Hasta e! Chuy y Santa Victoria por Eduardo Vernazza (Texto e ilustración) Diario El Día (Montevideo) Edición Punta del Este febrero de 1969 Ver:
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Saliendo en la madrugada cuando el rojo recién apunta su caliente tinte, se pueden recorrer cómodamente esos 250 kilómetros que separan a Maldonado del Chuy y Santa Victoria. Santa Victoria es un pueblo que está internado unos treinta kilómetros en Brasil. El contraste es bien visible, cuando se sale, de esa línea divisoria, encarnada en una cadena de comercios en los cuales se habla castellano con sus cargas criollas o brasileño de frontera... |
En una esquina está el consulado uruguayo. El único lugar fresco que reina una vez que la gente se apeñusca en las casas, y comienza la danza de las infaltables compras. Aun cuando se sacan las cuentas bien habidas, los gastos de viaje y estada, más lo que se puede consumir en bebidas frescas, si el calor agota con un sol a pique sobre la cabeza, y camina buscando afanoso un árbol que no encuentra en donde refugiarse... quede todavía no muy lejos de lo que gasta habitualmente en su lugar de origen o de vacaciones. Pero lo importante es que esto, dicho un poco a la ligera, no cuenta cuando encuentra esos abacachines (ananáes) olorosos y como perfumados, que se los rematan con altoparlante y todo a cuatro por cien pesos. O las latas de dulces brasileños, la manteca envasada..., y los trapos, como dicen las mujeres. Su majestad los géneros para vestir adquieren un lugar preferencial que después, con una risa graciosa y con un mensaje de perdón en los ojos, por coquetas, pueden pasar en la aduana. Desde luego que no era este apunte sobre las compras lo que guiaba a nuestra nota al principio; pero no es posible hablar del Chuy sin dedicarle una ojeada a las compras. • La carretera es un “tobo” con lomos que se extiende larga y gris, bordeada por los verdes tocados con las flores del campo. Poco a poco se hace accidentada y curva, llena de lomas y pequeñas sierras. Luego llana, cuando comienzan a aparecer, una primero, varias después, y finalmente un ejército de elegantes palmeras que anuncian esa chapa de plomo gris oscuro que es la Laguna Negra. |
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Desaparecen como aparecieron las palmeras, y el corte irregular y ocre rojo de las canteras pone una nota sobria e imponente al. camino. Estancias, ganados, leguas y más leguas de campo verde con plantaciones forrajeras, montes de abrigo y cercanos a las carreteras, caminos que se bifurcan y que llevan a la costa de playas, son atractivos para el turista que desee conocer esta región privilegiada. Algo de salvaje y árido, al mismo tiempo de orden que la naturaleza puso en las diversas especies que animan el ámbito de árboles desgajados, montículos de tierras gredosas, apretados arbustos que sólo dejan pasar la mirada cuando el sol ya es una hirviente bola de luz que se extiende como enormes reflectores por todo el ya apuntado celeste que cubren a nubes sedosas y grises. Todo el encanto se torna distinto cuando se llega a Castillos. Su entrada, sus alrededores son hermosos porque alternan las casas blancas y rojas con los verdes del campo. Después una ciudad que duerme. Pasamos por sus calles de piedra y sus casas grises. Antes Rocha, envuelta en la turbia gama del rocío que se levantaba y había pasado como una evaporada visión de imágenes. Volvemos a entablar ese poema que se lleva dentro mientras la vista absorbe la belleza de una mañana de sol que descubre ya las formas de los animales pastando, de los ranchos y las casas blancas, de las copas de los enormes árboles del monte, que se doran, y de la brisa suave que hamaca las ramas de las palmeras, como múltiples dedos que dibujaran en el espacio azul pequeños trazos que danzaran cruzados con mil agudas puntas. |
Después el Chuy. Ya al llegar, a varios kilómetros se deslizan en pequeñas cunetas o cañadas las garzas rosadas que toman un vuelo pausado y elegante. Cantidad de autos atracados a diestra y siniestra, a derecha o izquierda, mantienen una libre sentencia que no reglamenta como en la ciudad. Un conglomerado de paseantes turistas llegan con sus autos o en gran número traídos por excursiones, bajan directamente a los comercios. Los bares se llenan, y las heladerías hacen su agosto con los ricos helados de ananá. Sin embargo, los tiempos cambian. Antes, los grandes comerciantes daban a su clientes los consabidos sombreritos para el sol; le servían un vermouth para que probara las castañas. Hoy ya tienen el carácter de todo común lugar, y se despacha amablemente , pero a pie firme y sin aquellas concesiones tan generosas que hicieron famosas muchas casas. • En Santa Victoria se da a la vista un bello espectáculo de la arquitectura. Las casas poseen un especial estilo, algunas con columnatas y frisos, casi todas con ribetes blancos en sus ventanas y azoteas, puertas y balcones. La Iglesia tiene una especial belleza en su interior, que se ve celeste mientras su exterior es ocre y blanco. Los jardines cuidados v florecientes de su plaza, que tiene unos bancos de piedra con avisos en sus respaldos, y las mansiones de antiguos apartamentos que en la hora de siesta cierran herméticamente las ventanas y queda para el que mira la soledad de. tiempos pasados. Las casas más pobres y los ranchos de sus cercanías, los caminos angostos que conducen a las afueras y sus muñecos y letreros anunciando la fiesta máxima del carnaval. |
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Muchos comercios bien surtidos son complemento y competencia para el Chuy. Hasta allí, unos kilómetros más que se hacen con sólo dejar en el resguardo o aduana del límite su libreta de chofer y documentación que le será devuelta al volver, llegan , los turistas, mientras los letreros sobre la carretera ya le indican en otro idioma las advertencias del tránsito. |
por
Eduardo Vernazza
Diario El Día (Montevideo)
Edición Punta del Este febrero de 1969
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Catálogo pinturas y dibujos del artista de Uruguay Eduardo Vernazza por el cineasta Dennis Doty (Irlanda/Estados Unidos)
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