Como prácticamente todo está en venta, los aficionados que tienen intereses particulares, ya saben que deben dirigirse a sectores determinados de la feria sin tener que recorrerla en su totalidad. Así, el lector informado que busque un torno encuadernado ilustrado con
litografías de principio de siglo, novelas en idiomas extranjeros, legendarias revistas de la década del cincuenta o libros de texto a precios de ocasión accederá directamente a la curiosidad de la feria por la cuadra de los libreros de la calle Paysandú, que tienen la ventaja adicional de ofrecer más espacio de circulación que sus colegas sobre la propia Tristán Narvaja.
Parecería que en la feria, el epicentro del comercio de material impreso es esa esquina. No es casualidad. Allí mismo hace cerca de cincuenta años, se instaló un niño con un cajón y once revistas que las canjeaba para saciar su sed de lectura. Ese niño era Ruben Buzzetti, que de esa forma iniciaría la mítica librería "Ruben" aún instalada a la mitad de la cuadra y que luego proporcionaría, no sólo revistas, sino fundamentalmente libros de estudio y recreativos a varias generaciones de montevideanos que querían ahorrar algún dinero para poder seguir leyendo.
Para la generación de la segunda mitad del siglo XX decir ir a lo de Ruben o ir a canjear libros era la misma cosa, de allí los innumerables comercios que con el mismo nombre se instalaron en otros barrios montevideanos. Aún recordamos a Ruben, ya muy corto de vista, mirando libros o documentos a través de una lupa que había comprado un domingo cualquiera en la propia feria. Pero si bien el fenómeno de Ruben fue el último de una estirpe de libreros con espíritu medieval antes de que los medios electrónicos sustituyeran a los impresos, no podemos dejar de recordar a quienes con él forman una verdadera trilogía.
Uno de ellos es el primer librero de la feria, Jerónimo Sureda, un mallorquín instalado aquí ya a fines de la década de 1910, pero con locales permanentes en las inmediaciones desde 1923 hasta los años ochenta en una actividad continuada por sus descendientes luego de su fallecimiento en 1963.
Pero para los memoriosos ningún librero alcanzó jamás el éxito logrado desde 1926 por el gallego Manuel Lamas que llegó a tomar para su comercio y para sí mismo el absoluto nombre de "El Librero de la Feria". Instalado en la calle Eduardo Acevedo en el local que al costado de la Universidad ocupa actualmente la librería "Los Apuntes" y en un anexo más amplio a la vuelta sobre la calle Guayabo, donde además de tener su vivienda en los altos continuaría en la misma actividad hasta su muerte en 1970, Lamas se reveló como un verdadero genio del marketing: compraba a los mayoristas restos de ediciones, o en remates y a sucesiones lotes completos con los que hacía mensualmente unas singularísimas liquidaciones en las que durante toda una semana los precios de las publicaciones que no se habían vendido el día anterior se reducían a la mitad.
Así era posible encontrar en "El Librero de la Feria" junto a estudiantes de escasos recursos, a los bibliófilos en busca de ediciones raras o agotadas. Hoy como cruel ironía del destino son parte de esa búsqueda los viejos ejemplares de las publicaciones de referencia de la misma librería: "100 años de folletos y hojas sueltas" y "Boletín Mensual de Libros Americanos", o de revistas literarias contestatarias como "No", de Juan Fló, que Lamas editaba alrededor de 1945.
Pero aún hoy ese espíritu -entre lúdico, rebelde y erudito- que no se ha perdido, es posible reencontrarlo en los anaqueles y entre la gente de la Librería de la Ciudad o la de Retta, o mejor todavía sobre las tentadoras mesas de los "bouquinistes" que dejan como congelados a los miembros de la cofradía de bibliógrafos cuando detectan la presa que el conocimiento, el gusto y la nostalgia personal recuperan. A quienes se inician bien les valdrá seguir los pasos del crítico literario y sibarita Hugo García Robles, que firmando sus comentarios gastronómicos del diario "El País" como Sebastián Elcano deja constancia de que no le resulta desacostumbrado encontrar una versión controvertida de la poesía de Herrera y Reissig en edición francesa o la inesperada carta del menú que los pasajeros del trasatlántico "Cap Arcona" disfrutaron en la cena de la Noche Vieja del año 1927.
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