La
Teoría Antropológica: De
Lévi-Strauss y Malinowski a Foucault. A
propósito de los conceptos de episteme,
observación e interpretación. por Ruben Tani |
Introducción La hipótesis de
trabajo que nos planteamos puede resultar prima
facie un tanto paradójica: se trata de establecer un vínculo
interpretativo con supuestos fundamentales que ciertas tendencias académicas
contemporáneas no han examinado detenidamente. Las discusiones actuales
se caracterizan por la crítica a los grandes relatos que sostenían la
modernidad. La antropología posmoderna,
por ejemplo, realiza un examen del paradigma fundante como si éste
hubiera determinado históricamente escuelas de lectura y rasgos
interpretativos que surgieron a partir de ellos. Las ciencias humanas se
encuentran en una disyuntiva epistemológica que tiene su punto más crítico
en la imposibilidad de compatibilizar el modelo teórico sincrónico con
la reinterpretación anacrónica de las supervivencias del etnocentrismo clásico. Algunos círculos académicos
admiten estar estancados en la contradicción de articular especulaciones
teóricas y resoluciones metodológicas para las ciencias sociales con la
pretensión objetiva de la tarea crítica e interpretativa que el campo de
investigación exige actualmente, considerando que dichas labores deben,
por sobre todas las cosas, evitar el solipsismo disciplinario.
Las actuales
dificultades teóricas de las ciencias sociales y culturales tienen relación
con: 1) obstáculos generales ligados a la percepción como operación
humana, 2) ecuación personal del observador, 3) obstáculos provenientes
del marco de referencia teórico y 4) modificación de los sujetos y de
las situaciones por el hecho de su propia observación (Anguera
1997:28-32). A propósito de esta
problemática la crítica de Luhmann a la posmodernidad resume didácticamente
la paradoja performativa que plantea la teoría textualista enmascarada
tras la pregunta: ¿quién es el observador? (1997:201) Las ciencias
sociales y la antropología deben debatir modelos y prácticas sin dejar
de tener en cuenta categorías tales como: a) sociedad postindustrial, b)
teorías postestructuralistas y c) dialogismo y heteroglosia. Es necesario
que las disciplinas teóricas en el ámbito académico analicen las formas
de representación y de acción desarrolladas en las tres dimensiones
anteriormente enumeradas, en un sistema social caracterizado por su
heterogeneidad respecto a la distribución de roles institucionales y a
las exigencias transdisciplinarias en lo que tiene que ver con la producción
de conocimiento. Considerando que la producción de conocimiento está
relacionada con habilidades, experiencias e instrumentalidades de los
individuos enfrentados a problemas y a exigencias variables, podría
estudiarse, por ejemplo, el impacto antropológico causado por la
emergencia cultural de tecnologías complejas habituadas al empleo de
ordenadores y al vertiginoso avance de las telecomunicaciones. Al referir
explícitamente a aquel campo de la antropología que emplea como
informantes a científicos e investigadores de laboratorio, debe repararse
especialmente en el modelo teórico implícito en los grupos de
informantes, así como en los grupos de investigación flexiblemente
institucionalizados. La producción de conocimiento y prácticas de estos
grupos remiten a una diversidad de organizaciones: O.N.Gs, red de grupos,
pequeñas firmas de alta tecnología, instituciones de gobierno,
instituciones educativas, laboratorios, programas de investigaciones
internacionales, etc. Se ha afirmado
que la crisis de la sociología (Lamo 1990:1) tiene que ver con dicha
transdisciplinariedad. Los antropólogos de nuestros días están
abandonando la observación de sociedades arcaicas para estudiar la interpretación de nuestra civilización actual a través de
investigaciones sobre demografía, urbanismo, estilos de vida, etc.
Teniendo en cuenta esta reorientación del trabajo de campo, se propone
realizar un esbozo de las dificultades que supone desarrollar una teoría
con rigor metodológico, capaz de describir y explicar toda esta
complejidad de hechos. (Anguera 1997:208) Una vez que se
ha reparado en dicha problemática, se vuelve necesario un distanciamiento
imparcial para hacer posible el propósito de establecer un campo de
investigación. Los estudios
de B. Malinowski (1884-1942) y de Claude Lévi-Strauss (1908) han sido
substanciales en cuanto a la configuración del pensamiento teórico
contemporáneo. Es incuestionable la profunda huella de ambos en el
pensamiento francés de los años ‘60 y en la interacción
simbólica anglosajona. El
presente trabajo se propone abordar a modo de análisis algunos conceptos,
considerando especialmente aquellos temas relegados por el revisionismo crítico
actual. Tal interés conceptual nos remite, por ejemplo, a las
inteligentes explicaciones que Malinowski y Lévi-Strauss dieron acerca
del sujeto inmerso en diversas prácticas discursivas. Mediante el
descentramiento de la discusión epistémica -que gira en torno a la
escritura antropológica- es posible destacar las indiscutibles
contribuciones que ambos pensadores realizaron habilitando infinidad de
especulaciones teóricas en el interior de una comunidad interpretativa
interdisciplinaria. En ese campo surgen maneras distintas de entender, por
ejemplo, el concepto de discurso
(Foucault-Bourdieu), pero esto sucede sin que esas modalidades se alejen
rotundamente del estructuralismo o de la pragmática. Con el propósito
de sistematizar la problemática de la que dará cuenta el presente
trabajo es necesario destacar que: A) El objeto
de investigación se encuentra vinculado con la re-lectura crítica de los
clásicos paradigmas antropológicos. Este enfoque temático tendrá por
finalidad un análisis que clarifique aspectos sobreinterpretados, objetos
unilaterales y cristalizados de la misma
práctica de lectura. Una vez realizada la secuenciación textual, uno de
los objetos de análisis será el tema de la autonomía del sujeto
interpelado por la ideología, noción que aparecerá subsumida en la
pragmática de los actos de habla, así como en la manipulación
estratégica de Habermas y el habitus
de Bourdieu. Este objetivo
se podrá alcanzar tomando como marco conceptual la lectura crítica de la
Arqueología del saber, libro que permite la divergencia epistemológica,
diseñando un contexto social caracterizado por la complejidad de las prácticas
discursivas que, en principio, se enmarcan en el legado de Lévi-Strauss y
Althusser. Dicho objetivo queda justificado considerando el
cuestionamiento de los modelos etnocéntricos que se produce después de
la modernidad y la correspondiente controversia que se genera a partir de
las nociones de verdad en un
campo de enunciación y de objetividad
de un sujeto epistémico. B) La crítica
a los paradigmas caídos en desuso
debe ir acompañada de una sólida comprensión de los mismos. Es
necesario que los estudiantes, además de estar actualizados, conozcan los
textos canónicos y que dicho conocimiento sea habilitado por un renovado
interés en las obras y en las lecturas que esas obras actualmente
admiten, una vez que se alejan de sus lectores contemporáneos. Si bien
Foucault ha sido criticado por una serie de imprecisiones respecto a las
implicancias del concepto “superficie de los discursos”, que se podría
definir como una infinita trama con misteriosas lagunas y desconexiones,
dicha noción resulta imprescindible a los efectos de reconfigurar la
importancia terminológica empleada, permitiendo que Malinowski y Lévi-Strauss
no se presenten como desconectados de la época actual. En este sentido,
la superficie de los discursos foucaultiana permite la contextualización
de las obras canónicas en un campo en el que la crítica académica se
vincula con ellas para intepretarlas, valorarlas, conceptualizarlas o
determinarlas. Considerando
que una opción teórica supone siempre exclusiones, es necesario
delimitar el espacio que se abordará. Con este propósito, las dos
corrientes objeto del presente trabajo requieren ser contextualizadas.
Esto supone la referencia al contexto continental del estructuralismo y a
los inicios del funcionalismo-pragmático. El formalismo
ruso y el curso de lingüística
general de F. de Saussure (1916) En las
primeras décadas de este siglo se presenta una enorme producción artística
y teórica en la Rusia pre-revolucionaria. Por ese tiempo, la historia
comparada, el lenguaje, la literatura y el folklore juegan un rol
trascendente en las discusiones académicas y culturales. En 1916 Ch.
Bally y A. Sechehaye publican bajo el título de Cours
de linguistique générale
apuntes de clase de los cursos dictados por F. de Saussure entre los años
1906-1911. En este texto se dan cita conceptos teóricos ineludibles para
el pensamiento posterior: el signo lingüístico
(significado/significante) y los principios de arbitrariedad y linealidad
del significante, de sincronía y diacronía y la idea de valor que
implica el funcionamiento del signo en base a diferencias que ocurren en
el sistema. En 1933, W.
Doroszewski analiza la dicotomía langue/parole
en el trasfondo de la discusión entre E. Durkheim y G. Tarde. Langue correspondería a la idea de fait social de Durkheim, evento psicosocial y externo al individuo,
existente en la conciencia colectiva del grupo social, en tanto que la parole
resume la idea de G. Tarde sobre el hecho individual. En 1915 un
grupo de estudiantes de la Universidad de Moscú decide fundar, en la
Comisión de Dialectología de la Academia Rusa de Ciencias, el
posteriormente famoso Círculo Lingüístico de Moscú. En la ciudad de
San Petersburgo, en 1919, otro grupo de jóvenes dedicados básicamente a
la filología y a la historia del arte forman la Sociedad para el Estudio
de la Lengua Poética, que pronto será reconocida como Opojaz. El Círculo
Lingüístico de Moscú reunirá figuras notables. Entre sus fundadores se
destacan Bogatyrev (1896-1972), autoridad en folklore eslavo, Roman
Jakobson (1896-1982), O. Brik (1888-1945) y G. Vinokur (1896-1947). Los
intereses de este Círculo están dirigidos a una diversidad de temas
emparentados con la investigación acerca del lenguaje. Tanto es así que
en los dos primeros años de trabajo, el mayor centro de interés está
constituido por problemas de la dialectología rusa y el folklore. En 1928 Y.
