Estampas esteñas

Cuatro Gitanas... y la Buena Suerte

por Eduardo Vernazza (Texto e ilustración)

Diario El Día (Montevideo)

Edición Punta del Este 22 de enero de 1969

Como un cuadro de Anglada Camarassa, sentadas en un banco y con fondo de cielo azul, cuatro gitanas llegaron a Punta del Este.

Son más las que caminan mirándolo todo por las calles de este balneario. Observando al turista que pasa distraídamente ante ellas.

Si acaso, una media vuelta risueña anuncia que le han llamado la atención esos cimbreantes cuerpos de cintura fina, de blusas de colores y de amplias polleras floreadas, recortadas entre el gentío que por Gorlero se apeñusca ante las vidrieras, o dinamiza el paso luciendo el atuendo de moda.

Esas cuatro gitanas sentadas frente a este mundo, parecían suspendidas en la sorpresa de la luz. Dos con la cabellera compuesta en largas trenzas —las solteras—, una con el pañuelo que la distingue como casada, y la otra con raro sombrero de anchas alas color azul, del cual no sabemos el significado .

Las cuatro, casi inmóviles, contemplan el ir y venir, los cuerpos que pasan ante ellas de quemadas pieles morenas estampadas en la policromía de infinidad da colores vivos. De otras mujeres elegantes, que bajan la cuesta de la Brava para tomar su baño matinal a la hora 14. Y otras que con mini faldas, o grandes sombreros de alas llovidas por flequillos de colores, destacan la extravagancia inquieta y caprichosa.

Las gitanas todo lo miraban, Quizás estudiaban la manera de comenzar el ritual de la buena suerte. Las palabras gastadas por los años, por las sucesivas generaciones, tal vez van mermando sus efectos psicológicos...

Sin embargo hay que hacerlo... La carpa, muchas cuadras de distancia, espera con la tradición de los siglos la vuelta gitana. Los hombres quemados, de pómulos salientes, que baten el cobre, están a la entrada. El encuentro será la vigencia de su propia vida. El silencio y la voz ronca de las herederas del Sacromonte herirán las sombras, y el farol proyectará llamas negras en la curva de la lona.

“La buena suerte señor...”, se aventura una de ellas, la más joven y bella.

Sus palabras caen en el viento que siempre agita todo en ese tubo por el que asoman las blancas olas de la playa.

Ahora son dos las que inician el diálogo que no se escucha.

Se inclinan hacia adelante, y sus batas escotadas dejan asomar sus pechos. Las trenzas caen sobra ellos como ramas de las que pende el fruto maduro..

Siempre existe aquel que ofrece la mano. No podía faltar aquí en Punta del Este, donde la naturaleza suele hacer generosa a la gente. Sobre todo a alguien que todavía cree en el destino que adivina o resuelve su problema de amor... La jovencita enamorada que espera el triunfo del galán disputado. El joven que ríe de todo, pero que alarga su mano con curiosidad. El que desea saber su porvenir acicateado por la vuelta del medio siglo que lleva consigo.

La señora entrada en años, todavía coqueta y vestida con rigurosa moda, a la que una vez la gitana observó, seria, la línea de la vida, y la otra... "de la rubia en juego”...

Pasadas unas horas volvimos al lugar y aún estaban las cuatro gitanas. Como imágenes de un templo raro, a las que ya el sol calaba de punta sus rayos dorados. Volvían a adelantar sus bustos y a extender sus manos morenas y largas;-“¿la buena suerte señor ... ?

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