Los Orientales en Ituzaingó

 
(Arreglo sucinto de las conferencias dadas por el Autor: en el Instituto Histórico y Geográfico de Río Janeiro, el 19 de mayo de 1939, con el titulo: "ltuzaingó fue una batalla incompleta..."; y en el Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay (Montevideo), el 23 de julio de 1943, con el titulo ut - supra).
No es mi propósito caracterizar este trabajo con atractivos polémicos, y ni siquiera presentar un motivo capaz de dar cabida a la discusión, siempre posible, sin embargo, según sea el ángulo de enfoque en que se quieran situar los puntos de vista.
Es bien sabido, que no obstante haber transcurrido un siglo largo, la Batalla de Ituzaingó (para nosotros), del Paso del Rosario (para los brasileños), mantiénese aún discutida; tanto en la valoría intrínseca del triunfo, en lo militar o en lo político, como en los mil y un diferenciados aspectos y pormenores entrevistos en su desarrollo.
Estimación variable y contradicha desde la tarde misma del día en que se libró la acción, hasta los días actuales; habiendo participado en esa extensa infursión histórica, con panegíricos, impugnaciones, exaltaciones apologéticas, afirmaciones, refutaciones, . . . desde los principales actores hasta los más conspicuos y consagrados historiógrafos del Brasil y de las repúblicas platinas.
En parte lo explicaría, la forma desarticulada de su iniciación, y la misma desarmonía de su desarrollo; -por lo menos, en lo que respecta al Ejército Republicano, -que es lo que ha dado mérito a que se la tilde de "batalla de las desobediencias"; o como más severamente la juzgó el General Paz, cuando dice: "allí todos mandamos, todos combatimos y todos vencimos, guiados por nuestras "propias inspiraciones..." -lo que significaría, -comento yo- que la conducción de la batalla, debió pecar por ausencias determinantes, precisas, y sobre todo oportunas, del Comandante en Jefe; no obstante haber intervenido personalmente con órdenes verbales directas en porción de acciones parciales.
No es que me incline por lo acertado o no de estas críticas, que otras plumas vernáculas han analizado para extraer conclusiones; sino que traigo a colación estos extremos, para dejar definida mi posición.
Me apasiona sí, el logro feliz de una intención, que creo corresponda a un acto de estricta justicia y reparación.
Me refiero al comportamiento de los Orientales en Ituzaingó; y antes de Ituzaingó; y después de Ituzaingó; convencido de que ellos, un tanto olvidados por la absorción de otros encomios, merecen en la historia de esta campaña, el capítulo que no está escrito; o por lo menos, que no está escrito con las letras lucientes que le corresponden.
Tampoco seré yo, quien lo haga, pues sólo me limitará a sindicar las razones que abonan mi intención.
Frente, pues, a las señaladas o opiniones tan contradictorias como difusas, habremos de penetrar en esa niebla, buscando un rumbo accesible; el que libre de desviaciones apasionadas, pero con espíritu ecléctico, nos lleve al punto de arribada que nos hemos fijado; y que es, destacar cómo la retirada del Ejército Imperial, se debió en mucho a la actuación de los Orientales, que en ese día, por siempre memorable les tocó conjurar el peligro de los dos momentos más culminantes de la batalla.
Pero antes de abordar el punto preferencial del tema, habréis de permitirme algunas disquisiciones preliminares, a fin de tomar un conocimiento previo de los singulares servicios prestados por las tropas orientales, desde la iniciación misma de la campaña de invasión al Río Grande.

Tampoco /La situación general de los ejércitos, trazada a grandes rasgos, era en los primeros días del año 1827, la siguiente: (Croquis Nº 1) el Marqués de Barbacena, Comandante en Jefe del Ejército Brasileño, con el núcleo principal de sus fuerzas, en Santa Ana de Livramento.
Un núcleo, que denominamos secundario, por constar de menos efectivos, a las órdenes del Mariscal Gustavo E. Brown, reunido en San Francisco de Paula (hoy Pelotas).

