La muerte de José Bergamín me resucita — y ese movimiento contradictorio parece promovido por su espíritu barroquísimo y amante de los opuestos— los buenos años 50 montevideanos En 1947. Bergamín llegó desde Venezuela a dar unas conferencias Montevideo, en la que aún vivía y pintaba Joaquín Torres García y Felisberto Hernández y Onetti escribían su obra mejor, en la que Carlos Vaz Ferre'ra era decano de la Facultad de Humanidades y Ciencias, en la que Joaquín Luis Romero daba sus cursos regulares en dicha institución y Borges venía a menudo a dar conferencias (la primera vez que lo vi fue, precisamente, en casa de Bergamín), en la que Fernando Pereda perseguía su poesía sin engaño, precisa y cautelosa, no debió resultarle del todo inhóspita. Se fue y volvió con sus hijos, para vivir allí varios años en paz. ¿En paz? No era Bergamín hombre de paz. si por ello entendemos ser acomodaticio y guardarse sus verdades. Esto se vio ya antes de que llegara. León Felipe le había precedido en su paso por Montevideo con una rápida visita destinada a fumigar a curas y a franquistas, con violencia que se quería escandalosa, que resultaba teatral, destinada a alguna señora ingenua transpuesta entre un público que ya sabía a lo que iba. En privado, con aire más verdadero de abuelo adventicio, advirtió a un grupo de jóvenes que nos acercamos a él escudados en una revista de nombre lucreciano, sobre el peligro que sobrevendría con Bergamín. Para su anarquismo anafórico representaba un doble horror al decirse "comunista hasta la muerte", con lo cual daba entrada, para la hora de su salida, al otro Gran Enemigo: Dios. Pronto Bergamín llegó, vio y dividió. Católico de izquierda, empezó por eludir limpiamente a un sector de católicos preconciliares avant la lettre: invitado a dar una conferencia y presentado por Sarah Bollo, que se definía como poetisa mística, Bergamín agradeció dirigiéndose a Sarah Bella. El halagoanagramático — muy infundado— cortó los lazos indeseables y ella se retiró a un solitario puesto de combate, desde donde le dirigió, en adelante, sus ineficaces venenos orales. Bergamín. en ese tiempo, tampoco admitía ser cercado por otras ortodoxias Muy pronto hubo dos bandos: sus amigos y los demás. Para éstos hubo epigramas privados que ellos, intuitivos, retribuyeron con ataques públicos. Juan Ramón Jiménez, Halley de una sola visita, llegó por unos días convulsionando el Río de la Plata. Su cola también sacudía fuego antibergamineano. No se limitó a las diatribas ideológicas. Con malicia fina y obsesiva, con sabiduría poliorcética aguzada en el ataque contra casi todos los miembros de su propia generación primero y luego contra la siguiente, atacó desde todos los ángulos. Bergamín, que se sabía de memoria los rencores juanramonianos, que había tratado de pasarlos por alto a la hora de preparar en México la antología de Séneca de poesía española, explicó con buen humor que estaba pagando por haber sido el último de su grupo en romper con J. R. J. Claro que en su momento también Bergamín había dicho lo suyo: "El poeta caracol... Doña 'Mírame y no me toques' — 'no la toques ya más'— 'noli me tangere' de la babosería..." Mientras miríadas de escolares desfilaba con sus túnicas blancas y sus corbatas azules por la suite del hotel ante el espectro de Platero y Zenobia agradecía con caramelos, J. R. J„ drástica drosera, agitaba sus pétalos encantadores y por lo bajo segregaba sustancias letales. Poéticamente no me cabían dudas. Creía y sigo creyendo que la España de este siglo no ha dado poeta mayor que Juan Ramón Jiménez y que su última lección poética sigue siendo inagotable. Pero la generosidad magistral de Bergamín me había ganado. Hubiera sido perfidia no intentar siquiera la inútil defensa. El tímido alegato me valió el absurdo de que J. R. J. me enviara desde Buenos Aires una carta más explícita y, además, la copia de una carta para Bergamín. Aquellas sucesivas escaramuzas nos permitieron salir de nuestra subdesarrollada inocencia: la literatura no era el amable jardín que suponíamos sino el campo en que se seguía librando una batalla. Casi todos habíamos tomado partido contra el franquismo sin haber entendido que del lado republicano había, valga la exageración, casi tantas posiciones como españoles. Pero Bergamín —que en esa definición que escandalizaba a León Felipe, con juego muy suyo, anulaba dentro del segundo término limitante su contundente inicio—, no