La Leyenda Patria
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I. Es la voz de la patria... Pide gloria... Yo obedezco esa voz. A su llamado, Siento en el alma abiertos Los sepulcros que pueblan mi memoria, Y, en el sudario envueltos de la historia, Levantarse sus muertos. Uno de ellos, recuerdo pavoroso De un lustro triste, se levanta impuro, Como visión que en un insomnio brota Del fondo nebuloso A la voz de un conjuro, y su flotante Negra veste talar mi frente azota. ¡Lustro de maldición, lustro sombrío! Noche de esclavitud, de amargas horas, Sin perfumes, sin cantos, sin auroras, Vaga en la margen del paterno río... De los llorosos sauces Que el Uruguay retrata en su corriente, Cuelgan las arpas mudas, Ay! Las arpas de ayer que, en himno ardiente, Himno de libertad, salmo infinito, Vibraron, al rodar sobre sus cuerdas Las auras de Las Piedras y el Cerrito. Hoy la mano del cierzo deja en ellas El flébil son de tímidas querellas. Apenas si un recuerdo luminoso De un tiempo no distante, De un tiempo asaz glorioso, Tímido nace entre la sombra errante Para entre ella morir, como esas llamas Que, alumbrando la faz de los sepulcros, Lívidas un instante fosforecen! Como esos lirios pálidos y yertos, Desmayados suspiros de los muertos Que entre las grietas de las tumbas crecen. La fuerte ciudadela, Baluarte del que fué Montevideo, Desnuda ya del generoso arreo, Entre las sombras vela El verde airón de su imperial señora, Que, en las almenas al batir el aire, Encarna macilenta, La sombra vil de la paterna afrenta. Todo mudo en redor... campos, ciudades... Todo apenas se agita, Y, del pecho en las negras soledades, El patrio corazón ya no palpita. II. ¡Y un pueblo alienta allí! ¡Y entre esa noche, Vive en esclavitud un pueblo... y vive! ¿Y es ése el pueblo rudo, Amamantando ayer por la victoria, Que batalló frenético y sañudo Y, al fin, cayó sobre el sangriento escudo, Envuelto en los girones de su gloria? ¿Y es el que bravo, con robusta mano, De entre las fauces del león ibero Arrancó ayer su libertad, que en vano El coloso oprimió, y entre las ruinas De la antigua grandeza Del vencedor del árbitro de Europa, Levantó la cabeza, De tempranos laureles circuída Y con sangre de mártires ungida? ¿Y es la patria de Artigas la que vierte Lágrimas de despecho, Teniendo aún sangre que verter, alienta Esa vida engendrada por la muerte, Que sus memorias en baldón convierte, Y de su mismo oprobio se alimenta? ¡Oh! No, no puede ser. Pueblo, despierta; Arranca el porvenir de tu pasado: Levántate valiente, Levántate á reinar, que de rey tienes El corazón y la guerrera frente. ¿Será que de tus héroes Los tiempos las cenizas esparcieron? ¿Será que sólo fueron Sus esfuerzos de ayer fugaz aliento Que pasó como el ave que no deja “Ni rastro de sus alas en el viento”? ¡Oh! ¿Que no habrá un recuerdo que levante, De la tumba musgosa del pasado Un grito al sacrificio aparejado Que al opresor espante, Y, con mano nervuda, El sueño de esos párpados sacuda? ¿Jamás la noche engendrará un delirio, La bíblica visión enardecida, Que á esa planta infeliz dé aliento y vida Con el riego de sangre del martirio? III. Mirad: del Uruguay en las espumas, Del Uruguay querido, Brota un rayo de luz desconocido Que, desgarrando el seno de las brumas, Atraviesa la noche del olvido. Semeja el fleco ardiente que colora A la lejana estrella vespertina Que el sueño de las tardes ilumina. Es primero un albor... luego una aurora... Luego un nimbo de luz en la colina... Luego aviva... y se eleva... y se dilata, Y, encendiendo el secreto de la