El muy afamado guerrillero Bento Manuel Ribeiro, con su brigada de caballería ligera, en la región del Cuareim y puntas del Tacuarembó.
Otro notable escuadronista, Bento Gonzalvez da Silva, (que aún cuando con el anterior compartió los sinsabores de su derrota en Sarandí, no por ello amenguadas sus famas), estaba situado con otra brigada de caballería ligera en la región del Yaguarón.
Detrás de esta línea, bien débil e insegura, por las distancias que separan a dichas fuerzas entre sí, se reunían grandes depósitos de abastecimientos en Bagé y San Gabriel.
Además retenían ocupadas las ciudades de Montevideo y Colonia.
El Ejército Republicano, que al mando del General Alvear, se había organizado apresuradamente en su campamento de Arroyo Grande, (Departamento de Soriano), se consideró listo para abrir las operaciones, en los últimos días de diciembre de 1826, bajo el apremio de las circunstancias y del Gobierno de Buenos Aires, donde se radicaba la Dirección de la Guerra.
No convenía - dice Alvear - "que nuestro ejército esperase al enemigo, dejando que éste engrosase más y más el suyo, y abriese al fin la campaña. Que internado en la Banda Oriental se diese la mano con las guarniciones de Montevideo y Colonia, y aprovechase de todas las ventajas de esta combinación, poniendo en juego las fuerzas y recursos de las referidas plazas y de sus comunicaciones por agua, siendo dueños del mar y de las costas y puertos de la Banda Oriental. Que nuestro ejército tuviese de este modo muy cerca de cinco mil combatientes más contra quienes lidiar, y que el enemigo hiciese la guerra a nuestra costa, siendo la Banda Oriental el teatro de ella, y sufriendo toda la devastación que debía producirle.
"Nuestra fuerza estaba, -continúa diciendo Alvear- muy lejos de ser suficiente para una conquista, pero mientras ésta era imposible, se podría al menos, ir a buscar al enemigo antes que se reforzase más". (Exposición que hace el General Alvear para contestar al Mensaje del Gobierno del 14 de setiembre de 1827).
Planteada así la imperiosa necesidad de ir hacia el enemigo antes de que éste viniera hacia nosotros, Alvear pesó las ventajas e inconvenientes que ofrecían las varias líneas de invasión, optando por marchar lo más sigilosamente posible, recostándose a la margen derecha del Río Negro.
El plan de campaña de Alvear, aun con sus fases problemáticas, ha sido considerado elogiosamente por la crítica militar.
En esencia, se trataría de llevar a cabo una sorpresa estratégica: consistente en flechar el dispositivo enemigo en dirección a Bagé, interponiéndose entre los dos núcleos: el principal de Barbacena y el secundario de Brown, para después batirlos separadamente.
Cubrirían la marcha del Ejército Republicano, los Orientales que al mando de Lavalleja formaban el Primer Cuerpo. Este, después de atravesado el río Tacuarembó, tenía por misión hacer una demostración ofensiva sobre Santa Ana, a fin de confundir a Barbacena sobre la verdadera dirección de marcha del grueso, que continuaría avanzando por Aceguá, después de pasar a la margen izquierda del Río Negro por el Paso de Arriera.

Como se ve, los Orientales comienzan la campaña, cumpliendo con la parte más fatigosa y esforzada; siendo vanguardia del ejército en marcha; alcanzando en su misión el arroyo Cuñapirú; mas a esta altura, el General Barbacena, ya apercibido de la dirección del grueso del Ejército Republicano, resuelve ganar tiempo y espacio, interponiendo prudencial distancia, para reunir la totalidad de sus fuerzas, en la región de Bagé, o en Santa Tecla, o más atrás, en las Sierras de Camacuá, cubriéndose con la brigada de Bento Manuel y otras tropas de caballería.
Digamos de paso, que esta determinación del Generalísimo brasileño, ha merecido el comentario elogioso de los críticos en arte de la guerra; y el propio General Aivear la calificó como "un partido que le hace mucho honor, no sólo por los conocimientos militares que supone, sino también por ser una resolución atrevida, conociendo la difícil posición en que lo habían puesto las maniobras de su contrario". (Exposición que hace el General Alvear para contestar el Mensaje, etc.).

Son los Orientales de Lavalleja, los primeros que entran en Bagé; y luego se mantienen al frente, cubriendo la instalación del grueso del Ejército Republicano, el que teniendo prevista una detención ordinaria, para continuar al día siguiente a las cuatro de la mañana la sucesiva etapa ofensiva por el camino a San Gabriel, por el cual habría de encontrar al núcleo enemigo conducido por Barbacena, se vio obligado a permanecer inactivo durante cinco días consecutivos, a causa de un furioso e incesante temporal de agua y viento; circunstancia providencial que aprovecha el generalísimo brasileño, para salir indemne de tan delicada situación, marchando a marcha forzadas, por caminos casi intransitables y arroyos desbordados, hasta vadear las puntas del río Camacuá, último obstáculo natural, debiendo hacerlo:
la artillería en balsas improvisadas con cueros de vacunos, la caballería a nado, y la infantería con el agua a la altura del pecho y las municiones portadas sobre la cabeza.
El plan de Alvear, quedó aquí, lamentablemente fracasado.
El plan de Barbacena, se coronó con el más feliz de los éxitos.
Internado en las escabrosidades de la Sierra de Camacuá, donde se le reunió después el núcleo de Brown y otras tropas menores, pudo considerarse a salvo.
La satisfacción y seguridad del Marqués de Barbacena se desprenden de los términos de una comunicación al Superior, cuando le dice: "¿Qué hará ahora Alvear? ¿Atacar? Las ventajas en este momento están de nuestra parte. ¿Esperar que nosotros ataquemos? También tenemos ventajas; pues mientras, irán aumentando nuestras fuerzas y recursos y disminuyendo, los de ellos".

