Apogeo y muerte de los dinosaurios
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La paz perpetua es un sueño - y ni siquiera un hermoso sueño - y la guerra es una parte integral del orden universal de Dios...Sin la guerra, el mundo se hundiría en el materialismo H. von Moltke, mariscal prusiano ( 1850) |
I - El Ascenso
A veces quisiera ser un TyranosaurusRex, una torre de músculos mojados por la lluvia, una cola maciza como un látigo de piedra , un hambre inextinguible de lagarto carnicero, una furia sin más límites que los de su propio hastío. Quisiera levantar hacia la luna del cielo mesozoico un largo y maléfico rugido para apagar el coro de los pobre habladores que cantaron con Sófocles al sueño de una sombra, con Horacio a la vida breve, con el Arcipreste de Hita a la fragancia de las doncellas, conEluard a la esquiva libertad, y con León Felipe al destino de los débiles en medio de una historia de puñales. Quisiera tener como el TyranosaurusRex un pescuezo color verde oliva para vestirlo con la primavera del Sol, con el invierno de las estrellas, con la rosa de los vientos de la tempestad , con las cuatro estaciones del arco iris, es decir, con los únicos bienes que le quedan a quienes han perdido todo salvo el triste esplendor del Universo sobre una tierra queno les pertenece. Quisiera sentirme como un Tyranosaurus Rex para triturar la cadena de la vida con los grandes dientes avezados en oficios mortales de los Ministerios de Ofensa Nacional y Desorden Internacional, con las bombas atómicas, neutrónicas y plutónicas que viajan en las ojivas de la destrucción implacable, con el napalm que incinera la selva con el tigre y la casa con el niño. Quisiera establecer una violenta represión permanente sobre quienes se atrevan a decir que el hombre es una criatura de Dios y no una caricatura del Demonio. Quisiera difundir los beneficios de la ergástula generalizada , la conveniencia del tormento al enemigo macho o hembra que vaticine el fin catastrófico de los dinosaurios, que críe clandestinamente las palomas de la esperanza, que proponga el escándalo de la fraternidad entre los pueblos. Quisiera tener como el TyranosaurusRex una nuez por cerebro, una minúscula víscera insensible a la gracia del amor, al destello de la inteligencia, a la persuasión de los modales benignos. Quisiera ser, repito, el agraciado dueño de una masa encefálica de trescientos gramos, impermeable a la piedad, ajena a la belleza , opaca al razonamiento, pero propensa a la Razón de Estado sobre todo si es Estado de Sitio, implacable con los reincidentes anunciadores de la justicia, partidaria de un castigo ejemplarizante a los propagandistas del reparto del maíz y la alegría, favorable al despellejamiento inmediato de los herejes que amenazan con las armas
de la misericordia,
de los fanáticos que anuncian una Tierra para todos, de los hechiceros que han puesto en marcha las maquinarias del libre albedrío, de la ciencia con conciencia, de la moral sin sanción ni obligación, de la utopía posible y alcanzable. Quisiera mover con deliberada torpeza las grandes patas traseras del TyranosaurusRex para triturar todo lo que persevera en existir y coexistir, para hacer añicos las ciudades y las aldeas con el convincente paso de las divisiones de infantería que difunden las doctrinas del espacio vital, las teorías de la agresividad etológica, la supervivencia darwiniana de los más aptos. Porque las patas y las botas son como afirma von Clausewitz, la lógica de la cólera animal, la dialéctica de las armas. Quisiera revestirme con el desdén de TyranosaurusRex para mirar a los perdedores de siempre con el desprecio y la soberbia que perfeccionaron hasta la espiritualidad los inquisidores de la Santa Madre Iglesia, los arios puros de Büchenwald, los capitanes de helicópteros del Sudeste asiático. Quisiera desarrollar en mi piel las escamas de acero planetario delTyranosaurusRex para caminar entre la hermosura que