender sola cómo se hace para beber y comer y respirar y a mí que nadie me enseñó a llorar y nadie me enseñará ni siquiera las grandes damas adheridas a la entretela de mi respiración con babas rojizas y velos flotantes de sangre, mi sangre, la mía sola, la que yo me procuré y ahora vienen a beber de mí luego de haber matado al rey que flota en el río y mueve los ojos y sonríe pero está muerto y cuando alguien está muerto, muerto está por más que sonría y las grandes, las trágicas damas de rojo han matado al que se va río abajo y yo me quedo como rehén en perpetua posesión.

Caminos del espejo

I

Y sobre todo mirar con inocencia. Como si no pasara nada, lo cual es cierto.

II

Pero a ti quiero mirarte hasta que tu rostro se aleje de mi miedo como un pájaro del borde filoso de la noche.

III

Como una niña de tiza rosada en un muro muy viejo súbitamente borrada por la lluvia.

IV

Como cuando se abre una flor y revela el corazón que no tiene.

V

Todos los gestos de mi cuerpo y de mi voz para hacer de mí la ofrenda, el ramo que abandona el viento en el umbral.

VI

Cubre la memoria de tu cara con la máscara de la que serás y asusta a la niña que fuiste.

La noche de los dos se dispersó con la niebla. Es la estación de los alimentos fríos.

VIII

Y la sed, mi memoria es de la sed, yo abajo, en el fondo, en el pozo, yo bebía, recuerdo.

IX

Caer como un animal herido en el lugar que iba a ser de revelaciones.

X

Como quien no quiere la cosa. Ninguna cosa. Boca cosida. Párpados cosidos. Me olvidé. Adentro el viento. Todo cerrado y el viento adentro.

XI

Al negro sol del silencio las palabras se doraban.

XII

Pero el silencio es cierto. Por eso escribo. Estoy sola y escribo. No, no estoy sola. Hay alguien aquí que tiembla.

XIII

Aun si digo sol y luna y estrella me refiero a cosas que me suceden.

¿Y qué deseaba yo?

Deseaba un silencio perfecto.

Por eso hablo.

XIV

La noche tiene la forma de un grito de lobo.

XV

Delicia de perderse en la imagen presentida. Yo me levanté de mi cadáver, yo fui en busca de quien soy. Peregrina de mí, he ido hacia la que duerme en un país al viento.

XVI

Mi caída sin fin a mi caída sin fin en donde nadie me aguardó pues al mirar quién me aguardaba no vi otra cosa que a mí misma.

XVII

Algo caía en silencio. Mi última palabra fue jo pero me refería al alba luminosa.

XVIII

Flores amarillas constelan un círculo de tierra azul. El agua tiembla llena de viento.

XIX

Deslumbramiento del día, pájaros amarillos en la mañana. Una mano desata tinieblas, una mano arrastra la cabellera de una ahogada que no cesa de pasar por el espejo. Volver a la memoria del cuerpo, he de volver a mis huesos en duelo, he de comprender lo que dice mi voz.

Inminencia

Y el muelle gris y las casas rojas Y no es aún la soledad Y los ojos ven un cuadrado negro con un círculo de música lila en su centro Y el jardín de las delicias sólo existe fuera de los jardines Y la soledad es no poder decirla Y el muelle gris y las casas rojas.

El sueño de la muerte o el lugar de los cuerpos poéticos

Esta noche, dijo, desde el ocaso, me cubrían con una mortaja negra en un lecho de cedro.

      me escanciaban vino azul mezclado

con amargura.

El cantar de las huestes de Igor.

Toda la noche escucho el llamamiento de la muerte, toda la noche escucho el canto de la muerte junto al río, toda la noche escucho la voz de la muerte que me llama.

Y tantos sueños unidos, tantas posesiones, tantas inmersiones en mis posesiones de pequeña difunta en un jardín de ruinas y de lilas. Junto al río la muerte me llama. Desoladamente desgarrada en el corazón escucho el canto de la más pura alegría.

Y es verdad que he despertado en el lugar del amor porque al oir su canto dije: es el lugar del amor. Y es verdad que he despertado en el lugar del amor porque con una sonrisa de duelo yo oí su canto y me dije: es el lugar del amor (pero tembloroso pero fosforescente).

Y las danzas mecánicas de los muñecos antiguos y las desdichas heredadas y el agua veloz en círculos, por favor, no sientas miedo de decirlo: el agua veloz en círculos fugacísimos mientras en la orilla el gesto detenido de los brazos detenidos en un llamamiento al abrazo, en la nostalgia más pura, en el río, en la niebla, en el sol debilísimo filtrándose a través de la niebla.

Más desde adentro: el objeto sin nombre que nace y se pulveriza en el lugar en que el silencio pesa como barras de oro y el tiempo es un viento afilado que atraviesa una grieta y es esa su sola declaración. Hablo del lugar en que se hacen los cuerpos poéticos - como una cesta llena de cadáveres de niñas. Y es en ese lugar donde la muerte está sentada, viste un traje muy antiguo y pulsa un arpa en la orilla del río lúgubre, la muerte en un vestido rojo, la bella, la funesta, la espectral, la que toda la noche pulsó un arpa hasta que me adormecí dentro del sueño.

