VI Bienal de Artes Plásticas

Crónica de Eduardo Vernazza

(Especial para EL DIA)

Suplemento dominical del Diario El Día

Año XXXIII Nº 1636 (Montevideo, 24 de mayo de 1964)

Paisaje de Italia. Óleo de Edgardo Ríbeiro

Con un Salón remozado se inauguró la VI Bienal de Artes Plásticas, muestra instituida en concurso entre los Grandes y Primeros Premios del Salón Anual de Bellas Artes, por la Comisión Nacional. Esta exposición, que premia con una cantidad que determina un viaje al extranjero por los artistas ganadores, reúne un aspecto fundamental en el medio artístico nuestro, ya que se sitúa en tal forma en la más trascendental exhibición en el sentido destacado de su valoración. Enviaron sus obras a la muestra, los artistas: Edgardo Ribeiro, Vicente Martín, Hugo Nantes, Sabustiano Pintos, Polleri de Viana, María Rosa de Ferrari, García Reino, y Eduardo Vemazza. Se agregan además una serie de dibujos y esculturas del escultor Federico Moller de Berg, becario de la Bienal del año anterior, y que reuniera parte de sus trabajos realizados en Europa. Promueve Moller con ello un feliz antecedente, ya que se ve así el trabajo y el resultado halagador, de un escultor que aprovechó el tiempo dispensado por el premio ganado. Los dos triunfadores de la presente Bienal lo fueron Edgardo Ribeiro y Vicente Martín. El primero con un naturalismo interpretativo de gran calidad. Los paisajes le encuentran en uno de los momentos más equilibrados por los que pasa su pintura. Nos recuerda en parte a la serena versión de Marquet, aún siendo muy distinta la paleta. Nos referimos a ese ambiente de soledad y serenidad que impera en un sintetismo de especial riqueza en el toque de dibujo, que señala un acento al mínimo, y en la masa de color, escamoteada muchas veces como en el cielo, al ocre ligero que transparenta la tela. Esta virtud, señala ya en Ribeiro una conciencia razonada de la pintura, y si el arrebato no está en su paleta ni en su trazo, la bondad de netas posibilidades en criteriosa asimilación de lo pictórico, realza su envío, que completa con un “autorretrato” que encara también una escueta resolución de pintura. Es un cuadro que, aún con un gran parecido, mantiene la seguridad absoluta de un trabajo fiel a un criterio de absorción total.

Prócer. Óleo de Vicente Martín

En él, Ribeiro valora una pieza en conjunto. Si bien en detalles escapan algunas luces y sombras que pudieron, junto a algún toque de dibujo, mejorar todavía esta versión, las manchas promueven esa segura intención que a la distancia verifican la autenticidad del retrato. En los ojos principalmente pudo haber conciliado más ese bello encuentro de las medias tintas que aún sin entrar a detallar la mirada destaca más el misterio rico en tonos. En otro aspecto, y en la carnación, emplea el “fretis”, en vez de colocar otras tonalidades. Este remover, hace más sencillo su procedimiento, sin quitar nada de lo sustancial, que aparece por oposición y sacado de luz en muy pocas raspaduras. Por lo demás, los planos extensos son tratados en ligera “grisalle”, y tomados en la luz con pinceladas más concretas y prominentes. De todo ello saca Ribeiro partido, y demuestra así variación de recursos, lo que en un pintor es patrimonio de que evoluciona, a pesar de mantenerse firme en sus principios. Su contenida paleta de tierras y ocres no necesita extensión para dar una vital expresión. Completa su trabajo con un cuadro “La Cena’*, una composición casi vertical, en la cual se apoyan los personajes bíblicos como un escalonado retablo. Existe en este cuadro un primitivismo, y ello despeja su concepto, de una neta proporción original. Es indudable que posee un cierto contenido de fresco, y que aúna a ello un decantado estilizado, y una más lejana rigidez, resuelta dentro de un simple ideario que personifica el religioso acontecimiento. En cuanto a Vicente Martín, su arrebatado don colorista ha soltado amarras, y se perfila con una dosis violenta de Fauve Informal.

La soltura del color en derramado recurso de cantidad de formas expresivas, valora su potencial de rojos, verdes, negros; y si a la magia de un figurativismo que sugiere en trazos y en manchas, agrega el manchismo de la espontánea fluidez, es porque Martín ha sabido ya de pintar con severo control.

Naturalmente que ese arrebatado dramatismo que inculca a sus cuadros, deja un saldo desligado de una formal representación que completaría su obra. Su informalismo, ya entrado a desbordar su talento, escurre lo figurativo, y si le deja transparentar en esquemas, no logra ello verificar una estimación de neta posibilidad de nexo: Aun cuando su trazo es fuerte, existe desorden en algunos pasajes, pero no se puede negar al pintor que es, aun cuando esgrima una expresión que nosotros no entendemos como factible de pintura total.