niebla, En fragoroso incendio se desata, Que, en el cercano monte, Destrenza su abrasada cabellera Y salpica de luz el horizonte, Y en el cielo uruguayo reverbera. Despiertan los barqueros... ya es la hora; Y, al chocar de los remos sobre el río, Alzan la barcarola de la aurora De ritmo audaz y cadencioso brío, ¡La eterna barcarola redentora! Caen de los sauces las dormidas arpas Por impalpable mano arrebatadas; La selva entona de la patria historia Los no aprendidos salmos inmortales; Al beso de la luz se alza la guerra, Y brotan de la tierra Palpitantes recuerdos á raudales. En luminosa ebullición sonora, Los átomos alados Nadan en luz en torno de la aurora. Y despiertan los cantos olvidados Que en el juncal dormían, Los que en el bosque errantes se escondían, Los que en las nieblas mudos se arropaban, O sin eco en el aire discurrían, E, impulsos sin objeto, desmayaban. Y entre la luz, los cantos, los latidos, Roja, intensa mirada Que por el campo de la patria hermoso Paseó la libertad, pisan la frente Del húmedo arenal Treinta y Tres hombres; Treinta y Tres hombres que mi mente adora, Encarnación, viviente melodía, Diana triunfal, leyenda redentora Del alma heroica de la patria mía. IV. Hélos allí... Con ademán sañudo, Cárdeno el labio y la pupila ardiente, De batallar el acerado escudo Embrazan sin temblar, ciñen la frente Con el pesado casco del guerrero, Y altivo un reto lanzan Que se estrella en el rostro del tirano; Que cabalga los aires, Y rueda, y se dilata, y se desborda, Como, de ruina y destrucción sedienta, Embozada en su parda vestidura, Lleva sobre sus hombros la tormenta La voz de Dios... Clavado en la llanura, Del nuevo Sinaí sobre la espalda, Como león que sacude la melena, Azota el aire y estremece el asta El pabellón de Libertad ó muerte Que el aura agita de presagios llena, Vibrando está en los labios de los héroes El santo juramento De Muerte ó libertad, firme, grandioso, Que da á los hombres de virtud ejemplo, Y se esparce solemne y poderoso, Cual se difunde el salmo religioso Por las calladas bóvedas del templo. V. ¡Ellos son, ellos son! Patria querida: No eras tú, no, la que en servil letargo Te adormeciste ayer; virgen tu alma Al ostracismo amargo Huyó vencida, pero no humillada, A salvar pura nuestra patria idea, Y hoy ya torna encarnada En la enseña divina que flamea En la cerviz del opresor clavada. No eras tú, no, la que su aliento enfermo Daba á los lirios que en las tumbas brotan Al frío del suspiro de la muerte; Yo te descubro allí, radiosa y fuerte, Al verter en el lienzo de la noche Las tintas del color de la alborada, Y en el foco febril de tu mirada, Volvernos, con el sol de nuestra historia, Ese calor de libertad preciada Que el bronce rompe de la flor sagrada Y fecundiza el germen de la gloria. Yo te descubro allí; tu alma tan sólo Da movimiento á treinta y tres latidos: Esos, que tornan tu impalpable esencia Y, empapada en su luz, alzan la frente; Esos, que arrancan de la amarga noche, La libre aurora del eterno día; Esos, tus hijos son, son nuestros padres, Patria de mis hermanos, patria mía. VI. El alma que á su cuerpo retornaba, Hirviente circulando, Se infiltró, como un hálito de fuego En las venas del pueblo, despertando A su paso entre bosques y llanuras Las auroras dormidas, Y los marciales cantos, que aguardaban A medio formular entre los labios, Alas para volar. El comprimido Grito de guerra remeció los aires; Hervor de multitudes Brotó de entre los bosques más lejanos, El casco del corcel hirió la tierra Con temeroso són; el de los llanos Clamor