¿Quién fue el modelo para “El esfuerzo” o “El trabajo",

obra de Federico Moller de Berg?

Crónica de Eduardo Vernazza

(Especial para EL DIA)

Suplemento dominical del Diario El Día

Año XXXIII Nº 1628 (Montevideo, 29 de marzo de 1964)

Academia de la Grand Chaumiere, en París. Allí hay un curso de croquis de modelo vivo, al cual generalmente asisten artistas de todas nacionalidades. Cotizados modelos suelen verse sobre su tarima giratoria. Cuando “Le beau Serge” subió a ella, causó poco menos que asombro. Su cuerpo era perfecto. "Es posiblemente —recuerda Moller de Berg— el modelo más pintoresco que he tenido. Atleta completo. Profesor de gimnasia en la Costa Azul durante el verano, en el invierno era modelo y filósofo. Poseía una agradable voz de barítono... y “los barqueros del Volga” salían del eco de su alma como una lejana nostalgia. Tenia anécdotas de todo tipo. Recorrió a caballo el camino entre una ciudad del Cáucaso, donde había nacido, y la India. Allí practicó el Yoguismo —prosigue informándonos Moller— y llegó al dominio y control total de su cuerpo. Bastaba indicarle un músculo, para que lo moviera con independencia del resto. Muchas veces, cuando llegaba un período de descanso, solía hacer fintas para entrar en calor y desentumecerse. En su primera juventud había sido boxeador. Llegó a medirse con el vasco Paulino Uzcudum, el cual le hizo ver que este deporte no era su vocación. Además, el ambiente profesional le repugnaba. Desde entonces cultivó la belleza por la belleza misma. En la Academia era considerado el modelo más perfecto: lo comparaban con el “Doriforo” de Policleto.

Año 1930. El ambiente nacional se agita con los festejos del Centenario. El Estado, instituciones particulares v culturales, dedícanse a fijar esta fecha como con detención del tiempo. El Banco de Seguros del Estado, por intermedio de la Comisión del Centenario, encomendó al escultor Federico Moller de Berg, un monumento de conmemoración. El artista eligió “El esfuerzo” o “El trabajo", que de las dos formas se dio en llamar a la figura que se halla ubicada en la plazuela de la Parroquia San Juan. Es un desnudo musculoso, amplio, de bellos contornos, y que tiene sobre el hombro una gran piedra, una carga que su fuerte contextura física le deja llevar con el aliento de un atleta antiguo.

Componiendo sus formas, los paños caen con gracia elocuente, y trasuntan un ritmo que sigue la geométrica riqueza del contenido creado.

Luego de dos bocetos aprobados por la Comisión, que tenia a su cargo su fiscalización, el escultor partió para Francia a fin de trabajar en mármol la figura total de dos metros con cincuenta. Allá, en la Academia, encontró taller, modelo, y todo lo que necesitaba para dar cima a la idea.

Fue entonces que apareció ‘'el bello Sergio" en toda la espléndida fuerza, contenida en una figura rotunda, y al mismo tiempo proporcionada. Moller, sin titubear, le eligió para su estatua, y desde entonces conoció a este errante espíritu, que tenía contradicciones de raros perfiles en los cuales se mezclaban las características de su ascendencia, y las que había recogido en el vagar por el mundo, en ambientes en los cuales solía ser el mimado. Aventurero que, sin cesar, ponía a prueba su capacidad para los cambios más sorpresivos, no era extraño verle por la Costa Azul, y luego invernar en los talleres y Academias, posando y sosteniendo su caudal de idealismo por la belleza. Cuidaba su cuerpo, que parecía una estatua más. Sintió repulsión por el empleo de la fuerza como medio de vida, y delineó una delicada faceta que le encumbro entre todos los estudiantes de entonces, especialmente de las jóvenes...

Sergio Tzimanovsky "el bello Sergio" en 1930

Moller de Berg terminó su estatua y se embarco para el Uruguay. Allá quedó “el bello Sergio"; una leyenda que giraría en derredor de su recuerdo como uno de los, tipos más raramente conformados. Hechos de una manera, que si poseen en la superficie ese detonar de la potencia física, son por profundidad, conocedores de la vida y filósofos instintivas, sin estudio, pero dueños de unas dotes de observación agudas, y que las horas pasadas en la quietud de la pose les ofrecen largas dietas para meditar.