Tiniánov y R. Jakobson intentaron activar el movimiento formalista
redactando nueve tesis programáticas que presentaron en el I Congreso
Internacional de Eslavistas en La Haya. Estos estudios fueron incluidos en
las Tesis de 1929 del Círculo Lingüístico de Praga. La idea principal
de estos trabajos era la formalización de una ciencia estructural que
revelara las leyes inmanentes de la lengua y de la literatura, una ciencia
con sistemas de leyes inmanentes y estructuras propias. El Círculo
lingüístico de Praga fue fundado en 1926 por V. Mathesius, B. Havránek,
J. Mukarovskí y J, Vachek. Entre los extranjeros que colaboraron se
distinguieron K. Bühler, E. Benveniste y A. Martinet, además de los
rusos R. Jakobson y N. Trubetzkoi. R. Jakobson, V. Erlich y Tzvetan
Todorov. Todos los integrantes fueron igualmente consecuentes respecto a
la difusión de los estudios formalistas y a la posterior influencia de
aquellos en el estructuralismo, en la lingüística, la literatura y el
folklore, en el pensamiento francés y norteamericano de los años ‘50 y
‘60. Lévi-Strauss
se inspirará substancialmente en el legado de la escuela de Praga,
conocida en Francia a través de Trubetzkoi y Martinet. En la Antropología
Estructural se refiere, y no casualmente, a la fonética de
Trubetzkoi. En Principios de Fonología,
el ruso había determinado el campo de estudios de la fonología: los
significantes con funciones delimitativas y distintivas, o sea, la oposición
entre sonidos. Afirma que la unidad mínima es el fonema que se realiza mediante variantes, facultativas o combinatorias. Dentro de la
obra de Lévi-Strauss puede destacarse una primera etapa propiamente
estructuralista, susceptible de ser relacionada con la producción de
Jakobson y el modelo fonológico. Luego merece constatarse un proceso de
reflexión y madurez crítica en relación al mismo pensamiento
estructuralista en el cual se inscribe El pensamiento salvaje (1962). Contemporáneamente se publican dos
obras que marcan el comienzo de la corriente postestructuralista: la Historia
de la locura de M. Foucault (1961) y la
Introducción a El Origen de la
Geometría de E. Husserl de J. Derrida (1962). Ambas se vinculan teóricamente
con la gran preocupación teórica levitraussiana: el etnocentrismo. Lévi-Strauss:
Mitología Estructural y Archivo Entre 1934 y
1939 Lévi-Strauss realiza su trabajo etnológico en Brasil; a su regreso
a París, se ve obligado a emigrar a causa de la ocupación alemana.
Estando en calidad de invitado de la New School for Social Research en
Nueva York, se encuentra con Jakobson, comparten sus cursos y estudios, y
por sugerencia de Jakobson comienza a escribir en 1943 Las
estructuras elementales del parentesco. Es necesario
destacar este parentesco teórico de Lévi-Strauss con prestigiosos
estudiosos de su época cuando se trata de establecer la confluencia teórica
e intelectual de un pensamiento que ha sido de decisiva importancia para
la reflexión francesa de los años ‘60. Precisamente teniendo en cuenta
el horizonte de estos programas e influencias, se comprenderá el
distanciamiento de Lévi-Strauss del evolucionismo, del difusionismo y el funcionalismo
pragmático de Malinowski; un alejamiento que le conducirá a
fundamentar su funcionalismo
estructural. La distinción
entre funcionalismo estructural y funcionalismo
pragmático constituye también tema del presente trabajo. Con esta
distinción dejamos de lado las críticas tradicionales, por ejemplo la de
Claude Lefort, quien ha sostenido que el estructuralismo de Lévi-Strauss
puede explicarse dentro del paradigma kantiano. Esta postura resultaría
francamente incoherente al realizar una revisión crítica del pensamiento
levistraussiano dentro del contexto antes explicitado. A modo de ejemplo,
pueden encontrarse en su obra conceptos específicos que luego los
estudios marxistas reformulan respecto a la praxis como herramienta que
dilucida la relación entre la teoría sincrónica (estructura y
superestructura) y la historia (1997:75 y 109). Las
investigaciones posteriores insisten en explicar el estructuralismo de Lévi-Strauss
en función de sus propios diagramas. Por ejemplo, esto ha sido notorio
respecto a la conformación de las estructuras elementales del parentesco
y también a las especies totémicas mediante el diagrama de las mitades
opuestas y complementarias (como el signo lingüístico saussureano). Esta
extrapolación o simplificación teórica no problematiza el proyecto de Lévi-Strauss,
por el contrario, lo reduce a una taxonomía descriptiva donde desempeñan
diversos roles las variaciones funcionales de los ritos y los mitos. Si
esto ocurre, se cae en un peligroso descuido que el mismo Lévi-Strauss
había previsto: el problema de la sincronía y la diacronía, la
identidad de un sistema y su variación histórica en sociedades sin
escritura (1997:49). La reducción, por ejemplo, no tiene en cuenta la
significativa apertura de los temas míticos y el estudio de las
disposiciones y las transformaciones del pensamiento mítico. A propósito
de este asunto, Lévi-Strauss cita a F. Boas (1970:41) quien sostiene que
los universos mitológicos se desmantelan para que nuevos universos
resurjan de sus fragmentos. Los mitemas
se reorganizan en nuevas estructuras y, como sostiene Lévi-Strauss: ...
en esta incesante reconstrucción con ayuda de los mismos materiales, son
siempre fines antiguos los que habrán de desempeñar el papel de medios:
los significados se truecan en significantes, y a la inversa. (1970:41) Por otra
parte, resulta interesante particularizar la reflexión realizada por Lévi-Strauss
respecto a la práctica del bricoleur.
Se trata de un sujeto caracterizado por hacer
y no teorizar; el autor afirma acerca de sus prácticas: “la poesía de bricolage
/.../ no se limita a realizar o ejecutar; habla, no solamente con las
cosas, como lo hemos mostrado ya, sino también por medio de las cosas:
contando. Por intermedio de la elección que efectúa entre posibles
limitados, el carácter y la vida de su autor. Sin lograr totalmente su
proyecto, el bricoleur pone
siempre algo de él mismo”. (1970: 42) El bricoleur invertirá la jerarquía entre sincronía y diacronía al
elaborar una estructura mítica disponiendo de un universo de
acontecimientos. Este aspecto
es especialmente relevante, ya que pone en cuestión el problema que ha
suscitado múltiples discusiones en el interior de la teoría lingüística.
A partir de este sujeto post-saussureano, Lévi-Strauss parece justificar
el enfoque pragmático del lenguaje como estructura en su totalidad. Si
bien el lenguaje es ajeno a la conciencia del sujeto, sin embargo, el
hablante como bricoleur
involucra complejas modalidades de creatividad, ya no reproduce, actualiza
ni mantiene a la lengua como había sostenido Saussure. Tal vez fue
esta razón la que condujo a Lévi-Strauss a afirmar que la lingüística
estructural había tropezado sistemáticamente con este problema, aunque en
otro campo, ya que su lógica cualitativa selecciona parejas de
oposiciones de fonemas, “pero el espíritu de cada oposición es en gran
medida hipotético”(1970:103). No es necesario extenderse en
explicaciones sobre las críticas realizadas a Lévi-Strauss por aplicar
un método específico de la fonética a un campo diferente y más
complejo, el de los mitos, los ritos y el parentesco, sin embargo, es
justo señalar el interés epistemológico del concepto de pares de
oposiciones sistemáticas que han dado un marco formal a la gran erudición
del reconocido etnólogo francés. Si bien la
complejidad semántica del material etnológico pudo haber sido estudiada
según el modelo de Propp, Lévi-Strauss analizó críticamente ese
esquema narrativo. Puede suponerse que dicha actitud fue determinada por
la especial complejidad que presentaba el material a analizar, los mitos
ofrecían una dificultad muy diferente a la del material folklórico del
cuento ruso estudiado por V. Propp. Cuando Lévi-Strauss
(1960:3) escribe el artículo “La structure et la forme, réflections
sur un ouvrage de Vladimir Propp” insiste en la diferencia entre el
formalismo y el estructuralismo. El estructuralismo no opone lo concreto a
lo abstracto y le da a lo segundo un valor privilegiado. La forma se
define por oposición a un contenido material. Por el contrario, la
estructura no tiene un contenido distinto, sino que es el contenido mismo
aprehendido en su organización lógica concebida como propiedad de lo
real. Parece evidente que para el etnólogo el concepto de estructura era
de algún modo una especie de codificación isomórfica con una realidad
subyacente, por ejemplo, en el inconsciente. La noción de estructura
parece facilitar, debido a su transparencia y homogeneidad, una descripción
teórica de nomenclaturas y actitudes. Por otra parte, a pesar de que la
teorización formal exigía a la episteme estructural un punto de vista
sincrónico, el problema de la evolución llevó a especular con el
problema del cambio que afecta a los sistemas simbólicos.
Lévi-Strauss
afirma que, si bien la lengua no cambia, es notorio que “las estructuras
sincrónicas de los sistemas llamados totémicos son en extremo
vulnerables a los efectos de la diacronía” como modos de pensar y
recordar la tradición. Para explicar la diacronía y la evolución demográfica
de una tribu en un marco de estructura totémica, el autor muestra qué
sucede al desaparecer el término del clan Oso y al reestructurarse otro término
en relación oposicional. (1970:105) Los cambios
históricos y demográficos hacen
estallar una estructura cuando ésta se transforma en una variante
producto de la actividad social que se articula en prácticas discursivas
creativas. El bricoleur o
hablante adquiere una relevancia considerable en el pensamiento de Lévi-Strauss
respecto a: 1) las prácticas discursivas en el contexto social del habla;
2) la escritura en el archivo de
los churinga de los Aranda; y 3) la historia como discontinuidad. Puede
consignarse que al menos en un punto Lévi-Strauss concuerda con Sartre.
Según el primero, si los esquemas conceptuales definen las prácticas, es
porque éstas, objeto de estudio de la etnología como géneros de vida y
formas de civilización no se confunden con la praxis.
Afirma Lévi-Strauss: El marxismo
-si no es que el propio Marx- ha razonado demasiado a menudo como si las
prácticas se derivasen inmediatamente de la praxis.
Sin poner en tela de duda el indiscutible primado de las infraestructuras,
creemos que entre praxis y prácticas se intercala siempre un mediador,
que es el esquema conceptual por la actividad del cual una materia y una
forma, desprovistas así la una como la otra de existencia independiente,
se realizan como estructuras, es decir, como seres a la vez empíricos e
inteligibles. Es a esta teoría de las superestructuras, apenas esbozada
por Marx a la que deseamos contribuir, reservando para la historia
-auxiliada por la demografía, la tecnología, la geografía histórica y
la etnografía- el trabajo de desarrollar el estudio de las
infraestructuras propiamente dichas...(1970:193) Lévi-Strauss
contribuye notablemente a la explicación de la dialéctica de la
superestructuras. El bricoleur resimboliza el sistema. Las superestructuras tienen
unidades constitutivas (mitemas) contrastadas
en relación a oposiciones de términos discretos que conforman un sistema
sintetizador de la idea y el hecho. Esta intersección simbólica confluye
en el sujeto del totemismo, lo que explica el sistema, situándolo en una
red de contextos lingüísticos, taxonómicos, míticos y rituales. En segundo
lugar, es necesario considerar que los churinga son objetos de piedra o de
madera, de forma más o menos ovalada, a menudo grabados con signos, símbolos
o también pedazos de madera o guijarros no trabajados que representan
importantes antepasados y como tales se conservan. Sobre ellos Lévi-Strauss
escribe que “ofrecen analogías sorprendentes con los documentos de
archivo que hundimos en cofres o confiamos a la guardia secreta de los
notarios...” (1970:345-6) El concepto de
archivo, tematizado por el autor, guarda interesantes analogías con
el que emplea Foucault en su Arqueología
del saber (1969). Debe ser destacada la importancia de dicho concepto
para una revisión actualizada del pensamiento de Lévi-Strauss, ya que
alude a distintos estratos y prácticas discursivas. Se pregunta el autor:
¿Por qué
tenemos tanto amor a nuestros archivos? Los acontecimientos a los que se
refieren son atestiguados independientemente, y de mil maneras: viven en
nuestro presente y en nuestros libros; en sí mismos están desprovistos
de un sentido que cobran, por entero, en virtud de sus repercusiones históricas,
y gracias a los comentarios que los explican vinculándolos con otros
acontecimientos. (1970:350) Al extraviarse
los archivos, el pasado no desaparecería ni perdería su sabor
diacrónico. Éste seguiría existiendo como pasado, aunque preservado en
los libros y las instituciones, inmerso en una situación de presente y
“extendido en la sincronía”. (1970:351) La aguda observación
de Lévi-Strauss nos conduce a interrogarnos sobre las significaciones del
concepto de archivo como práctica y emergencia discursiva. El archivo,
¿es el registro escrito de una memoria?; los comentarios e
interpretaciones ¿dan existencia física a la historia? Al parecer, sin
libros ni documentos no prevalecerían las instituciones inmersas en el
sistema de producción que sistematizó la imprenta. De continuar
examinando este argumento sería necesario preguntar: ¿Carecen las
culturas primitivas de historia al carecer de escritura y de imprenta? En tercer
lugar, es fundamental examinar el concepto de historia
como inteligibilidad y duración en cuanto a la diversidad de las formas
sociales que capta la etnología desplegadas en el espacio discontinuo.
