Era el atardecer del día cuarto, y Lara Prima estaba ansiosa por cerrar el programa de trabajo semanal en su sistema, para abrir el pasatiempo que había elegido para el fin de semana. Sara Prima, su amiga de Paris, le había recomendado adquirir el "Murderer" y así lo había hecho. Una vez enviada la señal de cierre de su sesión laboral al Centro de Control, tomó la pastilla hipnótica, se acomodó en el sillón articulado, y se colocó los sensores que esa mañana había recibido envueltos en una caja.
Antes de sentirse completamente sumergida en el sueño virtual, llegó a ver en la macro-pantalla, la misma imagen que se veía en la tapa de la caja del producto: la fotografía de un enorme patio rectangular delante de lo que parecía un palacio de arquitectura islámica. En el centro del patio, un gran estanque reflejaba la torre del palacio, y una leve inclinación del suelo hacia ver a las columnas de la fachada de la torre, como emergiendo de su espejo de agua.
Lara Prima se vio caminando al borde del estanque iluminado por la tenue luz de lámparas de aceite. La noche era silenciosa y sólo se escuchaba el murmullo del agua que corría por las canalizaciones. Miró sus pies y los vio calzados en delicadas zapatillas de raso color turquesa, con bordados en hilos de plata; enseguida constató con agrado, que todo su atuendo era exótico y refinado, similar al que habla visto en las ilustraciones de un objeto antiguo. Su instructora tenía aquel objeto en su casa y le había dicho que se trataba de un libro. Su nombre, estaba segura, era "Las mil y una noches".
De pronto, el silencio se vio interrumpido por una conversación en una de las estancias que daban al patio rectangular. Intentando no hacer ruido, caminó en dirección a las voces y se asomó a la habitación de donde provenían. Semioculta tras una pesada cortina, vio a tres hombres con turbantes, vestidos con prendas tan antiguas y elaboradas como las suyas, que discutían acaloradamente, sentados sobre una gran alfombra de exquisito diseño. El techo del salón estaba formado por un mosaico de múltiples piezas de madera de cedro.
El hombre cuya actitud y apostura indicaban mayor jerarquía entre los presentes, se puso de pie y caminó hacia un gran sillón, que Lara Prima identificó como un trono. Se desplomó en él y tomándose la cabeza con las manos, sentenció con voz grave que partió la noche:
-Dando por probado el hecho, dispongo que los Abencerrajes sean invitados a un banquete; allí los haré prender para ser ejecutados como merecen por haber traicionado la confianza del sultán. Todos ellos deberán pagar por la imprudencia del seductor de reinas. Sus cabezas serán arrancadas en el lugar mismo de la traición, en la alcoba de Nazar.
Lara Prima pensó que aquello tenía todas las características de una historia cursi y lamentó haber seguido el consejo de su amiga del Segundo Continente. Pero antes de que tuviera tiempo de avanzar en estos pensamientos, se vio obligada a alejarse del salón del trono, para evitar ser descubierta por los hombres que lo abandonaban, rumbo al patio del estanque.
Luego de caminar algo perdida por pasillos y jardines perfumados, desembocó en otro gran patio, cuya hermosura le cortó el aliento. Un bosque de columnas coronadas por bellísimos capiteles circundaba una fuente con doce leones que soportaban una pila de mármol, colmada de agua cristalina. Sentadas sobre almohadones de terciopelo, dos jóvenes conversaban animadamente, mientras una peinaba el largo cabello de la otra. Ambas llevaban túnicas de seda con bordados en oro, y la que se dejaba peinar lucía un topacio sobre la frente.
Lara Prima quedó desconcertada cuando escuchó que esta joven decía:
-Preguntemos a Lara Prima si conoce más detalles de la fiesta que se prepara.
No sabia si debía trasmitirles lo que había oído en el patio del estanque o le convenía callar hasta contar con más información. Pero enseguida recordó que no se trataba más que de un juego, y decidió aventurarse contándoles los detalles de la reunión en el salón del trono.
La joven del topacio se sobresaltó al escuchar de boca de Lara Prima las palabras del sultán, y le rogó que interviniera para que el plan no se llevara a cabo. Cuando Lara Prima preguntó cuál podía ser su participación para evitar la celada, la muchacha le contestó que era la indicada para llevar un mensaje a las viviendas de los Abencerrajes, que debía entregar en manos del joven Nazar.
A Lara Prima, como hubiera ocurrido con cualquier otro integrante de una Selección Genética Prima, le agradó la idea de pasar a tener un papel protagónico en aquella historia. Rápidamente recogió el mensaje, y con las instrucciones proporcionadas por las muchachas, llegó sin dificultades al lugar indicado.
Frente a los aposentos de los Abencerrajes, pidió a una sirvienta que lavaba las lozas de la entrada, que comunicara su presencia allí, y su calidad de mensajera de palacio. La mujer desapareció y volvió a los pocos instantes, acompañada de un hombre que la condujo a una pequeña habitación decorada con lujo y buen gusto.
Sus ojos recorrieron las formas minuciosas moldeadas en las paredes, disfrutando de su perfecta armonía con las tejidas en las alfombras. En un ángulo de la habitación, el agua en calma de una fuentecilla reflejaba la impresionante estrella de la bóveda. Desde alguna habitación cercana llegaban los acordes de una música suave, música de un tipo que jamás había escuchado.
Lara Prima pensó que debía reconocer la calidad del trabajo realizado por los creativos de la productora de pasatiempos. Más allá de las alternativas del juego, los efectos sensoriales eran realmente maravillosos. Mientras permanecía absorta en estos pensamientos escuchó una voz a sus espaldas que decía:
-Supongo que te envía la sultana para advertirme de la trampa preparada para mi y los míos.
