Federico Ferrando (1877- 1902) |
Manuel Acuña, en la literatura mexicana, y Adolfo Berro y Andrés Héctor Lerena Acevedo, en la uruguaya, pasaron a la vida de la historia rodeados de esa extraña aureola que otorga más que la obra realizada la presentida como posible. Muertos cuando recién salían de la adolescencia, dejaron un manojo de poemas cuya inspiración hace pensar que debajo de ellos subyace un auténtico poeta al que la muerte segó joven, impidiendo la plenitud de su realización. Análoga situación, aunque no tan difundida, es la del también uruguayo Federico Ferrando (1877- 1902). Acuña se suicidó; Berro y Lerena Acevedo fueron abatidos por la enfermedad. Ferrando fue muerto involuntariamente por su mejor amigo: Horacio Quiroga. Salteño como Quiroga, Ferrando intimó con éste cuando, radicados los dos en Montevideo, el primero capitaneaba la alocada grey del Consistorio del Gay Saber. Fueron ambos, sin duda, los que con mayor intensidad sintieron el anhelo innovador en lo literario que convirtió el Consistorio en un mar de extravagancias, de pirueteos mentales, de actitudes clownescas más que literarias, de ebullición juvenil que producía los más delirantes vapores síquicos. Muerto a los 25 años, la labor de Ferrando es muy escasa. Esta formada por tres cuentos (Un día de amor, En un café al caer el sol, Por el amante se calcula ....... el grado de la ilusión); dos estampas (Juan Bautista y Luis Gonzaga); un extenso poema titulado Encuentro con el marinero; un soneto sin título; unas biografías apócrifas de algunos de los consistoriales tituladas Páginas de un diccionario biográfico que vio la luz en París en 1950; las contribuciones -poemas y ejercicios en prosa- al Archivo del Gay Saber.
Un trágico accidente, reitero, terminó con la vida de este joven escritor de quien, a mi juicio, mucho pudo esperarse, aunque lo realizado sólo haya sido un signo de época y no creación cabal. Su muerte, que concluyó con la vida del Consistorio, fue, aunque indirectamente, una consecuencia de la actitud vital y literaria que los mismos consistoriales asumían. Los consistoriales no tenían pelos en la lengua. Su actitud fue polémica. Inevitablemente, se crearon enemigos. Uno de ellos fue Guzmán Papini y Zas, que inició, con la de Ferrando, una serie de Siluetas en "La Tribuna Popular". Al anunciar las Siluetas, el diario adelantaba, en un suelto del 25 de febrero de 1902, que ellas serían escritas por "una pluma bien empapada en sal ática". La silueta de Ferrando, aparecida el 26 de febrero del mismo año, se titulaba El hombre del caño, aludiendo a un robo cometido en una joyería, unos días antes, y a la cual penetró el ladrón por el caño colector, y en la silueta se afirmaba, y sirva de ejemplo de lo que se entendía por sal ática, que Ferrando se caracterizaba "por su falta infecciosa de limpieza", agregando luego: "Mi héroe por parentesco de suciedad desciende de Diógenes; y, por las pústulas que le avegigan el rostro, por lo que denominaré consanguinidad purulenta, pertenece a la familia de Job! A la raíz de su árbol genealógico la vigorizan con abonos recogidos en el estercolero del gran leproso (...) "¡Es un enfermo incurable de tontería clásica complicada con un desaseo crónico! Narciso del alma, Narciso inverso, no se enamora de sus rústicas exterioridades, pero se contempla interiormente, le rinde una intima devoción a la belleza de su pedantería!" Los denuestos seguían en tono creciente, y Ferrando, también por la prensa, contestó en el mismo tono. El enfrentamiento físico de Ferrando y Papini se respiraba en el aire, y el primero, previsor, compró una pistola Lafaucheux. Y esto desató la tragedia. Ferrando, junto con su hermano Héctor y Horacio Quiroga, comenzó a examinar el arma en el domicilio del primero. Ferrando y su hermano estaban sentados en el borde de una cama, y ante ellos Quiroga. De pronto, Quiroga tomó el arma, la cargó y al cerrar los dos caños para asegurarla, se le escapó un tiro. Sonó una violenta detonación. Y cuando la madre de Ferrando penetró a la pieza, enfrentó el cuadro trágico: Ferrando ensangrentado -el tiro involuntariamente disparado por Quiroga le había penetrado por la boca y se le incrustó en el hueso occipital- y Quiroga, preso de una crisis de nervios, abrazado a su amigo. Ferrando, privado del habla, hizo unos gestos con la mano como disculpando a Quiroga. Las atenciones médicas fueron inútiles. Murió a los pocos minutos. Quiroga fue detenido, y su defensor, el Dr. Manuel Herrera y Reissig, logró a los pocos días su libertad bajo fianza. La muerte de Ferrando terminó con el Consistorio. Fue también una de las tantas ráfagas de tragedia que conmovieron la vida de Quiroga. Tragedia que terminó con la vida de un joven escritor que pudo haber realizado obra perdurable. Un azar trágico se lo impidió. |
por Arturo Sergio Visca
Antología de poetas modernistas menores
Biblioteca Artigas - Colección de clásicos uruguayos
Selección y prólogo Arturo Sergio Visca
Montevideo - 1971
Ver, además:
Federico Ferrando en Letras Uruguay
Arturo Sergio Visca en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
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