Por el contrario, García Reino, se maneja dentro de un equilibrio total en lo abstracto. Sus gamas de grises, son controladas muy severamente, y las luces que pasan entre las medias tintas, fijan un punto justo de ubicación expresiva en el color. La composición es libremente geometrizante, y siempre detrás de estos juegos de planos, aún dentro de manifiesta libertad, escóndese y se dejan adivinar unas bellas sugerencias que concretan muchas veces el dominio espacial. García Reino es un pintor serio, expresivo, dominante de su color, el cual descompone en una serie de tonalidades que ubica en recursos lícitos siempre: se manifiestan por espesor, diluido, o simplemente por trazo o pincelada normal, pero siempre una delicadeza sensible transparentan sus cuadros, que son resultado de una evolución en la cual puede verse a un pintor que busca más allá de las superficies, y que los espacios parecen no tener secretos para su don. Sin embargo, debemos insistir en la falta del temario en esta pintura, que se repite y que en varios cuadros soluciona siempre un mismo problema, ya que el tema no deja la iniciación imprevista para explayar el lugar reservado al trámite fácilmente comprensible. Esto lo posee Nantes en grado sumo, si no en el valor tan depurado, sí en su firme decisión de encarar el tema-pintura.

Nantes lo trae a la tela en grandes tamaños, sin evadirse de ese cometido, y si aún se queda en muchos pasajes por una facilidad de trazo, puesta en superficie, no es menos cierto que va tomando un camino formal de pintura total. Sus paisajes son notables en aspectos de interpretación.

Su pincelada dibuja y abstrae notoriamente, cuanto es necesario a su expresiva fluidez. Así no precisa prescindir del tema para valorar y complementar su obra. Por el contrario, fortifica ésta en ese sentido. Las figuras las maneja fielmente a su manera. Existe facilidad y repetición de “cachet” en el dibujo. Se deja transparentar esa facilidad, pero indudablemente Nantes posee talento, y soluciona difíciles problemas, como en el espacioso ‘'Circo”. María Rosa de Ferrari se halla aún indefinida en su evolución hacia una pintura que sale del naturalismo y no halla en la abstracción el cúmulo de virtudes que la hicieron una destacada pintora, ganadora de los más grandes premios. No existe por el momento la expansión necesaria que exprese que ella siente ese nuevo cometido. A nuestro entender, aun cuando como pintora que es, acierte, nos parece que se encuentra en un momento de indecisión. Con todo, sus tramas compositivas dejan una escuela de entendimiento en la cual se advierte su conocimiento tácito de la rítmica plástica. No entendemos tampoco a Polleri de Viana. Artista que es una de las más prominentes dibujantes, renuncia a ello para intentar en una madeja informal, traducir su talento de compositora. Este es indudable que lo posee, pero no acierta a plasmar el cuadro, y sus obras se nos aparecen como ejercicios en los cuales la técnica no dice de sus elevadas condiciones. Sabustiano Pintos presenta las únicas esculturas del certamen. Sus acostumbradas obras en madera, buscadas en una informal relación del propio material, están por debajo de otras conocidas, como en la pasada exposición de Punta del Este, por ejemplo. Cuando intenta una figura, nada menos que un retrato de Madame Curie, su trabajo deja el saldo elemental de un modelado incipiente y de mínima relación con el carácter. Nos resta destacar la obra de Moller de Berg, que como decimos, es la resultante de su beca anterior. Es muy numerosa en dibujos y estudios, y en ellos predomina su modelado naturalista y amante de las formas. En sus dibujos, el aspecto cambia, ya que son más modernos que sus esculturas. En aquéllos los planos están diseñados cortantes, y valorados por una determinación sobria y tajante. Es indudable que la repetición del recurso en una sala numerosa de sus trabajos, le sitúa en cierto amaneramiento del procedimiento. Su “Capeando el Sudeste”, es un estudio de bellas líneas y expresivo contenido; un animalista que como Moller, puede insistir en tales motivos, que lograrán destacarse. Sus desnudos fijan su escuela respetuosa de las formas, y la variación en las actitudes reflejan sus conocimientos extensos del movimiento del cuerpo humano.

Estudio Nº 10. Escultura de Moller de Berg

 

Crónica de Eduardo Vernazza

(Especial para EL DIA)

Suplemento dominical del Diario El Día

Año XXXIII Nº 1636 (Montevideo, 24 de mayo de 1964)

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación

Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

 

Ver, además:

 

                      Eduardo Vernazza en Letras Uruguay

 

                                                                       Dennis David Doty en Letras Uruguay

 

Catálogo pinturas y dibujos del artista de Uruguay Eduardo Vernazza por el cineasta Dennis Doty (Irlanda/Estados Unidos)

 

                

Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce   

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