Para Lévi-Strauss tales modalidades pueden dejarse ver en la dimensión
temporal, con lo cual queda claro que la historia ya no restituye las
jerarquías separadas, sino que alude a un continuo
problematizado. Mediante la historia se alcanzaría el ser del cambio; ese
continuo remite a la descripción del juego de las interioridades y las
exterioridades. Particular atención merece la interpelación al mismo
sujeto unificador de la historia cuando el autor sostiene: “hay mucho
que decir acerca de esta pretendida continuidad totalizadora del yo”.
(1970:372) La unificación es cuestionada; se ponen en tela de juicio las
jerarquías que la conforman en la práctica: “es el historiador, o el
agente del devenir histórico, el que lo constituye por abstracción, y
como si estuviese amenazado de una regresión al infinito”. (1970:372) Una historia
desplegada en el espacio discontinuo no puede preciarse de ser universal
porque su pretensión choca con la yuxtaposición de historias locales,
“en el interior de las cuales (y entre las cuales) los huecos son más
numerosos que las partes llenas”. (1970:373) Los huecos, o
sea, los aspectos del conocimiento histórico no dependen de la
inexistencia de un código; el código consiste entonces en una cronología
que disimula una complejidad que expresa una distancia.
Si las fechas son recurrentes, se pregunta Lévi-Strauss, “¿en qué
consiste el código del historiador?”. A propósito de esta interrogación
surge el cuestionamiento de la historia como discurso explicativo del
pasado. Lévi-Strauss afirma: “La Historia es un conjunto discontinuo
formado de dominios de historia, cada uno de los cuales es definido por
una frecuencia propia, y por una codificación diferencial del antes y del
después”. (1970:376) De este modo, se considera utópica y
contradictoria la concepción del devenir histórico que remite a un
desarrollo continuo. No habría una armónica consonancia entre la
importancia teórica que ofrece la estructura y el devenir. Este tema,
naturalmente, subyace a las discusiones teóricas de los años ‘60
respecto a la crisis del marxismo y a la contribución disciplinaria de la
etnología, el psicoanálisis, la semiología, etc. El pragmatismo
y la interacción simbólica Malinowski: El
contexto del Discurso Social Existe
coincidencia en destacar el enorme peso teórico tanto del estructuralismo
como de la corriente formalista-funcionalista. Gracias al influjo de
Austin, desde el campo de la filosofía del lenguaje se renueva el interés
por la parole, es decir, por las diferentes funciones del lenguaje
producidas en las performances sociales en sus diferentes espacios de
negociación. Este
aporte teórico, que está en pugna con las corrientes fenomenológicas,
formalistas y estructurales de la filosofía analítica, ejerce notable
influencia en el pensamiento teórico continental. Esto puede observarse
en las obras de Habermas y Bourdieu, por ejemplo, entre tantos otros críticos
destacados. En el ámbito
de la discusión de la antropología posmoderna se pone en cuestión el
etnocentrismo de la escritura y el lugar del observador, temas que tienen
que ver con la objetividad de la descripción y la coherencia del
constructo teórico, que debería traducir la voz
del otro. Sin embargo los antropólogos posmodernos comienzan a
reconocer que la deconstrucción de Derrida se aplica al discurso de la filosofía -a ciertos filosofemas de la cultura humanística
y científica occidentales- pero tienen problemas para producir una crítica
más descentrada que respete la diversidad. Por esta razón esta postura es compleja cuando se la
traslada a la ciencias sociales. Cuando Lévi-Strauss en 1952, escribió
sobre etnocentrismo,
anticipaba el tema de la pluralidad de culturas. En el presente
trabajo se evitará el anacronismo de reprocharle a Malinowski haber
producido en otro contexto cultural. Se tratará de realizar una
aproximación conceptual a las relevantes ideas que propuso, las cuales no
han sido aún valoradas suficientemente. La paradoja
que se le presenta al investigador social posmoderno consiste, por un lado
en el grado de objetividad con que describe comunidades con patrones de
conducta diferentes, y por otro, en cómo conducir una metodología
adecuada para interpretar a la otra mente y que respete su producción
verbal o no verbal. Lo que es
importante de resaltar es que, si bien la posmodernidad promueve la crítica de la escritura del hombre
occidental y los modos como inscribe en ella otras formas de
comportamiento, no debemos olvidar que existen tradiciones académicas de
lectura y la academia es una comunidad de lectores de sus propias
producciones. En este
sentido es que se propone releer los paradigmas teóricos de la antropología
moderna, aunque ya existan estudios realizados desde diferentes
perspectivas. No se trata de recuperar un orden cronológico, lineal, sino
de producir un enunciado como
diría Foucault. Esto es, trabajar e investigar sobre algo que ya estaba inscripto en los memoriales de la academia y que
en las actuales, aunque muy interesantes discusiones posmodernas, se
soslaya. Si se propone
observar la escritura del antropólogo, entonces es necesario realizar una
lectura crítica que en el juego de la deconstrucción pueda construir
una lectura sensata. Puede corroborarse que ciertas apreciaciones de
Malinowski sobre el contexto de
situación, el lenguaje-en-acción
y la comunión fática se
anticipan a las contribuciones de Milman Parry (1928) sobre la epopeya
griega mostrando que la Ilíada y la Odisea eran básicamente orales y se
anticipan también a las famosas investigaciones de Luria sobre la cultura
oral en Uzbekistán y Kirghizia en los años 1931-1932. Por esta razón,
nuestra tarea consiste en trabajar sobre algunos temas centrales del
pensamiento de Malinowski que, aunque en su momento jugaron un rol
importante, no han sido objeto de suficiente análisis. La pragmática no
nace con las Conferencias de J. L. Austin de 1955. La influencia de
Malinowski fue muy significativa, había comenzando con sus clases en
Londres en 1924. Posteriormente, dicho efecto no sólo se produce por el
trabajo de sus alumnos Raymond Firth y Evans Pritchard, sino también por
el interés que estimulan sus ideas acerca de lenguaje. Es así que es
invitado a participar con un artículo en el famoso y ya legendario libro
de C. Ogden y I. A. Richards El
significado del significado de 1923. El trabajo de Malinowski se tituló
“El problema del significado en las lenguas primitivas”. Malinowski
refiere al momento en que, habiendo reunido una cantidad de materiales,
tales como fórmulas mágicas, ejemplos de folklore, fragmentos de
conversación, narraciones y frases de los informantes, se propone
organizarlas y se encuentra con los problemas del significado y de la
traducción. Luego consultar diversas gramáticas y vocabularios de Oceanía,
arriba a la conclusión de que es difícil traducir
la forma en que los nativos utilizan su lengua fuera de su contexto
cultural. De allí surge la importancia del contexto
de situación de la práctica lingüística, ya que no podemos aplicar
el método de estudio de las lenguas clásicas a situaciones orales “de
una cultura primitiva, en la cual nunca se practicó la escritura”
(1964:325) Según
Malinowski tanto las lenguas habladas como las escritas, sin contexto son
una ficción. Agrega que el lenguaje es un modo
de acción. Si bien el tema que le preocupa es la lengua primitiva, sus
consideraciones son curiosas ya que suprimen la separación entre lenguas
primitivas y civilizadas. Enfrentado a
la tarea de traducción en
comunidades orales, Malinowski adelanta el tema de la escritura, la
memoria oral y la función expresiva del lenguaje. Aunque los primitivos
carecen de escritura “han fijado
textos en sus canciones, dichos, mitos, y leyendas, y lo que es más
importante, en sus fórmulas rituales y mágicas” (1964:331) (itálicas
nuestras) Malinowski se
preguntaba, desde el lugar de la escritura teórica occidental, por la
interpretación de esas formas de comunicación social, que en definitiva
se aplicaron luego como juegos de
lenguajes a nuestro lenguaje. Propone llamar a este tipo de uso lingüístico
comunión fática, que, retomada por Jakobson en los años ‘60,
menciona el uso no cognitivo del lenguaje y la intención de mantener el
canal de comunicación para establecer lazos. Así cierra la ecuación:
“En tanto haya palabras para intercambiar, la comunión fática sitúa
tanto al salvaje como al civilizado en la placentera atmósfera del
intercambio cortés y social” (1964:335) El lenguaje es
una actividad humana y de allí deriva la la conclusión de que el
lenguaje tiene carácter esencialmente pragmático, aún si se lo
considera como vehículo para transmitir literatura, ciencia o los pensamientos
de un hablante a un oyente. Malinowski compara esta forma de comunicación
con la de personas de determinados estratos sociales en nuestra cultura
que obran de manera semejante, y que sin el reflejo de la escritura serían
incomprensibles. Esto anticipa de algún modo los conceptos de código restringido y código
elaborado del conocido sociólogo británico Basil Bernstein (1975). Adelantándose
a las ideas de Austin acerca de los actos
de habla, Malinowski afirma: “Una palabra se usa cuando puede
producir una acción y no para describirla, y mucho menos para transmitir
pensamientos”. (1964:342) Pero además anticipa las reglas
rituales del acto de habla institucionalmente ligado, al que sostener que la acción mágica está precedida por
condiciones estrictas: “... recuerdo exacto del encantamiento, correcta
performance del rito, adhesión indeclinable a los tabúes. Si alguno de
estos pasos es descuidado, la magia fracasa”. (1954:85) De este modo,
es posible distinguir tres tipos de comunicación: el relato (kukwanebu)
como actividad social en determinadas épocas del año, la leyenda (libwogwo)
como testimonio de acontecimientos y el mito (liliu)
en relación a los ritos, ceremonias y a la conservación de la reglas
morales. En este sentido anota algo importante: “No hay historias sobre
los orígenes de los ritos y costumbres”. (1954:110). No existe una
necesidad de explicación como la ejercemos en nuestra cultura, sino un
continuo proceso de actualización contextual del texto mítico a través
del rito y la ceremonia. Aunque se ha
criticado el funcionalismo de Malinowski por ser circular
y demasiado simplista, es
necesario destacar que en la obra de este pensador pueden diferenciarse
dos intereses: (a) resolver
el problema del observador
participativo -un concepto que aún no se había planteado- y, (b) proponer
un modelo de descripción objetivo, que no fuera, dentro de lo posible,
una proyección transcultural o subjetiva. Esto es evidente cuando,
adelantándose a algunas posturas actuales, Malinowski escribe: “Los
personajes y seres que hallamos en los mitos son lo que parecen ser en la
superficie (“on the surface”) y no símbolos de realidades ocultas”.