Al darse vuelta se encontró con un joven alto, moreno y con unos grandes ojos oscuros, que vestía una túnica de lino. Lara Prima se preguntó si involucrarse sexualmente con el muchacho estaría entre las opciones del juego y cómo ello incidiría en el desarrollo del mismo. En otras ocasiones había adquirido entretenimientos que incluían experiencias eróticas, pero sus expectativas en relación con éste, habían sido de vivenciar el suspenso y una emoción que llamaban miedo.
La respuesta a sus dudas no se hizo esperar ya que el muchacho la tomó suavemente del brazo y le explicó que ya conocía el plan en su contra; que se trataba de una conspiración urdida por otra familia noble que habitaba el palacio, para ganar influencias en el círculo más cercano al monarca; que se le acusaba de haber mantenido relaciones amorosas con la reina, la bella joven del topacio en la frente; pero que no debía creer en aquella calumnia, porque sabia que únicamente ella, Lara Prima, era la dueña de su corazón.
Por un momento Lara Prima se planteó la posibilidad de pulsar el botón que permitía interrumpir el juego: no entendía cómo su amiga de París había podido recomendárselo; también ella pertenecía a una selección Prima, genéticamente preparada para las actividades que requieren de una rigurosa estructura racional, desprovista de cualquier aptitud para disfrutar de una experiencia tan edulcorada como la que se le proponía. Sin embargo, y más allá de cualquier análisis, la mano cálida del joven en su brazo hacía que se sintiera muy bien; su mirada profunda y sus palabras la colmaban de una felicidad que no conocía.
Fue entonces que resolvió abandonarse a sus sentimientos y tomó la peligrosa decisión de anular la opción de interrumpir el juego. Sabia que esta decisión, a la que nunca antes se había atrevido, suponía cortar todo vinculo con el mundo real hasta la culminación del entretenimiento. Pasaría el resto del fin de semana viviendo una aventura completamente fuera de su control, y durante su transcurso no recordaría nada de su verdadera identidad. La ficción seria la única realidad en su conciencia.
-Ahora debes irte; no temas; me presentaré a esa fiesta y hablaré con el sultán -dijo Nazar.
Las horas siguientes, antes del banquete, fueron vividas por Lara Prima con angustia intensa. Muchas de sus compañeras del harén compartían sus sentimientos, por estar ligadas afectivamente con parientes de Nazar. Todas estaban invitadas al festejo; les era permitido participar desde una estancia separada de la de los hombres, por un enrejado de madera; todas conocían el destino siniestro que se preparaba para los treinta y siete caballeros que llevaban el nombre de Abencerrajes.
La recepción se desarrolló con el fasto propio de una realeza refinada y poderosa. Las bandejas rebosaban de manjares, y no faltaron las representaciones artísticas de virtuosos músicos y bailarines.
Cuando el festín parecía en pleno apogeo, vieron ingresar a los guardias del sultán que, con orden estudiado, se apostaron a los lados de puertas y ventanas. Detrás del enrejado, con el corazón apretado y sin poder hacer nada, las mujeres esperaban el desenlace anunciado.
Lara Prima pudo ver que Nazar y sus familiares eran agrupados por guardias armados con cimitarras, para ser conducidos al lugar donde serían decapitados. A su alrededor, las mujeres comenzaron a retirarse a sus aposentos, temerosas y calladas. No parecía quedar para ellas. otra posibilidad que la resignación frente a la injusticia.
Pero Lara Prima no siguió a sus compañeras. sino que, envuelta en un manto oscuro, se internó en los jardines que conducían al lugar señalado para la ejecución, la habitación de su encuentro con Nazar, donde supuestamente había tenido lugar la infidelidad de la sultana.
Al llegar a las viviendas de los Abencerrajes, el mismo hombre que la había conducido en su visita anterior, le ofreció una daga. Lara Prima la tomó y la escondió debajo del manto que la cubría, dirigiéndose luego a la estancia de la ejecución. No por esperada, la escena que se presentó a sus ojos, le pareció menos terrible. En fila, con las manos atadas en la espalda, los parientes de Nazar eran conducidos uno a uno a la fuentecilla que reflejaba la estrella de la bóveda, donde sus cabezas eran segadas de un solo golpe sangriento. Al final de la fila, Nazar esperaba su turno para morir.
En ese momento Lara Prima se sintió invadida por la ira, y decidió que aunque fuera lo último que hiciera, intervendría para detener aquella locura. Llevada por la furia se abalanzó sobre el jefe de los guardias, y amenazando clavarle la daga en la nuca, reclamó la liberación de Nazar.
El hombre de traje negro le arrancó los sensores con asco, la sacó de la casa y la condujo al Centro de Control. Era un Prima como ella; ambos ostentaban el anillo azul tatuado en el dedo anular de la mano derecha.
En el trayecto hasta el Centro no obtuvo ninguna explicación para su detención; tampoco las obtuvo una vez allí, hasta su sesión con los psico-censores. Ni siquiera el cruzarse con Sara Prima en uno de los corredores, ayudó para que comprendiera lo que ocurría, ya que ésta no pareció reconocerla. Tan solo la conversación con los psicólogos le permitió descubrir, que los juegos eran un instrumento del sistema para monitorear a sus integrantes. Su participación en el último juego había puesto en evidencia, que su planificada estructura racional tenía una fisura, por la que podían filtrarse sentimientos y emociones peligrosos para la estabilidad social.
Lara Prima no ofreció la menor resistencia cuando se le informó que sus recuerdos serian borrados; sería re-programada para las tareas para las que había sido genéticamente seleccionada. Después de todo, fuera de aquel fugaz encuentro en un mundo virtual, en su vida no había nada que mereciera ser recordado.
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