La Gilandria |
Cuando el abuelo se puso enfermo yo debía ir cada noche a su cuarto para leerle una historia. - Hasta que me devuelvas las que te conté de niño. -me decía. Al cabo de un tiempo no quedaba en la casa un solo libro que no hubiera leído, pero el abuelo no creía saldada la deuda. Acudí a los libros de mi vieja profesora de literatura, recorrí todas las bibliotecas del pueblo y sus alrededores, pero el abuelo seguía creyendo que sólo había pagado los intereses de mi cuenta. Una noche, llovía copiosamente; como no había podido salir en todo el día, no tenía nada nuevo que leerle. De todos modos debía subir a su cuarto, así que tomé de la biblioteca el primer libro que encontré. Antes de entrar le di una ojeada y vi que era un estudio sobre las aves, lleno de fotos e ilustraciones. Me senté como de costumbre en el sillón, junto a la lampara, y empecé: "Había una vez en un antiguo pueblo un joven que cantaba con hermosa voz a todo lo que lo rodeaba. Inspiraban su canto el perfume de una flor, el sonido del agua de un arroyo, la salida del sol... Cantaba de la misma forma a los ojos de una niña que había visto al pasar, al vuelo de los pájaros. El Rey, enterado de la facilidad con que componía sus canciones, le ordenó presentarse al palacio y cantar en su honor. El joven acudió. Nunca había cantada por orden de nadie. Cantaba porque sí, a las cosas que le gustaban, que lo dejaban triste o que lo hacían feliz. Miró al Rey, le sonrió y empezó a tararear, trató de decir algo pero no pudo. Ninguna palabra salía de su boca. El Rey esperó algún tiempo. Luego, ofendido, dijo al joven: - Te has atrevido a insultarme. Todos en mi pueblo saben que eres capaz de cantarle a cualquier cosa y te niegas a decir unos versos en mi honor. El joven no atinó a contestar. Bajó la mirada al suelo y viendo una hormiga que caminaba con su carga, empezó a entonar suavemente un poema al trabajo del animalito. Aquello enfureció totalmente al monarca, que ordenó a la hechicera de la corte: - Prepárale una pócima que lo convierta en pájaro. Un pájaro que cante siempre pero que no pueda ser visto por nadie. Ése será su castigo por desairarme. La hechicera, apenada por el joven, cumplió el mandato de su soberano, pero logró darle un canto capaz de conmover los corazones, de apaciguar los ánimos más exaltados, de alegrar los espíritus más tristes. Según la creencia popular, cuando uno de estos pájaros llamados gilandria, canta cerca del lugar donde está naciendo una criatura, la misma nace condenada a la poesía. No importa su sexo, su color, o su origen, tarde o temprano ese niño será poeta. Hasta el día de hoy nadie ha logrado ver una sola gilandria. Nadie conoce sus costumbres, ni sus nidos, nadie ha contemplado su vuelo. Su canto ha sido escuchado en los más diversos lugares del mundo y todos, absolutamente todos, los que la han escuchado afirman que les cambió el rumbo de sus vidas. Describen el canto como lo más hermoso que se haya oído. Cuentan que al oírlo han sentido una necesidad imperiosa de querer a sus semejantes, de arreglar el mundo, de perdonar a quienes les hicieron daño. Luego de oír ese canto se han sentido como niños, limpios, sin penas ni culpas..." Cuando levanté los ojos hacia mi abuelo vi que tenía las mejillas bañadas en lágrimas. - Gracias. - me dijo- Ya no me debes nada, puedes irte. Antes de que cerrara la puerta me preguntó: -¿Sabías que la gilandria cantó el día que naciste? |
La Gilandria
Olga Traba
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