Julio Cortázar
Los
comienzos de un escritor |
La
edición de "Casa tomada" (1946), en la revista Los anales de
Buenos Aires, señala el punto de partida de la obra más conocida de
Cortázar. E incluso, implica ya cierta consagración, puesto que quien
decidió la publicación fue Jorge Luis Borges, director de la revista. En
los alrededores de ese cuento quedan una serie de relatos escritos entre
1937 y 1945, agrupados bajo el título de La otra orilla, y que se
mantuvieron inéditos hasta su reciente incorporación en los Cuentos
completos; un libro de poemas, Preludios y sonetos (1944), dos
novelas, Divertimento y El examen (1950), un extenso ensayo.
Teoría del tunel (1947), también sin editar hasta fecha reciente; un
volumen de sonetos, Presencia (1938), y una obra dramática, Los
reyes (1949), que circularon sin mayor éxito. En la lectura de esa obra
escondida se puede seguir la elaboración de las ideas y procedimientos
que asentaron el éxito posterior y a la vez ciertos núcleos temáticos
que no tuvieron continuidad. La recensión más amplia se halla en Teoría
del túnel, "notas para una ubicación
del surrealismo y el
existencialismo”, donde define el campo y las características de la
novela moderna y discrimina la peculiaridad de su lenguaje. A tono con los
presupuestos de Jean Paul Sartre, la “condición humana”, observada en
el marco de una “situación”, es asumida como objeto literario. Simultáneamente,
y no sin algunos malabarismos conceptuales, queda establecida una doble
extracción del lenguaje: “científico” –el registro nominativo, lógico-
y “poético” –la simbología, los valores rítmicos y asociativos de
la palabra y la frase. El escritor, dice Cortázar, debe crear su
lenguaje, y al mismo tiempo “informarlo” en la situación. Las novelas
escritas en ese período, sin embargo, muestran una conexión relativa con
ese manifiesto. El examen (1950), así, está
protagonizada por dos parejas de amigos, que atraviesan cafés,
restaurantes y calles de un Buenos Aires invadido por una extraña niebla.
Defensores de la superioridad de las minorías ilustradas, y a la vez
angustiados sartreanamente por su lejanía de la acción y la
"vida", los personajes reflexionan sobre la literatura y la
problemática de los intelectuales. La adoración multitudinaria de un
hueso en la Plaza de Mayo y otras transparentes alusiones al peronismo dan
cuenta de un rechazo visceral a los nuevos sectores sociales, de donde la
preocupación por la "condición humana" sale malparada. La
pregonada inmersión del novelista en el "punto de vista común"
se resuelve en un individualismo ambiguo, que bascula entre preocupaciones
éticas y el asco que producen "un pelo negro lacio, unos ojos
alargados, una piel oscura", y la abolición del distingo
novela-poema se verifica apenas en la curiosa escansión de las frases, a
menudo ordenadas como versos. Por distintos frentes.
Las reseñas y artículos escritos en la época resultan más alentadores.
Si Borges había entendido la oposición de clásicos y románticos como
la encarnación de dos tipos de escritores, donde los primeros eran los
modelos a seguir, Cortázar elige a los segundos. A propósito de un libro de
Enrique Wernicke, sostiene que el "buen cuento" implica "la
proposición irrefutable de una cierta y determinada realidad",
como ya había escrito Borges (en "La postulación de la
realidad", 1931) pero con el horizonte de un orden "donde las
cosas y las instancias echan a valer de nuevo", en la vertiente
surrealista de los otros mundos latentes en la cotidianeidad. Su
antiperonismo no le impide apreciar, al juzgar Adán Buenosayres de
Leopoldo Marechal, la "lealtad" a lo circundante, "a las
voces y las ideas y los sentires que chocan conmigo y son yo en la calle,
en los círculos, en el tranvía y en la cama ", mientras incluye
al autor —y de paso a sí mismo— en la belicosa vanguardia de los que "estamos
haciendo un idioma, mal que les pese a los necrófagos y a los profesores
normales en letras" (1949). Una rigurosa autocrítica
habría mantenido inéditos a los primeros cuentos. A diferencia de El
examen, imposibilitado de aparecer por circunstancias políticas, los
relatos presentaban defectos de estructura; estilística y técnicamente
se revelaban fallidos y su compilación, para la lectura de un círculo de
amigos, respondió al propósito de cerrar un ciclo. Una concepción
ingenua de lo fantástico lo lleva entonces a dar nombres extranjeros —y
estrambóticos: Plack, Remi, Morella, etc.— a sus personajes, en la
creencia que de tal manera contribuía a la creación del clima de rigor.
