Un pequeño concierto inolvidable

Don Francisco Mazzoni, músico...

Apunte e ilustración de Eduardo Vernazza

Suplemento dominical del Diario El Día

Año XXXVII Nº 1909 (Montevideo, 8 de febrero de 1970)

Muchas han sido ya las notas escritas sobre la vida y el Museo de Don Francisco Mazzoni. Muchas y variadas. Tan variadas como puede haber sido y es aún su vida, encerrada en ese palacio colonial, Ueno de recuerdos históricos. Pero hay un Mazzoni poco conocido. Quizás del cual poco o nada hasta ahora se haya dicho o escrito. Es el Mazzoni músico. Porque en esa casona rodeada de árboles y plantas añosas, detrás de los ventanales que dan al patio de baldosas con sus sillones de estilo, ya achacosos y en las sombras, existe una salita de música. Tan bella e íntima, como parecen ser los recuerdos que Don Francisco va desgajando mientras echa aceite a los metales de su flauta.

"Aceite, dice, para que corran las notas y las manos, ya un poco duras”.

La conversación se hace siempre amena y profunda, llena de conocimientos y de experiencia, por no decir de añoranzas. Tengo ya ochenta y seis año= recalca, y esta es una edad en que todo el pasado culmina en la mente y en el corazón, sincerándose cuando el momento es propicio. Más, si su hermana, de dulces ojos claros, se sienta al piano para acompañarle, y atacar una de las hermosas páginas de Mendelssohn.

Unos minutos antes el cuarto estaba en penumbras. La luz se hizo rojiza con un cobertor que entibiaba su brillo. Francisco Mazzoni y su hermana parecían dos duendes felices, venidos ya de la época pasada, a rendir tributo a un instante de música, como si el ángel pusiera un don especial a estas dos figuras pequeñas, que se mueven despaciosamente, hasta entrar en el rito de la música. Todavía suenan las notas con claridad y sentimiento, aún llenan con lo que llamaríamos una flauta mágica, los ámbitos silenciosos de esta Paz. El piano antiguo de medio concierto, es fiel a los dedos dulces do doña Filomena. Y detrás de ella, frente a su memoria prodigiosa, este hombre múltiple, que nos entrega un momento de bella expansión, finamente expresada.

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1910. Entre risas se equivocan las fechas. Don Francisco se ubicaba en el 18 ... Ella le corrige, y entre los dos logran dar el año aproximado. En ese tiempo Don Francisco Mazzoni era un tenor que estudiaba en el Conservatorio de Santa Cecilia, en la ciudad de La Plata. Nunca se había presentado en público porque, “yo era corto de genio”. Por eso no cantó el día que tenía que debutar ... Allí quedaron truncos sus sueños de cantante. No pudo con la oportunidad presentada, y para él rezó la experiencia de presentarse sólo una vez. En ese tiempo se hizo gran amigo del violinista del Colón, Caselli. Entonces ya estaba en Buenos Aires, completando sus estudios de abogado, que había comenzado en La Plata. Allí había conocido al Bibliotecario de la Facultad de Derecho; el Dr Chiabra, un destacado violonchelista. Entre los tres hablaban mucho de música. Comenzaron a tocar juntos y “me obligaron a completarme en piano, porque era el instrumento que faltaba” para formar el trío. Así fue, junto a esos dos admirados músicos, que Mazzoni se perfeccionó. Sus dotes ya adelantadas, y su afán de estudiar, hicieron el milagro. El tocaba entonces el violín y lo flauta, pero sus manos tuvieron que rastrear el misterio de las notas de marfil, para tener el privilegio de ser uno más en los tres. Los ratos que hacían música fueron inolvidables para este magnífico espíritu, oue cuando toca su flauta como ahora, y después cuando se sienta al piano para ver si sus dedos aún tienen la digitación precisa, nos conmueve por su venerable personalidad, que trasciende en el hálito de esa tarde fresca del verano, un poco entre sombras o a la luz que recorta en siluetas otro viejo piano y armarios antiguos. Que deja asomar grises rojizos por la rendija de una puerta de la que se descubre el palio de una enorme cama. Un lecho envuelto en algunas tinieblas de sueños, que nos lo hace pensar de algún lejano príncipe...

Fuera, en la luz de la tarde, el patio abierto a la quinta, muestra los viejos mascarones y baúles de navíos que vinieron a estas costas del Este con ilusiones y ambiciones de estudio y de conquista. Sólidos y abotonados por clavos que siguen las formas de guías y guardas, reposan allí cerrados, con el secreto de su interior inviolable.

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En los años del 900 Don Francisco Mazzoni ejercía el periodismo. Corresponsal de La Nación de La Plata, llegó a dirigir La Reforma. Sus ratos libres eran dedicados a la música junto a sus entrañables amigos. A los que quiso prolongar en el tiempo. Habían trabajado durante años siguiendo cursos enteros de las obras de Haydn y Mendelssohn...

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Hoy fueron algunos jóvenes que desearon acercarse a la música y se acercaron al hombre de ochenta y seis años. Nacieron sus discípulos. Con los que escondidamente, y a horas tranquilas, hace música. Tiene un trío de flauta, y Doña Filomena les acompaña en el piano.

Así, enseñando y formando músicos, es que se estira el tiempo libre de Don Francisco Mazzoni. Pudo con los años, prolongar aquel recuerdo de su juventud. Encontró hombres con ansias de aprender y de sentir las notas olvidadas por muchos... Se encuentran bien a su lado.

Saben apreciarlo como un espíritu joven, en ira hombre que no repara en decir riendo que su edad no debe negarla, sino ofrecerla, si en algo como en mucho de él sirve para alentar y para rendir tributo a un pasado que no se va del recuerdo.

Crónica de Eduardo Vernazza

Suplemento dominical del Diario El Día

Año XXXVII Nº 1909 (Montevideo, 8 de febrero de 1970)

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación

Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

 

Ver, además:

 

                     Eduardo Vernazza en Letras Uruguay

 

                                                                        Dennis David Doty en Letras Uruguay

 

Catálogo pinturas y dibujos del artista de Uruguay Eduardo Vernazza por el cineasta Dennis Doty (Irlanda/Estados Unidos)

 

Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce   

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