Prólogo a "Estudios históricos", de Lorenzo Barbagelata Eustaquio Tomé |
Más de cuatrocientas cifras nos separan,
en la matrícula de abogados uruguayos del Dr. Lorenzo
Barbagelata con
quien cultivamos cordial amistad, y nunca nos encontramos frente a
frente en las espinosas luchas del foro. Quizás esta circunstancia, y la
feliz coincidencia de ideales comunes, contribuyeron
poderosamente a
configurar el alto concepto que del
ilustrado colega tuvimos, desde el día
de nuestro feliz conocimiento personal, hasta la dolorosa fecha de su
fallecimiento. Lo sabíamos
nacido en Montevideo el 11 de julio de 1865 y que tras una excelente
actuación en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, se graduó
como abogado en 1888, consagrándose de inmediato al
ejercicio
profesional que no abandonaría nunca, ni
siquiera cuando actividades de
otro orden requirieron su intervención.
De su paso por los Juzgados y Tribunales
quedan valiosas constancias en los ya vetustos archivos y de sus numerosos
triunfos forenses cabe recordar, por haberse consignado en folleto, la
expresión de agravios y las resoluciones dictadas sobre dos interesantes
extremos relacionados con la aplicación o no del art. 17, inc. 17
de la Constitución de 1830 y Art. 18 de la ley fundamental vigente, antes
de la reforma de 1934. La
resonancia del litigio hizo que se ocupara de los fallos un editorial de El
Plata, dirigido por el Dr. Juan Andrés Ramírez y, con los sucesos
que han perturbado el ambiente económico y bancario de nuestra época las
referidas piezas jurídicas han cobrado nueva actualidad.[1] Paralelamente
con el ejercicio de la profesión de abogado, el Dr. Barbagelata
consagraba parte de sus horas al periodismo y, en El Siglo, insertó
un interesante reprospecto político y financiero, bajo el título de Revista
General del año 1888, algunas de cuyas conclusiones no compartimos,
aunque reconocemos su innegable seriedad y la ausencia total de la
improvisación tan común en esta clase de escritos. El estudio
del vasto programa de Literatura que el Dr. Samuel Blixen redactó en el año
1892, requería un conocimiento histórico-crítico, entre otras
numerosísimas
figuras de las bellas letras universales, de los grandes poetas italianos
Vicente Monti y Alejandro Manzoni, ambos sintéticamente bien
considerados, en el Estudio compendiado de la Literatura
Contemporánea,
fruto de la elegante y hábil pluma del ilustrado Catedrático. Mas no a todos conformaban esos bien
expuestos
conocimientos y reclamaban una discreta
ampliación de sus enseñanzas.
En la Revista Estudiantil, legítima
precursora de la Evolución que más adelante mencionaremos,
aparecieron, sin firma, dos excelentes estudios sobre los
nombrados
ingenios italianos, pero enseguida se supo quién era el autor de los
mismos y nadie los utilizó después sin establecer su origen. Estos dos
trabajos esperan incorporarse a la legión de "páginas
olvidadas" que, a través de los años, de los muchos años,
reaparecen como demostración de los valores del pasado y solaz y
aprovechamiento del presente y del futuro.
Fue desde las columnas del renombrado
diario La Opinión Pública y en el mes de setiembre de 1905, que
el Dr. Lorenzo Barbagelata se incorporó a la reducida falange de los
historiadores nacionales con su trabajo Guayabos. Tres eran
los valiosos elementos con los cuales, el novel historiador concurría al
estudio, y a la consideración de los grandes hechos de nuestro pasado.
Su práctica de avezado periodista, su versación jurídica de abogado
militante y el prestigio de su definida y firme personalidad literaria. Y
a tan apreciables cualidades se sumaban sus naturales condiciones de
investigador perseverante y serio.