(1954:126). Al referirnos a esta postura realista frente al objeto de
estudio simbólico, es necesario aludir a Ricoeur (1995:100) y a Foucault
quien además de usar la metáfora superficie
de los discursos, explícitamente sostiene: “La arqueología no
busca otro discurso más escondido (...) es la descripción sistemática
de un discurso-objeto”. (1985:234-235). Para finalizar
este capítulo, es importante recordar el pensamiento de Boas como
antecedente teórico que enfoca la realidad comunicativa de una
determinada sociedad, lo cual constituye un precedente de la teoría
cultural y funcional-pragmática de
Malinowski. Boas sostiene que: El hombre primitivo, cuando conversa con sus semejantes, no acostumbra a discutir ideas abstractas. Sus intereses están centrados en las ocupaciones de su vida diaria; y cuando tocan ciertos problemas filosóficos, éstos aparecen ya sea en relación a determinados individuos o en las formas más o menos antropomórficas de creencias religiosas. (1964:219) |
Arqueología
y Epistemología del Saber: Reflexiones sobre el
archivo, la cultura y la sociedad
Introducción Después de la caída
y pérdida de las colonias, especialmente de Argel, en Francia se prepara
el ‘68. Pero desde la década anterior vienen realizándose diversos e
innovadores análisis teóricos que pueden caracterizarse, a grandes
rasgos, por el abandono del humanismo
metafísico -al que se remite Derrida como una combinación de
sartrismo, socialismo, tercermundismo, etc.- en beneficio de nociones
emergentes como arqueología o deconstrucción.
En los años ‘60 aparecen tematizados los problemas del hombre y las
disciplinas que tienen por cometido investigar las diferencias del mismo
y el otro, en el espacio
concreto de lo geográfico y en el espacio imaginario de lo histórico. En las vanguardias de
los ‘50 y en el Nouveau Roman es notoria la herencia de Mallarmé. En
1963 el teórico Alain Robbe-Grillet establece el programa de este
movimiento en Pour un nouveau
roman, el que Roland Barthes recibía como la literatura del objeto,
del significante sin representación (Aron:1988). R. Barthes escribe entre
los años 1954 y 1956 sus Mitologías
en Critique, Theatre Populaire y Lettres Nouvelles. Puede observarse que
entre la escritura blanca, heredada de Mallarmé y Blanchot, y las mitologías
de Barthes, queda el trazo del humanismo marxista posterior a la muerte de
Stalin, así como la visión de una antropología de carácter
cosmopolita. Sostiene Berque que “la historicidad del Tercer Mundo se
impone en el momento en que toda una parte de la civilización industrial
simula dudar de la historia, o se desinteresa efectivamente de ella”.
(1968:185) Esta escueta anagnórisis
epocal pretende dar cuenta de los antecedentes y el contexto cultural en
el que asoma el pensamiento de Derrida y Foucault, si bien es necesario
tener en cuenta que algunos de los problemas del textualismo y la
deconstrucción ya habían sido tratados por Bataille, Blanchot, Sartre,
Barthes, etc. En 1963 Foucault todavía
viajaba de Clermont-Ferrand a París cada semana y se desempeñaba como
profesor de filosofía con Garaudy y Serres. Un año antes, su alumno
Jacques Derrida, ya había publicado la Introducción
a L’Origine de la géometrie de
Husserl. Resulta fundamental
dejar en claro el importante papel desempeñado por el estructuralismo
saussureano y el formalismo ruso del cual surgieron los estudios
funcionales de los sistemas de signos. El impacto del estructuralismo
-sobre todo de Lévi-Strauss- en el pensamiento francés de los ‘60 fue
breve pero intenso, asimismo promovió reflexiones teóricas tanto por
parte de los marxistas clásicos como de Derrida, Foucault y Bourdieu. Esta confluencia teórica
de rasgos críticos denominada el giro
textual, necesariamente debe ser relacionada con el
marxismo-estructural de Althusser, el estructuralismo lévistraussiano y
el psicoanálisis lacaniano, tendencias que han sido caracterizadas por el
intento de formalizar una nueva disciplina -la etnología- la herencia de
Marx y Freud. Por otra parte, la
influencia tardía del segundo
Wittgenstein se disemina en el pensamiento francés contemporáneo, al
tiempo que coincide con la crisis y el límite del análisis del lenguaje.
Dicha preocupación teórica había pertenecido tradicionalmente al ámbito
anglosajón y se resume en la expresión el giro
lingüístico -empleada por Richard Rorty en 1967-. En este contexto es
insoslayable la influencia de W. Quine, quien sucede la línea crítica
iniciada por G. Ryle que se opone y rechaza el mentalismo. El análisis de
Quine a las nociones de referencia, sentido y juicios analíticos como
elementos de una mente cognitiva, le conduce a postular el límite de la
traducción -la imposibilidad de la traducción radical-. Quine defiende
la inexistencia de un lenguaje de fondo al que apelar para traducir.
Esa inexistencia de metalenguaje metafísico condujo posteriormente a
otros filósofos a postular términos tales como narrativas
maestras, esquema conceptual, etc. Arqueología
de la lectura Al realizar una
lectura minuciosa de dos obras teóricas de M. Foucault -Las
palabras y las cosas (1966) y la Arqueología
del saber (1969)- es posible encontrar el análisis de ciertas
estrategias de lectura e interpretación producidas mediantes prácticas
discursivas en el archivo. A partir de la Arqueología
del saber pueden discriminarse diferentes estratos de lectura. En uno
de ellos Foucault responde a las críticas recibidas por sus postulados
acerca de la historia como devenir y narración, a la cuestión del sujeto
y el poder, etc. Estas críticas fueron iniciadas por J. Derrida en 1963,
quien le había atribuido una composición sesgada del tema en la Historia de la locura. Ahora Foucault responde a las interrogantes
que se planteaban los intelectuales franceses en relación a metodologías,
teorías y disciplinas y trata de aclarar ciertos malentendidos suscitados
a partir de Las palabras y las cosas.
En ¿Qué
es el estructuralismo? (1973) François Wahl sostiene que Foucault es
un estructuralista y que debido a esta condición organiza conceptos teóricos
sobre la constitución de los discursos y sus epistemes. Foucault se había
distanciado profundamente del estructuralismo al problematizar el
conocimiento teórico como construcción con explícitas estrategias de
lectura, escritura e interpretación y como producto
de instituciones abstractas y concretas como los campos agonísticos en
los cuales se ejercen las interpretaciones disciplinarias. Pero también
se había alejado del estructuralismo al dispersar el contexto discursivo
-historia- que había sido el referencial
conformado por el campo de prácticas discursivas que se justificaban
y se excluían mutuamente dependiendo de las elecciones teóricas y temáticas.
Las estrategias de
escritura e interpretación propuestas por Foucault no pueden ser
totalmente comprendidas si se abandona el contexto crítico donde Lévi-Strauss,
Lacan y Althusser desempeñan roles extremadamente significativos. Por lo
tanto, sólo en este marco sería posible discutir la exposición
discursiva de corte antropológico donde la ideología política y el tema
del sujeto son dos objetos
discursivos interpelados. Foucault desarrolla el
tema del sujeto y del saber interdisciplinario, lo cual supone una toma de
postura respecto a la crisis provocada por la producción y concepción
del saber. Esta toma de postura refiere simultáneamente al bosquejo de
una nueva configuración del sujeto dentro del cambio cultural occidental.
El sujeto social refleja un entramado y un entrecruzamiento de diversas
fuentes de información: étnica, genética, social, cultural, psicológica,
política, etc., que no pueden reducirse a la descripción que ofrece el
sujeto modélico. La Arqueología
del saber es un libro crítico-teórico que propone como hipótesis un
nuevo esquema conceptual más allá del estructuralismo, deseando
articular el sujeto en las prácticas
de las formaciones discursivas, el enunciado y las estrategias que lo
producen en el límite de lo que el autor denomina archivo.
Al respecto, debería tenerse en cuenta que: 1- El archivo es más
abstracto que la biblioteca. No es una estructura. Involucra prácticas
interpretativas institucionales en la articulación de la sincronía y la
diacronía. 2- El enunciado
-elemento básico- no coincide con la frase, ni con la proposición, ni
con la oración, ni con el acto de habla; el enunciado es una unidad que
pertenece a otro orden disciplinario - arqueológico-.
Se trata de una figura que trata de explicar la relación
ausencia/presencia de la escritura/lectura. Las teorías
estructuralistas tradicionalmente se habían constituido como objetos
epistémicos del análisis funcional de disciplinas como la gramática, la
semiótica, la lingüística y el análisis filosófico. Esa conformación
disciplinaria es la que Foucault cuestiona así como también la noción
de verdad de ciertos conceptos
del análisis y la praxis política marxistas (por ejemplo, la noción de ideología).
Es necesario subrayar
que este cuestionamiento crítico ha sido abordado por diferentes autores
y desde distintas perspectivas teórico-políticas, basta recordar las
reformulaciones de Habermas, Luhmann y Apel respecto a las prácticas políticas
en el conjunto de lo sociocultural y los efectos de la acción
comunicativa. Según Foucault, las
modalidades del enunciado pertenecen a formaciones discursivas
-independientes de la configuración temática tradicional-. El enunciado
se re-escribe y se transforma mediante la práctica de la re-lectura y la
re-escritura en el archivo; estas prácticas remodelan la conformación
del archivo y su límite. 3- Planteada la crisis
general de las ciencias humanísticas en los años ‘60, la Arqueología
esboza una estrategia de lectura y escritura situada en los márgenes de
la disciplina o positividad tradicional. La crítica
estructural, de tradición taxonómica, necesitaba introducir distinciones
funcionales -semánticas, sintácticas, metalenguajes, etc.- con el fin de
analizar diversos objetos reales o simbólicos para conformar un cuadro
clasificatorio de distribuciones complementarias. El problema que
plantea Foucault se relaciona con la cuestionable figuración de los
objetos que conforman el mundo o, en sus palabras, con la emergencia de
ciertos objetos en una práctica discursiva. Esto remite ineludiblemente
al Tractatus logico-philosophicus donde
Wittgenstein afirma: “Una proposición únicamente puede decir cómo
es una cosa, no qué es una
cosa”. (3.221). Asimismo, el llamado segundo
Wittgenstein influenció notablemente el pensamiento filosófico de los años
‘50 con sus Investigaciones Filosóficas.