A su vez, el General Alvear, contemplativo, e impotente para solucionar una operación de ataque a la Sierra, dice: "Reconociendo la buena posición que había tomado el contrario, tuve la destreza de no atacarlo en ella. En este estado era preciso maniobrar (......), para engañar a los imperiales y obligarlos a salir de la Sierra". (Exposición, etc.).
Alvear decidió moverse en dirección a la Villa de San Gabriel. Y también aquí, son los Orientales los primeros que entran a la Villa. Es un destacamento de más de 100 hombres mandados por Ramón de Cáceres y Felipe Caballero, constituidos en "partida exploradora". (Memorias del Coronel Ramón de Cáceres. Archivo General de la Nación).

Entre tanto, el Primer Cuerpo de Lavalleja, el de los Orientales, que fue flanguardia ofensiva sobre Santa Ana y vanguardia hasta Bagé y Camacuá, tendrá ahora la difícil misión de cubrir la retaguardia. Es decir, siempre interpuestos entre ambos ejércitos contendientes.
Barbacena marcha en pos de los Republicanos.
Y cuando Alvear, después de entrar y dejar San Gabriel, se movió en dirección a Cacequí, y de aquí al Paso de Rosario sobre el Santa María, los Orientales se mantuvieron siempre cubriendo los movimientos del Ejército Republicano, que ahora está colocado en muy crítica situación.
Estamos en los días 17, 18 y 19 de febrero de 1827. Ya el día 17, Lavalleja, al dar noticias sobre el enemigo (según lo consigna el ayudante Joaquín Revillo en su diario de campaña), habría invitado al General Alvear "a continuar la marcha hasta Santa María, para evitar -dice- que el enemigo les ganase la retaguardia".
Salta a la vista, no sólo el sentimiento de colaboración del jefe oriental para con su generalísimo, sí que también una lúcida apreciación estratégica, al estimar que aun es posible alejar el peligro que se va cerrando sobre el Ejército Republicano, al tener éste comprometida su línea de retirada, expuesta a ser cortada, y como consecuencia, obligarlo a librar una batalla con el frente invertido y en terreno impuesto por el enemigo.
En esos días, el General Alvear buscaba para la decisión, un campo que conviniera al mejor empleo de su caballería, como se desprende de una comunicación de Alvear a Lavalleja, en la que aquél le dice: "marcho (.....) otra vez sobre San Gabriel; reconoceré mañana una buena posición que me ha dicho el General Soler que hay en el camino de la Cuchilla Grande, como a tres leguas de San Gabriel; si es buena, allí esperaremos al enemigo". (Comunicación de fecha 14 de febrero de 1827).
Sin quitar ni desconocer la bondad a las inspiraciones del Generalísimo Republicano, resultaría que fueron orientales los Jefes que propulsaron con su opinión la solución estratégica de Ituzaingó, primero, Lavalleja en esta ocasión; después, los Coroneles Eugenio Garzón y Ventura Alegre, en Paso del Rosario, como veremos más adelante.
A su vez, el Ejército Imperial que había entrado en San Gabriel el día 17, se movía también por el camino al Paso del Rosario, atendiendo tal vez al último parte que pudo remitirle Bento Manuel, encargado de observar los movimientos de los republicanos, y que fuera batido en el Paso del Ombú sobre el Ibicuy. En dicho parte, Bento Manuel decía que los republicanos iban a pasar el Santa María por el Paso San Simón (que queda aguas abajo del Paso del Rosario). (Cita del Gral. Tasso Fragoso en su obra "A Batalha da Passo do Rosario").
Podríase pues admitir, que ambos Comandantes en Jefe, coincidieran en dirigirse apresuradamente sobre el Santa María; el Republicano, "para no dejarse ganar la retaguardia" según la advertencia de Lavalleja; el Imperial, para salirle a la cruzada, o por lo menos, sorprenderle en infraganti operación de pasaje.
De aquí que ambos ejércitos marchen por caminos convergentes hacia el mismo punto.

La batalla es inminente. Sus consecuencias se presienten o salvadoras o desastrosas; al punto que Alvear, previéndolas, ha repetido con singular coincidencia, lo que en circunstancias parecidas, dijo Jenofonte, el inimitable conductor de la "Retirada de los Diez Mil Griegos". Este, al mandar quemar los bagajes sin utilidad para el combate y que sólo servirían para embarazar sus marchas, dijo: "Bien sabéis que cuando se es derrotado, todo lo que se tiene pasa al enemigo; y en cambio, cuando se es vencedor, todo lo tomamos al enemigo. Si somos vencidos, nada necesitaremos de esas cosas; si somos vencedores las tendremos hasta de sobra".
Y Alvear, según se lee en las memorias del Comandante Iriarte, al mandar destruir y quemar la impedimenta y los archivos, habría dicho: "lo que importa es triunfar; todo lo demás es secundario o de ninguna, consecuencia; si perdemos ha de desaparecer cuanto ahora poseemos; y si ganamos, recobraremos con usura cuanto ahora inutilizamos".

