Uruguay:  Judicialización de la Política y Servidumbre Voluntaria

 Por: Héctor Valle

hectorvalle@adinet.com.uy

En toda acción societaria, el responsable primero es el ciudadano. Luego podremos alegar, ciertamente, qué grado y qué modo de responsabilidad es ésta, pero no nos cabe duda de nuestra corresponsabilidad en los asuntos societarios.

 

Al menos mientras funcione el Estado de Derecho en el ámbito de una democracia republicana y participativa, que tiene en lo electoral una de sus manifestaciones cumbres pero que sin duda alguna no es, ni debe ser, la única acción que nos cabe desenvolver en la arena de lo público a cada uno de nosotros.

 

El tema, por tanto, y según creo entender, está en que nosotros, los ciudadanos, no permitamos que todo vaya a un embudo en donde sólo funcione la democracia electoral, perdiendo esencia y potencia el verdadero sentido de la democracia: la corresponsabilidad de todos los integrantes de una comunidad nacional. 

 

Una definición de “valor”.

 

El recordar a la filósofa judía alemana Hannah Arendt es, sin duda alguna, respirar los mejores aires de la libertad humana, responsable y coparticipativa. Por ello, qué mejor que traer a colación su propia definición de lo que valor es e implica. Dice Hannah, lo siguiente: “El valor es una de las virtudes políticas cardinales. Valor es una palabra grande y no me refiero al que desea la aventura y que con gusto arriesga la vida para poder sentirse vivo de ese modo tan total e intenso que sólo se puede experimentar ante el peligro y la muerte. Antes bien, añade: Se necesita valor incluso para abandonar la seguridad protectora de nuestras cuatro paredes y entrar en el campo público, no por los peligros particulares que puedan estar esperándonos, sino porque hemos llegado a un campo en el que la preocupación por la vida ha perdido su validez. El valor libera a los hombres de su preocupación por la vida y la reemplaza por la de la libertad del mundo.”

 

A su vez, la no asunción del valor, en la conceptualización antes referida, nos acercará, peligrosamente, a una disposición de ánimo tendiente a dejar que los asuntos más críticos y por tanto duros y llenos de sinuosidades, los asuman y determinen otros, muchas veces pocos e incluso algunas veces un solo individuo, llámesele líder, caudillo, dictador o tirano.

 

Es decir, toda vez que asumimos que la suerte de nuestro destino está en las manos de una persona física y a ella, a través de los “interlocutores” le cedemos nuestra cuota parte de poder tornándola, así, poderosa. Porque por su solo peso tal individuo, convengamos racionalmente, no deja de tener y merecer la misma cuota de responsabilidad y de poder que usted o yo y todo otro ciudadano o ciudadana.


Así, al dar un paso en el sentido de la renuncia de nuestra corresponsabilidad primera que es para con nuestra sociedad, ingresamos de lleno en la atmósfera y la letra que define al que delega tal responsabilidad: hablo de la servidumbre voluntaria.

 

 

Una definición de “servidumbre voluntaria”.

 

Ya en tiempos del joven Etienne de La Boétie, allá por el año de 1570, aproximadamente, fue redactado un discurso aun célebre y de innegable actualidad. Me refiero al “Discurso sobre la Servidumbre Voluntaria”, en cuyo marco, el joven La Boétie, amigo de Montaigne, dio rienda suelta a ese valor del que antes diéramos cuenta, anotando y desplegando cómo y a partir de qué momento, siempre personal e interior, comienza a cesar nuestra libertad y a aumentar la potestad de un hombre, un grupo o partido: en la hora en que cedemos nuestra responsabilidad tornándonos, así, siervos de un amo por propia elección, desde la ausencia de nuestro rol protagónico en los asuntos públicos.

 

El ceder en lo público, muchas veces trae consigo el aumentar en lo privado el potencial de lo oscuro que, ante la claudicación de nuestro valor, crece y se proyecta ignominiosamente en el ámbito privado de nuestro hogar, de nuestro espacio de vida no social, desplegando así en la intimidad del hogar la hediondez de un ser que genuflexo hacia fuera y despótico hacia adentro. 

 

Judicialización de la Política

 

Ahora (en un “ahora” que se mide en lustros, lo reitero) se pretende que la Justicia laude por nombre propio o tipo de actividad del ciudadano que ha reclamado en alguna instancia de un proceso que se dirime en tal ámbito.

