Apuntes para una arqueología de la

producción social de las interpretaciones
por Ruben Tani y María Gracia Núñez

Introducción: sobre la arqueología

 

La arqueología como ontología materialista deja de lado la herencia tecnocrática, apolítica y a-histórica del estructuralismo y se ubica en el margen de la “disciplina o positividad” (Tani, 1994b:6). Se distancia de aquellas disciplinas que consideran que el lenguaje permitiría explicar la relación del sujeto con el mundo a través de la “mediación” comunicativa de la frase, la proposición y el acto de habla.

 

La arqueología no trata con documentos, ni con pensamientos, representaciones, imágenes, temas ni obsesiones que se “ocultan” en las “obras”, sino que se propone ser “la descripción sistemática de un discurso-objeto”. (Foucault, 1995:235). Foucault se refiere a una “tipología del discurso” que no sea entendida en relación con los rasgos gramaticales, el valor expresivo, las estructuras formales y los objetos del discurso ya que existen propiedades discursivas específicas o relaciones que son irreductibles a las reglas de la gramática y de la lógica y a las leyes que gobiernan los objetos.

 

La tipología del discurso foucaultiana se propone distinguir las grandes categorías del discurso, introducir un tipo de “análisis histórico del discurso”, que permita considerar las modificaciones y variaciones, dentro de cualquier cultura, de los modos de circulación, valorización, atribución y apropiación (Foucault, 1999:349). Aporta los conceptos de sujeto relacionado con las prácticas discursivas (autor-función),, de archivo, enunciado, unidades, modalidades, estrategias discursivas, estrategias no discursivas, formaciones discursivas que permiten entender los usos institucionales de los discursos en relación con una jerarquía de teorías y disciplinas que “fundamentan” sistemas de pensamiento y reproducen la transmisión de lecturas, interpretaciones, relecturas, etc.

1- El desplazamiento de la noción de “sujeto”. ¿Importa quién habla?

 

El estructuralismo francés supuso una reacción contra el humanismo burgués   poniendo el énfasis epistemológico en el análisis de los mitos, el parentesco, el lenguaje, la semiología, el inconsciente, etc. Son estas categorías socializadas que  determinan los comportamientos individuales, siguiendo la huella de los aportes de Durkheim y de Saussure. Si bien Foucault reconoce la importancia del estructuralismo respecto al des-centramiento de la competencia del sujeto sobredeterminado por la estructura, la arqueología da cuenta de una postura materialista del “sujeto” y el “saber disciplinario”[1]. Las teorías estructuralistas y funcionalistas presentan una visión del sujeto cognitivo sistémica y a-histórica en la que el sujeto se limita a actualizar el saber de la langue mediante la parole, desconociendo el saber político y potencial del lenguaje.

 

Los discursos expresan un tejido de prácticas sociales de sujetos históricos. Ya no se trata del sujeto “parlante” o “sistémico” cuya competencia comunicativa se reduce a construir proposiciones verdaderas o falsas, oraciones o actos de habla. Como no hay signos que expresen el pensamiento abstracto y transparente de un sujeto trascendental, no se trata de reconstruir el pensamiento de un sujeto ni el origen empírico o trascendental de su discurso. No es posible recurrir al “sujeto creador” como principio de unidad de la obra que permita explicar la recepción de una obra por parte de una comunidad de lectores (Foucault, 1995:235) porque se  apela al concepto de “discurso” como práctica de habla sometida a controles, apropiaciones y luchas en la sociedad. El uso del discurso en las sociedades modernas es ordenado mediante su silenciamiento, estigmatización, tabuización, a través de una producción institucionalmente controlada.

 

De todos modos, el sujeto originador (y sus sustitutos) no debería ser abandonado por completo sino que debe ser despojado de su rol creativo y analizado como una función, compleja y variable para captar sus funciones, su intervención en el discurso y su sistema de dependencias. En este sentido, el "autor-función" podría también revelar la manera en que el discurso es articulado sobre la base de las relaciones sociales. (Foucault, 1999:350).  El autor, o lo que llama "autor-función", es una de las posibles especificaciones del sujeto y, considerando transformaciones históricas pasadas, parece que esta función no es inmutable. (Foucault, 1999:350) Más que de “autor”, hablará de "iniciadores de prácticas discursivas". Pone el caso de Marx y Freud “que no sólo hicieron posible un cierto número de analogías que podían ser adoptadas por textos futuros, sino que también, y con igual importancia, hicieron posible un cierto número de diferencias. Abrieron un espacio para la introducción de elementos ajenos a ellos, los que, sin embargo permanecen dentro del campo del discurso que ellos iniciaron”[2]. (Foucault, 1999:345).