Prueba de ello es la tematización del asunto de la referencia y del uso del lenguaje que preocupó unánimemente a la filosofía analítica
anglosajona (Austin, Grice, Strawson, etc.). Tanto es así que el legado
del pensamiento de Wittgenstein puede reconocerse tanto en la pragmática
de los actos de habla de Austin como en las prácticas discursivas
institucionalizadas de Foucault. La herencia de
Wittgenstein condujo a la filosofía analítica anglosajona a poner en
relieve los límites ontológicos y técnicos del objeto abstracto que
propició ese giro lingüístico;
el lenguaje pasará de ser un dato simple derivado de la percepción, a
constituirse como objeto abstracto y complejo. Los llamados filósofos
cognitivistas generalmente se refieren a oraciones que funcionan en un
contexto comunicacional real; de este modo no se refieren al texto ni a su
escritura y lectura.
Dividen los textos en dos tipos: (a) ficcionales donde un ‘acto
de habla’ no cumple ninguna función comunicativa y (b) actos de habla
en un contexto de intercambio real. A propósito podemos recordar el
ejemplo de J. Searle quien propone la situación de un soldado aliado
detenido por los alemanes que no sabe en esa lengua más que unos versos
de Goethe, los recita para hacer creer a sus captores que es en realidad
un soldado alemán o al menos un amigo. Grice también se plantea cómo de
una oración puede derivarse otro sentido o intención (implicatura) del
sentido literal de la oración proferida, en este caso un poema. Resulta
claro en esta clase de ejemplos que lo que interesa no es transmitir el
sentido literal del poema a los soldados enemigos sino hacerles creer en
otra intención. Según Frege en su Begriffsschrift de 1874, la escritura permite mantener una impresión
general de elementos para ser mutuamente relacionados desde el espacio
bidimensional. Su preocupación está basada en la aparente di-simetría
entre concepto y escritura, en este caso simbólica, con lo cual propone
el juego dado entre el concepto como forma abstracta y la escritura lógica
que lo fija aparentemente sin ambigüedades. Frege también había
tratado el tema de la denotación y la verdad, proponiendo algo que
actualmente ha adquirido relevancia. La cita de la palabras de otro
individuo llamado X, implica la cancelación de su referencia directa. Si
digo “X dijo ‘Mañana lloverá’” me estoy refiriendo a sus
palabras y no a su referente. Pero, la preocupación clásica ha radicado
en la relación del discurso o el lenguaje con la realidad, olvidando que,
el discurso modela la realidad.
Un objeto del discurso puede ser también la institución, el discurso
mismo y las prácticas. Termina de separarse
de una vez por todas el dogmatismo de la teoría de la percepción y la
representación, que criticó W. Quine en los ‘60, aquella que todavía
confundía los objetos concretos de la percepción con los procesos
convencionales de la cultura. Oralidad
y escritura Según Foucault, la
noción de enunciado no implica una entidad metafísica, situada fuera del
juego de la producción de discursos; por el contrario, el enunciado está
directamente vinculado y esclarecido por una práctica concreta que lo
organiza y lo procesa en el campo del archivo.
Esto implica la historicidad como un doble juego. Al revisitar el pasado
se tendrá en cuenta la técnica del registro monumental de la escritura
como inscripción -epigráfica y paleográfica- de la figura antropológica
del hombre y sus técnicas de expresión. Lévi-Strauss afirma
que “la historia mítica ofrece, pues, la paradoja de estar simultáneamente
unida y desunida por relación al presente”. (1970:342). Entonces, ¿qué
diferencia existe entre los churinga
de los aranda y nuestros sistemas de registros? También Foucault va más
allá del evolucionismo y el difusionismo cultural. En su pensamiento no
hay una sola ley capacitada para determinar el desarrollo lineal de la
historia. Marx y Engels habían sospechado algo similar al estudiar el
modo de producción asiático con el fin de descubrir si se trataba de una
supervivencia anacrónica o de un modo propio que determinaba un tiempo
cultural diferente. Si bien Foucault
supone una descripción empírica que parte del signo y del libro
tradicionalmente entendidos, procura generar, precisamente a través del
enunciado que recorre toda práctica discursiva, el fenómeno del texto y
de la intertextualidad, articulando indiferentemente la oralidad y la
escritura. El rasgo trans-oral
del archivo y la acumulación figurada o metafórica de los discursos -con
sus reglas de formación, modalidades, estrategias, etc.-, son rasgos que
llevan a comprender que el archivo no es más (ni menos) que el “sistema
general de la formación y transformación de los enunciados”. El modelo
de Foucault conlleva el imperativo de la interpretación activa en el
mismo umbral y corte de las formaciones discursivas. El interés está
puesto en localizar los vectores temporales de derivación. Por otra parte, el núcleo
del asunto tiene que ver con la ineludible relación conflictiva entre el
presente de una comunicación oral institucional y el pasado escrito
recuperable por la re-lectura continua del mismo
sentido. Al parecer, subyace al intéres de Foucault una pretensión de
desarticular la tradicional visión lineal del tiempo histórico que
desconoce la distancia entre los hechos
acontecidos y su reflejo en el
discurso que lo organiza de acuerdo a los cánones de lectura
institucional. Esa diferencia está articulada en los mismos conceptos
propuesto por el autor: formaciones discursiva, estrategias,
modalidades de enunciación, prácticas
discursivas y no discursivas, prácticas institucionales, etc. Si bien explicar la
discusión de Foucault con Habermas no constituye un interés del presente
trabajo, es importante destacar que la polémica se basó, en determinado
momento, en el análisis de los términos foucaultianos y en el
cuestionamiento del lugar que éste atribuía a la producción discursiva
y a su circulación. En nuestra opinión,
Foucault define de modo más adecuado que Habermas el discurso como práctica
oral institucional (cara-a-cara) en un momento social. Foucault contribuye
a la explicación de ciertas nociones a las que Habermas rehuye. Por
ejemplo, Foucault lleva al límite el análisis de Althusser sin recurrir
a la noción de ideología. Simultáneamente se plantea, de otro modo, lo
que Grice y Austin entendieron como los varios sentidos que el sujeto
de una oración puede sugerir. Al alejarse de la visión oracional (oral)
de Austin y exponer la conformación de unidades discursivas mas complejas
y abstractas, Foucault aborda el asunto de la ideología
sin emplear dicha palabra. El estrato de las unidades discursivas más
abstractas subsume a la ideología al lugar del doble discurso o discurso
del doble jugado por el sujeto
fenomenológico tradicional. (Lecourt 1987:89) Si bien Habermas y
Apel han orientado su pensamiento respecto a la reflexión sobre las prácticas
sociales, se han detenido en la propuesta de un modelo de rol de la
intersubjetividad en la acción comunicativa y en la ética social. Es
necesario destacar la distancia entre Foucault y Habermas en términos didácticos:
el primero remite a un paradigma pos-estructuralista (textualista) y el
segundo un paradigma pos-marxista (dialogista). Tanto Habermas como
Austin se plantean el orden del discurso y la comunicabilidad del sentido,
en el entendido de que el marco teórico se preocupa básicamente por la
comunicación de sentidos e intenciones regulados por normas. Ambos
autores se preocupan por las modalidades de persuasión y el intercambio
de conocimientos acerca de diversos eventos que los discursos reflejan y a
los cuales, sin duda, refieren. La lectura
transdisciplinaria se vuelve una estrategia necesaria en una emergencia
discursiva caracterizada por su intertextualidad. Basta considerar el rol
del sujeto en diferentes tiempos: el tiempo real de la narración histórica
y el tiempo en la narración discursiva. Entonces, ¿puede establecese una
diferencia entre el tiempo en que los productos culturales se originan en una cultura y
el tiempo en los textos y
discursos a los que refieren esos objetos? El intercambio de
conocimientos y creencias a través de la comunicación discursiva supone
un estado de cosas presente en
el ánimo de los que participan. Como resulta evidente la escritura debe
desempeñar algún papel en el orden del archivo
y en la oralidad escriturada del
pasado; se postula entonces, el entrecruzamiento permanente entre la
horizontalidad de la escritura y la verticalidad de la oralidad del presente. Foucault rechaza el término
interpretación porque está relacionado tradicionalmente con la
Escuela de la Sospecha. Se trata de una interpretación basada en la
lectura del sentido que existe
detrás de una máscara dentro de un orden positivo y racional de lectura.
La lectura pertenece al orden de una institución que regula estrategias
operativas para el intercambio de sentidos aparentemente inmutables. Con sólo
pensarlos repetidamente y recuperarlos mediante la lectura el sentido permanecerá idéntico a sí mismo en lo escrito. El misterio de la
interpretación de un sentido oculto en la escritura se disuelve cuando
Foucault indaga en el juego institucional de las prácticas discursivas.
Por ello emplearemos el término interpretación para definir la lectura
intertextual del sentido que al mismo tiempo permanece idéntico y cambiante al ser
releído y re-escrito en otro contexto institucional.
El problema adquiere mayor significado cuando nos referimos al
mundo de los objetos físicos sin distinguir los objetos creados por el
discurso. Foucault, que retoma y reinterpreta esta tópica kuhneana, trata
discutiblemente de separar lo discursivo de lo no discursivo. Intenta
distinguir en la unidad del archivo
de lo escrito, un orden conceptualizable en la arqueología. En el conjunto de las instituciones, en el juego de su
inscripción en el archivo que
nos reenvía del presente al pasado y viceversa, existen prácticas
discursivas y prácticas no discursivas. Respecto a esto último puede
afirmarse que los conceptos de Foucault son objetos creados por una práctica
discursiva en un orden institucional. Se trata de conceptos que intentan
conformar zonas apenas esbozadas
hasta el presente. Sobre el tema del objeto se han articulado reflexiones teóricas de la filosofía del
conocimiento, la fenomenología, la filosofía analítica, etc. También
merece destacarse aquí la contribución de la teoría cognitiva que, a
partir de la relación sujeto y el objeto, pone en cuestión el tema de la
referencia y de la proposición,
en el marco conceptual de la experiencia lógica (perceptiva) en la
conceptualización del mundo. Habitualmente los
textos de historia de la filosofía indican que a partir de Marx se ha
replanteado la interpretación de fenómenos discursivos (ideológicos)
como reflejo de la realidad. Aunque canónicamente aceptada, la teoría anterior no habían
llegado a distinguir la diferencia existente entre un objeto producido por
la continua referencia textual y un objeto no-textual. Es imperioso indagar
detalladamente en ciertos conceptos, que si bien se han convertido en
centro de polémica en los últimos decenios, no han sido debidamente
examinados en relación a sus argumentos centrales. Actualmente se asiste
a diálogos donde se exponen posiciones globales que no dan cuenta de la
orientación funcional básica y retórica de la exposición. Esto
incrementa notoriamente la confusión y la ambigüedad referencial al
tiempo que limita una futura síntesis conceptual. Al intentar abordar la
cuestión de la praxis (no
discursiva), es ineludible aceptar la desemejanza que Foucault analiza
entre prácticas discursivas y prácticas no discursivas. ¿Las prácticas
no discursivas son el lugar de la praxis
al que se refería Marx? ¿Las prácticas no discursivas tienen relación
con la acción instrumental de Habermas? De existir tal campo de acciones
caracterizado por su exterioridad discursiva, ¿se entiende por campo un
conjunto de efectos no creados por el discurso? Es ineludible apelar,
en este punto, a la clásica distinción kantiana entre fenómeno
y noumeno. Estos términos en un
esquema representacional del mundo categorizado por un esquema conceptual,
señalan lo representable del mundo. No se trata de un residuo ontológico
que coloca límites al conocimiento -metafísica sincrónica fuera de la
historia- ni que posibilita el progreso del conocimiento. De emplearse una
terminología actual ¿puede afirmarse que el fenómeno
de Kant representa el objeto del discurso y el noumeno
el lado oscuro del objeto, el objeto exterior al discurso? La reinscripción
de la terminología kantiana tiene por propósito desplegar una estrategia
del enunciado foucaultiano: una
lectura de la escritura canónica que muestra el emplazamiento de los mismos objetos temáticos en diferentes
formaciones discursivas. La reinscripción no aspira a una lectura lineal
y traducible del sentido que
intenta develar la intención de
Kant al escribir La crítica de la
razón pura; por el contrario, la lectura ahora consiste en
interpretar el esquema conceptual de cada discurso según sus estrategias
y modalidades. Los
modos de producción de la escritura En la terminología de
Foucault la arqueología responde
a la necesaria reordenación de la lectura de los enunciados. El enunciado
es una función de existencia que pertenece a los signos y a partir de la
cual se puede decidir a partir de qué reglas se suceden o yuxtaponen y qué
especie de orden se encuentra efectuado por su formulación. De este modo
desaparecen las sucesiones lineales al ser sustituidas por “un juego de
desgajamientos en profundidad”. (1985:3) El enunciado permite ser
actualizado en diversas prácticas discursivas de lectura y escritura, prácticas
de determinación e iluminación de un dominio que son interpeladas por
las modalidades discursivas, la formación de los objetos, la formación
de las modalidades enunciativas, etc. En este contexto, las unidades
discursivas no deben buscarse en la coherencia de los conceptos, sino
“del lado de su emergencia simultánea o sucesiva, de desviación de la
identidad que los separa y eventualmente de su incompatibilidad”.