 

A los fallos de la Justicia, se los sigue y se los juzga a través de los medios de comunicación y en los más diversos foros políticos y sociales, no por vía de una reflexión crítica sino a modo de un argumentación confrontativa, de rechazo para con tal o cual dictamen como así también en defensa, desde la vereda opuesta, de lo que juzgan, antes que un fallo judicial, una posición a favor de su postura política y táctica.

 

Se va perdiendo, crecientemente, el respeto y la real dimensión y conciencia de lo que el debido proceso es y conlleva: justicia. Una Justicia, según la Constitución, las leyes y la normativa vigente en el país. 

 

Ante un nuevo embate de lo oscuro, la opción sigue siendo el pensar crítico.

 

De todo esto, presentado aquí de manera muy resumida y que, desde ya, asumo debe dársele un tratamiento más profundo y a la vez abarcador, en extensión y en proyección, atisbo a ver tres frentes donde se dirimen y seguirán dirimiendo en el ámbito de lo humano, desde nuestra perspectiva situacional, de vida.

 

Son estos los frentes que tanto desde la historia mensurable en tiempos sociales como de la historia del presente, o coyuntural, van dando cuentas de acciones que se desarrollan en el lugar pero que también, y por imperio de esta globalización y la propia relación, política y comercial entre los Estados, tienen sus derivaciones y efectos en un tercer frente: el externo a la nación, sea éste frente regional como asimismo, internacional.

 

Presentemos, pues, tales frentes y luego, en sucesivas reflexiones, iremos abordando los matices y puntualizaciones que tanto lo conceptual y primero, como sus derivados en frentes y proyecciones diversas, irán pautando el avance o la queda del espíritu de la libertad responsable entre nosotros y para con los otros. 

 

I - Frente local e histórico

 

¿Por qué este gobierno presenta avances significativos en algunos frentes de lo social y, llamativamente, ninguno en lo económico y estructural en cuanto a un real derrame de poder y beneficios desde la clase dominante al resto de la sociedad? Porque el pacto tácito, no escrito, es siempre, desde larguísima data y por vías de las estructuras máximas del poder temporal, no innovar en materia de composición de la distribución de la riqueza nacional.


En otras palabras, no molestar a la clase dominante, asociándose, por la vía de los hechos, al Status Quo imperante y “hacer que se hace”, pero en las capas subsiguientes sin que, a la postre, haya ni movimientos redistributivos estructurales  ni tampoco cambios sustantivos, derivados de aquellos.

 

La posibilidad teórica de implementar los primeros, en la generación de una economía productiva, permitiría, qué duda cabe, el pasar de lo duro a lo participativo dando espacio, aliento y herramientas a las familias y agrupamientos sociales más diversos para que las micro y pequeñas empresas tengan mayor incidencia en la generación de producción, primordialmente en productos con creciente valor agregado, así como también el fomentar una presencia más activa y dinámica del cooperativismo que ha cumplido, como cumple, histórica y localmente un lugar privilegiado en el quehacer de una vida digna entre hombres y mujeres de trabajo, en la base misma de nuestra sociedad.

 

En su lugar, la determinación primera tanto de éste Gobierno como de los anteriores, pero ya exacerbada en éste, ha sido el optar por un Estado Recaudador antes que por un Estado Productivo, propiciador de la producción nacional más diversa e inteligente, desde la consideración social, crítica y abierta, de la primacía de otorgar cauce a las potencialidades de las capas sociales históricamente sumergidas y apartadas de todo ámbito decisorio. Esas capas siempre relegadas en beneficio de la angurria de la clase dominante y sus procónsules: los conversos interlocutores públicos.

 

En esto último no ha habido cambios sustantivos ni lo habrá, al menos en el horizonte inmediato, hasta tanto no acceda al poder una real fuerza que busque redistribuir con justicia social, no desde la base para con la base en sus distintos estratos, sino de los estamentos duros de la clase dominante para con el resto de las capas sociales, en democracia y con la legalidad que un Estado de Derecho tiene y merece, naturalmente.

 

Vale el reiterar que, en este Gobierno se han visto, en otras áreas no directamente vinculadas a la Economía, aunque ciertamente en el área del Trabajo, importantes y cualitativos avances, pero en lo duro, en la esencia del poder permanente, ese que está en manos del estamento criollo o clase dominante, nada ha sucedido y, convengamos, buenos han sido y siguen siendo, incluso en algunos sectores mucho más que antes, los dividendos percibidos y los espacios mantenidos. 