era en modo alguno, por ese entonces, un obseso ideológico que mira el mundo por el ojo de una cerradura cuya única llave posee. Más bien, sus sutiles exigencias nos encaminaban, a mil leguas de las literaturas "comprometidas", a la lectura de Nerval y de Nodier, de Hoffmann y de Chamisso, de La Motte-Fouqué y de Merimée, de Dante y de Leopardi. Hablé antes de su generosidad como maestro: llevaba su método de convencimiento —donde se lo permitía, dentro de las fronteras de la literatura— a regalar aquellos libros que quería que leyéramos. Si eran inconseguibles nos prestaba los suyos propios. Así leí, por ejemplo, Libertad bajo palabra. de Octavio Paz, en el ejemplar que le estaba dedicado. Un día, tras tanto acá y allá yendo y viniendo, como decía su admirado Francisco de Aldana, Bergamín resolvió el grave problema que llevaba adentro y que no ocultaba a sus estudiantes, regresando a España. Tuvo que volver a salir, esta vez hacia París. Desde una audición permanente en la R. T. F. molestaba al franquismo todo lo que podía A la hora de la muerte de Ortega y Gasset —el "vampiro escolástico", según lo llamaba Neruda —, dentro de España, se esperaba el juicio de Bergamín. El gobierno español, todavía no mitridatizado. resolvió cortar por lo poco sano y. aprovechando los conflictos de Francia en Argelia, que la obligaban a contemporizar con sus vecinos, exigió el cierre de la audición. Malraux y los pintores amigos franceses del escritor español lo compensaron con elegancia organizando en su honor y auxilio un remate de obras. Pasado el tiempo, Bergamín podría instalarse definitivamente. hasta su muerte, en España, volver a seguir su travesía cerca de esa realidad de la que tanto se nutría su amor galdosiano, recuperar a su patria que era. a través de diversas máscaras, uno de sus grandes temas, seguir su milicia contra lo que se le oponía y quizás contra sí mismo: no en balde recoge la cita de San Agustín: "mi uno son dos y yo estoy en los dos por entero". Pero quiero limitarme a lo que significaron sus siete años montevideanos para alumnos o amigos: tuvimos la suerte de que llegara, diferente, a ofrecernos las máximas virtudes de un maestro: su respeto por la libertad ajena, su arte de aguzar las sensibilidades, su optimismo En un país fundamentalmente laico y con arraigada herencia comteana, su pensamiento laberíntico y espiritualista fue un revulsivo saludable. En un país nuevo, que por virtud de un escaso nacionalismo jamás lo hizo sentirse extranjero, Bergamín, lector traspasado de la mejor poesía española y traspasador de superficies, pudo retribuirnos con un espléndido don: la conciencia de que nos pertenecía no sólo el pasado clásico español inmediato, sino también el derecho a la comunión con un vasto sistema que no tenía por qué limitarse a nuestra lengua, a nuestro tiempo, a un territorio y sus problemas restringidos De esta enseñanza suya que nos convenció de la necesidad de integrar lo mejor cultural podríamos desprender la pregunta que al maestro podrían hacerle sus oyentes de estas tierras: ¿no pasó por ellas sin ver otra cosa que la obsesiva imagen de su España? En uno de sus escritos tempranos, retomado en una antología reciente. Al fin y al cabo, en el que intuición y humor se unen de manera inolvidable. Ideas liebres ("Ideas liebres son las ideas que corren y, por consiguiente, las que nadie tiene") decía: "La propiedad intelectual no es un dominio, es una cualidad: cualidad de pensar que no es otra cosa que sentir: que sentir que se siente: ver, oír y entender, en definitiva" ¿Sintió, en definitiva, y entendió Bergamín lo mucho que vio y oyó en su accidentado auxilio? ¿Este retórico silencio barroco en que ha querido morir, vuelto de espaldas a buena parte de España, no significa que por mucho sentir no entendió la historia última española que espeja el desvío de una trágica parte de la historia reciente latinoamericana? |
por Ida Vitale
Publicado, originalmente, en: Revista de la Universidad de México 31 / reseñas / Noviembre de 1983
Revista de la Universidad de México es una publicación editada por la Universidad Nacional Autónoma de México
Link del texto: https://www.revistadelauniversidad.mx/articles/3da60d06-ce62-4c82-a07f-f80bb73eceee/jose-bergamin-en-mi-memoria
Ver, además:
[2] José Bergamín en Letras Uruguay
[1] Ida Vítale en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
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