Los temas son asimismo rudimentarios: un hombre despierta de un sueño
y descubre que ha muerto y se ha separado de su cuerpo, cuando en realidad
se trata de una pesadilla; una mujer recibe un llamado telefónico de su
esposo, pero éste ha muerto poco antes. Lo fantástico y el cuento
fueron asuntos permanentes de reflexión para Cortázar. Una formulación
definitiva puede hallarse en “Algunos aspectos del cuento"
(1962-1963), donde la narración breve es homologada a la fotografía en
tanto constituye el recorte de un fragmento "que abre de par en
par una realidad más amplia". Lo fantástico, a su vez, no
supone un plano separable del acaecer corriente: la misma realidad se
define por hechos anormales y extraordinarios, comporta elementos que se
resisten a su explicación y descripción. Ambos conceptos se solicitan
mutuamente, ya que la intensidad, factor decisivo del cuento, está dada
por la cualidad de lo fantástico: la iluminación brusca inducida a
partir de la "pequeña y a veces miserable" anécdota que se
narra. Estas ideas son la destilación de lecturas y escritos anteriores,
y su emergencia se puede comprobar en un texto tan temprano como
"Rimbaud" (1941), poeta en el que admira la ruptura de "los
cuadros lógicos de nuestra inaceptable realidad". Parece como si
Cortázar avanzara en una misma búsqueda por distintos frentes —cuento,
novela, poesía, ensayo académico y artículo periodístico— para
finalmente obtener sus primeros picos creativos en el relato breve. Con gente anormal El paso significativo, en ese
sentido, se produce cuando abandona los ambientes "raros" de
La otra orilla para, bucear en lo inmediato y familiar. Con ello, se
distancia de la preceptiva de Borges —qué recomendaba, en aras de la
verosimilitud, situar los episodios en un tiempo y espacio lo
suficientemente lejanos como para que no fueran impugnados por el
lector—y convierte a su escritura en un ejercicio de
"exorcismo". Son inevitables las referencias a las
circunstancias biográficas del escritor: "tengo en mi familia
gente un poco anormal", y al mismo tiempo "un problema
incestuoso con mi hermana", según declaró a Evelyn Picón
Garfield (Cortázar por Cortázar, Universidad Veracruzana, México,
1978). Y esa extrañeza es un dato persistente en los cuentos de
Bestiario. Pero ya en "Mudanza" y "Distante
espejo", los mejores textos de juventud, obran tales inquietudes. En
el primer relato, un empleado rodeado de mujeres que se mueven como en
bloque asiste a la sustitución paulatina de su entorno familiar, en el
segundo, de corte autobiográfico, un profesor descubre a su doble y a su
otro cuarto de trabajo en la casa
de una amiga. Cruzar los límites de lo
aceptado, instalarse en el territorio de lo "otro", desdeñando
los recursos y trucos habituales: tal sería la fórmula. En una
consideración posterior, Cortázar destacó que con "El
perseguidor" (Las armas secretas, 1964) se abría una nueva
etapa, donde el personaje reemplazaba al mecanismo de lo fantástico como
eje de la narración. A excepción de la maravillosa Delia de
"Circe" no hay, es cierto, personajes memorables en sus cuentos
hasta ese momento. Pero es muy cuestionable la idea de que tal cambio
implique en sí una superación. El carácter difuso con que se presentan
los grupos familiares de Bestiario (sobre todo en el cuento homónimo y en
"Cefalea") no pueden confundirse con defectos de realización;
actúan, al contrario, como una circunstancia de enorme sugestión, y son
de acuñación personal. Subyacentes a las diversas anécdotas, se
desarrollan allí dos ideas maestras: la socavación de un orden familiar
y su reemplazo por otro estado y el tratamiento de lo extraño como
situación normal. ”No era tan terrible
vomitar conejitos una vez que se había entrado en el ciclo invariable, en
el método" observa, por caso, el narrador de "Carta a una
señorita en París". En "Bestiario", los personajes no
manifiestan ninguna extrañeza frente al tigre que merodea la casa, dado
que están habituados a su presencia (un precepto de Horacio Quiroga: "cuenta
como si el relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente
de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno"). La
absorción del orden familiar por lo "otro" se anticipa en
"El hijo del vampiro", singular episodio de honor de La otra
orilla, y halla mejores resultados en "Lejana", donde una
mujer cede su cuerpo a su doble, usurpación ejecutada en forma gradual y
creciente. "Circe" es el relato que auna todas las obsesiones y
en el que convergen las experiencias previas. La captación precisa del ámbito
doméstico de barrio potencia allí el clima de inquietud. "Se
habló de Pola Negri, de un crimen en Liniers, del eclipse parcial y la
descompostura del gato", dice el narrador, sugiriendo el silencio
que rodea a la protagonista: cuando escribe frases de ese tipo, Cortázar
clausura sus búsquedas juveniles. Luego tiene lugar el gran viaje a Europa: "me fui de la Argentina el mismo mes en que apareció Bestiario, dejándolo abandonado sin el menor remordimiento". Ahí comenzaba otra historia. |
por Osvaldo
Aguirre
El País Cultural Nº 258
14 de octubre de 1994
Osvaldo Aguirre en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
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