Un día en la vida de un hombre común |
(Testimonio desapasionado de una supervivencia) |
Sobresaltado me despierto y veo el rostro de mi mujer. Entre somnolienta y malhumorada, me espeta: -Levantate, que se hizo tarde. Esto de quedarme sin dormir toda la noche para despertarte a las seis, francamente no funciona. Vamos a tener que comprar un reloj usado. Ya dentro del baño, el espejo me devuelve un rostro barbudo. No hay otra alternativa: he de hacer lo de cada mañana. Tras una hora de penosa operación, la barba ha dejado lugar a una piel enrojecida por la irritación. Debo repensarlo. ¿Es ésta la solución adecuada? La supresión de las hojitas de afeitar significa un ahorro considerable, pero hay que ver cómo me queda la cara después de quitarme los pelos de la barba con pinza de depilar. Ahhh... Un buen baño, vivificante y reparador. Mi mujer, siempre protestando: -La tarifa de O.S.E. no es tan alta, hombre. Te seré sincera: ya se me hace cuesta arriba higienizarte en la tina, junto con la ropa sucia de la semana, para aprovechar el agua donde ayer lavé ¡a vajilla. Me visto. Habrá operaciones trabajosas, pero ninguna como la de estirarme ¡a corbata, pasarla por las presillas del pantalón y utilizarla también como sujetador. Mi mujer me sirve el desayuno. -El pan está un poco duro. -Tiene nada más que una semana. Además, estuvo en remojo toda la noche. Tomá el agua de cascarilla antes de que se enfríe. Bajo por el ascensor. Reunión de vecinos en el palier. El diario cuesta un ojo de la cara, la radio gasta mucha electricidad, pero hay que enterarse de lo que pasa en el mundo. -Reagan está furioso. -El Senado le rebajó el presupuesto de ayuda al gobierno salvadoreño en casi veinte dólares. -Subió el precio internacional del manganeso. -Hubo una crisis de gabinete en Islandia. -Pastora declaró que todos los buenos nicaragüenses combaten junto a él. -Los líderes somocistas están de acuerdo. -Empataron Central Español y Villa Teresa. -La morocha del chalecito de la esquina subió a un Toyota Carina. -El marido no tiene auto. La calle. Gente. Dinámica. Actividad casi febril. Los ómnibus levantan el pasaje para luego, como dijera Poe, "derramar el vocerío de su alegre carga humana". Es la hora de la gimnasia. Con saltos de dos metros en puntas de pie, cubro las siete cuadras que quedan entre mi casa y la parada donde el boleto comienza a costar cincuenta centésimos menos. Una vez allí, hago setenta lagartijas consecutivas. Después, cuatro buenas señoras me suben al 149. Le muestro al guarda mi bolígrafo de tinta roja, mi peine con dos dientes finos menos y mi portadocumentos vacío. Pido permiso para proceder, me lo conceden y procedo. -Señoras y señores pasajeros de este medio de transporte colectivo, tengo el placer de ofrecerles una verdadera ganga que no reconoce antecedentes en los anales del intercambio comercial: un bolígrafo, un peine y un portadocumentos -pertenecientes al último decomiso de aduana- un bolígrafo, un peine y un portadocumentos, digo, que en los comercios del ramo Uds. deberían adquirir individualmente por cinco veces el costo al que yo se ¡os estoy entregando y que solamente en el día de hoy pueden comprar, los tres juntos, por el irrisorio precio de cincuenta nuevos pesos. Logro una venta y todo está resuelto. Pago el boleto, sigo mi viaje y me quedan cuarenta y cuatro pesos con cincuenta centésimos con los que me compraré otro bolígrafo, otro peine y otro portadocumentos. Lo que me sobre, al banco, en mi cuenta de depósitos a plazo fijo. Me siento cómodamente junto a una ventanilla. Caramba. Acabo de recordar que a las siete y diez tenía cita con el médico. El ómnibus está a punto de pasar por la puerta del consultorio. Levanto la ventanilla y, abriendo desmesuradamente ¡a boca, aprieto mi rostro contra los barrotes. Tal cual habíamos convenido, el doctor me espera asomado a una ventana. -¿Qué tal las amígdalas? -le grito. -Un poco inflamadas -contesta, haciendo pantalla con las manos- hágase toques de yodo. Envuelvo tres monedas de cinco pesos en un trozo de papel de estraza y se las arrojo. El galeno las atrapa con la destreza de un arquero consumado. Alcanzo a divisar que, desde un ómnibus que viene a media cuadra, otro paciente le muestra la herida fresca de una reciente operación de hernia. Ya estoy en la oficina. Me espera una montaña de trabajo. Papeles, papeles y papeles durante cuatro horas y media. Luego, media hora para el almuerzo y un poco de esparcimiento. Mal día. Hay pocos parroquianos en el café de la esquina. Uno ha dejado un trozo de sandwich caliente a medio morder. Está quemadito pero sabroso. Refresco el garguero con restos de Coca y cerveza negra. Finalmente, me tiendo en el piso, reptando, me arrastro sigilosamente hasta llegar junto a la mesa donde una pareja toma su copetín con picada. Deslizo mi mano derecha entre los platillos y me llevo dos maníes, una pildorita, tres papitas secas y una herida punzante producida con el pincha-tickets. Llega la hora de mi cine del mediodía. Ya es la quinta vez que miro los afiches de "Gandhi", pero vale la pena. No sé cómo será Ben Kingsley hablando y moviéndose pero, a juzgar por las fotografías, se ha ganado el Oscar en muy buena ley. Vuelvo a la oficina. Más trabajo durante seis horas seguidas. Cumplo con mis obligaciones y retorno a casita. Es la ahora de la recreación cultural. Mi buena señora me está esperando vestida con su túnica blanca. No hay nada que hacerle: su interpretación de la escena de la locura de "Lucía Lammermoor", es la tombée. Se cambia la túnica por un quimono y me deja pasmado: ¡qué Madame Butterfly de rechupete! Interrumpo su danza de la Reina de los Cisnes (Tschalkowsky siempre fue uno de sus fuertes) con un sonoro beso de despedida. -Chau viejita. Me voy al fútbol. Hoy es día de clásico, ¿sabés? Me encierro en el dormitorio y pongo la grabación del partido de revancha por las semifinales de la Copa Libertadores de 1962. Cuando Spencer hace el segundo gol, no me puedo contener. Abro la ventana y grito como un vikingo enardecido: -¡Chupen, bolsos! ¡Los Peña que no ni no! Puede parecer infantil. Pero si un hombre que ha trabajado todo el día no tiene derecho a distraer algo de su tiempo y su dinero en divertirse un poco ¿vale la pena vivir la vida? |
Lo tengo visto al japonés
Justino Rivero "Viterbo"
Selección de Maggie y César Di Candia
Ediciones "El Galeón"
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