Amigos del Arte

Exposición Foujita

Crónica de Eduardo Vernazza

Suplemento dominical del Diario El Día

Año XXX Nº 1433 (Montevideo, 3 de julio de 1960)

Foujita, el célebre pintor japonés, se tejieron historias contradictorias y no menos raras e interesantes, que mantuvieron su nombre en boga durante muchas años. Había pasado por el tamiz de París y allá, hecho famoso y aún mucho después recordado, aún hoy, su pequeña silueta de grandes anteojos de aros enormes sugieren un aparte del pensamiento... Aquella historia suya en que internado en las selvas del Amazonas quería volver al primitivismo, depurarse, después que se había estragado en la vida mundana del viejo y oscuro París.

Hoy, “Amigos del Arte” exhibe una serie de sus obras pertenecientes a colecciones particulares. Es en verdad una buena idea ésta, de hacer algo de luz respecto a su pintura. Finísima y estilizada, no es del todo ajena a la influencia europea —veremos dibujos de Matisse parecerse mucho a los de Foujita— un dibujo magnífico y limpio, que penetra con suma sencillez, pero hondamente, a la forma sustancial y escribe en un grafismo de bellas conformaciones y contornos, no menos ricos en el trazo, la vida sutil y animada que él ve con ojos distintos y que dieron en su época un impacto formidable. En una exposición que sin duda abarca un número sumamente limitado en su valor y cantidad, a lo que el pintor ha realizado puede, a pesar de ellos, certificarse el nombre de Foujita.

Dos o tres obras nos lo dan primero en su oriental finura heredada de sus antepasados y luego traída a más cerca nuestro, en esos dibujos de “Gatos", en los que puede verse con tanta verdad una gama de recursos de firme extensión, su línea, el aguado, un detalle expresado magníficamente en la piel de los animales, con elementos plásticos innegables. Después sus dibujos de mujeres: esas cabezas muy parecidas a las del moderno francés. Líneas solas y muy limitadas en la sintética expresión; líneas escorzadas, siguiendo la intención del arabesco simple y justo. En otra de sus formas de manifestarse, la hallamos en la perfección y el detalle; ayudado con una pintura diluida, llena de tal realismo en la ejecución, que aflora de ella el volumen y el espacio atmosférico con atisbos asombrosos. Y para completar la exposición, un cuadro representando un baile de disfraz al gouache, y entrando en materia más dejada al imprevisto y al efecto de manchas, sin la neta seguridad de su verdadera manera, la que sin duda por suerte, aunque en pocas obras, se la puede palpar.

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