El Dr. Zorrilla de San Martín ha contemplado último extremo, cuando en su no muy suave polémica con el Dr. Eduardo Acevedo sobre el aprovechamiento del libro de este jurista en la primera versión de La Epopeya de Artigas, escribió en la prensa diaria: "tampoco he "tijereteado" en el Alegato Histórico el Plan de Operaciones de Mariano Moreno, eso lo "tijeretié", junto con Barbagelata, con quien estudié largamente en el libro publicado por el Ateneo de Buenos Aires como hubiera podido hacerlo en la Revista de Literatura, Historia y Ciencia de Zeballos que lo publicó hace años".[2] La aparición
del estudio sobre la batalla de Guayabos, sus antecedentes y sus
ineludibles consecuencias tuvo lugar en un momento, en verdad crucial, de
nuestra vida política. Apenas un año había transcurrido desde la
firma de la paz que puso término a la terrible y postrera de nuestras
guerras civiles, y estaba próxima la fecha de la repatriación de los
restos mortales de Juan Carlos Gómez, el paladín del anexionismo
reconstructor
de una pretendida unidad piálense. Analizar en
esos momentos y, en forma exhaustiva, la famosa campana que, con el correr
de los años, impondría la segregación definitiva de la Banda
Oriental
del conglomerado de las Provincias Unidas del Sud ya consolidada la
nacionalidad por la extinción del caudillaje revolucionario, constituía
algo más que la fijación de un capítulo de los Anales de la Patria,
decretaba, en bellas páginas, la inmutabilidad de una de las más puras
tradiciones nacionales. No en vano se leen en ella las aladas palabras:
"allí se venció al único pueblo que tenía algún derecho sobre
nuestro suelo como provincia del antiguo virreynato del Río de la
Plata". De ahí que
encontremos justo, aunque violatorio de los derechos del autor, la supresión
que hizo la revista Rivera, al reproducir el estudio, del párrafo
final, que, con alto espíritu de piedad y tolerancia, dice "que
nuestros adversarios de 1815, años después, nos
rindieron el inmenso
desagravio de Ituzaingó". La ayuda
ultrafluvial a la gesta iniciada el 19 de abril de 1825, no fue como con
verdadero acierto lo expresa el Dr. Luis A. de Herrera "a la Banda
Oriental sino a la provincia incorporada, ya argentina. Jamás se nos
quiso emancipados. No otra filosofía brota de los sucesos".[3]
La gloria de Ituzaingó es, por otra parte, más de los orientales que de
los argentinos (Lavalleja, Oribe, Garzón)[4] pues, ellos entraron al
combate
y en el lucharon "sin anteojos de larga vista". El propio
José de San Martín, en su carta dirigida al Gral. Tomás Guido,[5]
le niega a Ituzaingó el carácter de batalla decisiva y la crónica auténtica
de los sucesos recuerda que la ausencia de las huestes riograndenses de Bentos Manuel
pesó en el resultado final del encuentro entre republicanos e
imperiales.[6] De no tener
lugar la resonante y audaz toma de las Misiones por Rivera, muy poco habría
pesado Ituzaingó en el destino de la Banda Oriental, es con tal
conquista
y con la actitud de Lavalleja, al recuperar en 1827 la autonomía de la
Provincia, que se vincula nuestra independencia política con la gran
victoria artiguista obtenida en los campos de Arerunguá. El
prestigio del autor condujo a todos los ámbitos de la República las
conclusiones de su estudio, una de las cuales merece párrafo aparte. Nos
referimos a su ilevantable destrucción de la hipótesis sustentada, en la
Historia de la Dominación Española en el
Uruguay, por la
autoridad de Francisco Bauzá quien,
sostiene que su padre, el después
General Rufino Bauzá, uno de los desertores de 1817 que arrastró — en
su injusta retirada — al batallón de Libertos que tenía el honor de
comandar, era el jefe de las fuerzas
vencedoras de Dorrego en enero de
1815. El Dr. Barbagelata destruye, aniquila la opinión de
Bauzá, carente
en absoluto de fundamentos, y sólo explicable por un exceso o sed de
gloria familiar. La revista Evolución
se cuida en 1907, de poner al alcance de la juventud estudiosa las
meditadas cláusulas del artículo y alcanzarlo a los ambientes sudamericanos
con los cuales mantenía relaciones y que lo acogieron con sano interés.
Correspondió al inspirado poeta Zorrilla
de San Martín valerse de las investigaciones de su colega en la profesión
de abogado, para vestir el capítulo de su Historia de los tiempos
heroicos de la República Oriental,[7] donde asevera que la
campaña de Guayabos "es el tipo de la guerra americana" y
que, con el triunfo obtenido en ella, "la segunda independencia del
Uruguay está consumada".[8] Perduraban
los ecos de la exitosa incursión en el campo de la Historia Nacional,
cuando la Revista Histórica de la Universidad, que recién
comenzaba a publicarse por iniciativa de su infatigable rector Dr.