En la Ciudad Luz, en aquel rincón de ilusiones en el cual casi todos los que pisan su suelo esperan llegar a triunfar, quedó el modelo expandiendo sus músculos, tomando movimientos de los antiguos griegos y romanos, buscando el escozor del músculo con sabia demarcación para el joven ávido de aprender. Más elocuente y seguro cuando el ya artista maduro le solicita como profesional una pose que él se conoce de memoria, como tantas, y que cuanto más esfuerzo aparenta costarle, más sabe que su nombre correrá por el mundo, envuelto en las alas de las más cambiantes ideas y conceptos del Arte. Tantos son los que se llevan las carpetas cargadas de dibujos, de manchados a la tinta, o de bocetos color, de su esbelta mole, de su rizada cabeza rubia, y su mirar lejano, ausente muchas veces, y cerca, cuando canta y le acompañan formándole coro...

Así se vino el escultor, con su carpeta llena de dibujos y la estatua embarcada. Había terminado su misión. Dejando que siguiera por muchos años más y hasta hoy, el errar de las concepciones, mientras el bello Sergio se mantiene quieto, inmóvil, indescifrable, magnifico en su pose del día...

Se dice que el hombre que ha realizado un mal comienzo un bien, y le ha quedado grabado en la mente y el espíritu el hecho, invariablemente vuelve al lugar, llevado por una fuerza pánica o romántica...

Sergio Tzimanovsky en 1963

Moller de Berg ha viajado como artista a Europa en el pasado año. El rodar del tiempo le marcó un triunfo, cuando la Bienal de escultura promovida por la Comisión Nacional de Bellas Artes. Como hace más de treinta años volvió al lugar... la Grand Chaumiere; la Academia del recuerdo de años jóvenes y lúcidos, en los cuales hallara pasta para su trabajo. Quiso volver como un estudiante más. Se sentó en los bancos y copio modelos de desnudo y cabezas. Modeló una estatuaria de vastas proporciones. Los modelos eran distintos, más lacios, dentro de una nueva generación en la cual ya no se pulsaba el músculo como parte integrante del ser. Se buscaba otra cosa: la expresión. El estudiante copia al modelo, pero no se sujeta a las formas establecidas. Puede amblarlas según su sentir, acentuarlas, o eliminar y simplificarlas. El artista así lo hizo.

Se embarcó en un dibujo moderno, sencillo, pero descartado de incómodos detalles. Nunca le sedujeron aquellas sombras llevadas de extremo a extremo hacia la luz. Marcó planos con el revés del lápiz en una postura de madurez fuerte y decidida. Olvidado, o mejor continuado del pasado, su deseo de enrolarse en el estudio, inagotable para el artista que se precie, el escultor uruguayo, rodeado de caras desconocidas, luchó incansablemente hasta traer en su carpeta doscientos dibujos.

Una tarde de agosto se hallaba trabajando como siempre en el salón de croquis, situado al lado de la entrada de la encargada, madame Rose.

Le distrajo —cuenta Moller— la voz de alguien que desde el primer momento le pareció reconocer. Le costaba identificarla... localizarla, y aunque algo cascada, le transportaba muchos años atrás... "todo un período de mi vida”. El acento eslavo le quitó las dudas y se vio frente la persona que charlaba con la “concerje”. Era "el bello Sergio", como lo habían apodado muchos años atrás las jóvenes compañeras de taller. Llevaba encima el ensañamiento que con tanta ternura fabrican los años, esa inexorable que nada detiene, nos dice el artista, con un dejo de tristeza.

Un puente profundo que detuvo la belleza y aferró el carácter era la figura de Sergio Tzimanovsky con la mandíbula empujando la nariz, y la cabellera ensortijada echa hilos de nieve. La vida había cobrado su precio sin recato, a la luz. Y el Bello Sergio, como llevado por el afán de sus triunfos volvía... Volvía a posar como viejo, como el contraste rudo pero eterno del tiempo.

Con su carpeta debajo del brazo el escultor tomó por el Boulevard Montparnasse, tratando de ser ágil en el paso ajustar la honda filosofía de la vida a lugares comunes, convencionales...

 

Crónica de Eduardo Vernazza

(Especial para EL DIA)

Suplemento dominical del Diario El Día

Año XXXIII Nº 1628 (Montevideo, 29 de marzo de 1964)

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación

Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

 

Ver, además:

                    

                     Eduardo Vernazza en Letras Uruguay

 

                                                                      Dennis David Doty en Letras Uruguay

 

Catálogo pinturas y dibujos del artista de Uruguay Eduardo Vernazza por el cineasta Dennis Doty (Irlanda/Estados Unidos)

 

                

Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce   

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