|
Juana de ibarbourou, mujer, poetisa y mito |
|
Nos proponemos en este artículo rendir homenaje a una auténtica gloria literaria del mundo hispano-hablante, evocando, sucesivamente, a Juana Fernández Morales, a Juana de Ibarbourou y a Juana de América, es decir, a una mujer, una poetisa y a un mito.
La mujer.
Juana Fernández Morales nace en la ciudad de Melo, capital del Dpto. de Cerro Largo, Uruguay, un día del año 1895, de padre gallego y de madre criolla. Y antes de avanzar en el enfoque biográfico nos parece oportuno hacer algunas puntualizaciones. En primer lugar se nos ocurre destacar la importancia de haber nacido en una ciudad del interior, a fines del siglo XIX. Suponemos que el clima debería ser propicio para el ensueño de aquella apacible ciudad provinciana de calles silenciosas, de casas recoletas con patios emparrados y plazas perfumadas por naranjos. Y para completar cuadro en sugestiones, en una de aquellas casas, envuelto en un sueño de lanzas e ideales, vivía un hombre legendario que habría de ser su padrino de bautismo: Aparicio Saravia.
Otro de los aspectos a considerar es el precoz contacto de aquella niña con el mundo lírico, a través de la sensibilidad poética de su padre. Sabemos por boca de Juana que don Vicente Fernández solía solazarse con el recitado de los poetas románticos españoles: y cuando la poetisa ingresa en la Academia Nacional de Letras, el año 1947, en un párrafo de su hermoso discurso, recuerda el episodio de esta manera: "Entre las brumas del pasado, como dos figuras casi ajenas a mí, veo a aquella niña imaginativa y silenciosa que fui en mi infancia, a la muchacha sensible, apasionada de la adolescencia, y veo que ambas ya tenían el fervor del verso”.
“Era español mi padre, y bajo el rico dosel del emparrado solía recitar enfáticamente los cantos de Espronceda y las dulces quejas de su nemorosa Rosalía de Castro”.
“¡Nunca conocí fiesta mayor!”
Y la última constancia que queremos dejar establecida, y esto también lo sabemos por sus propias manifestaciones, es que la infancia de la futura poetisa fue una infancia feliz. Ese resplandor dorado iluminaría su camino a lo largo de toda su vida y tendría incidencia decisiva en su obra literaria.
El recuerdo de su infancia será motivo de recreación gozosa o causa de evocación nostálgica, de acuerdo a las distintas etapas de su tránsito. Será motivo de exultante reacción o causa de indecible melancolía, pero será siempre el élan vital que la impulsará a la creación artística con una fuerza emocional perdurable.
Dirá en el prólogo de "Chico Carlo”: “Yo sé que fui tierna, feliz, amada, buena, que todo lo que narro en este libro es verdad y que la vida era como el paraíso de los elegidos de Dios. ¡Y todo me parece un sueño!”. Sabemos que fue alumna en un colegio religioso y luego en la escuda del Estado que hoy lleva su nombre.
A los veintitrés años, ya casada con el mayor Lucas Ibarbourou y madre de un varón, que en definitiva sería su único vástago, se radica en Montevideo, donde empieza a colaborar en los periódicos con el seudónimo de “Jeanette D´Ibar”.
Vive en una modesta casa de la calle Asilo y allí, mientras escribe algunos de los mejores poemas de su primer libro. “Las lenguas de diamante”, confecciona para paliar la estrechez económica del hogar, primorosas flores artificiales, seguramente réplicas dolorosas de aquellas otras, vivas y perfumadas, que había dejado para siempre en su bendito huerto regado por el Tacuarí.
En 1942 muere su esposo, el entonces capitán Ibarbourou. Y no queremos insistir con más datos porque la auténtica biografía, la que nos revele, por encima de fechas y circunstancias, !a verdadera dimensión y calidad humanas del personaje, habrá de surgir con el desarrollo de los últimos capítulos que nos hemos propuesto abordar: La poetisa y el mito. Vayamos al primero.
La poetisa.
Estudiar la poesía de Juana de Ibarbourou implica abocarnos a un largo periplo por el mundo alucinante de la auténtica creación artística. Su consagración como poetisa se produce con la aparición de su primer libro publicado en 1919 en Buenos Aires con el título, como ya dijimos, de “Las lenguas de diamante". Se edita con un prólogo del distinguido escritor argentino D. Manuel Gálvez, quien, entre otros conceptos dirá lo siguiente: “Este libro tan sano, tan juvenil, tan moderno y a la vez tan de todos los tiempos, está realizado con verdadero arte”. Y termina señalando la aparición de “Las lenguas de diamante’ como “un verdadero acontecimiento en la literatura americana”.
