Regreso |
Hoy volvimos, mis hermanas y yo, por primera vez desde la muerte de la abuela, a visitar la vieja casa donde nacimos. El patio ya no tiene la enramada de jazmines, el aljibe fue cegado por una gruesa tapa de hierro y no quedan ni rastros de los naranjos y ciruelos de la quinta. Entramos a la casa y allí, a pesar del paso del tiempo, todo se mantenía como antes. Cada una de nosotras se fue a una habitación distinta; yo casi sin darme cuenta me dirigí hacia el cuarto de la abuela. El olor a encierro era insoportable; abrí la ventana que da hacia el río; la luz y el aire de la mañana se metieron en todos los rincones. Miré la cama antigua, el sillón, los retratos, y despacio, muy despacio, me acerqué a la alta cómoda con tapa de mármol verde; allí estaba el espejo de marco ovalado frente al cual cada noche la abuela cepillaba mi pelo... Pasé la mano por la superficie cubierta de polvo y oí el ruido inconfundible de sus pasos que se acercaban. -¿Qué estás haciendo? - me preguntó. - Hacía tanto tiempo que no venías. -Tenía ganas de verte - le contesté. - Temía regresar y no encontrarte. Estoy tan cansada y ya nadie me cuenta historias ni me regalan flores en febrero. -Pobrecita... Hubieras vuelto antes. - dijo, pero no había reproche en su voz, la abuela nunca me hizo reproches. Tomó el cepillo que estaba sobre la cómoda y comenzó a peinarme suavemente... Yo cerré los ojos. -Sabés que ahí parada frente al espejo estás igualita a la abuela - dijo de pronto una de mis hermanas desde la puerta. -¿De dónde trajiste esos claveles? No los había visto - dijo la otra. Yo no contesté, apreté el ramo contra mi pecho y antes de salir del cuarto vi que mi imagen en el espejo estaba sonriendo. |
La Gilandria
Olga Traba
Ir a índice de narrativa |
Ir a índice de Traba, O. |
Ir a página inicio |
Ir a mapa del sitio |