 

II - Frente local en la actual coyuntura que, en sí misma, viene, desde su manifestación pública, epidérmica, no así estructural, desde el año 1989 con el plebiscito propiciado por los jubilados.

 

Pero vayamos al “hoy” del año 2008, corolario de muchos “hoy” de renuncias:

 

Debiera sorprendernos y alertarnos cuando escuchamos cantar loas porque el 80 por ciento de los asalariados ni siquiera se arriman, por su sola cuenta, a la canasta familiar básica (ni hablemos de la canasta básica gerencial, y menos ofendamos el sentido común pensando en la canasta básica del ejecutivo).

 

Peor aun: tampoco se arriman al mínimo imponible del impuesto conocido por IRPF.

 

Algo perverso campea en una sociedad que así procede. Estadios éstos (canasta básica familiar; canasta básica gerencial y canasta básica del ejecutivo) en las que no sólo no se debe pensar –pues sería “insolidario” o “de nabos” el hacerlo- sino que tampoco debemos osar en acceder -¡qué atrevimiento y qué vileza!-, en beneficios sociales y en metálico, a “niveles superiores”.

 

O sea, pensar, osar pensar en tener una parte de la grandísima porción de torta que come histórica y despreocupadamente en el Uruguay, la clase dominante.

 

Somos así, nos guste o no, sus siervos voluntarios. 

 

III - Frente externo, manifestado en la política externa del Uruguay, donde se advierte una creciente servidumbre voluntaria al dogma neoliberal, ya aumentada notoriamente en el gobierno del doctor Jorge B. Ibáñez pero que con el actual no ha dejado de crecer.

 

En este marco, se inscriben políticas activas que sólo buscan, en lo medular, aumentar la relación bilateral con los E.U.A., sin que a la fecha se hayan dignado manifestar, negro sobre blanco, a qué sectores y en que medidas, porcentajes y tiempos, esto beneficiará, cuándo, cómo y por qué.

 

Mientras recorren las vías que conducen al centro de la mayor crisis del capitalismo de los últimos decenios, se desatiende, y a la vez se habla en contra, de una mayor y mejor integración en la región que, digámoslo específicamente, hace a no permitirnos negociar, bilateral y trilateralmente, acuerdos posibles, mensurables en áreas, productos y tiempos, con la Argentina y con el Brasil, los dos motores indisimulables e históricos de la región.

 

A fin de cuentas, siempre debemos tener presentes, incluso y desde nuestras propias y personales circunstancias de vida, que no debemos engañarnos al querer hacer y en realidad volver a ser lo mismo de siempre, aquella obra célebre, escrita por el italiano Giuseppe Tomasi di Lampedusa, “El Gatopardo”.

 

Los modos del “gatopardismo” tanto en nuestra vida propia y personal, como en la colectiva, son los modos de rehuir el valor para hacer aquellas cosas que, si las realizamos, por ejemplo la justicia social, por ejemplo una real, permanente y creciente mejora en la redistribución de la riqueza, dentro del Derecho y en la atmósfera y la letra de una democracia republicana y participativa, llevará a estados mejores en dignidad y calidad humana para todos nuestros conciudadanos. Los actuales y los que vendrán.

 

Rehuir las trampas de hacer para no hacer, críticamente, será una manera transformadora y positiva de ir hacia un viraje que, digámoslo en alta voz, nuestra nación no sólo se merece sino que lo necesita imperiosamente si de subsistir como tal se trata y todos así lo entendemos.

 

Debemos, entonces, a mi modesto entender, velar siempre porque los que nos sucedan reciban un mundo mejor, en dignidad y en potencialidad de vida inteligente y responsable que el que nos legaron nuestros mayores y el que hoy, en esta hora y en la siguiente, usted y yo, junto con el otro, tenemos la responsabilidad de reformar.

 

Pues reformar es -como nos enseñara José Enrique Rodó- vivir.

 

Reformarse es vivir.

 

Y no fue nunca, al menos él nunca lo entendió así, una mera frase, una mera expresión de deseo sino el anhelo primero y superior de un referente social, tanto para el Uruguay, como para nuestra América, la América del Sur. Y hacia ese referente, hacia ese espejo ético, entiendo debemos mirar. Y actuar, responsablemente.

Héctor Valle

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