 

Foucault se refiere a la dispersión del sujeto que es caracterizada por distintas situaciones de enunciación y las “diferentes formas de relaciones” (o la ausencia de éstas) que un autor puede asumir. En ¿Qué es un autor? Con respecto al análisis del discurso, Foucault afirma que no se debe partir de estas preguntas: "¿Quién es el verdadero autor?" "¿Tenemos pruebas de su autenticidad y originalidad?" "¿Qué ha revelado de su más profundo ser a través de su lenguaje?". ¿Cómo un sujeto aislado penetra la densidad de las cosas y las dota de significado? ¿Cómo cumple su propósito dando vida a las reglas del discurso desde el interior? Las respuestas a estas preguntas  generan, por ejemplo, la canonización de los textos clásicos en el marco de los estudios disciplinarios, la repetición que asegura la organización “racional” y la acumulación de significados. Estos elementos se relacionan con prácticas de aprendizaje institucionalizadas que desempeñan una doble función: integran a los programas disciplinarios los autores clásicos y transmiten el pensamiento de autor sin considerar su dimensión diacrónica y sociocultural.

 

En cambio, propone que nos formulemos las siguientes preguntas: "¿Cuáles son los modos de existencia de este discurso?" "¿De dónde proviene? ¿Cómo se lo hace circular? ¿Quién lo controla?" (Foucault, 1999:350-351). Así, el análisis de un saber no parte de la conciencia de un autor sino de su discurso en tanto práctica, para considerar una relación diferencial de enunciados que posibilitan un saber. El sujeto no crea el discurso, sino que está sujeto al conjunto de reglas determinadas de las que no es consciente. Es este conjunto de reglas y no el protagonismo aislado del sujeto lo que hace posible la emergencia de una “práctica discursiva” que se sitúa en el límite del discurso (no es ni interna ni externa al discurso)[3] (Escolar, 2004).

 

La hermenéutica y la semiología, según Foucault, entienden que detrás de los signos manifiestos reside un pensamiento latente, un significado oculto sin tomar en cuenta la violencia explícita que conforma a todo significado atribuido. Desde el punto de vista social, todos los signos tienen las marcas de la violencia ejercida por el poder que más que reprimir produce “realidad”, más que ideologizar, abstraer u ocultar, produce “verdad”[4].

 

Desde el punto de vista del análisis, cada signo en sí mismo no es otra cosa que interpretación de otros signos: “La descripción de los enunciados y de las formaciones discursivas debe, pues, liberarse de la imagen tan frecuente y tan obstinada del retorno”. (Foucault, 1995:211). La interpretación es un  producto de una economía material, un juego de continua reactivación interpretativa de los documentos[5] , la repetición de la historia del pensamiento, de los conocimientos, de la filosofía, etc., multiplica las rupturas y permite la comprensión de las discontinuidades:

 

Si interpretar fuese aclarar lentamente una significación oculta en el origen, sólo la metafísica podría interpretar el devenir de la humanidad. Pero si interpretar es ampararse, por violencia o subrepticiamente, en un sistema de reglas que no tiene en sí mismo significación esencial, e imponerle una dirección, plegarlo a una nueva voluntad, hacerlo entrar en otro juego, y someterlo a reglas segundas, entonces el devenir de la humanidad es una serie de interpretaciones.  (Foucault, 1992:18).

Foucault se refiere a un vínculo entre relaciones de fuerza y relaciones de verdad. La verdad universal es la verdad del sujeto que habla y aporta su perspectiva. En este sentido, la verdad sólo se despliega desde una posición de lucha o de la victoria que quiere obtener. Las “verdades” (esto es, un conjunto de interpretaciones basadas en la violencia simbólica, histórica y de clase) son agenciadas por las clases o grupos dominantes que monopolizan la producción de discursos, prescriben e indican significados e imponen interpretaciones en un campo de prácticas no discursivas relacionado con procesos de apropiación relativos al derecho a hablar, a la posibilidad de formular un conjunto de enunciados en instancias de decisión institucional y social. (Foucault, 1995:112). 