inmenso repitió la sierra, Y se cernieron con siniestro vuelo Hasta azotar con sus armas alas El verde pabellón de las almenas, Aves en cuyas garras Cuelgan aún anillos de cadenas Que, al chocarse, derraman en el viento Rumor de imprecaciones, Murmullos de tumultos invisibles, Fragmentos de canciones, Y metálicos golpes repetidos Cuyo ritmo se ajusta De un corazón de bronce á los latidos. Al sentirlas cruzar entre las sombras, Lívidos los espectros Que acechan los insomnios del tirano. En ronda descompuesta é imposible En su almohada se alzaron, Y poblaron sus horas agitadas Las visiones de muerte atropelladas. Rodaron las corrientes sacudidas, El incendio rodó por nuestro suelo, El Plata rebramó sordas querellas Y, como aliadas que aprestaba el cielo, Sus alas encendidas Agitaron temblando las estrellas Ya es tarde, ya es vano, Extranjero opresor, despavorido Apercibirte á la forzada lucha Y concitar innumeras legiones; Ya cercano se escucha El libre relinchar de los bridones, Que el casco fijarán sobre tu pecho, Y el mundo encuentran, á su paso, estrecho. Ya las ferradas lanzas Buscan camino, y lo hallarán sangriento, Hasta tu mismo corazón, sediento De cobardes venganzas. En vano en tus mazmorras oprimidos Escondes los valientes Que encontraste inermes y rendidos En torno de su hogar... Oye: ¿no sientes Cómo alzan á lo lejos sus hermanos, Y llega hasta sus rejas El himno con que mueren los tiranos? ¡Oh! Cuando el grito de los libres suena, Nuncios de redención, vuelan sus ecos A hacer brotar fronteras demarcadas Por la mano de Dios, que se levantan Del seno de los ríos y los mares. Y, al escalar los montes, Con siluetas de cunas ó de altares Van á cerrar los patrios horizontes, Entonando sus bélicos cantares; Arrullos de una cuna que, en el aire, Entre el marcial confuso desaliño, Se dan de guerra el sonoroso abrazo; Primer vagido de un gigante niño Que recoge la gloria en su regazo. Y aquel grito sonó... De la Florida En los fragosos campos, Rodeada de bravos redentores, Arde la inmensa hoguera Que la patria encendió, y arden en ella Nombres, tratados, vínculos nefarios Que vuelan, en cenizas esparcidos, Como aliento de pueblos redimidos. En ella se fundieron las cadenas Para forjar con ellas las espadas, Y los pechos en ella se templaron Que, en Sarandí glorioso, Los escombros de un trono amontonaron. VII. ¡Sarandi! ¡Sarandi!... ¡Santa memoria, Primicia del valor, ósculo ardiente Que imprimieron los labios de la gloria En nuestra joven ardorosa frente! Yo al pronunciar tu nombre, De hinojos, la cabeza descubierta, Entre las cuerdas de mi lira siento Que nace, crece y estridente estalla Todo el fragor de las solemnes horas Que escucharon la voz de tu batalla; Cuando "el héroe", los héroes encontraron Tardo el corcel y perezoso el plomo, Las sedientas espadas abrevaron, De roja sangre en el reciente lago, Y del tirano en la olvidada tumba, La cuna de sus hijos levantaron. ¡Sarandi! Con tu aliento poderoso Sus alas formaría la tormenta Para azotar la espada del coloso Revuelto mar, y publicar su afrenta. Yo en tu potente espíritu me agito, Lato en tu corazón, ardo en tus ojos, Y en la idea, corcel de lo infinito, Sobre tus rudos hombros sustentada, Siento flotar mi vida condensada En un grito de honor, eterno grito. En tus vastas laderas Deja que se dilate el pensamiento Y respire el aliento De aquellas auras de tu honor primeras; Auras de libertad que en su regazo Hasta Dios condujeron, El sello á recibir de eterna vida, Con las almas de bravos que cayeron, El alma de la patria redimida. Los