(1985:57) Los discursos no son, por esta razón, elementos significativos
inertes prestos a ser revividos por una ‘lectura’ extemporánea. Contemporáneamente a
Foucault, Althusser había escrito que los textos y discursos nos
interpelan en la medida en que estamos escritos
por las estrategias y los temas a los que ellos remiten. Esta afirmación
no sugiere que la interpretación se caracterice por ser un acto o una práctica
pasiva; por el contrario, se trata del juego de la continua reactivación
interpretativa de los documentos que han sido transformados por la
historia en monumentos. Así, Foucault rechaza un modelo uniforme de
temporalización en beneficio de la descripción, a propósito de cada práctica
discursiva, de sus reglas de enunciación, de exclusión, de reactivación,
etc. El sujeto,
inserto en un tipo nuevo de racionalidad y sometido a sus efectos múltiples,
al interpretar es interpelado sin solución de continuidad por un archivo
documental, en el entendido de que las formaciones discursivas no
coinciden con: a) una historicidad lineal, b) la homogeneidad de la
conciencia, y c) la transparencia del lenguaje. El primero de los
postulados nos conduce inevitablemente a Lévi-Strauss, quien ya en 1962
escribía: “Hay mucho que decir acerca de esta pretendidad continuidad
totalizadora del yo, en la nosotros vemos una ilusión mantenida por las
exigencias de la vida social.” (1970:372). La Arqueología
del saber genera un espacio múltiple que no es cognitivo ni
trascendental ni estructural para evitar el anacronismo y reconocer la
diversidad étnica de la cultura griega en épocas aristotélicas. Esto da
como resultado una lectura
intertextual de Aristóteles que abandona la pretensión de identificarlo
con nuestras prácticas culturales. Resulta tarea difícil pensar como los
griegos e interpretar linealmente sentidos en textos determinados por un
significado verdadero y sometidos a la monumentalidad histórica. Así queda
justificado el interés de Foucault por la intertextualidad de lo escrito
y la circulación institucional de los saberes. Según Foucault, un
paradigma determinado por su linealidad histórica no alcanza a explicar,
por ejemplo, el tema de la lectura y estudio de los textos del pasado. El sujeto
epistémico tradicional apoyado en la
razón instrumental encuentra su fundamento en el saber positivo al
que acude para examinar y extrapolar el pensar
de otras culturas en provecho del propio progreso histórico. Si bien
ocasionalmente la episteme clásica proporciona respuestas a fenómenos
específicos, éstos son subsumidos en su cuerpo de ideas; por este
motivo, es forzoso advertir que el sistema en sí mismo es percibido, ya
no más como un absoluto, sino como un sistema entre otros. Las instituciones
culturales, organizadas en relación a una jerarquía de teorías y
disciplinas, tienen su fundamento en los grandes sistemas de pensamiento
tradicionales; al mismo tiempo, dichas instituciones subsumen y codifican
la transmisión de lecturas, interpretaciones, relecturas, etc. Las
positividades tradicionales remiten al estudio disciplinario que valora
ciertamente la repetición acumulada de significados que el texto entraña. La
repetición asegura la organización racional de las posibles novedades
todavía no previstas en el devenir histórico. En el pensamiento de
Foucault la repetición de la
historia del pensamiento, de los conocimientos, de la filosofía, etc.,
multiplica las rupturas y persigue las discontinuidades. Allí se emplaza
la paradoja de la lectura que resulta de la interpretación de la
importancia anacrónica de los textos en la cultura y su influencia
actual. Ésta, más que relacionarse con el tiempo histórico, desafía la
propia noción de tiempo ya que su emergencia implica una escritura diferente
de nuestras prácticas y discursos. La paradoja de la lectura
manifiesta una economía productiva restringida, caracterizada por el
reconocimiento de los textos como monumentos,
por el respeto naturalizado ante los libros que han fijado y determinado
el tiempo. En la episteme
tradicional el sujeto que lee se pregunta por ideas aparentemente lejanas,
mira con asombro y descarta la posible actualidad de los conceptos que han
sido archivados o negados por diversas circunstancias que eventualmente
devienen canónicas. Por modalidades canónicas se entiende formaciones
disciplinarias regimentadas y descontextualizadas de lectura y escritura. Al poner en cuestión
el tema del tiempo histórico y del sujeto empírico, Foucault cuestiona
el tema del sentido. La lectura del sentido
fijado en la superficie misma del texto genera por analogía, en su
cualidad textual inherente, una determinada aproximación al pensamiento
del autor. Según Foucault, el pensamiento
del autor está entrejido en una compleja red simbólica social, en una
remisión constante a textos anteriores y contemporáneos, en un espíritu
del tiempo (zeitgeist) y en un
entramado cultural que necesariamente se ubica y decodifica en relación a
otras producciones textuales diferentes, distantes o actuales. ¿Una
antropología teórica? Tratando de superar la
decodificación de las linealidades tradicionales, Foucault ofrece otra
alternativa al proponer al arqueólogo, una descripción teórica para
demostrar en qué consisten y cómo se justifican las diferencias teóricas
de distintos sujetos que residen en el interior de una misma práctica
discursiva. Al referirse a prácticas lectoras alude a un proceso concreto
generado en una cultura determinada, según una noción de sentido
que las instituciones se han ocupado de naturalizar e instrumentalizar acríticamente.
Este argumento conduce a sostener que la lectura es una institución. ¿Qué
textos pueden leerse al interior de una institución educativa? ¿Qué técnica
y estrategia de lectura promueve esa institución? Por ejemplo, el
desarrollo de las instituciones educativas modernas se ha distinguido por
la naturalización activa de hábitos de racionalización de la conducta
por medio de la práctica de la lecto-escritura y el cálculo. Las
instituciones dependen estrechamente, para su futura reproducción, de la
disposición mnemotécnica
y de las habilidades interpretativas de los participantes de ese
ritual de iniciación institucional.
La tradición filosófica
occidental se ha preocupado, sistemáticamente por el vínculo y la
adecuación de la idea a la realidad. De acuerdo a esto, se ha relacionado habitual y
naturalmente al pensamiento con una realidad
exterior, dejando de lado la distancia entre los objetos inanimados
-las partículas de la física cuántica, por ejemplo- y los objetos
culturales -mito, ritual, totemismo, parentesco, etc. En la medida que
Foucault alude a cambios dentro y fuera del sistema cultural se justifica
el emprendimiento de una investigación de corte antropológico preocupada
por la especificación de los niveles del enunciado y del archivo, y que
por otra parte, elucide, cuestione y critique ideológicamente, al
interior de la práctica disciplinaria antropológica conceptos tales como
“reglas de formación, de derivación arqueológica, de apriori histórico”.
(1985:347) Si bien Clifford
Geertz en The Interpretation of cultures reconoce la magnitud de la
interpretación de la escritura producida por culturas exóticas, no alcanza a explicar categorialmente el concepto al que
refiere el proceso de interpretación. (1973:3) ¿Qué significa
interpretar en el contexto de una investigación antropológica? Esta
cuestión había sido había problematizada por Lévi-Strauss en 1952 en
los siguientes términos: ¿Puede desvincularse la práctica de
interpretación de una preceptiva etnocéntrica? En beneficio de una práctica
interpretativa distinta se ha abandonado la lectura entendida como
desciframiento que remite a una inserción disciplinaria tradicional y
colonial. Ahora el lector es interpelado por el mismo
texto, pero la estrategia de la interpretación del mismo está sujeta
a coordenadas y a perspectivas diferentes.
Las nociones de
institución y disciplinariedad desempeñan en este contexto de
investigación un papel fundamental en la medida en que aluden a prácticas
culturales diversificadas. Si bien refieren a prácticas mentales,
también, y sobre todo, remiten a prácticas concretas de realización de
lo específicamente humano. Este movimiento contundente tiene un doble
efecto en la teoría antropológica. En primer lugar, la antropología
adquiere una identidad propia dentro del campo de las llamadas ciencias
humanas y en segundo término, le permite a los estudios antropológicos
distanciarse del método científico y empírico de las denominadas ciencias
duras. El saber humanístico,
desde Hegel hasta nuestros días, ha fijado su atención en la cultura, en
las instituciones que producen saber y en las prácticas interpretativas y
educativas que transmiten. En la Introducción a la Arqueología
del saber Foucault
afirma que Marx y Freud han sido víctimas de una sobreinterpretación de
las prácticas lectoras ortodoxas. El caso de Marx resulta más evidente
dado que se lo ha seguido leyendo como un clásico del siglo XIX en su
problema de discernir entre objetos inanimados -realidad objetiva- y los
objetos culturales -producidos por el hombre-. El conjunto de las
obras de Marx dan cuenta de una actitud discursiva vinculada a temas
culturales y sociales de fuerte contenido teórico antropológico. La
lectura ortodoxa normalmente restringe el corpus y lo relaciona casi únicamente
con la objetividad real. Esto
genera el desconocimiento de una práctica discursiva que genera las
condiciones de interpretar(se) como objeto cultural sujeto a la crítica.
