Un recuerdo para Maurice Chevalier

Crónica e ilustración de Eduardo Vernazza

Suplemento dominical del Diario El Día

Año XXXIX Nº 2011 (Montevideo, 23 de enero de 1972)

Con su sobrio traje azul, el clásico rancho de paja y su amplia y famosa sonrisa, apareció lentamente en el escenario del Solís un atardecer de 1968.

Una atronadora ovación le dio el saludo uruguayo. Un saludo que durante setenta años fue recogiendo de todos los públicos del mundo, A los 80, sostenía el interés de un espectáculo con sus recitados, sus célebres canciones de París, y la simpatía que irradiaba donde, como embajador de la Ciudad Luz, llevara las reminiscencias de una época feliz y bella, en la que el vodevil diera a él un destino junto a aquella no menos célebre que fue su compañera: "La Mistinguette".

Esa tarde la recordó con sentidas palabras. Supo hacer sonreír a un público deslumbrado y atraído por una personalidad única en su género.

Cantó con un coro de niños que vino a rendirle homenaje, y fue el picaresco del Bulevar, que guiñaba y abría el cauce de la emoción sencilla y liviana. Gravitaba el recuerdo del Chevalier múltiple; del cine de teatro, del Follies Bergere... El que, a los 17 años, ya era astro. El que desde el escenario de nuestro teatro se inclinara en homenaje a la mujer uruguaya, Y el que se caricaturizara entre su risa y le del público en una magistral interpretación ridiculizándose a si mismo, en la escala de los años "A mí edad es fácil ser un inocente..."

Se fue, Chevalier. Se despidió en un espectáculo de los Campos Elíseos diciendo a su público, “que lo habían visto por última vez.

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