La cucaracha
por Alfredo Zitarrosa

Marcha Montevideo Año XXVII Nº 1307  10 de junio de 1966 pdf

Justo con lo edad de la gente, |as cosas empiezan a suceder. No es extraño que al doblar los treinta, los sujetos adquieran una preocupación más intensa por sus contemporáneos, que se interroguen mutuamente sobre la correspondiente generación. Los caracteres, las vocaciones, las afinidades, empiezan a adquirir semejanzas coherentes, y con esas edades, poco más o menos, los tipos empiezan o tomar sus decisiones más completos: casarse, poner un kiosco do revistas, dedicarse a lo bebida.

Asimismo, no en balde y por causa de esa cosa llamada generación, mientras unos están dedicados a escribir en los diarios, otros hacen zapatos y aquéllos cantan por la televisión, todos a la voz fundan cosas, se copian las iniciativas o desembocan en asuntos que, de repente, también ellos, resultan emparentados por cuestiones de edad, de duración. Asuntos: nuevos equipos de fútbol, guerrillas, repertorios de canciones, nacimientos de hijos, que a la vez se ennovian, se emparentan y esperan treinta años más, deliberando con la Historia.

Uno de esos asuntos que suceden es, por ejemplo, la inauguración de lugares nocturnos, Gotán en Buenos Aires, La Puerta de San Pedro en Montevideo y ahora hoy, en Cerro Largo y Tristán Narvaja, “La Cucaracha", son así mismo coetáneos, diferentes y extraños entre si, pero idénticos al propósito (o a la necesidad) que los engendra: abrir un agujero, separar dos paredes y fabricar un lugar para ciertos seres que repentinamente se han sentido miembros de una misma generación. En aquel agujero se rinde culto al pasado, en éste a la música concreta, en tal otro a la conspiración. Y el diálogo comienza. A través de lo noche.

"La Cucaracha", por ejemplo, es para reunirse a tomar buen vino, pagar por el justo lo que vale, escuchar unas canciones o unos versos, a algunas personas que casi siempre dicen la verdad. Es para sentarse en cajones de madera sin usar pero que, concretamente, son cajones de papas y es para que cada noche de ciertos días (viernes, sábados y domingos), 25, 30 o 35 sujetos se investiguen mutuamente y se midan los futuros. Se podría plantear por ejemplo que haya, seis o siete cajones más, que en lugar de ponerlos acostados los pongan de punta para que sean más altos y más sólidos, pero por ahora se trata solamente de una verdadera "peña" y lo que está bien es que sea chico, que tenga las paredes pintadas con cal y dibujadas con unos trazos negros que inventó el chino Fong, hijo de tres chinos contando desde el bisabuelo; hijo de varios árabes, contando por parte de la madre suya, a cuyos ojos sacó los ojos parecidos.

Hay dos guitarras y están empezando a ir unos seres que llegan con sus conocimientos, con curiosidades y sus voces, con sus papeles. Algunos se entristecen, pero todos aprenden, hartan, se interrogan, hacen un dibujo con vino, cavilan, extraen objetos de los bolsillos y los reparten: pueden ser caramelos, cerámicas chicas, lápices. Uno se puede quedar hasta cualquier hora, el vino es excelente y no seria extraño que una de estas noches cayera Troilo o cayera otro más.

El sistema de venta del vino es estrictamente no comercial. Se considera que "el vino es vida", coincidiendo con Cristo y con los locutores de voz gruesa. De manera que para cada día se anuncia el programa correspondiente en un modesto cartel y se venden cuarenta tickets, nominalmente, a cuarenta persones concretas que deben interesarse por aquel programa. Esa noche puede haber música de Vivaldi o una conferencia sobre el sistema nervioso central, o puede estar Marcos Velázquez. Yamandú y Oscar sirven las mesas, ponen orden, agarran la guitarra y cantan, o reparten las guitarras y escuchan a su vez, se sientan, beben su vino.

El lugar se alumbra con velas que unas señoritas encienden cada pocas medias horas, a medida que se han consumido. Nunca hay mucha luz pero tampoco hay poca y en general lo interesant es que nada es electrónico, ni siquiera la heladera. Las velan están en unas latitas en los marcos de las puertas y arriba de las cabezas de la gente. Aquello puede parecerse a una macumba, a las ‘'Caves" de París, a un velorio o lo que se quiera, pero siempre está afindo, es decir, en la menor o en do, o en azul. Otra cosa interesante es que casi nadie tiene auto, que a ninguno le gusta el twist, que no se habla inglés y que no hay presidente. Ocasionalmente surgen las canciones de España Republicana, o surgen guajiras, joropos, rancheras, que llegan y saludan a nuestras milongas, vierten su vino en los vasos y se quedan toda la noche.

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Por aquello de la humildad.

Desde que Marx inventó las clases sociales, es inevitable que la gente modesta no puede pagarse una cena con champaña. De tal modo la humildad y la modestia, que suelen tener raíces económicas, obran sus efectos promoviendo el uso de un Credo Cristiano, o de una barba, la lectura de ciertos libros, el hábito de los cigarrillos subsidiados. En "La Cucaracha" uno puede conversar personalmente con aquella clase, que al decir de todos los barbudos notorios, "entrará —con Rimbaud— en las espléndidas ciudades" del futuro. Y aunque la venta de vino esté limitada por la necesidad de proscribir el abuso y promover la verdadera invención de las noches, si bien se cierran las puertas cuando llegaron todos los propietarios de los tickets, la venta de tickets no es selectiva y se realiza exclusivamente a base del interés que pueda despertar el anuncio previo de cierto "programa". Ese tal programa es nada más que un esbozo. Pugliese y Juan Sebastián Bach tienen las mismas prerrogativas. Además, siempre hay invitados especiales cuyo vino pagarán los demás y nunca se puede saber, por último, sí a las dos de la mañana no va a llegar Obdulio Varela y va a golpear la puerta. Lo que no se tolera es el bochinche, ía borrachera con subdesarrollo.

"En otros tiempos, si nosotros hubiéramos nacido y hubiéramos ocupado por entonces espacios y sus edades respectivas, tal vez menos dialécticas, mejor vestidos o más románticos, pensamos que habríamos tenido las caras de nuestros muertos queridos. Se sabe que ellos están detrás, escuchando detrás de las paredes. Los mismos Piendibenes, Picattos y Gardeles que antes amaron y nos soñaron a su, aunque prefirieron Durero a Picasso, Fabre a Darwin,  Gradín a Pelé, Kropotkin a Carlos Marx, están entre nosotros y como maestros están de parte de los humildes". Ese es el lema de "La Cucaracha", que luce en una de las paredes. Tal vez si alguno llega sintiéndose muy solo, al verse entre testigos, entre guitarras y botellas, entre canciones, abandone sus duros razonamientos y se alegre de que lo hayan recibido, cerrando la puerta detrás suyo.

A pocas cuadras de la Biblioteca Nacional, casi incrustada en ia feria de los domingos, "La Cucaracha" tiene algo cálido, reparte un vino que está vivo, que se paga lo que cuesta, que apenas parece una mercancía, que hace cantar. Felizmente.

Y uno piensa lo que será dentro de 30 años, cuando se haya llenado de fotos, de recuerdos. O piensa si subsistirá, si acompañará con el suyo el destino de esta generación, en qué asuntos terminarán comprometidos el vino y las canciones, los que cantan, los que beben, los que se ennovian o están haciendo hijos, los que, como Yamandú y Oscar, al promediar la noche y con el vino alto, todavía saben muy bien a quién le prestan la guitarra.

por Alfredo Zitarrosa

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