La piedra filosofal
Obra teatral completa de María Eugenia Vaz Ferreira |
Acto
único En
el interior de un cuarto con armario lleno de piedras, francos, libros. A
la derecha del espectador una mesa llena de las mismas cosas, más una
olla que hierve sobre fuego. Al frente una ventana entreabierta que da
para la calle de atrás. Es
de noche. A la izquierda una puerta cerrada. Hay sentado a la mesa un alto
viejo flaco en larga túnica. Cuando se levanta el cortinado el viejo está
mirando con un lente atentamente un pedazo de oro; luego se levanta, elige
dos o tres piedras y las estudia. Las echa a la olla y vuelve a sentarse
(todo esto deberá, naturalmente, ser hecho de un modo augusto). Luego se
ve pasar por la ventana una máscara que se para; se le juntan dos o tres
más; todas vichan en silencio y siguen. Luego se siente la música de una
serenata que se acerca y pasa; al rato cricarquea la puerta con mucho
ruido de llaves y entra un joven hombre con traje corto de terciopelo,
gorro de anchas alas adornado de rosas, un ramo de éstas en la mano. Un
violín más papeles y una botella. Entra con gran estrépito y alegría
terminando una canción. Marcelo
(cantando) - Dime, que has hecho de la vida... conoces el placer, conoces
el amor. (Se para y continua tarareando la música; luego tira en un sofá
el gorro y las cosas que trae menos algunas rosas que pone en un vaso
sobre la mesa del viejo, frente al cual cruza los brazos) -Buenas
noches, maestro: ¿has encontrado la piedra filosofal? Arón:
-Marcelo, no te burles de mí; ¿por qué zahieres al viejo con tus sátiras? Marcelo:
-Hoy estás triste... Arón:
-Es que eres un loco y me descorazonas... Marcelo:
-¿Un loco dices? Y bien, ¡así será! Yo adoro la locura... Que bien ríe
y canta esa linda mujer... ¡qué bien saben esos besos! ¡Y pensar que
desdeño sus caricias por pasarme las horas en compañía de un viejo
brujo como tú!... Porque dicen que eres un viejo brujo, que no tienes
corazón, y tus drogas envenenan el alma... Arón:
-Ese es el pago a mi condescendencia; ¿y a quién, no siendo tú, le
permito departir conmigo y turbar con sus extravagancia soledad de mis
horas? ¿Qué manos, no siendo las tuyas, poseyeron jamás la llave que
descubre al viejo sabio? Marcelo:
-Es cierto... ¿Recuerdas cómo nos conocimos? Yo suspiré al pasar por tu
ventana; mi queja te conmovió; me arrojaste la llave y me ofreciste
entrar; querías ensayarte en el dolor humano, y me dijiste unas palabras
crueles. Escuchándote cesaban mis suspiros; pero con ellos cesaban mis
memorias, mis deseos y mis ansias... era el vacío: ¡qué amargura! Quise
huir, y tu me detuviste, y así quedamos por largo tiempo juntos... Tu me
hablabas de no sé qué proyecto fabuloso. Arón:
-También por un instante me turbaron tus palabras. Marcelo:
-Desde entonces te temo. Sé que eres mi enemigo, pero me gusta luchar
conmigo... Siento que los dos somos fuertes, por más que tu desdeñas al
pobre loco, y el pobre loco también te compadece y te ama, aunque te
turben sus alegres cascabeles... (se acerca y sacude los brazos adornados
de cascabeles sonoros. El viejo tapa sus oídos y cierra sus ojos. Marcelo
da una vuelta por el cuarto contemplando las cosas; al volver, encuentra
al viejo en la misma actitud y le quita las manos de la cabeza). - ¡Eh!,
¡despiértate! (El viejo despierta como de un sueño) - dime ¿cuántos
siglos hace que moras en esta cueva hedionda? (Abriendo las ollas) - ¡Uff!
(Huele otra) - ¡Eff! (Hace muestras de desagrado y toma del sofá el ramo
de rosas que huele con fruición. Se acerca al viejo y se lo hace aspirar) Arón:-¡Bah!
Conozco el secreto. (Se levanta, toma un frasquito. Se sienta y da a oler
a Marcelo) Marcelo:-(Comparando
los perfumes)- ¡Es el mismo! Viejo infame... que la rosa te mal... te
maldigan; que se venguen de las manos perversas que profanan los secretos
divinos... que las rosas te maldigan, ¿oyes? Y que el error de tu
existencia se revele alguna vez a tu cerebro malhechor. Arón:-¡Ay!