¿Qué hubo en el fondo del río? ¿Qué paisajes se hacían y deshacían detrás del paisaje en cuyo centro había un cuadro donde estaba pintada una bella dama que tañe un laúd y canta junto a un río? Detrás, a pocos pasos, veía el escenario de cenizas donde representé mi nacimiento. El nacer, que es un acto lúgubre, me causaba gracia. El humor corroía los bordes reales de mi cuerpo de modo que pronto fui una figura fosforescente: el iris de un ojo lila tornasolado; una centelleante niña de papel plateado a medias ahogada dentro de un vaso de vino azul. Sin luz ni guía avanzaba por el camino de las metamorfosis. Un mundo subterráneo de criaturas de formas no acabadas, un lugar de gestación, un vivero de brazos, de troncos, de caras, y las manos de los muñecos suspendidas como hojas de los fríos árboles filosos aleteaban y resonaban movidas por el viento, y los troncos sin cabeza vestidos de colores tan alegres danzaban rondas infantiles junto a un ataúd lleno de cabezas de locos que aullaban como lobos, y mi cabeza, de súbito, parece querer salirse ahora por mi útero como si los cuerpos poéticos forcejearan por irrumpir en la realidad, nacer a ella, y hay alguien en mi garganta, alguien que se estuvo gestando en soledad, y yo, no acabada, ardiente por nacer, me abro, se me abre, va a venir, voy a venir. El cuerpo poético, el heredado, el no filtrado por el sol de la lúgubre mañana, un grito, una llamada, una llamarada, un llamamiento. Sí. Quiero ver el fondo del río, quiero ver si aquello se abre, si irrumpe y florece de lado de aquí, y vendrá o no vendrá pero siento que está forcejeando, y quizás y tal vez sea solamente la muerte. La muerte es una palabra.

La palabra es una cosa, la muerte es una cosa, es un cuerpo poético que alienta en el lugar de mi nacimiento.

Nunca de este modo lograrás circundarlo. Habla, pero sobre el escenario de cenizas; habla, pero desde el fondo del río donde está la muerte cantando.

Y la muerte es ella, me lo dijo el sueño, me lo dijo la canción de la reina. La muerte de cabellos del color del cuervo, vestida de rojo, blandiendo en sus manos funestas un laúd y huesos de pájaro para golpear en mi tumba, se alejó cantando y contemplada de atrás parecía una vieja mendiga y los niños le arrojaban piedras.

Cantaba en la mañana de niebla apenas filtrada por el sol, la mañana del nacimiento, y yo caminaría con una antorcha en la mano por todos los desiertos de este mundo y aun muerta te seguiría buscando, amor mío perdido, y el canto de la muerte se desplegó en el término de una sola mañana, y cantaba, y cantaba.

También cantó en la vieja taberna cercana del puerto. Había un payaso adolescente y yo le dije que en mis poemas la muerte era mi amante y mi amante era la muerte y él dijo: tus poemas dicen la justa verdad. Yo tenía dieciséis años y no tenía otro remedio que buscar el amor absoluto. Y fue en la taberna del puerto que cantó la canción.

Escribo con los ojos cerrados, escribo con los ojos abiertos: que se desmorone el muro, que se vuelva río el muro.

La muerte azul, la muerte verde, la muerte roja, la muerte lila, en las visiones del nacimiento.

El traje azul y plata fosforescente de la plañidera en la noche medieval de toda muerte mía.

La muerte está cantando junto al río.

Y fue en la taberna del puerto que cantó la canción de la muerte. Mey voy a morir, me dijo, me voy a morir.

Al alba venid, buen amigo, al alba venid.

Nos hemos reconocido, nos hemos desparecido, amigo el que yo más quería.

Yo, asistiendo a mi nacimiento. Yo, a mi muerte.

Y yo caminaría por todos los desiertos de este mundo y aun muerta te seguiría buscando, a ti, que fuiste el lugar del amor.

Rescate

Y  es siempre el jardín de lilas del otro lado del río. Si el alma pregunta si queda lejos se le responderá: del otro lado del río, no éste sino aquél.

a Octavio Paz

Niña de jardín

                                                                                                                                                                    a Daniela Haman

Un claro en un jardín oscuro o un pequeño espacio de luz entre hojas negras. Allí estoy yo, dueña de mis cuatro años, señora de los pájaros celestes y de los pájaros rojos. Al más hermoso le digo:

- Te voy a regalar a no sé quién.

-  ¿Cómo sabes que le gustaré? - dice.

-  Voy a regalarte - digo.

- Nunca tendrás a quien regalar un pájaro - dice el pájaro.

                                                                                               1966

El corazón de lo que existe

no me entregues,

                     tristísima medianoche,

al impuro mediodía blanco

Reloj

Dama pequeñísima moradora en el

corazón de un pájaro sale al alba a

pronunciar una sílaba NO

Linterna sorda

Los ausentes soplan y la noche es densa. La noche tiene el color de los párpados del muerto.