En la tarde del 19 de febrero, todo el Ejército Republicano está escombrado frente a raso del Rosario. Una extraordinaria crecida impide el pasaje de la artillería y parques.
El Escuadrón de Coraceros al mando de nuestro valiente Anacleto Medina, ha cruzado a nado para reconocer la orilla opuesta y repasado en la misma forma.
Para la caballería de la Independencia, nunca fueron obstáculo los ríos crecidos.
Esa misma tarde, a poco después del medio día, el Ejército Imperial acampaba a unos 16 a 18 kilómetros del Paso. El cansancio de sus hombres y ganado, y la extenuación de las boyadas del parque, fueron causas para que los republicanos se libraran de ser copados en informe aglomeración, en un bajo cubierto de zanjas y matorrales.
Pero los consejos del Coronel Garzón, de por sí y en representación del Coronel Ventura Alegre, según certificación extendida por Alvear (10 de enero de 1837) reforzaron la inspiración de éste, en el sentido de abandonar la cesta y aproximarse esa misma noche a las alturas dominantes del Paso, dejando en buena hora, lo que llamaría "el llano traidor de la margen del Santa María". (Carta de Alvear a Garzón fechada el 3 de mayo de 1832).
Para asegurar, al día siguiente, el escurrimiento de contramarcha del ejército, que esa noche debería descansar encolumnado sobre las pendientes de la margen, se hizo adelantar una fuerza que pernoctaría en las alturas próximas.
Y he aquí que otra vez los Orientales pasan a ocupar posiciones adelantadas, acompañados por el Batallón 5º de Infantería y una batería de artillería.
Parece ser que una desobediencia de Lavalleja, dio a los Orientales el honor de ser los primeros en comenzar la batalla; como otra desobediencia, los colocaría en condiciones de ser los últimos en dejar al enemigo ya en retirada.
Veamos lo ocurrido; el General Alvear ha dicho a este respecto: "Al caer el día (se refiere al día 19) todo el ejército se preparó a marchar; a la oración se puso en camino, contramarchó y fue a buscar a su contrario; (.....) todo se había previsto y todo estaba preparado. Sin embargo, el General Lavalleja, por una fatalidad inconcebible, a pesar de la orden que se le había comunicado, de venir a recibirla en persona del General en Jefe luego que estuviese su cuerpo en movimiento, no lo hizo así; de lo que resultó, contra las intenciones del General en Jefe que se pusiese delante del tercer cuerpo. Cuando el Ejército hizo alto, el General despachó en persona al Jefe dcl Estado Mayor para que diese la orden al General Lavalleja de ponerse a la derecha de aquel Cuerpo, a cierta distancia. El General Lavalleja no obedeció esta orden. "Por esta circunstancia -sigue diciendo Alvear- el General, Lavalleja se encontró en donde debía estar el General Paz y el bravo Brandzen. De aquí provino que el General en Jefe empezase la batalla con el General Lavalleja, cuando su plan era comenzar con el segundo Cuerpo, mandado por aquellos jefes. Las tropas del primero y segundo cuerpo eran todas valientes, todas iguales, pero los jefes del segundo son tácticos, maniobreros; y el General Lavalleja. . .
Así, con puntos suspensivos, termina Alvear este párrafo de su Exposición contestando el Mensaje del Gobierno, en el que se le hacen muy graves cargos por su actuación en el comando del Ejército.
Es un tanto condenable, que el General Alvear haya dejado en suspenso la calificación a Lavalleja, dando lugar a que cada lector acomode la que primero o mejor le venga a mientes.
Nosotros no vamos a sutilizar el parangón planteado; pero sí, habremos de proclamar por notorio, que Lavalleja, moldeado en las rudas campañas artiguistas, fue siempre un oficial de presa; ardoroso, audaz, atropellador, que tenía el defecto, -que tal vez fuera virtud en aquellos tiempos,- de no saber medir el peligro cuando se enfrentaba al enemigo.
Y si en Ituzaingó, los Republicanos no hubieran hecho derroche de esas extraordinarias calidades guerreras, muy otro habría sido el resultado final de la batalla.

Pasemos a la batalla. (Croquis Nº 2).
El Ejército Imperial levantó campamento a las dos de la mañana del día 20; hora la más propicia por corresponder a la salida de la luna, la que no obstante aparecer entre un cielo algo cubierto, daba al campo la claridad bastante para alejar el temor de un encuentro con el enemigo en plena oscuridad.
No hay duda de que los imperiales se movieron "con el propósito de perseguir y evitar que el enemigo efectuase su retirada por el Paso del Rosario", según las textuales expresiones del Jefe del Estado Mayor, Mariscal Gustavo E. Brown, en su parte de guerra; quien declara también que no esperaba encontrarlo "de este lado del río, con todas sus fuerzas reunidas".
Por tal causa pasaron apresuradamente del orden de marcha al orden de batalla, ocupando unas alturas enfrentadas a las retenidas por Lavalleja, el Batallón 5º y la batería de artillería.