Este ejemplo puede ser suficiente para probar cómo la lectura del sentido
conduce a la predeterminación de lo que el texto dirá y a la suposición
de que esa verdad, emanada de su sustancia, es inalterable. El texto como objeto
cultural sujeto a la crítica es un producto concreto que se relaciona con
prácticas sociales que pueden llamarse modos
de producción y relaciones de
producción de la escritura. Ya no es posible suponer que el
pensamiento, dentro de un texto, pueda aislarse para permanecer inmutable
a través de la historia. El texto, sus enunciados, sus teorías, etc.,
remiten a paradigmas, ideologías, esquemas conceptuales que no son ajenos
a los modos de producción de la escritura que la sociedad y la cultura
del momento reconocen como tales en ese momento histórico determinado.
Por esta razón ya no se trata del empleo de una estrategia que permita la
interpretación de la cultura que nos identifica, sino del desplazamiento
de la interpretación hacia la comprensión de otras culturas que hasta el
momento se nos habían presentado como extrañas. Los defensores del racionalismo
platónico habían sostenido que poner en cuestión el pensamiento,
interrogar a la razón o a la historia conducía al más absoluto
irracionalismo. Si estas categorías guardan un estrecho vínculo con la
escritura como ha quedado suficientemente claro ¿es posible leer fuera
del archivo? Ser coherentes con
la cultura escrita significa revisar aquellas zonas del texto que no han
sido suficientemente trabajadas, de este modo podría realizarse, por
ejemplo, una lectura de Lévi-Strauss como hermeneuta e intérprete de
mitos. En este sentido, la escritura en el archivo reactualiza el pasado en un contexto de emergencias
discursivas y prácticas institucionales que remiten a conflictos teóricos
respecto, por ejemplo, a la descripción de las culturas primitivas. Lévi-Strauss en 1952
se plantea el problema del etnocentrismo; diez años más tarde, la
especificidad cultural del ingeniero
y el bricoleur. Con eficaces observaciones reconoce el valor de la
diversidad cultural, productiva, interpretativa, política y científica.
Al realizar una retrospectiva crítica centrada en estos dos temas se
actualizarán aportes fundamentales interdisciplinarios comprensibles
necesariamente a la luz de una diversidad cultural no indefectiblemente
alineada en el caos o el orden. Esta estrategia no sólo permite vincular
interpretativamente culturas, categorías e intereses, sino también
cuestionar e interpelar a la cultura en la que estamos inmersos -como el
mismo Lévi-Strauss lo hizo - y verla desde el punto de vista del otro.
Aquí se plantea la cuestión fundamental. Si entendemos a la lectura a modo de institución disciplinaria y canónica, que tiene
entre sus procedimientos la función de conservar el sentido inmutable,
constitutivo e idéntico a sí mismo del texto maestro, ¿qué sucede cuando esos complejos eventos son traídos al
presente discursivo? En la concepción
estructuralista el sujeto es producido por el lenguaje. El sujeto
saussureano actualiza el saber de la langue
mediante la parole sin interferir en la primera; el emisor desconoce cuando
habla como individuo todo el saber implícito, social y potencial del
lenguaje. Este tejido cultural (Ursprache)
no es transparente a la
conciencia. Dando cuenta de la complejidad discursiva, Foucault se detiene
en la noción de sujeto epistémico o sujeto competente de la práctica
discursiva o de la acción
comunicativa. En este sentido, Derrida también reconoce la
importancia que el estructuralismo ha jugado en el des-centramiento de la
competencia del sujeto sobredeterminado por la
episteme estructural. Para ser más específicos, el
desvanecimiento del sujeto había comenzado con el estructuralismo.
Algunos
conceptos relevantes Aunque Foucault no se
refiere a ello explícitamente, se replantea -tal y como lo habían hecho
Dilthey y Windelband- el problema de la demarcación de las disciplinas y
la teoricidad vinculada a las ciencias duras. Presenta una serie de
conceptos como unidades, modalidades, estrategias
discursivas y estrategias no
discursivas, etc. Se refiere al funcionamiento de la memoria en el archivo
y a otros elementos creados por el hombre como prácticas
de escritura y de poder en el entramado institucional. Foucault ofrece un
conjunto de términos capaces de configurar una teoría coherente en cuyo
interior se distingue un diseño específico de conexiones -en el ámbito
diacrónico- para la
interpretación de formaciones discursivas. La presente tarea no
tiene por objetivo detenerse en aquellos textos de Foucault que lo
vinculan a la genealogía del psiquiátrico, sino especialmente en la Arqueología
del saber donde formula el concepto de sujeto
y analiza las relaciones de éste con las instituciones de lectura y
escritura. En la actualidad estos nociones adquieren especial relevancia
para la comprensión de la crisis de las narrativas maestras explicativas
del pasado y características de la modernidad. Al mismo tiempo nos
permiten advertir los problemas relativos a el cambio de orientación de
los estudios humanísticos en una época en la cual el tema de la reforma
curricular es objeto de debates múltiples. A modo de ejemplo y apelando
al archivo foucaultiano, puede recordarse que en 1908 W. Windelband
pronunció una conferencia en la Asociación de Amigos de la Enseñanza de
la Humanidades de Viena que llevó por título “Qué es y qué vale la
tradición en la vida actual”. Considerando la reforma de los estudios
secundarios, el filósofo alemán, defendía la tradición humanística de
los embates de quienes proponían eliminar el latín y el griego e
incrementar el estudio de las ciencias, la gimnasia y el deporte. Esta lectura de
apariencia anacrónica remite a una dificultad y una práctica
sociocultural emparentada con la problemática humanística a la que se
refiere Foucault al intentar abandonar la herencia tecnocrática, apolítica
y ahistórica del estructuralismo al que una parte de la intelligentsia
de izquierda había apostado, divisando en él un renacimiento del
marxismo revolucionario. En opinión de un marxista ortodoxo: “El
estructuralismo, es la ideología de un período en el cual los modos de
producción estaban determinados por la cibernética”. (Lefebvre
1971:16). La crisis de las
narrativas y la incidencia del Plan Marshall en los años ‘50 parecen
determinar el florecimiento del pensamiento francés en el cambio de
paradigma. En este espectro teórico, deben ser tenidos en cuenta los
aportes de Kuhn desde el campo de la ciencia. De este modo, dentro de la
apertura a nuevas formas de teorizar en las ciencias humanas, Lévi-Strauss
constituye un paradigma: no
solamente se libera de la carga teorética de las ciencias naturales, sino
también de Bergson, Sartre, y de las estrategias discursivas heredadas
del siglo XIX. Foucault expone una
serie de conceptos que tienen especial relevancia antropológica y teórica.
Entre ellos se destaca la discriminación de niveles de adecuación
descriptiva de acuerdo a los que trata de organizar las prácticas
discursivas orales de la interacción cara-a-cara (sincronía) y la
escritura en el archivo (diacronía). Foucault afirma que la Arqueología
no trata con documentos, ni con pensamientos,
representaciones, imágenes, temas ni obsesiones
que se ocultan en los discursos, sino con las reglas que rigen sus prácticas.
En razón de esto el documento no es signo de algo mítico y fantasmal, es
un monumento para el cual ya no funciona la interpretación en base a
la función de la transparencia/opacidad. La arqueología no busca la
“transición continua e insensible” de los discursos respecto a
eventos y discursos precedentes, ni el momento original en que surgen
originalmente recortados del tejido narrativo, ya que tampoco es posible
recurrir al sujeto creador como
principio de unidad de la obra, para que explique todo y especialmente sobredetermine
la lectura de la comunidad de lectores posteriores hasta esterilizarlos.
(1985:235)
Según Foucault
discurso es “el conjunto de enunciados que dependen de un mismo sistema
de formación, y así podré hablar del discurso clínico, del discurso
económico, del discurso de la historia natural, del discurso psiquiátrico.”
(1987:181). Veamos algunos de sus
conceptos más relevantes: A) Enunciado: El
enunciado puede tener varias formas y su función virtual
no coincide ni con la frase gramatical ni con la proposición lógica
ni con el acto de habla de Austin. Al proponer que el enunciado no
coincide con el lenguaje pero lo hace posible, Foucault evita concebirlo
como teorización o abstracción, a modo de la concepción etnocéntrica
del lenguaje arbitrario saussureano que corresponde a una forma ideal
propia de Occidente. Así, Foucault concibe como enunciados posibles:
mapas, biografías, cuadros estadísticos, memorias, verificaciones
experimentales, etc. Esto supone una estrategia doble, por un lado, libera
a la retórica y a la poética de la racionalidad de la gramática y de la
lógica y, en segundo término, respecto a otras culturas admite reconocer
escrituras pictográfica e ideográficas. Esta estrategia permitiría
determinar el lugar de la función
enunciativa como una función intertextual con capacidad de conectar
conceptos en varias formaciones
discursivas. El enunciado es el
producto activo de una práctica de re-escritura o re-lectura. Teniendo en
cuenta el problema de la referencia y el sentido, Foucault sugiere la noción
de correlato del enunciado como
el conjunto de dominios en los que ciertos objetos materiales
-localizaciones espaciales- y objetos ficticios pueden aparecer -formas míticas-.
Es entonces que propone la noción de función referencial,
un concepto que no está
constituido por cosas, hechos, realidades, seres, sino por reglas que
organizan las prácticas discursivas que dan existencia a los objetos,
forman los lugares, las condiciones, el campo de emergencia y las
relaciones puestas en juego por el enunciado en cuanto función
enunciativa dentro de una formación discursiva. Foucault llamará
enunciado a la modalidad de existencia propia de ese conjunto de signos: ...modalidad
que le permite ser algo más que una serie de trazos, algo más que una
sucesión de marcas sobre una sustancia, algo más que un objeto
cualquiera fabricado por un ser humano; modalidad que le permite estar en
relación con un dominio de objetos, prescribir una posición definida a
todo sujeto posible, estar situado entre otras actuaciones verbales, estar
dotado en fin de una materialidad repetible. (1985:180) B) Formación
discursiva: Varias indicaciones foucaultianas permiten delimitar sus
características: a) diferentes enunciados forman un conjunto y se
refieren a un objeto; b) existen estilos de diferentes enunciados
-entendiendo por estilo un corpus léxico, metafórico, etc.-; c) pueden
diferenciarse conjuntos de conceptos en los enunciados, y d) es posible
establecer la identidad y persistencia de los temas. Foucault se pregunta
acerca de la dispersión, la
exclusión y la ley de repartición de los enunciados, teniendo en cuenta
que estas interrogantes serán desarrolladas en el contexto global que
supone una formación discursiva como unidad de macroenunciación. Una
formación discursiva puede analizarse siguiendo cuatro direcciones:
formación de los objetos, formación de las posiciones del sujeto,
formación de los conceptos y formación de la estrategias. Estos vectores
se corresponden con los cuatro dominios en los cuales se produce la función
enunciativa. C) Reglas de formación:
Al ingresar al campo de las formaciones discursivas es necesario examinar
las condiciones funcionales de los objetos de un discurso, esto supone el
análisis de las modalidades de enunciación, sus objetos y sus elecciones
temáticas. Las reglas de formación condicionan objetos, modalidades de
enunciación, conceptos y elecciones temáticas porque son reglas que
configuran la coexistencia, la conservación, la modificación, y aún, la
desaparición de determinada formación discursiva. D) Unidades del
Discurso: En las unidades del discurso se presenta la problemática de los
cortes de las unidades
discretas. Al introducir el tema de la legibilidad como dilema teórico,
Foucault especifica el empleo de términos discontinuidad, ruptura, umbral,
límite, serie, transformación,
etc. Es fundamental discriminar las diferentes modalidades que pueden
adquirir estos conceptos en el
continuo textual o discursivo, esto podría ejemplarizarse con la
transformación que sufre la concepción de la dialéctica de Hegel a
Marx, sin dejar de lado las interpretaciones ortodoxas y no ortodoxas que
procuraron re-elaborar el concepto. Las unidades del discurso remiten al
campo de la emergencia del enunciado, aunque Foucault no puntualiza explícitamente
en el problema de la escansión teórica. Se trata de abandonar al libro y
a la obra como unidades tradicionales para referirse al texto
y a la distinción de unidades dentro de un discurso. En este concepto se
sitúa, en dimensión contextual, la delimitación de la influencia de un
discurso en otro y la cuestión de la cita
de textos. E) Formación de los
objetos: Como Nietzsche y Wittgenstein, Foucault comprende que no hay
objetos, sino sólo interpretaciones. La función operativa del discurso
respecto a los objetos que aparecen en éste se relaciona de la siguiente
manera: a) superficies de emergencia; b) instancias de delimitación y c)
rejillas de especificación. Una formación discursiva podría definirse
si logra establecerse el conjunto de sus objetos.