Otra condecoración le llega al libro desde Europa. Es un juicio nada menos que de D. Miguel de Unamuno, quien, entre otras apreciaciones, le dirá a la autora: “Me ha sorprendido gratísimamente la castísima desnudez espiritual de las poesías de Ud., tan frescas y tan ardorosas a la vez’’.
Estos, pues, son los primeros pilares del basamento crítico en el que habrá de apoyarse una carrera literaria de extenso y brillante recorrido. Pero para poder calibrar y valorar el profundo sentido de revolución estética que representa la poesía de Juana en el panorama de las letras americanas, no podemos soslayar una referencia a su inmediato antecedente histórico: el modernismo literario.
Sabemos que, mientras el ideal apolíneo en poesía, persigue el culto de la forma en detrimento de lo sustancial-anímico, el ideal dionisiaco ve en el verso, fundamentalmente, un vehículo adecuado para trasmitir sensaciones y sentimientos. Y sabemos, también, que la poesía modernista se inscribe, decididamente, en el ámbito de lo apolíneo. Es tal la riqueza de la forma, es tal el culto por la palabra, es tal la lujuria de la metáfora, que lo vlvencial aparece diluido casi eclipsado, por el material áureo y las piedras preciosas que utiliza el orfebre.
Se ocultaban las últimas luces del modernismo. ¿Y qué significó en ese momento su poesía? Frente al lujo de la forma, la sencillez de expresión. Frente a un paisaje aristocrático de tapiz antiguo, animado por faunos v por ninfas, un paisaje real, hermosamente natural, recorrido triunfalmente por un aire perfumado de cedrón y menta. Frente a la tiranía de la rima implacable, la libertad soberana del verso. Frente a una literatura sobreactuada y de segunda mano, una literatura diáfana y directa, no inspirada en otras literaturas, sino en una realidad delirantemente captada del natural. Por eso dirá Juana en su poema ‘‘Raíz salvaje”:
Me ha quedado clavada en los ojos La visión de ese carro de trigo, Que cruzó rechinante y pesado, Sembrando de espigas el recto camino. ¡No pretendas, ahora, que ría! ¡Tú no sabes en qué hondos recuerdos Estoy abstraída! Desde el fondo del alma me sube Un sabor de pitanza a los labios. Tiene aún mi epidermis morena No sé que fragancias de trigo emparvado. ¡Ay, quisiera llevarte conmino A dormir una noche en el campo Y en tus brazos pasar hasta el día Bajo el techo alocado de un árbol! Soy la misma muchacha salvaje Que hace años trajiste a tu lado.
Y a través de estos versos podemos deducir y tipificar otra característica dé la poesía de sus primeros libros: el erotismo.
Y al hablar de erotismo surge de inmediato la vinculación de Juana con una antecesora ilustre dentro de la poesía femenina de América. Nos referimos a su compatriota Delmira Agustini, muerta trágicamente, pocos años antes, en 1914. Pero si bien la temática entre ambas creadoras es semejante, ¡qué diferente es el tono!
Delmira espasión incontrolada. Juana es ternura acariciante.
Dirá Zum Felde, con su característico graficismo, que si Delmira nos enfrenta como una leona, Juana impone su presencia con la gracia de una gacela. Se nos ocurre de interés, como elemento corroborante, el comparar las diferencias anotadas, a través del paralelismo de una breve cita, aunque sea fragmentaria.
En un rapto de exaltación amorosa, dice Delmira:
De las espumas armoniosas surja, vivo, supremo, misterioso, eterno, el amante ideal, el esculpido en prodigios de almas y de cuerpos. Debe ser vivo a fuerza de soñado, que sangre y alma se me va en los sueños!... Las culebras azules de sus venas se nutren de milagro en mi cerebro...
Sintiendo el mismo impulso afrodisíaco, dirá Juana:
Tómame ahora (que aún es temprano y que llevo dalias nuevas en la mano; tómame ahora que aún es sombría esta taciturna cabellera mía: ahora que tengo la carne olorosa y los ojos limpios y la piel de rosa; ahora que calza mi planta ligera la sandalia viva de la primavera...