Con las primeras luces de la aurora, -dice el comandante Iriarte en sus memorias,- se oyeron los primeros tiros de la vanguardia, mientras la cabeza del grueso llegaba a la salida del desfiladero, donde el General Soler esperaba a los cuerpos para indicarles las posiciones de combate que deberían ocupar en las alturas.
En ese momento, comentamos nosotros, sólo están apostados en la prominencia mayor de la línea de alturas, el Batallón 5º, y la batería de artillería; y hacia la derecha, el Primer Cuerpo de los Orientales de Lavalleja.
Reparemos que son éstas las únicas fuerzas que van a contener y demorar el ataque enemigo, hasta que el Ejército Republicano entre en línea.
Según versión del Teniente Coronel Antonio Díaz, Segundo Jefe del Batallón 5º, a eso de las siete de la mañana alcanzaban la línea los regimientos dc caballería; y recién entre las horas nueve a diez, los batallones de infantería y lo restante de la artillería.
Los Imperiales ya desplegados (seguimos con el croquis Nº 2), definen sus objetivos: la Primera División Barreto, conducida por el Mariscal Brown, fuerte de tres batallones de infantería, dos brigadas de caballería y ocho piezas de artillería, cuyo flanco derecho está protegido por la Brigada de Caballería Ligera de Bento oGonzalves da Silva, orienta su ataque contra la altura defendida solamente, por el Batallón 5º y la batería Chilavert.
La Segunda División Calado, fuerte de dos batallones de infantería, dos brigadas de caballería y cuatro piezas de artillería, se sitúa frente al Primer Cuerpo de Orientales de Lavalleja, compuesto como ya hemos dicho, únicamente de caballería.
En la extrema del flanco izquierdo y algo adelantado, el Regimiento de Voluntarios del Mariscal José de Abreu.

El General Alvear, jinete en el hermoso caballo blanco que le regalara el Mariscal Sucre, y vistiendo, un sencillo uniforme compuesto de "chaqueta azul con guarniciones de piel, y un morrioncito de hule" (según se consigna en las memorias del Coronel Ramón de Cáceres, que fuera su Ayudante), se hace presente desde el primer momento en el campo de batalla; y observando desde la altura que ocupa el Batallón 5º, el imponente dispositivo de los Imperiales, ordena al Jefe del 5º, que se haga matar antes que dar un paso atrás. (Escritos del Coronel Médico Francisco Javier Muníz). Y viendo además, cuánto mayor era el peligro de esas débiles fuerzas, por no tener ninguna protección en el flanco izquierdo, tiende el galope de su corcel hacia donde está el Primer Cuerpo de Lavalleja, que en esos precisos momentos preparaba una carga contra la Segunda División Calado, y hallando al General Laguna, quien en ese instante recibía también órdenes, por intermedio de un Ayudante de Lavalleja para que apoyara dicha carga, ordenándole que pase a proteger el flanco izquierdo, cargando a la Primera División Barreto.
Éstas dos órdenes dispares y superpuestas, generaron indudablemente un conflicto jerárquico, aunque sin trascendencia aparente.
Esta forma harto irregular, empleada para impartir órdenes de tanta importancia, explicaría igualmente cuan grave era el momento.
El documento que voy a leer, extendido por el General Laguna y que se encuentra en nuestro Archivo del Estado Mayor, esclarece muy bien el episodio. Dice:

Casiquí, febrero 25 de 1827.

"El General que firma al contestar al señor General de la División de Vanguardia la ilota que le dirigió con fecha dc ayer, exigiéndole en ella los motivos porque el infrascrito no cumplió la orden que le comunicó por su Ayudante el Comandante Velasco, de que formase a la retaguardia la línea de reserva que debía proteger la carga que el señor General a quien se dirige mandaba dar al centro de los enemigos, dice: que en el momento de recibir la orden por el expresado Comandante la iba a cumplir como correspondía pero presentándose en aquel momento el Exmo. Señor General en Jefe, estando aún presente el Comandante Velasco, le ordenó al que firma que cargase con su tropa por la izquierda; y diciéndole la orden que acababa de recibir del General de Vanguardia, le contestó delante del mismo Velasco que la había llevado, que cumpliese con la que le daba S. E. que él mandaba ya quien protegiese la carga que el General mandaba dar al centro.
"Con este motivo el infrascrito tuvo que separarse de la primera orden para cumplir con la segunda del Exmo. Señor General en Jefe.
"Este es el motivo que ha habido, y que el señor General a quien se dirige desea saber, logrando esta ocasión para saludarlo con mi acostumbrada consideración y aprecio.

