La cabeza en el aire |
Sentí
un vacío en el estómago, el viaje había sido largo y no había comido
nada desde la mañana. Era obvio que el autor me había empujado escaleras
arriba para que le dijera algo digno de su obra, pero no era fácil
comprender aquello. El armatoste sostenido en palitos que se levantaba en
medio de la sala debía de tener algún significado, indescifrable para mí.
Para esto me invitó, pensé con
tardía lucidez. Empecé a ponerme nerviosa y lamenté no haberme quitado
el abrigo de piel antes de estar frente a la obra, ya que el peso y el
calor me impedían siquiera tratar de adivinar. El
aroma a madera recién cortada fue la única sensación agradable que
percibí, en contraste con la espalda húmeda y la sonrisa tensa que no
podría salvarme por mucho tiempo más de hacer el comentario esperado.
Sus ojos me miraban ávidos, todo oídos pegados a mi boca. Me alentaban
incluso a criticarlo –con falsa modestia que ambos sabíamos que yo no
creería–, pero jamás a decirle que su trabajo de meses solo me trasmitía
un vacío. Porque aunque tenía cierto aire de figura humana, no podía
decir que era agradable a la vista y la única palabra que barajaba en la
mente y frenaba en la lengua era “armatoste”. Me
acerqué y observé la obra desde ambos costados con mi mejor buena
voluntad. Sin duda, lo más atractivo eran los finísimos rayos de luz que
entraban y salían por varios orificios. Trazaban líneas oblicuas de
distinta intensidad que iluminaban el vacío interior, la nada que
albergaba el armatoste. Al tomar distancia, descubrí en el vértice una
esfera de luz que parecía la cabeza de aquella criatura rodeada por una
aureola. El juego de luces me fascinaba en verdad, pero di por descontado
que esta no era la causa del orgullo del artista y que
no sería digna de mención, al no ser mérito del autor sino de
los ventanales y el atardecer. Debía
procurar otro argumento. Bajé
la vista y encontré partículas de madera esparcidas por el suelo,
puntiagudas astillas y rizadas virutas que semejaban hojas de otoño.
Antes de aventurar una interpretación obvia descarté el otoño, además
era demasiado complicado pensar que las hojas dispersas en el suelo
formaran parte de la obra. Busqué las herramientas capaces de cortar las
piezas de madera por si éstas proporcionaban alguna pista, pero al no
hallarlas tuve la impresión de que el armatoste había surgido en la sala
por generación espontánea. Luego
de unos minutos comprendí que si no podía retroceder, tenía que atacar.
-Debes
haber utilizado herramientas muy sofisticadas- dije sin mirarlo. En
ese momento se entabló la verdadera lucha entre los dos: él no iba a
dejar que escapara con una evasiva que podría haber formulado cualquier
ignorante. La voz firme, aunque todavía amable, cerró la retaguardia: -Eso
no viene al caso, quiero tu opinión sobre la obra.
Me
sorprendió la magnitud de su interés siendo él tan prestigioso en el
medio, y por un instante dudé si creer que era sincero y debía sentirme
halagada. Se acercó para impedir que esquivara su mirada punzante. La
respiración se oyó más profunda y el aire que exhalaba su nariz llegó
a mi rostro. En esta nueva ubicación un rayo de sol le daba de lleno en
la espalda y su cabeza quedó rodeada por una aureola luminosa, semejante
a la del armatoste. Quizá esa fuera la respuesta correcta y el motivo de
su exagerada ansiedad, pero sin certezas de ninguna especie, ésta me
pareció una hipótesis tan descabellada como cualquier otra. Abrí la
boca para arriesgarme y la cerré al ver su sonrisa confiada por temor a
la burla que seguiría a mi ignorancia. Algo que fastidiaría mucho más
que nuestro fin de semana. Una
vez más, él había logrado colocarme en la incómoda posición de
sentirme ignorante de algo que quizá
yo debería saber. Años y premios en una especialización que nada
tenía que ver con ese artefacto, perdían de golpe su valor. Sentí un
vacío en la cabeza y me retrotraje a la molesta sensación de
principiante. Intenté tranquilizarme pensando que si ese tema no era el mío,
esperar una opinión calificada era desubicado de su parte, pero luego una
cargosa piedad me hizo sentir culpable por no responder a sus