Eduardo Acevedo, insertaba en su primer número, casi en las primeras páginas,
vale decir en sitio de honor, un extenso trabajo de investigación y de crítica
social titulado Artigas antes de 1810 y dedicado, por su
firmante,
a la memoria del patriarca de nuestros
historiadores Don Isidoro de María. Al
prestigioso binomio constituido por Zorrilla de San Martín y Acevedo
vinieron a sumarse sus "sucesores" Carlos A. Arocena, Héctor
Miranda, H. D., el Dr. Hugo D. Barbagelata, hermano del autor y,
también algunos escritores argentinos acudieron
prontamente a la
espléndida cantera de material informativo entregado a la voracidad pública
y el lector podrá comprobarlo constatando las frecuentes remisiones a los
macizos pliegos de la Revista Histórica. El
destacado hombre público Dr. Manuel Herrero y Espinosa le decía en una
sentida carta que lleva la fecha 14 de setiembre de 1907: "Su amor
paterno no lo engañaba cuando se sorprendía que yo no le
hablara de su
trabajo sobre nuestro grande Artigas". "Ahora
que he terminado de leerlo no puedo dejar de trasmitirle felicitación
entusiasta: abre Vd. un nuevo sendero, rigurosamente exacto, para llegar
a la comprensión de esa melancólica figura de vencido no domado que
presidirá por los siglos de los siglos la independencia de nuestra
patria." "Cuando nos veamos tendré ocasión de señalarle cuanta novedad he encontrado en la lectura de su brillante trabajo."[9] Razón tenía
el ilustre personaje en expresarse en
semejantes términos porque la
destrucción de las calumnias sobre el Fundador de la Nacionalidad
Oriental, anuladas, en parte, por los esfuerzos de Justo Maeso, Carlos M*
Ramírez e Isidoro de María, permanecían inmutables con respecto a los
primeros años de la vida del héroe. Debido a la carencia de la
demostración en contra, el futuro catedrático de Literatura Dr. José
Pedro Segundo, en una de las ceremonias originadas por el Centenario de la
batalla de Las Piedras pudo dirigirse a la sociedad montevideana, reunida
en el Teatro Solís: "Sería curioso seguir la rehabilitación
artiguista,
desde la leyenda adversa a la gloria de hoy. Lo veríamos..........; en
Lorenzo Barbagelata, limpio de toda mancha en su juventud que era el período
más tenebroso........".[10] No obstante
su elevado mérito y su poderosa
originalidad, Artigas antes de 1810,
no alcanzó la difusión impresa de Guayabos, seleccionada por Orestes
Araújo para su Florilegio de Prosistas Uruguayos en virtud de sus méritos
literarios, y únicamente fragmentos
aislados hallaron cabida en los
nuevos volúmenes a la difusión de nuestros grandes fastos. Una excepción
honrosa para la prensa periódica del interior de la República, se
registró en Nico Pérez que vio enriquecido el folletín de La Prensa,
correspondiente al año 1908, con la fiel trascripción de las páginas
destructoras de la feroz "saga artiguista". Insistentes
solicitudes, repetidas citas y menciones y el cada vez más hondo fervor
por el culto del Prócer, movieron a sus familiares — en primera línea
su hijo nuestro grande y buen amigo Carlos Barbagelata
Birabén— a
preparar una edición "autónoma" del Artigas antes de 1810, impresa y distribuida el año
1945, y agotada casi de inmediato. Tres
novedades contiene la antedicha edición; un sobrio y justiciero prólogo
del Dr. Felipe Ferreiro, la división del material en parágrafos bien
cortados y provistos de títulos indicativos (no originales del
autor
sino del principal "responsable" de la edición) y un apéndice
integrado por setenta y un documentos
utilizados por el Dr. Barbagelata
para llevar a feliz término su ímproba labor. Aunque data
de 1907 la primera publicación y, recién en la segunda se incluye la
serie de documentos que le sirven de base, no se encontraron
posteriormente
otros materiales que la ampliaran o rectificaran. En el Archivo Artigas
(tomos 1, 2 y 3) se pueden leer las aludidas piezas documentales y
comprobar directamente la exactitud de nuestras afirmaciones. A raíz de
la aparición del volumen le dedicamos un análisis crítico que la Revista
Nacional publicó en julio de 1950, el año del centenario de la
muerte del Protector de los Pueblos Libres. No vamos a
repetir aquí el extracto que, entonces, hicimos del contenido del libro,
pero reiteraremos nuestro dicho de que "nuestra mente juvenil,
pronto familiarizada con los expedientes judiciales, quedó, pese a
ello, impresionada por la tarea benedictina que se
traslucía en las
numerosas y acertadas referencias a los
autos archivados en la Escribanía
de Gobierno y Hacienda, en los juzgados de la capital
y en los archivos públicos y particulares que se custodian en ambas
orillas del Plata". Agregaremos
que continuamos entendiendo con el prologuista que "en su tipo monográfico
este trabajo debe ser considerado, además, entre los de primera
categoría
realizados en el país", elogio bastante parco porque las monografías
