No vayas al cielo |
Iban por la calle larga riéndose como dos necios. A los manotazos. Pateando una maltrecha botella de plástico, fumando un porro a medias, y cantando: “...porque en el cielo no hay vino ni cerveza, no hay milanesas, no hay pizza y café. Porque en el cielo no hay plantitas verdes, no hay tortas fritas, no hay coca ni hojillas...” Mientras el sol continuaba su lento vagar hacia el oeste, las primeras sombras dibujaban un incierto atardecer. Con los vaqueros desflecados tajeados en las rodillas, y sendos bucitos negros que lucían sobre el pecho las caras enajenadas de alguna banda de metal, los dos muchachos recorrían las calles en busca de lo que pudiera acontecer. El Pelado y el Chifle eran dos hermanos nacidos en uno de esos barrios llamados de “zona roja”. Chorritos sin prestigio, oportunistas natos, se encontraban sin embargo limpios ante la ley. Y aunque robaban desde que tenían memoria, carecían de antecedentes que los involucraran en delitos primarios y sus drásticas consecuencias. Inconscientes por herencia directa, vivían la vida al mango. Despreocupados, sin importarles el presente ni el futuro, iban tomando de la vida lo que la vida les ofrecía a su paso, y lo que no. Acérrimos desconocedores de todo límite, no entendieron jamás que lo ajeno es ajeno, que los derechos de unos terminan donde empiezan los derechos de los otros, y que existen leyes que se hicieron para cumplirlas. Repobres de la más lunga estirpe orillera, habían aprendido de muy chiquitos, casi al largarse a caminar, que los dolores que les retorcían las tripas los causa el hambre y los calma el mendigar primero y el robar después. Así, salían por las mañanas acompañando a la madre, con otro más pequeño en brazos, extendiendo las manitas sucias, los pelos revueltos y las caritas moquientas, a cuanto transeúnte pasara a su lado; algunos presurosos, que sin mirarlos siquiera seguían de largo, otros, que buscando en sus bolsillos dejaban en sus manitas algunas monedas que la madre iba juntando para comprar el pan, primero, y si alcanzaba, la leche. Mordisqueando una fruta que algún puestero les alcanzara, o los bizcochos de ayer de alguna panadería, recorrían la ciudad, un día y otro, para regresar al atardecer, muertos de sueño y cansancio. Y de un saque, un día, se les fue la infancia. Sin Reyes Magos, sin escuela ni educación. Y la pujante adolescencia, abriéndose paso, los dio de narices con la globalización, el neoliberalismo y el “sálvese quien pueda”. Se enteraron que para intentar conseguir trabajo es necesario poseer un brillante “curriculum vitae” que te permita, por lo menos, competir. Que si no sabés inglés no existís y si te quedaste en el Windows, estás muerto. Que los “canillas” y los lustrabotas pertenecen al pasado. Que las fábricas desaparecieron y la construcción es una utopía. ¿Y entonces...? Subieron el repecho hasta el almacén de don Flores y al iniciar la bajadita lo vieron. El hombre venía remando por la calle empinada, parado en los pedales de su bicicleta. Sofocado. Los muchachos se miraron, y supieron. Se abrieron para darle paso por entremedio de los dos. Al llegar junto a ellos, como robots manejados por una misma inteligencia, lo tiraron al suelo, le robaron unos pocos pesos y se fueron calle abajo, montados los dos en la bicicleta, comentando “la hazaña”, y riéndose estúpidamente. Aunque se hicieron apuestas, no llegamos a saber si fueron cinco , o diez, o tan sólo tres, los minutos que corrieron, antes de que al primer automóvil que pasara por el almacén de don Flores , subiera el dueño de la bicicleta y alcanzara en un santiamén a los dos muchachos. Lo que siguió después se sabe: denuncia, policía, comisaría y juez. De ahí al Corcar y seis años por rapiña, fue solamente el principio. La luna asomada entre los barrotes, iluminaba la soga, a cuyo extremo se balanceaba inerte el cuerpo del muchacho. El pabellón estaba en silencio. Los guardias nunca supieron. Mientras la noche testigo, bostezaba su indiferencia sobre los altos muros, los presos, victimarios-víctimas, dormían sueños torturados. Solo, en la celda contigua, el hermano cantaba: “... porque en el Cielo no hay vino ni cerveza, no hay milanesas, no hay pizza ni café... Porque en el Cielo no hay plantitas verdes, no hay tortas fritas, no hay coca, ni hojillas...” |
Ada
Vega
De "Garúa"
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