Julián Laguna.

Exmo. Señor General de Vanguardia don Juan Ant.º Lavalleja".

Esta incidencia, proporcionó a los Orientales el honor de disputar, desde el primer momento y por bastante tiempo, la llave de la posición de los Republicanos, hasta tanto llegaran a la línea, los regimientos de Paz, de Juan Zufriategui, de Olavarría, de Brandzen, de Ángel Pacheco, de Lavalle y de Videla.


La Primera División Barreto ha traspuesto la zanja existente en el fondo del valle que separa ambas posiciones, y avanza imponente contra lo que llamamos "llave de la posición" republicana.
Los Orientales de Laguna se lanzan impetuosamente a la carga, una, y otra, y otra vez, desafiando la potencia de fuego de la infantería imperial.
Rechazados se reorganizan y vuelven con redoblada saña en sus furiosas arremetidas, consiguiendo con esta épica insistencia, contener el ritmo del ataque enemigo, forzándolo a hacer algunas detenciones.
Entre tanto, van llegando más fuerzas republicanas; y el General Laguna les cederá el lugar.
La misión táctica ha sido cumplida.
Su resultado influyó poderosamente en el sucesivo desarrollo de la batalla.
Después, Lavalle y Videla (Croquis Nº 3) sacarán del campo a buena parte de las caballerías de Bento Gonzalves, comprometiéndose cada vez más la situación de la Primera División Barreto. Esta, aunque resiste bravamente y sus cuadros de infantería permanecen cerrados, tiene que paralizar, no sólo su movimiento de avance, sino volver a su base de partida, detrás del zanjón que ocasionará la muerte del glorioso Brandzen cargando al frente de uno de los escalones de su regimiento.

Veamos ahora la otra parte del frente, donde está el Primer Cuerpo de Orientales de Lavalleja, teniendo a su cargo una difícil tarea que cumplir.
Justifiquémosla. El Primer Cuerpo está en evidente inferioridad orgánica, respecto a la Segunda División Calado, integrada con adecuada proporcionalidad en sus tres armas: infantería, caballería y artillería. La Segunda División Calado es un bloque hermético de muy fuerte potencial de fuego, provisto por su artillería y su adiestrada infantería, auxiliadas ambas con el apoyo móvil de sus dos brigadas de caballería.
Los reglamentos tácticos de la época, destacan, para estos casos, que ''el ataque de caballería contra una infantería (en las condiciones enunciadas) no puede prometerse ningún éxito, si no concurren con ella otras tropas, de otras armas, para preparar, cubrir, proteger y sostener sus cargas".
Y para el infante, los mismos reglamentos establecen: "que nada debe temer de las cargas de caballería, si mantiene la confianza en el propio valer que le da la instrucción y disciplina en los fuegos, apoyados con el concurso que en los momentos críticos le prestarán sus armas hermanas: artillería y caballería".
Vemos, pues, cuán desventajosa es la situación del Primer Cuerpo de Lavalleja, desprovisto en absoluto del apoyo de las otras armas.
No es posible presentar este punto interesante, discurriéndolo en base a la técnica y a la táctica; ya que no debo olvidar, que no todos los lectores, me acompañarían de buen grado en una excursión de esta naturaleza por los dominios del Arte Militar; debiéndome conformar con lo dicho al respecto, que creo bastante, para comprender la inmensa responsabilidad de los Orientales en este frente.

Retomemos el hilo de la cuestión principal. Dice el Mariscal Calado (concretando su detallado parte de batalla) que entre las siete y ocho de la mañana, principió el fuego de la artillería imperial de la derecha, seguido por la pieza de la izquierda puesta a órdenes del Mariscal Abreu, (....) cuando de inmediato descendieron las fuerzas de caballería enemiga (Lavalleja); las que atacando a las del Mariscal Abreu hacen que este se retire; (.....) y que confundidos perseguidos y perseguidores, se acercan éstos peligrosamente a los cuadros de la infantería; y que abriendo el fuego en el momento preciso, evita ser atropellado, consiguiendo malograr el final de la carga; ocasión bien aprovechada por la caballería imperial de apoyo, que contraataca a su vez.
En esta acción local, fue muerto el Mariscal Abreu. Las cargas de la caballería patriota se repiten muchas veces; y aunque se acercan hasta veinte pasos de las bayonetas brasileñas, -según el mismo Mariscal Calado,- no logran romper los cuadros inconmovibles; pero les debilitan el apoyo de la caballería y anulan la artillería.
Algunos escuadrones traspasan la línea enemiga, corren el campo a retaguardia, asaltan los parques y dispersan su escolta.

Al promediar el día, la batalla se acerca al momento decisivo. (Croquis Nº 3).