A esto se suma el análisis
de los objetos: 1) En sus relaciones inter(textuales), 2) En sus
relaciones institucionales (procesos económicos, sistemas de normas, técnicas,
etc.), 3) En relación a los niveles tradicionales que plantea la apertura
de un “espacio articulado de descripciones posibles” (las relaciones
pueden ser primarias o reales,
secundarias o reflexivas y
discursivas). 4) Las relaciones no son exteriores al discurso, se
encuentran en el límite del discurso ofreciéndole los objetos de los que
puede hablar o determinando “el conjunto de relaciones que el discurso
debe efectuar para poder hablar de tales o cuales objetos, para poder
tratarlos, nombrarlos, analizarlos, clasificarlos, etc.” La ambigüedad
planteada a nivel de las tradicionalidades que conlleva la apertura de un
“espacio articulado de descripciones posibles”, permite realizar
algunas precisiones críticas. Foucault recurre a la clásica distinción
filosófica acerca de los niveles discursivos: a) lenguaje de los objetos,
b) lenguaje del lenguaje de los objetos y, c) metalenguaje. De modo implícito,
estos tres niveles de análisis, están presentes en la obra de Boas
cuando analiza las múltiples connotaciones del término nieve
en la lengua esquimal. En el mismo sentido, Foucault parece afirmar que se
trata de un coyuntura determinada por una práctica social, motivo por el
cual sostiene:
“Para analizar las reglas de formación de los objetos, se ha
visto que no se debía enraizarlos en las cosas ni referirlos al dominio
de las palabras” (1985: 103). Una lectura de esta aseveración nos
remite al tema de la teoría del
reflejo -postulada desde Platón a Marx- que puede ser resumida en términos
de la problemática de la representación
del mundo en las palabras y los conceptos. F) Formación de las
modalidades discursivas: Los enunciados se relacionan con ciertos soportes
materiales como los signos de la escritura y con elementos como
descripciones cualitativas, relatos biográficos, interpretación, analogías,
deducciones, tablas estadísticas y verificaciones experimentales, etc.
Foucault pone en tela de juicio la noción del sujeto sistémico,
planteado así, en función de las peculiaridades del discurso, la dispersión
del sujeto. Esta noción impone, en el centro de una formación
discursiva, las siguientes interrogantes: a) ¿Quién habla?, b) ¿Desde
qué lugar institucional surge el discurso?, c)¿Qué papel desempeña el
sujeto en un discurso determinado (médico, económico, político,
educativo, etc.)? Distintas situaciones
de enunciación caracterizan la dispersión
del sujeto; ya no es posible acudir al sujeto modélico, al sujeto
trascendental kantiano o al sujeto psicológico como referencia homogénea.
En la estrategia de formaciones de modalidades discursivas que definen el
régimen de las enunciaciones la función del sujeto sufre un
desplazamiento: el sujeto cognitivo se convierte en sujeto antropológico.
Este último está incesantemente conformándose en instituciones y
discursos, ya que los crea, o al menos los transforma de modo activo. G) El archivo: Puede
definirse como el sistema general de la formación y transformación
social e institucional de los enunciados (1985:223). Las prácticas
institucionales de transcripción y re-inscripción de los enunciados en
la escritura implica que los enunciados obedezcan -más que a un orden físico
espacio-temporal- al régimen de una materialidad institucional. Éste
define posibilidades de reinscripción
y de transcripción (1985:173) y también umbrales y límites paradigmáticos.
El archivo como entidad virtual
diseña un proceso y una práctica a partir de la lengua
como estructura de frases posibles y el corpus
de éstas. El archivo es una práctica “que hace surgir una
multiplicidad de enunciados ofrecidos al tratamiento /.../ haciendo
aparecer las reglas de una práctica que permite a la vez a los enunciados
subsistir y modificarse regularmente. Es el
sistema general de la formación y de la transformación de los enunciados”.
(1985:221) No se trata de un
concepto estático, en el archivo, los discursos activan y estimulan
la interpretación mediante sus estrategias y modalidades que nos
interpelan y dirigen nuestra atención. Teniendo en cuenta que su cronología
es alienal y ahistórica, no es el depósito donde yacen los monumentos del pasado, sino un emplazamiento en el que convive el
presente, por ese motivo, afirma Foucault que:
La
tarea arqueológica no intenta
repetir lo que ha sido dicho incorporándosele en su misma identidad. No
pretende eclipsarse ella misma en la modestia ambigua de una lectura que
dejase tornar, en su pureza, la luz lejana, precaria, casi desvanecida del
origen. No es nada más y ninguna otra cosa que una reescritura,
es decir en la forma mantenida de la exterioridad, una transformación
pautada de lo que ha sido y ha escrito. (1985:235). Los límites del archivo
en su actualización histórica
jamás acabada, integran el horizonte de la descripción de las
formaciones discursivas y de las positividades (disciplinas e
instituciones). Según lo define el mismo Foucault: “La arqueología
describe los discursos como prácticas especificadas en el elemento del
archivo” (1985: 223). Esto puede explicarse en el comportamiento de
determinada comunidad interpretativa que cae en el error de la labor
canonizante respecto a la lectura de algunos textos clásicos. Los temas,
objetos de transmisión didáctica, son protegidos de la historia mediante
ejercicios de relectura y repetición apartados del cambio cultural. En
este sentido, la canonización tiene que ver con prácticas de aprendizaje
institucionalizadas caracterizadas por desempeñar una doble función:
integrar a los programas disciplinarios los autores clásicos y estudiar
el pensamiento de autor en
cuestión, no teniendo en cuenta la dimensión diacrónica y sociocultural
que tal cosa supone. El efecto de
legibilidad que sugiere la condición
posmoderna de Lyotard habilita a abandonar la disyunción entre el
presente y el pasado memorizable y preservable. El tiempo de la narración
histórica (discurso/texto) no coincide exactamente con el tiempo real
ni con el tiempo de los clásicos o como los llama Lyotard, narrativas maestras. Un ejemplo excelente
que mantiene su vigencia es el psicoanálisis de Freud. En términos de la
llamada posmodernidad los textos freudianos son empleados como útiles de
sobreinterpretación, sea ésta moral, sexista o racional. En dicha
sobreinterpretación está implícito el carácter unívoco de una lectura
freudiana que se caracteriza por olvidar el correlato de aquellos
enunciados, es decir, aislando los textos del contexto discursivo de la época
y de su recepción posterior. Según Foucault, “las diversas modalidades
de enunciación, en lugar de remitir a la
síntesis o a la función
unificadora de un sujeto,
manifiesta su dispersión”. En esta dispersión, sería absurdo suponer,
que somos más objetivos que Freud, Malinowski o Lévi-Strauss porque
ahora poseemos la interpretación correcta. Una
arqueología aplicada a textos Ante los problemas que
evidentemente han surgido a propósito de relacionar la observación y la
labor interpretativa las estrategias foucaultianas constituyen un
horizonte crítico propicio. La arqueología es una estrategia
capaz de explicar los modos y las relaciones de producción de la
escritura, así como la relación entre el concepto de escritura tal y
como se lo entiende en occidente y otros códigos. En segundo término,
profundiza respecto a la importancia de los aspectos etnocéntricos
que sobredeterminan un efecto de significación y un efecto de
verosimilitud en las modalidades y las estrategias
discursivas, como prácticas que suponen un efecto de legibilidad
determinado por los modos de producción económicos. La Arqueología
del saber plantea las siguientes cuestiones:
re-coloca la relación sujeto/objeto en las ciencias humanas, diseña
el espacio de un discurso que se fusiona con un régimen de materialidad y
que la vez no depende del concepto de ley científica de las ciencias
duras y, propone que las posiciones
del sujeto como instancia productora de discursos configuran una red
de relaciones discursivas (de poder). Los estudios sobre los
saberes institucionales se han extendido considerablemente si nos
detenemos en una perspectiva histórica. Si bien no puede afirmarse que
Foucault haya sido el primero en abordar dichas problemática, su
influencia discursiva asoma respecto a los estudios sobre antropología de
la producción científica, ejemplo de esto puede ser La
vida en el laboratorio de B. Latour y S. Woolgar. Cuando Foucault
pregunta explícitamente: “¿Qué es una teoría?” no está planteado
una pregunta retórica, quiere tomar distancia del modelo repetitivo de la
herencia estructural marxista de Althusser. La Arqueología
del saber no se ofrece como método, pero sí puede emplearse como
descripción del campo de la función enunciativa. La práctica arqueológica
no explicita un modelo epistémico fuerte que describa
un determinado campo de objetos concretos, sino que trata de reducir la
importancia teórica del corte sincrónico, para dar relevancia al aspecto
hermenéutico de la diacronía, como lo propugnaba Bajtín en 1929 y desde
luego Kuhn en 1962. La crítica marxista
clásica de Lecourt no tiene en cuenta que la Arqueología, como práctica
discursiva parecería inclinarse más hacia la Verstehen
(comprensión) que hacia la
Erklären (explicación). Sin embargo, la cuestión más interesante
y discutida (Lecourt 1987:102) se presenta respecto al juego dialéctico
de las prácticas discursivas y
las prácticas no discursivas.
Este punto es de especial relevancia ya que determina las relaciones entre
formaciones discursivas y hechos económicos y políticos con el propósito
de re-diseñar el clásico esquema superestructura/base. Un esquema que
Althusser había sofisticado al definir a las ideologías prácticas como
formaciones que reúnen representaciones y comportamientos. Foucault trata de
explicar la articulación de las prácticas discursivas con las prácticas
no discursivas como mutua determinación histórica y social, las prácticas
no discursivas realizadas en comunidades interpretativas regulan por lo
general el orden del discurso determinando las condiciones de existencia
de los enunciados y el modo de reproducción
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por Ruben Tani
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