himnos de tu aurora Deja que el labio vibre: ¡Paso al pueblo novel! ¡Sonó su hora! "Que quien sabe morir, sabe ser libre" VIII. Empapadas en luz y en armonías De aquel campo divino Las auras nuestro Plata atravesaron Y del callado lábaro argentino La coronada frente refrescaron. Se oyó el batir de sonoras alas Al levantar el vuelo las memorias; El encajar de piezas de armaduras Mohosas y empolvadas de victorias: Se unieron las riberas Del Plata libre en fraternal abrazo Y cruzaron sus ondas las banderas, Aves de gloria, cuyas alas fieras Azotaron la faz del Chimborazo. Y á los que ayer llamara visionarios Al contemplar su paso vagabundo, La amiga mano el argentino estrecha. Sus locuras, sus mitos legendarios Detienen hoy en su carrera al mundo. Si corta fue tu vista, pueblo hermano; Si corta fue tu ofuscación de un día, Lavaste con heroica bizarría En la sangre humeante del tirano. Pueblo de las cruzadas giganteas, Puente del Ande, sueño de Belgrano, Pueblo corredentor: ¡bendito seas! IX. El destrozado imperio, De Sarandí en el llano Sintió el golpe mortal; pero ocultando, Como la pieza herida, La flecha envenenada, huyó buscando El matorral oculto, y la escondida Selva breñosa en que caer sin vida. Mas ya no pudo ser: tras el reguero De negra sangre que sus pasos marca, Tras el golpe postrero, Va la heroica legión; su vista abarca Un ensanche de luz del horizonte, Do la mano invisible de la patria, De Ituzaingó los velos descorriendo, Reproduce en el cielo vigorosas Las cifras del ardiente vaticinio Que en el festín de Baltasar mostraron De un trono ya caduco el exterminio. Ituzaingó... Señor de las batallas, ¡Oh Dios de Sábato armipotente! Tú otorgaste y ceñiste en aquel día Palmas al mártir, y al guerrero lauros; Yo pronuncio tu nombre Junto al que adoro de la patria mía; Habla, Señor, al hijo; Narren tus nuncios al heroico pueblo, La divina leyenda de sus padres, Que la lira del bardo desfallece Y, al peso abrumador de los recuerdos, Muda y arrebatada se estremece. X. Todo acabó... Ya el mundo Firme al novel batallador escucha Dictar sus leyes y escribir su historia, Y al solio de los pueblos lo levanta Que, aun cubierto de polvo de la lucha, Trepa el guerrero con serena planta. La patria redención ya consumada, Exige el culto de sus hijos fieles, En el altar del alma conservada. Tú, á la sombra feliz de tus laureles, Patria, patria adorada, En tu tranquila tarde del presente, De tus santos recuerdos al arrullo, Duerme ese sueño de los pueblos grandes, De paz y noble orgullo. Rompa tu arado de la madre tierra El seno en que rebosa La mies temprana en la dorada espiga, Y la siega abundosa Corone del labriego la fatiga. Cante el yunque los salmos del trabajo; Muerda el cincel el alma de la roca, Del arte inoculándole el aliento; Y, en el riel de la idea electrizado, Muera el espacio y vibre el pensamiento. En las viriles arpas de tus bardos Palpiten las paternas tradiciones, Y despierten las tumbas á sus muertos, A escuchar el honor de las canciones. Y siempre piensa en que tu heroico suelo No mide un palmo que valor no emane; Pisas tumbas de héroes... ¡Ay del que las profane! Protege, ¡oh Dios! La tumba de los libres; Protege á nuestra patria independiente, Que inclina á Ti tan sólo, Sólo ante Ti la coronada frente. |
poema de Juan Zorrilla de
San Martín
Ministerio de Educación y Cultura
Biblioteca Artigas
Colección de Clásicos Uruguayos Vol. 164
Ver, además:
Juan Zorrilla de San Martín en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
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