expectativas. Imaginé que al terminar la obra su primera inquietud habría
sido buscar a quién enseñársela, con tan poca fortuna que me había
elegido a mí. De
cualquier forma el asunto empezaba a cansarme, recordé que tenía hambre
y decidí liberarme del saco y del calor. Quizá todo esto era adrede, una
vendetta para obligarme a confesar que no conocía ni entendía las
complicadas artes que él dominaba. Quizá de esa forma pensaba mantenerme
sumisa durante todo el fin de semana. O quizá el reconocimiento que yo
acababa de obtener y que supuestamente festejaríamos juntos, le resultaba
más difícil de soportar de lo que parecía. Retorcí
los dedos de una mano con la otra y me detuve en la piedra azul del anillo
para sacarle un lustre imposible, alisé la falda que carecía de
pliegues, corrí con la punta del zapato una montaña de viruta que estaba
a mis pies y que sin duda parecía una hoja de parra y aún así, no
encontré nada aceptable para decir. Lo de la hoja de parra estaba
descartado, muy pueril. Sentí arder las mejillas y supe que me había
puesto colorada. Solo
me restaba cachetearme por haber caído en su trampa y por la plácida
confianza con que él esperaba que reconociera su victoria, cuando resolví
que lo mejor para los dos era mentir sin remordimientos. Podía halagarlo
un poco sin que mi conciencia protestara, ya que mi sinceridad respecto a
su obra hubiera sido un acto de valentía fundamentalista que ninguno de
los dos merecía. -Está
demás decirlo, c’est magnifique...
Creaste algo impactante, fuera de lo común, y le imprimiste tu estilo.
Quedé sin habla, nunca había visto nada igual a este... objeto,
con esa cabeza blanca y brillante que no negarás es el cerebro iluminado
de la obra, algo que me recuerda la tendencia posmoderna de Hamburgo.
Aunque aquello es un mero bosquejo al lado de esto, lo tuyo refleja un
concepto mucho más acabado, casi como un retorno al existencialismo. La
verdad es que antes te ajustabas a patrones más tradicionales, quizá
desperdiciabas tu potencial, recuerdo aquella vez en Burdeos cuando… Con
el único fin de evitar que intercalara preguntas seguí hablando sin más
pausas que las indispensables para respirar, que jamás superaron un
segundo. Cualquiera se hubiera dado cuenta de que mi opinión eran virutas
y astillas, tan vacía como la esfera sobre el armatoste. Pero la
combinación de sonidos debió sonarle envolvente porque su expresión se
relajó como si escuchara una canción de cuna. Su mirada en mi boca me
impulsaba a continuar aquel juego de hablar sin decir, un Scrabel donde
formar palabras y sumar puntos. Comprendí que el halago inicial lo había
dejado fuera de combate. Tanta inteligencia al servicio de un ego tan
permeable. Retrocedí
unos pasos sin dejar de revolear las manos para enfatizar mi discurso.
Tampoco yo le quitaba los ojos de encima y en la cumbre de mi elocuencia
llegué a apuntarle con una uña nacarada al corazón, sabiendo que lo tenía
hipnotizado con aquellos movimientos. Cuando consideré que lo había
inflado lo suficiente me atreví a darle la espalda y fui hasta la ventana
para observar los últimos rayos de sol que se colaban entre los cipreses,
como antes lo hacían en el armatoste. A
la hora del crepúsculo la criatura de palitos se veía
desnuda, igual que su creador. Sus ojos parpadeaban con rapidez,
los labios permanecían apretados y alrededor de la cabeza ya no brillaba
la aureola blanca. Había quedado pensativo. Podía ser que estuviera
sopesando las últimas dudas acerca de mi comprensión, o que se sintiera
aturdido por tantos halagos inmersos en sofisticadas perífrasis, o quizá
se me había ido la mano y había despertado sospechas. Pero en el mejor de los casos, podía ser que yo hubiera logrado colocarlo en la incómoda posición de sentirse ignorante de algo que quizá él debería saber y ahí lo dejaría durante todo el fin de semana. |
Ana Vidal
Publicado en 2006 en la antología "La Mirada Escrita", proyecto realizado por la Biblioteca Nacional y la Facultad de Arquitectura, que nuclea a 20 narradores y 20 poetas en torno a 20 fotografías tomadas por estudiantes de Arquitectura en su viaje alrededor del mundo..
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