persevera en el mundo y no contaminarme con ella, ni con los extraños ademanes de esos mamíferos llamados madres, ni con las palabras perniciosas de los defensores del derecho a disentir, ni con las caricias de los enamorados que vuelan como pájaros en la jaula de la noche. Porque al fin, como quizá lo habrán adivinado, yo soy el TyranosaurusRex, el monstruo del pantano, la antimateria de la felicidad, la zoológica epopeya de la fuerza, el promotor del Leviatán , el verdugo de las flores, el heraldo de la guerra, el fundador de la Benemérita Orden de los Cementerios, el confiable acólito de la Seguridad Nacional, el temido, el insensato, el efímero Señor de los Ejércitos II- LA CAIDA Los sueños de la razón producen monstruosFrancisco de Goya y Lucientes, 1776
Un día hubo un gran resplandor, un viento con perfume a primavera, un júbilo de voces populares en el alto cielo, una tímida lluvia como los reclamos de los justos, una rebelión de las aves recién aparecidas y los dinosaurios empezaron a morir. Caían sus cuerpos como montañas, las bocas terroríficas armadas a guerra se abrían como las puertas del Infierno, las garras se teñían de oscura podredumbre, gusanos y escorpiones devoraban los verdes intestinos, los riñones hinchados, los hígados alcohólicos, y se sentía entre los alaridos, las órdenes , las sirenas de alarma, los zafarranchos de combate, respirar los pulmones del planeta, libre al fin de la monstruosidad de la ignorancia, de la ciega fuerza bruta, de la cólera gratuita, de la instalada ferocidad, de la soberbia de los asesinos. Un día y otro se morían los dinosaurios carniceros ; se morían por miles, por millones, y caían a tierra como el excremento de los agujeros negros del espacio, como una jauría de misiles infectados por la epidemia de la paz. Fue un largo hedor, una orografía de entrañas picoteadas por los buitres venidos de las constelaciones, una agonía epiléptica de patas y de dientes, de condecoraciones, de menciones de honor, de servicios distinguidos ,de premios al coraje, una hecatombe de insolentes piratas, de gigantescos depredadores. Al fin se murieron todos y quedaron sus huesos semejantes a retorcidos periscopios, a un calcinado bosque de chatarra, a un cabildo de inútiles cañones apuntando a las estrellas. Las vacías corazas yacían como cavernas sin habitantes, como órbitas sin ojos, como cantimploras de la soledad. Era un unánime derrumbe de charreteras, de entorchados de oro, dekepis sin coroneles, de cascos de acero por fin colmados por el rocío de la mansedumbre. Todos se murieron, las toneladas de músculos murieron, murieron los penachos militares, las casamatas de cemento ,las alambradas de púas, las escamas de uranio, las bombas de plutonio, las narices de fuego, las lenguas venenosas, las zarpas de incontables megatones. Y así muertos y para siempre muertos, formaron un basural de fantasmas, una geología de calcio ensangrentado, un infame horizonte de pezuñas. Entonces, el futuro de lo pequeño fue llegando de a poco, sin pedir permiso a la memoria de los señores de la muerte. Y así vinieron el salto de la ardilla, el vuelo del colibrí, la paloma con el olivo, al fuego con sus flores de humos azules, las manos de los talladores paleolíticos, los pintores asombrosos de Altamira, los escultores de San Agustín, los forjadores de hierro de Senegal, los sencillos rituales del trabajo, la ascensión sonrosada de los niños, los poderes benéficos de la leche y la miel, las tentativas para inaugurar la belleza, para descifrar el origen y el por qué de las cosas, para fundar la vida en un espacio compartido, para incorporar la esperanza a las penumbras de la historia, para empezar de nuevo desde los laberintos del error, para hacer de este mundo una vasija unánime y aguardar bajo el sol de la mañana el mediodía que el hombre sin cesar se ha prometido. |
Daniel Vidart
Editado por el editor de Letras Uruguay
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