¡Cuántas maldiciones pesan sobre mi sabiduría! Si vieras... no hay
esencia, materia, forma ni color que resista a la magia de mis
combinaciones. Entre los dientes de mis limas o el hervor de mis llamas,
primero se retuercen y crujen; luego le entregan su secreto, (y entonces
el viejo, tiene una sonrisa diabólica y exclama) –ya eres mío. (saca
una piedra del cajón. Se para acercando a Marcelo) -¿Ves esto? Es oro.
Yo haré oro... ¿me entiendes?. Marcelo:-¿Para
qué sirve esa piedra informe? Yo tengo una más grande y más hermosa...
¿sabes cuál es? El sol. Una moneda que hizo ha tiempo, otro mucho más
sabio que tú... si tu quisieras yo te la enseñaría, (lo toma del brazo)
-ven, viajaremos los dos por las selvas floridas, yo te contaré cuentos y
leyendas de viejos ambiciosos como tú, enceguecidos en los arduos
problemas, que buscaban el oro y la luz, mientras que afuera allende los
estrechos muros de sus guardias, relucía la aurora, serpenteaban las
vetas plateadas de los ríos y vibraba en el cielo, en el aire y la tierra
el tesoro fecundo de los causes eternos... Ven, quizás aún puedas
calentarte, aún puedas redimir tu alma y escuchando la narración de
alegres episodios, comprender el sentido de la vida... ¿ven, no quieres
venir? Arón:
(que se ha vuelto a sentar como sin comprender nada) - ¿Alma, vida,
dijiste? Recuerdo algo de eso... Marcelo:
-¿Dices que recuerdas? ¿Dónde las conociste? ¡ah! (Con ironía) ¿las
habrás descubierto en alguna aleación de vidrio y cesio? Arón:
-No: en un viejo libraco. Marcelo:
- ¿Cuál es? Quiero saber lo que te han dicho de ellas. (Toma un libro y lo
alcanza al viejo, quien pretende leer, pero no distingue). Dame. (Quitándoselo)
Te ayudará. (Mostrándole el libro abierto) ¿Es eso, no? (Se ríe y
queda pensativo mirando al viejo que se refriega los ojos) Tus ojos ya no
ven... ¿Quieres que me quede contigo para siempre? Me iniciarás en tus
secretos, me dejarás compartir tus glorias. (Cambiando) No, jamás:
entorpecer en tus aguas pestíferas mis dedos (Se los mira) hábiles para
el juego de las sonoras... enturbiar mis pupilas en la humareda de tus
maquinarias, ni enmudecer en el silencio de esta tumba mis labios, hechos
para decir dulces palabras... ¿Qué sería de mí sin ellas? (Evocando)
Las que me dan la vida, las que me dan la gloria, que son mi inspiración...
y la luz de mis ojos .... y la miel de mis labios. Ve como me miran con
sus ojitos relucientes... (Señalando la botella que dejó en la sopa) me
llaman y me aguardan serpenteando en las hirvientes burbujas (Toma la
botella y la mira descubriendo cosas) Hebe la blonda que evapora en mi
boca el licor de sus perlas... Gliceria, la ardiente, que enciende en mis
mejillas sus rosas de fuego ... Egeria, la sabía, la que acelera el ritmo
de mis sienes, donde bullen las divinas ideas. Niobe, la suave, que
desliza mis párpados con sus dedos de nácar (Se extasía algo y luego
busca en qué beber; repasa los vasos leyendo sus nombres, todos los deja)
¿No tienes nada que no sea veneno? (Toma uno vacío, lo llena y se lo
acerca al viejo) Mira lo que hay aquí... ninfas... mujeres... algo más
bello que tu oro; ojos más ardientes
que tus llamas; dientes más incisivos que tus limas; brazos que ciñen más
que tus tenazas, hay problemas más arduos que los tuyos; enigmas en cuya
solución han fracasado filósofos y sabios, para los cuales fueron
infructuosos la labor de los días y el insomnio de las noches sin término
(Durante toda esta espantosa lata, el viejo estudia metales) (Hay datos,
cosas más inmortales, mucho más inmortales que tu ciencia!... (El viejo
toma un lente y mira dentro de la copa). Arón:
-Aguarda; tengo un doble cristal. Marcelo:
-¡Qué imbécil eres! Bebe, bebe y verás... (Le acerca la copa a los
labios). Arón: -¡Marcelo,
no me tientes! (El otro insiste) Devuélveme la llave... (Se levanta e
intenta quitársela). Marcelo:
-Viejo ¿estás loco? (Luchan un momento, pero Marcelo tira lejos el
llavero, y luego que el viejo se sienta desalentado, le recoge y se sienta
junto a él, en postura impertinente) La llave no te la devuelvo. Quiero
venir de vez en cuando a visitarte, a hablarte de ese mundo cuyo resorte
quieres falsificar; a decirte que el tiempo pasa, y la ausencia es un mal
sin remedio; que pese a la magia de tus combinaciones, la tierra está
llena de secretos. Quiero venir de vez en cuando a alegrar tu morada...