Toda la noche hago la noche. Toda la noche escribo. Palabra por palabra yo escribo la noche.

Lazo mortal

Palabras emitidas por un pensamiento a modo de tabla del náufrago. Hacer el amor adentro de nuestro abrazo significó una luz negra: la oscuridad se puso a brillar. Era la luz reencontrada, doblemente apagada pero de algún modo más viva que mil soles. El color del mausoleo infantil, el mortuorio color de los detenidos deseos se abrió en la salvaje habitación. El ritmo de los cuerpos ocultaba el vuelo de los cuervos. El ritmo de los cuerpos cavaba un espacio de luz adentro de la luz.

En esta noche, en este mundo

                                                                                                                                                              a Martha Isabel Moia

en esta noche en este mundo

las palabras del sueño de la infancia de la muerte

nunca es eso lo que uno quiere decir

la lengua natal castra

la lengua es un órgano de conocimiento

del fracaso de todo poema

castrado por su propia lengua

que es el órgano de la re-creación

del re-conocimiento

pero no el de la resurrección

de algo a modo de negación

de mi horizonte de maldoror con su perro

y nada es promesa

entre lo decible

que equivale a mentir

(todo lo que se puede decir es mentira)

el resto es silencio

sólo que el silencio no existe

 

no

las palabras no

hacen el amor hacen

la ausencia si digo

agua ¿beberé? si

digo pan ¿comeré?

 

en esta noche en este mundo

extraordinario silencio el de esta noche

lo que pasa con el alma es que no se ve

lo que pasa con la mente es que no se ve

lo que pasa con el espíritu es que no se ve

¿de dónde viene esta conspiración de invisibilidades?

ninguna palabra es visible

 

sombras

recintos viscosos donde se oculta

la piedra de la locura

corredores negros

los he recorrido todos

¡oh quédate un poco más entre nosotros!

 

mi persona está herida

mi primera persona del singular

 

escribo como quien con un cuchillo alzado en la oscuridad

escribo como estoy diciendo

la sinceridad absoluta continuaría siendo

lo imposible

¡oh quédate un poco más entre nosotros!

 

los deterioros de las palabras

deshabitando el palacio del lenguaje

el conocimiento entre las piernas

¿qué hiciste del don del sexo?

oh mis muertos

me los comí me atraganté

no puedo más de no poder más

 

palabras embozadas

todo se desliza

hacia la negra licuefacción

 

y el perro de maldoror

en esta noche en este mundo

donde todo es posible

salvo

el poema

 

hablo

sabiendo que no se trata de eso

siempre no se trata de eso

oh ayúdame a escribir el poema más prescindible

       el que no sirva ni para

       ser inservible ayúdame a escribir

palabras en esta noche en este mundo.

Presencia de sombra

Alguien habla. Alguien me dice.

Extraordinario silencio el de esta noche.

Alguien proyecta su sombra en la pared de mi cuarto. Alguien me mira con mis ojos que no son los míos.

Ella escribe como una lámpara que se apaga, ella escribe como una lámpara que se enciende. Camina silenciosa. La noche es una mujer vieja con la cabeza llena de flores. La noche no es la hija preferida de la reina loca. Camina silenciosa hacia la profundidad la hija de los reyes. De demencia la noche, de no tiempo. De memoria la noche, de siempre sombras.

Texto de sombra

¿Qué máscara usaré cuando emerja de la sombra? Hablo de esa perra que en el silencio teje una trama de falso silencio para que yo me confunda de silencio y cante del modo correcto para dirigirse a los muertos.

Indeciblemente caigo en esto que en mí encuentro más o menos presente cuando alguien formula mi nombre. ¿Por qué mi boca está siempre abierta?

(De pequeña hoja a máquina corregida A. P.)

Nota de bibliografía

La tierra más ajena. 1955. La última inocencia. 1956. Las aventuras perdidas. 1958.

Arbol de Diana. 1962. Los trabajos y las noches. 1965.

Nombres y figuras. 1969.

Extracción de la piedra de la locura. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1968. El infierno musical. Buenos Aires, Siglo Veintiuno Argentina Editores, S.A., 1971. El deseo de la palabra. [Antología] Barcelona, Ocnos/Barral Editores, 1975. La última inocencia/Las aventuras perdidas. Buenos Aires, Botella al Mar, 1976. Textos de sombra y últimos poemas. [Poemas y textos en prosa ordenados y supervisados por

Olga Orozco y Ana Becciu]. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1982. Poemas. Buenos Aires, CEAL, 1982.

 

ensayo de Lida Aronne-Amestoy
 

Publicado, originalmente, en: Inti: Revista de literatura hispánica No. 18 año 1983

Providence College’s Digital Commons email: DigitalCommons@Providence

Link del texto: https://digitalcommons.providence.edu/inti/vol1/iss18/15

 

Ver, además:

Alejandra Pizarnik en Letras Uruguay

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

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