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Segmento 
por Martín Vargues

Las últimas siluetas de la noche. El mundo se desdibuja cuando el sol cae y la luna emerge de su hermoso vagón. En mi cuarto los muebles pierden nitidez y sus siluetas desaparecen poco a poco. Tendido en mi cama, mi cuerpo se ahoga en el colchón de poliéster. Miro en derredor y ya nada es lo que era. Apenas si distingo el marco de la ventana que engalana la luna llena, la cual intenta tímidamente llenar de formas y contornos a mi cuarto, aunque no lo logra. Mis ojos se cierran poco a poco y me sumerjo en el mundo interior. Navego por pensamientos confusos y livianos hasta llegar a hace punto que realmente: no sé cual es. Que no sé descrbir. Ese punto en el cual desaparezco. Es un punto delicado y sensible en donde uno deja de ser uno mismo y es: Onírico. Que pueden ser sueños desmemoriados al amanecer o frescos y resonantes al atardecer. Cuando llega ese momento del sueño absoluto, no me doy cuenta. Pero llega. Mis sueños pasean por mi humanidad de manera etérea, dejándome inmóvil y expuesto a toda vicisitud. El cuerpo es más liviano, como si el alma luego de un duro trajinar fuera a dar un paseo junto a la noche profunda. Y en algún momento despertamos, ese es otro momento, y no sé como llega, tampoco sé como ocurre. Es una suerte de segmento en nuestro viaje nocturno. De un punto a otro. 

El sol aparece y de alguna forma, mis ojos lo advierten y se abren. Me despierto ¿Me despierto? Sí, pero… ¿Qué hay a los pies de mi cama? ¿Soy yo? ¿Qué ocurre? No debería estar ahí, debería estar… acá. Pero, también estoy acá ¿Quién sos vos? ¿Eh? Respondé. No responde. Y se fue. Se escondió ¿Dónde estás? Te vi, no te ocultes. Me levanto de mi cama y me busco. Ahí estás ¿Quién sos? Ya sé, sos yo. Pregunta tonta la mía. Digo ¿Qué ocurre? Además… estás raro, como mal dibujado ¿Te puedo tocar? 

Ahí está él. O sea: yo. Un ser igualito a mi, pero mal dibujado. Con algunas zonas más pronunciadas y otras casi invisibles. No responde. Lo quiero tocar. Es un cúmulo de vapor espeso. No entiendo bien lo que está ocurriendo. Esperá. Una voz. Sale como de mi cabeza, creo. Es raro. Me está diciendo algo, pero no entiendo ¿Quién sos? ¿Sos yo? Me habla, pero lo escucho en mi cabeza ¿Cómo ocurre esto?

Lo que pasa Martín, es que te despertaste antes de lo que debías. No llegaste a ese punto en el cual uno se despierta. Te apuraste, no sé. Yo salgo por las noches, cuando vos dormís. Aprovecho y paseo por la ciudad, me llevo una parte de vos. Todo el día ando preso, con tu humanidad, de un lado para el otro. De noche me tomo tiempo para estar tranquilo. Y te despertaste antes, antes de que logre meterme dentro. Me estaba metiendo y… te despertaste. Me asusté, intenté salir y quedé por la mitad. Por eso podés verme. Y por eso puedo verte. 

Bien, creo que algo entendí. Pero, yo me desperté con el sol. No pasó nada raro, llegué a ese punto en el que se confunde el sueño con el despertar y pronto. No hice nada raro, ni me asusté. De hecho me desperté lo más tranquilo, así que no entiendo. Algo raro pasó. Y no tuve la culpa, amigo. 

Bueno, está bien. Fue mi culpa. Lo admito. Te contaré. Justamente a vos no te voy a mentir. El tema es así. Cuando vos te acostás a dormir, cuando llega ese punto en que te dormís, en ese punto me despierto. Me despierto. Me levanto. Miro en tus pensamientos, indago que pasó, como anduvo todo. Paseo por tu cuarto y salgo por ahí. Hace tiempo que vos vivís apurado y nervioso, así que yo me estaba quedando sentadito en el borde de la cama, pensando, contemplando. Y así pasaba las noches. Pero, esta noche, te acostaste bárbaro. Tranquilo llegaste al punto del sueño, y yo desperté insigne. Tus pensamientos fueron serenos y placenteros, recordé esa luna y desperté encumbrado. Entero, precioso. Miré por la ventana y no me aguanté, salí. Era la primera vez en años que salía. Anduve por el parque, por lagos, oficinas, por tu viejo colegio y ahí me quedé contemplando viejos pizarrones. Hasta jugué a la bolita. Y de repente veo salir el sol. Se me había hecho muy tarde. Se me había pasado la hora. Estaba lejos, así que me apuré para llegar antes que despertaras. Corrí, pero no llegué. Te despertaste antes. Me quedé mirándote por la ventana. No sabía que podía pasar. Nunca me había ocurrido algo así. Me animé y entré al cuarto. Me quedé a los pies de la cama y te miré. Al verte, me vi y me dio vergüenza. Vos te despertaste; y me viste. Me asusté. 

Por favor, es terrible lo que me contás ¿Cómo hacemos ahora? Me mira y me pone cara de no tener idea, ese gesto tan mío que pongo cuando no tengo idea. Intenté dormirme y levantarme como 10 veces, pero no logré que volviera a meterse dentro de mi. Pasó todo el día. Lo dejé en casa primero, tenía miedo de sacarlo afuera. Me sentí raro todo el día sin ese pedacito mío. Una sensación con sabor a cierto vacío, a cierta frivolidad. Al caer la noche, me dormí. El sol decidió aparecer y desperté, pero ahí seguía el pobre. Ahí seguía yo, o sea: Él. No sé. No nos unimos. No lo voy a tener encerrado todo el día, asi que decidí llevarlo conmigo a partir de ahora. Desde entonces, camina a mi lado. Charlamos, él ve cosas y me las cuenta. Mira edificios que yo nunca había visto y me deleito como no sabía hacerlo. Descubro virtudes y desdichas en las personas, que antes no lograba percibír. Me está enseñando ese mundo que en las noches para mí permanecía oculto y misterioso, ese segmento de la noche. Algunos me dicen que quien camina a mi lado se llama: Sensibilidad. Yo creo que simplemente es ser, ser humano.

Martín Vargues

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