En síntesis, nosotros diríamos que, mientras Delmira canta al amor con notas wagnerianas, Juana compone una grácil y suave melodía con algo de Mozart y con mucho de Chopin.
Este primer libro de Juana tendrá una continuación sin sobresaltos, manteniéndose la misma temática y el mismo tono, en el segundo poemario titulado “Raíz salvaje’’ y publicado en 1922. Quizás en este último libro haya una presencia más notoria del sentimiento de la naturaleza que se conjuga con el sentimiento amoroso en una alianza muy personal.
Entre ambos títulos aparece “El cántaro fresco”, conjunto de poemas en prosa signados por la ternura y la gracia.
Pero en 1930 publica Juana un nuevo libro, "La rosa de los vientos’’, y aquí se produce, por primera vez en su estilo poético, un cambio profundo.
Se trata de un libro menos espontáneo, de imágenes esenciales y gran ajuste verbal. Valioso estéticamente, pero menos vital y comunicativo.
Dirá al respecto Lauxar con su infalible ojo clínico: “Es otra su belleza y otro su carácter, la poesía anterior es toda naturaleza y alma. Esta es más espíritu.”
Luego de la aparición de “La rosa de los vientos”, en el mundo poético de Juana, por lo menos en su relación con el público, se produce un interregno de veinte años. Hasta que en 1950 publica “Perdida” y se inicia con ese título para la autora, una década de intensa producción poética.
En 1953 aparece “Azor”, en 1956 “Oro y tormenta”, en 1988 “Elegía”, que obtiene el Premio “Alcover” de la Ciudad de Palma de Mallorca, y en 1967 “La pasajera’’, que será su último libro de poesía, aunque no su última obra, ya que en 1971 da a la imprenta “Juan Soldado”, prosas con un contenido temático y un tono que representan la continuación de “Chico Carlo”, aquel emotivo testimonio, deliciosamente nostálgico, de su infancia feliz.
Esta última etapa poética que se inaugura en 1950 con “Perdida” se caracteriza por un declinar melancólico, de expresión velada y tonos marcadamente grises.
Para ambientarnos en este crepúsculo creativo, internémonos por uno de los tantos caminos dolorosos de “Perdida”; por ejemplo, el poema titulado ‘‘Ahora”:
Yo son mis ojos grandes cementerios En los que el alma yergue su escultura. Vagos jacintos tiñen las pupilas Que hora tras hora ven abrirse tumbas.
Se alza la alondra para el canto y lleva La cruz ceñida a las abiertas alas; Surge el jazmín y en su blancura lúcida Está el marfil de estirpe funeraria.
¡Cómo era antes rico nacimiento El día en tierra gris y aire celeste!
¡Cómo vivía yo cada minuto Y me moría jubilosamente. Para tornar a renacer tan clara Como los puros musgos de las fuentes!
Ahora asisto con inmóvil párpado Al continuado juego de la muerte.
Como puede observarse hay todavía en su poesía elementos naturales: jacintos, alondras, jazmines, musgos de las fuentes... Pero se trata de una naturaleza claudicante que ha perdido su ímpetu vital. Las plantas y las flores ya no perfuman y tienen la tristeza de un herbario de museo.
Los pájaros ya no cantan ni vuelan y resurgen asordinados con el hieratismo desolado de la taxidermia.
Y poniéndole fin al plan trazado, entremos en el último capítulo.
El mito.
El mito es el halo luminoso que corona la cabeza de un ser singular. Es el clima mágico que lo rodea, lo exalta y lo idealiza. Podría decirse que el mito es el paisaje lunar de una biografía, es decir, lo misterioso y lo bello de la vida.
Digamos, por fin, que el mito es un sugestivo tapiz tejido simultáneamente por Clío y por Erato, es decir, por la Historia y la Poesía, combinando los hilos acerados de la realidad, con los refulgentes hilos dorados de la leyenda. El mito en general, y sobre todo en el caso concreto de Juana, aparece elaborado con diversos y variados ingredientes.
Por otra parte, varias circunstancias en la vida de nuestra poetisa contribuyen a consolidarlo.
Ya desde sus primeros días de vida, su destino aparece ligado al de una figura legendaria: su padrino de bautismo, como ya dijimos, es nada menos que Aparicio Saravia.