nacionales, aun en épocas recientes, son poco numerosas. Aceptamos
sí, en su plenitud, la palabra del Dr. Ferreiro que considera el mejor
logrado de todos los estudios históricos del Dr. Barbagelata; no tiene,
ni el tema lo permitía, el fuego de los párrafos de
Guayabos, mas le
supera en reflexión y en serenidad de
pensamiento y estilo. Nueve años
después, la celebrada edición que acabamos de recordar nos dispensó
el honor de prologar un volumen de estudios del Dr. Barbagelata que están
dispersos en diversas revistas. El tomo debía
iniciarse y se inició
con Guayabos que fue seguido de otra valiosa producción que por
aparecer en la Revista Histórica es apenas conocida por unos
pocos. En un
intento de explicar la inserción en el libro del sólido estudio, nos
expresábamos en los términos siguientes. "En estricta justicia y
con sujeción a las leyes de la lógica histórica, el triunfo de las
armas orientales en 1815 debió liquidar las pretensiones
argentinas
(hoy diríamos bonaerenses) sobre nuestras tierras y nuestras
aguas. La verdad sin embargo, es otra y, con distintos pretextos, los
hermanos de allende el río trabaron siempre nuestros progresos,
sostuvieron las contiendas civiles que nos destrozaban y, por último,
en desesperado intento de imperialismo, quisieron cercenar nuestra soberanía
sobre las aguas del gran río limítrofe." "Hizo
crisis el problema de las aguas en el correr del año 1907, y entonces el
Gobierno Oriental solicitó el asesoramiento de un grupo de ciudadanos
versados en derecho internacional y conocedores de los antecedentes de
las cuestiones provocadas en el Río de la Plata." "A esa
feliz iniciativa del Presidente Dr. Claudio Williman se deben el notable
reportaje a Ignotus, el sereno y enjundioso dictamen del Dr. Juan
Carlos Blanco y el tercero de los estudios de gran aliento
emanado de
la vigorosa y acerada pluma del Dr. Lorenzo Barbagelata." "Con
el sugestivo título Un po piú di luce y el
explicativo subtítulo
de La pretendida hijuela argentina sobre el Río de la Plata, vieron
la luz de la publicidad, en el segundo tomo de la Revista Histórica, sufriendo
por esa ubicación, el cotejo con el recordado reportaje de Ignotus —
que la citada publicación transcribió —, cotejo del cual salieron
ambos estudios con lauros análogos, porque si uno de ellos era una
pieza jurídico-diplomática, el otro el que lucía la firma de nuestro
autor, tiene los caracteres típicos del meditado ensayo histórico, sin descuidar la ciencia política que jugó
tan gran papel en los inquietantes sucesos de 1907." "La
excursión histórica, detenida sin llegar a la
pesadez, trasunta un nítido
enfoque de las cuestiones internacionales, debido no sólo al transcurso
del tiempo (1907 a 1910), sino al profundo conocimiento de la causa y del
origen y, pese a ello el Dr. Barbagelata dice, con modestia suma, que su
"trabajo no es más que un complemento del famoso reportaje a Ignotus." "Quien
leyere ambas producciones no compartirá esa opinión y si tiene amplio y
sólido conocimiento del problema tratado dirá, como nosotros, que los
dos estudios tienen sus méritos propios y que el pretendido complemento
es fruto natural de la evolución de las ideas y de los distintos puntos
de vista elegidos para encarar los mismos sucesos."[11] Ninguna de
las obras posteriores que trataron la jurisdicción del Plata, aportó
mayores luces en el controvertido problema y quizás en momentos próximos
debamos recurrir a los distinguidos esclarecedores de 1907. Las tres
producciones analizadas y que integran el presente volumen tienen, desde
el punto de vista formal, un rasgo común, la claridad y la precisión
del estilo cuidados que acompañan los frutos del estudio y de las
meditaciones de un jurista y hombre de
letras movido siempre por altos
ideales patrióticos. El Dr.
Lorenzo Barbagelata no volvió a cultivar con la contracción de antaño,
las disciplinas históricas y consagró su vida a la familia y al
ejercicio de la noble profesión de abogado. Designado en 1940, para
integrar
la Corte Electoral produjo en el importante cargo equitativos dictámenes
que hicieron jurisprudencia en la delicada materia. Retirado de la vida pública, en la tranquilidad de la vida privada, falleció el 18 de julio de 1944 rodeado de la consideración y estima generales. La Patria, en una festividad cívica de enorme trascendencia, perdió con él un honradísimo y brillante servidor de la República.
Notas:
[1] ¿La fundación de los Bancos debe ser aprobada por la Asamblea General? ¿La boleta de suscripción de acciones tiene fuerza ejecutiva? Montevideo, 1923. Lagomarsino Hermanos, Impresores. |
Eustaquio Tomé
Prólogo a Estudios históricos, de Lorenzo Barbagelata
Biblioteca Artigas
Colección de clásicos uruguayos vol. 112
Ministerio de Instrucción Pública y Previsión
Social
Montevideo, 1966
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