La Primera División Barreto está detenida y muy comprometida.
La Segunda División Calado, recibe órdenes (por intermedio del Coronel Joaquín Antonio de Alencastro) de correrse al centro para auxiliar la División Barreto. Pero la División Calado, que está absorbiendo las cargas de los patriotas de Lavalleja y haciendo prodigios de energía para sostenerse, se halla también inmovilizada, batiéndose desesperadamente en actitud de defensiva absoluta.
Las tropas de Lavalleja, no obstante su notoria inferioridad orgánica, han superado esta falla táctica a fuerza de arrojo y denuedo.
Y aún más. No sólo atendían a su enemigo del frente, sino que realizando una efectiva "camaradería de combate", se mantenían atentos a lo que ocurriera a las tropas vecinas. Según Chilavert, -comandante de la batería que primero abrió el fuego en la madrugada del 20 de febrero,- al hacer una rectificación en "El Nacional" de Montevideo, respecto a lo que el mismo diario había dicho al insertar una biografía del General Paz, explica algo de lo sucedido durante la mentada carga de Paz, -que fue la última del día,- y que le valiera una severa reprimenda del General Alvear, en el mismo campo de batalla.
Dice Chilavert: "Los Imperiales (se refiere a la Primera División Barreto) favorecidos por el terreno, que era una cañada cubierta de espeso pajonal, comenzaban a reorganizarse. El General Paz emprendió la carga. Al advertirlo el General en Jefe, mandó al Teniente Coronel Martínez Fontes, Oficial de Estado Mayor, con orden para que suspendiese aquél esa carga. Cuando este oficial llegó, los tres primeros escuadrones habían sido repelidos con pérdida de algunos oficiales y tropa. La caballería enemiga intentó perseguir; al verificarlo se apareció Lavalleja y el Coronel Olavarría con su escuadrón de maniobra del Nº 16 al mando del Comandante Olmos, y el enemigo suspendió el movimiento".
Para los que no estén al tanto de esta clase de maniobras, les diré: que cuando la caballería se lanza a la carga contra la infantería y es rechazada con pérdidas, se produce confusión en las filas, momento que aprovecha la caballería enemiga, para apurar la desorganización y completar el rechazo de los atacantes; a menos que otros escuadrones de reserva intervengan a tiempo para liberarlos.
Es esto precisamente, lo que en el episodio examinado, hizo Lavalleja con los escuadrones del Regimiento de Lanceros de Olavarría, que estaba a sus órdenes.

Son las dos de la tarde. El Ejército Imperial, materialmente debilitado; las municiones casi agotadas y sin probabilidades de reamunicionamiento, pues los parques habían sido asaltados; sin reservas de ninguna clase; rotas las uniones tácticas entre las divisiones; y la línea fallida por una irremediable solución de continuidad, sólo resta a su Comando un recurso: desengancharse, y a tiempo. Único "remedio heroico para evitar el aniquilamiento o la capitulación, ha dicho el historiador brasileño Comandante Raúl Tavares.
El Barón de Río Branco, refiriéndose a este momento, dice: "A las dos de la tarde, no había más de ocho a doce cartuchos por canana o por cofre de artillería, y ambas divisiones continuaban inmovilizadas, cada una en la posición que ocupaba al comenzar la batalla. Fue entonces que el Marqués de Barbacena hizo tocar "retirada".
El Marqués de Barbacena, explicará también en su parte de guerra este grave momento, diciendo: "Viéndome con 1.500 hombres de menos, (....) las tropas fatigadas con seis horas de continuado fuego, y el enemigo dispuesto a rodearnos, forzoso fue retirarme".
Cinco días después, en carta particular al Emperador decíale: "Todo General que es obligado a retirarse, casi siempre es censurado; mas espero justificarme y que mi conducta merezca la aprobación de V. M. I. ".
La retirada se inicia y la encabeza la Primera División Barreto. La Segunda División Calado sigue el movimiento, llevando la infantería formada en cuadro, con los heridos al centro, cubriéndose con parte de la caballería que le queda, desplegada en tiradores. Al cruzar el campo hace arrastrar la artillería hacia el frente, así como los carros de municiones, caballos y bueyes que encuentra.
La batalla está terminada.

Interesa aquí corregir ciertas exageraciones corrientes en el vulgo, cuando menta el "triunfo resonante y aplastante" de Ituzaingó.
A la luz de los hechos documentados, podrá admitirse lo de "resonante", porque efectivamente, la noticia de esta batalla tuvo gran repercusión en el Gobierno y en el pueblo argentino y oriental; pero lo de "aplastante" es una expresión carente de exactitud.
El Ejército Imperial se retiró ordenadamente, recuperándose a medida que ganaba distancia, y manteniéndose en condiciones de resistir la persecución, que en realidad no se produjo como era de condición, por corresponder el caso a un imperativo táctico.
Por esta causa, el General Paz la juzgó como "batalla incompleta". No podría ahora extenderme en argumentaciones para justificar esa aseveración.
No puede considerarse persecución, el seguimiento realizado por Lavalle y por Lavalleja hasta caer la tarde de ese día, pues con sus solas fuerzas no podían intentar nada provechoso.
Estando a los escritos del entonces Comandante Antonio Díaz; Lavalleja recibió reiteradas órdenes de que volviera al ejército; pero viendo que no era obedecido, Alvear le envió expresamente un Ayudante, haciéndole saber que lo responsabilizaría por los resultados de su desobediencia.
Sea o no desobediencia lo ocurrido, lo cierto es que por esta circunstancia, los orientales fueron los últimos en dejar el contacto con el enemigo.