Al mismo tiempo pensamos como algo absolutamente natural, que una mujer joven y hermosa, que aparece en forma fulminante como una eximia poetisa en el mundo literario de América, que recibe la opinión consagratoria de los más altos valores intelectuales del continente, como Santos Chocano v Alfonso Reyes, por ejemplo, ingrese, sin mayores dificultades, en el ámbito alucinante del mito.
Otro factor determinante del fenómeno es el prestigio derivado de los honores recibidos. Pocos artistas en la historia de nuestro país, han sido honrados con más condecoraciones y títulos que Juana. Sería larga y fatigosa la lista, por lo que nos vamos a referir a los más importantes.
En 1951 es declarada “Huésped de honor permanente de la ciudad de México’’: en 1953 es designada “Mujer de las Américas” y viaja a EE. UU.; en 1954 recibe el homenaje de UNESCO, a través de los representantes de los setenta y dos países concurrentes a la VII Asamblea General realizada en el Palacio Legislativo de Montevideo; en 1959 recibe el primer Gran Premio Nacional de Literatura del Uruguay. Y alterando el orden cronológico, hemos dejado para el final la consagración apoteótica del 10 de agosto de 1929 cuando, en acto solemne realizado en el Palacio Legislativo, presidido por D. Juan Zorrilla de San Martín y con la presencia ilustre de D. Alfonso Reyes, en aquel momento el “magister” indiscutido de la crítica americana, recibe, en medio del fervor público, el título de “Juana de América”.
Es evidente que todo este reconocimiento admirativo contribuye, indudablemente, a consolidar el mito. Y dejamos para el final los factores que consideramos más decisivos y más valiosos desde el punto de visto humano. Yra no están referidos a honores oficiales, con toda la deshumanización de lo fríamente protocolar, ni se trata, tampoco, del homenaje de refinadas minorías intelectuales.
Nos referimos a la repercusión y aceptación populares de los frutos espirituales de un gran ingenio.
Cuando el pueblo recita, por ejemplo, los versos de un poeta, ignorando a veces quién es el autor de los misinos, está otorgando, sin saberlo, la máxima condecoración, el espaldarazo definitivo, para que un artista, como ser humano y como creador, ingrese en el Olimpo mítico de las perdurables consagraciones.
Y por último, queremos referimos a una etapa dolorosa en la vida de Juana de Ibarbourou: la de su enclaustramiento, que puso una nota de misterio en los últimos años de su vida.
Muchas teorías se han elaborado al respecto, algunas novelescas, otras más verosímiles. Pero es un tema en el que no queremos profundizar.
Por otra parte tenemos, al respecto, nuestra personal teoría. Pensamos que la decisión la tomó la propia Juana una noche dramática, interminable, en la que rompió todos los espejos.
El gran tema de toda su obra literaria, el que surge y resurge con presencia fantasmal, el ‘‘leit motiv" persistente y obsesivo de muchos, de sus mejores poemas, había sido el de la fugacidad de la juventud.
Aquella sospecha premonitoria de sus veinte años esplendorosos (“Oh, amante, ¿no ves / Que la enredadera crecerá ciprés?”) al cabo de su tránsito terreno, se transformaba en realidad angustiosamente desolada. Y en un gesto de suprema elegancia, en un postrer homenaje a la Belleza, le escamoteó al mundo el espectáculo doloroso de su ruina.
Pero lo que olvidó Juana aquella noche inhumana de aquelarre, quizá al conjuro de una auténtica humildad, es que su rostro ajado por la vida, había recibido ya el toque milagroso de juventud eterna, que la Gloria impone a sus elegidos. |
por
Juan Carlos Urta Melian
Montevideo, octubre de 1979.
Publicado, originalmente, en: Foro literario revista de literatura y lenguaje Año III VOL. III - Nº 6 Segundo Semestre de 1979
Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación
Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)
Ver, además:
Juana de Ibarbourou en Letras Uruguay
Juan Carlos Urta Melian en Letras Uruguay
Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce
Email: echinope@gmail.com
Twitter: https://twitter.com/echinope
facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce
instagram: https://www.instagram.com/cechinope/
Linkedin: https://www.linkedin.com/in/carlos-echinope-arce-1a628a35/
Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay
|
Ir a índice de crónica |
![]() |
Ir a índice de Juan Carlos Urta Melian |
Ir a página inicio |
![]() |
Ir a índice de autores |
![]() |