Eduardo Acevedo Díaz es el verdadero creador de la novela nacional. Hasta él, sólo hubieron ensayos imperfectos, obras embrionarias cuyo interés solamente documental. Pero su actividad de escritor no le impidió participar intensamente en la vida política del país. En tres oportunidades tomó los armas paro intervenir en movimientos revolucionarias: combatió en la revolución blanca de 1870 - 72, en la tricolor de 1875 y en la de Aparicio Saravia de 1897. Fue activa también su vida de periodista.

Colaboró en "La República", "La Democracia", "La Razón" y "El Nacional". Retirado de la vida política, desempeñó varios cargos diplomáticos. Aparte de su abra narrativa, que es la que ha consolidado su fama, publicó, entre otras, las siguientes obras: Epocas militares de los países del Plata (1911), El mito del Plata (1916).

De su obra narrativa, lo fundamental está en su tetralogía épica: Ismael (1888), Nativa (1890), Grito de gloria (1895) y Lanza y sable (1914). En las cuatro existe un idéntico propósito subyacente: hacer de la obra literaria un instrumento eficaz para la creación de una conciencia colectiva. Este propósito unifica las cuatro obras, en las cuales el verdadera protagonista -tal cono sido subrayado por la crítica- es nuestra nacionalidad abriéndose a la vida libre. El comienzo de la gesta emancipadora en Ismael, la cruzada de Olivera en Nativa, la de los "33" en Grito de gloria, la iniciación de los contiendas internas en Lanza y sable san algunos momentos de nuestra nacionalidad embrionaria mostrados por Acevedo Díaz. Y en medio de cuadros que van desde las batallas hasta las escenas idílicas, desde esos grandes telones de fondo que son los paisajes uruguayos hasta la ciudad colonial, perfila el autor sus figuras: el gaucho en quien se funden barbarie y grandeza heroica, y cuya encarnación novelesca ejemplar se da en Ismael, el indio, el criollo hijo de españoles: las figuras femeninas, desde la bravía Sinforosa hasta la romántica Natalia. Todo constituye un gran mural épico junto al cual se puede colocar El combate de la Tapera. Importante, aunque fuera de la línea épica, es Soledad (1894). Brenda (1884) y Minés (1907) son, por lo contrario, débiles novelas.

El combate de la Tapera es un espléndido cuadro épico. Es realmente admirable cómo el autor logra trasmitir un intenso sentimiento nacional pero dejando actuar solos a los actores del drama. En esta pequeña obra maestra, triunfa plenamente la objetividad narrativa. El autor no se permite ni siquiera un mínimo comentario. Tampoco el análisis o sondeo sicológico. Todo está dado desde afuera, por lo descriptivo y narrativo puros. Pero desde esa exterioridad se llega a la interioridad de los personajes. Estos, ásperos y bravíos, primitivos, pero por primitivos puros, adquieren impresionante dimensión heroica. Parece innecesario subrayar, porque golpea tras la más somera lectura, que todo el relato es una maravilla visual y sensorial. El cuadro es visible hasta en los menores detalles y las sensaciones -hasta las olfativas- adquieren casi presencia física. La composición es igualmente precisa. Cada elemento está donde debe estar. El ritmo del relato ni corre ni se inmoviliza: marcha con matemática precisión hacia un fin inexorable. Aunque realizado desde una situación creadora distinta, ya que es el relato de un recuerdo, con lo que se da intervención al autor, El primer suplicio es igualmente admirable. Ramón Montiel y su sereno coraje ante la muerte se hacen en las páginas de Acevedo Díaz inolvidables. Roberto Ibañez ha hecho un preciso y penetrante análisis de El primer suplicio. Fue publicado en Marcha (Año XIII, Nº 582, 29/6/51). Recomiendo su lectura así como la del trabajo de Ángel Rama "Ideología y arte de un cuento ejemplar, publicado en "El combate de la tapera y otros cuentos" (Montevideo, ARCA, 1985), donde se hace un exhaustiva análisis de "El combate de los tapera".