A punto de terminar, destacaremos que además de los Orientales del Primer Cuerpo de Lavalleja, apreciados en un tercio del total de los efectivos del Ejército Republicano, varios de los cuerpos de veteranos con historial argentino, eran comandados por orientales.
De las ocho unidades de caballería, el Regimiento Nº 8 lo mandaba el Coronel Juan Zufriategui; el Nº 9, el Coronel Manuel Oribe; los coraceros, el Comandante Anacleto Medina.
De los cuatro batallones de infantería, el Nº 1 era comandado por el Coronel Manuel Correa; el Nº 2, por el Coronel Ventura Alegre; el Nº 3, por el Coronel Eugenio Garzón; y el Nº 5, aunque era mandado por el Coronel Félix Olazábal argentino, su segundo Jefe era oriental, el Teniente Coronel Antonio Díaz. (1).
En la artillería había también oficiales orientales.
Aun más: en el Regimiento Nº 9 no sólo era oriental su Jefe, sí que también oficiales y tropa.
Lo mismo que oficiales y tropa del 3º de Infantería; unidades ambas que quedaron en nuestro país, una vez declarada la Independencia absoluta el 4 de octubre de 1828, constituyendo aquellos cuerpos las primeras unidades de nuestro primer Ejército de Línea.
Permítasenos al pasar, recordar que esta fecha del 4 de octubre, que fue considerada y festejada como la verdadera de la Independencia Nacional, por los mismos hombres que la conquistaron, y por los Constituyentes de 1830 al dejar expresamente consignado en la primera Carta Magna, que ese año era el Segundo de nuestra Independencia, sólo a los treinta años después, se cambió por la correspondiente a la Declaratoria de la Florida del 25 de agosto de 1825, fecha ésta que hasta el año 1860 no tenía significación alguna, como puede verificarse en los papeles públicos y oficiales de la época; cosa natural además, porque dentro de la correlación de los acontecimientos políticos y militares, no habría pasado de una declaratoria platónica, si no le hubieran dado realidad los que después ofrendaron sus vidas en Rincón, en Sarandí, en Ituzaingó, y en la última algarada de Rivera que le valió la reconquista de las Misiones Orientales.
Por eso, en mi entender, constituye un erróneo criterio histórico, seguir considerando el 25 de Agosto de 1825, como día de la Independencia Nacional.

Y para terminar, digamos, que estas aclaraciones sobre la batalla de Ituzaingó, no quitan méritos a nadie, y sólo procuran hacer una distribución más ecuánime.
Los jefes, oficiales y soldados republicanos, muchos de ellos hechos en las legendarias campañas de San Martín, de Artigas, de Bolívar y de Sucre, mostraron ese día ser dignos de la cepa heroica de aquellos grandes en la historia de América.
Reverenciemos ahora y siempre, a los bravos de Ituzaingó; a los nuestros, y a los que fueron sus enemigos.
¡"Que hay mármol para todos"! como diría nuestro Poeta Nacional. (Zorrilla de San Martín).


(1) Antonio Díaz, Brigadier General de la República Oriental del Uruguay, no obstante ser español, por nacimiento, fue oriental por su larga actuación militar y política en el país, participando en todas nuestras guerras, desde las invasiones inglesas (1807) a la edad de 15 años, hasta su fallecimiento en Montevideo, ocurrido en 1869; habiendo sido Ministro de Hacienda (1838) y de Guerra y Marina (1858 ). Para defender la causa Oriental durante la Dominación Luso - Brasileña, fundó y dirigió en Montevideo un periódico (1823); y en 1825 continuó en Buenos Aires su propaganda patriótica, dirigida a inclinar el ánimo argentino en favor de la revolución oriental de ese año. Cuando en 1826, las Provincias Unidas declararon la Guerra al Imperio del Brasil, se incorporó al Ejército Republicano comandando el Batallón 5º de Cazadores. Concluida la guerra, se radicó nuevamente en Montevideo, continuando aquí sus servicios. Su vida y su obra fue inconfundiblemente Oriental. Por eso lo clasificamos tal.

Los Orientales en Ituzaingó
Coronel Orosmán Vázquez Ledesma
Apartado de la Revista del Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay
Imprenta "El Siglo Ilustrado" - 1948

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