(Tomando las llaves una a una) Esta es la llave de la verja donde Beatriz
espera y en sus deditos de culebrie ensortija los rizos... Esta es del
cuarto de Teodoro, el musical Teodoro... Esta otra pequeñita abre los
surtidores de la selva donde el sol es eterno y florece el manzano sus
frutas de oro. Esta es de las bodegas de Florian. Florian tiene jarras de
plata, con bordes de cristal. Toma las llaves... Arón:
-(Toma las llaves y las golpea) El hierro es sólido (Se las devuelve). Marcelo:
-(Sopla en las llaves que sueltan tres silbidos plañideros. El viejo
vuelve a taparse los oídos) ¿No te gusta? Es la voz del placer... (Queda
abstraído; luego se levanta y toma la copa) Quiero brindar a la salud de
mi llavero (Se pasea cantando) Vivan las rosas de mi sombrero. Muera la
ciencia del viejo Arón. Vivan las llaves de mi llavero... (Se sienta y
juega con las llaves). Arón:
-Quimeras, quimeras... Escúchame Marcelo; cuando mi oro sea perfecto
poseerás una llave; será una llave todopoderosa; nada habrá que se
oponga a su astucia; te será dado penetrar con ella adonde quiera que el
deseo te guíe; subirás a la cumbre más alta, bajarás a la cueva más
honda... Marcelo;-¡Ay!
La cueva más honda; para bajar allí no es menester tu llave, viejo mío... Arón: -¿Acaso
tú sabes donde está? Marcelo:
-Si; en al sepultura, adonde todos vamos. Unos descienden como tú,
solitarios y austeros; a otros los llevan en los brazos (Toma la copa y lo
invita) Bebe, si quieres que te ayuden... (El viejo rechaza la copa pegándole
con la lima) ¡No! No me la espantes... Bueno (Pone la copa lejos) Tampoco
ellas te quieren, ellas no gustan de tus manos ásperas...Tus uñas
desgarrarían sus velos... Ellas me aman a mí; aman mis bucles
perfumados; (Se los mesa) estrechar en las suyas mis manos suaves,
arrullar en sus senos mi frente coronada de mirto... (Busca algo) ¿No
tiene un espejo? ¡Ah! Tu no guardas nada que sea mentira... ¡aridez! ¡aridez!
¡aridez! ... (Se para y señala todo el cuarto; luego toma una especie de
palangana, la pone en el suelo, le echa agua) Esta palangana y esta agua
son cosas que usa el viejo apara sus maquinaciones, ¿eh? (Y se inclina
cruzados lo brazos a mirarse en ella) ¡Qué bello es Marcelo! (El viejo
se levanta y echa en el agua un líquido que le enturbia; luego vuelve a
sentarse) ¡Ah! ¡Maldito! Lo has muerto... (se inclina y golpea el fondo
de la palangana) Marcelo, hermano mío, imagen mía, mi sombra, a quien
adoro más que a mi propio ser... ¿dónde te has ido, dónde te has
refugiado? (Se levanta y busca su imagen en las rosas, en la botella, etc.
Pero no encuentra) ¡Ah! ¡Todo lo ha descompuesto la ponzoña de tu
ciencia maldita! ¿Para qué traje mi belleza y mis sueños a este lugar
de perdición? No importa; aun estoy yo vivo; yo tengo un corazón y a éste
no lo puedes matar; su raíz está en la vida misma, y las flores que tú
hoy mutilas, resurgen y me brindan de nuevo el néctar de su cálices...
Siente como late mi corazón (Le toma la mano al viejo, la lleva a su
corazón, pero las encuentra tan frías que se asusta). ¡Ah! ¡Tus manos
están heladas! (Las suelta y el viejo las entibia junto a la olla) Es inútil,
tus llamas no calientan (Lo toca por la frente y la cara) ¡Si todo tú
estás helado! Tu corazón es una piedra... ¿para qué te habrán dado un
corazón? (Se queda de pie mirándolo, hasta que se oyen a lo lejos las
campanas de un reloj dando las doce) ¡Las doce! ¡Es la última hora y
aun estás trabajando! Ven. (Le hace señas para la ventana que está
entrecerrada, la abre y se ve el cielo) ¡Ven, no seas pecado! Eros dice
que te arrepientas. ¡Eros, fecunda y natural madre de la armonía! (El
viejo se levanta, toma un pedazo de metal y con un lente mira
sucesivamente el trozo y la estrella). Arón:
-" Mira, mira cuanto más nítido es el mío... Marcelo:
-¡Calla, calla! Escucha como vibra el rumor de las arpas nocturnas. ¡Arróbate
en la bóveda celeste, bajo cuyas gigantescas arcadas resuenan sin cesar
la sublime melodía de los mundos! Oye; ¿no te seduce un misterioso
arcano? ¿Esa voz ultrahumana no te conmueve? Ella nos dice algo a los
dos: algo de ti y de mí... Allí se unificaron los ecos de todos los espíritus;
y hay nostalgias de todas las ausencias; desterrados de todas las patrias;
sonámbulos de todos los ensueños, que ríen, lloran, cantan y suspiran,
en ese ritmo alado donde palpita el corazón del universo... Oye: glosas
interminables, adioses de Julieta... imprecaciones, la impotencia de
Fausto, tu vanidoso hermano... Cadencias inefables, la seducción de
Loreley... Ayes, quejas, sonidos que brotan de las arpas invisibles, en
cuyas fibras confunden sus acentos
la Elegía del dolor y el cántico de la eterna Esperanza... (Marcelo mira
al viejo que sigue trabajando, toma su sombrero y sale, cuidando de que el
viejo no lo vea: luego se escucha fuera la melodía de un violín. El
viejo sin escuchar, se levanta y cierra la ventana, nota que no está
Marcelo). Arón: -
¡Vete, vete! (Agarra los papeles que Marcelo olvidó y trata de leerlos a
la luz) ¡El placer! ¡El amor!... ¿Conozco por ventura el sentido de
estas palabras? (toma el libro que Marcelo agarró antes, después de
estar un rato descifrando. Hace un gesto de pereza; bosteza, deja los
papeles y el libro y se pone a trabajar. Entonces
Marcelo que es el que ha tocado la melodía para ver qué lo conmueve,
empuja por fuera la ventana para ver el efecto, y al ver al viejo con las
piedras hace un gesto de desesperanza y se va. Al rato se escucha la
serenata del principio que se acerca. Entra Marcelo; trae cargada una
muchacha que tiene mucho pelo rubio, al ver al viejo ella no quiere
entrar, pero él la mete adentro). Marcelo:
-Maestro, he encontrado la piedra filosofal. (Al
decir esto el viejo mira y Marcelo se sienta; le quita poco a poco a la
muchacha las horquillas del pelo que se suelta profuso) Mira cuánto
oro... (El viejo parece comprender: es la maldición de las rosas. Se
levanta, hace un gesto y quiere hundir sus manos en la cabellera; pero la
muchacha lo ve; se asusta y grita, escondiéndose en los brazos de
Marcelo, que rechaza al viejo) Vete,
vete, este es mi oro, verdadero oro. ¡Vasto, luminoso y eterno! (El viejo
echa una mirada desolada por el cuarto y cae de codos en la mesa,
sollozando. Al golpe, las rosas caen deshojadas por el suelo. Mientras las
máscaras que componen la serenata de la cual se desprendió Marcelo y que
se han quedado vichando por la ventana, dicen a un tiempo. Una voz:
-Vámonos... Otra voz: -Están locos... (Voces confusas y mientras la tela desciende despacio, la música se aleja entonando el motivo primero). |
obra teatral completa de María
Eugenia Vaz Ferreira
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