El “régimen discursivo” implica un dispositivo de fuerzas, intereses, relaciones de poder y de deseo que emplea la argumentación para la formulación de su verdad. Esta no admite prueba científica. El “régimen de verdad” es condición de la formación y el desarrollo del sistema social. Es el régimen político, económico, institucional, el que produce y sostiene la verdad. En "Verdad y poder"  Foucault afirma:

Por “verdad” (debe) entender(se) un conjunto de procedimientos reglamentados por la producción, la ley, la repartición, la puesta en circulación, y el funcionamiento de los enunciados. La “verdad” está ligada circularmente a los sistemas de poder que la producen y la mantienen, y a los efectos de poder que induce y que la acompañan. “Régimen” de la verdad. (Foucault, 1992:189).

2- Los enunciados como multiplicidades

El concepto de “enunciado” de Foucault, como función virtual que cruza el texto no coincide ni con la noción de “frase gramatical”, de “proposición lógica” ni con la de “acto de habla” (Austin) porque está relacionado con un “espacio colateral adyacente” dentro de un dominio en el que sujetos, objetos, estados de cosas, etc[6]. comparten con otros enunciados reglas de la formación discursiva. Foucault afirma

No existe enunciado que no suponga otros; (...) en torno de cada enunciado hay campos de coexistencias, efectos de serie y de sucesión, una distribución de funciones y de papeles. Si se habla de enunciado es en la medida en que una frase (o una proposición) figura en un punto definido, con una posición determinada, en un juego enunciativo que la rebasa. (Foucault, 1995: 166)

 

El enunciado es la unidad básica que estudia la arqueología. Ésta describe las condiciones de existencia del enunciado –como “modalidad de existencia propia de un conjunto de signos”– sin recurrir a los temas propios de la historia de las ideas (autor, obra, tradición, influencia, desarrollo, etc.). En tanto sus condiciones de existencia (materialidad) no dependen del valor lógico, de la significación ni de la corrección gramatical, el enunciado no constituye una estructura o sistema sino una multiplicidad, es un  punto en una red de relaciones:

 

...modalidad que le permite ser algo más que una serie de trazos, algo más que una sucesión de marcas sobre una sustancia, algo más que un objeto cualquiera fabricado por un ser humano; modalidad que le permite estar en relación con un dominio de objetos, prescribir una posición definida a todo sujeto posible, estar situado entre otras actuaciones verbales, estar dotado en fin de una materialidad repetible. (Foucault, 1995:180).

No se trata de una noción metafísica que se sitúa fuera del juego de la producción social de discursos sino de una noción que posee una “materialidad repetible” en tanto los enunciados pertenecen a “formaciones discursivas”[7] que son históricas y se transforman mediante prácticas de re-lectura y re-escritura –posibilidades de reinscripción y de trascripción (Foucault, 1995:173) 

Si bien se relacionan con ciertos soportes materiales (tinta, papel, etc.), los enunciados obedecen más a un régimen vinculado a la materialidad institucional que a un orden físico espacio-temporal. Los enunciados pueden ser descripciones cualitativas, relatos biográficos, interpretaciones, analogías, deducciones, tablas estadísticas y verificaciones experimentales, etc. En este sentido, “son siempre acontecimientos que ni la lengua ni el sentido pueden agotar por completo”. (Foucault, 1995:46). 

No tienen que ver con cosas, hechos, realidades o seres, sino con reglas que pertenecen al orden de la institución y definen sus condiciones de existencia: sus sujetos, sus objetos discursivos, sus conceptos (elecciones teóricas que justifican las condiciones de su aparición), sus modalidades discursivas, sus modalidades enunciativas, sus relaciones, etc. Así, Foucault no interpela el origen de los enunciados sino sus condiciones de existencia y las reglas según las cuales han aparecido. Esto explica la pregunta: "¿cuál es, pues, esa singular existencia, que sale a la luz en lo que se dice, y en ninguna otra parte?" (Foucault, 1995:45). 

Examinando esta “modalidad de existencia propia de un conjunto de signos”, Foucault reconoce que:

a) Los enunciados de una formación discursiva se caracterizan por la discontinuidad en su irrupción histórica y por la singularidad de sus condiciones de existencia. “No se trata de interpretar el discurso para hacer a través de él una historia del referente  (Foucault, 1995:77).

b) Cada formación discursiva agrupa a un conjunto de enunciados y posee reglas de formación que abren un dominio de posibilidades y permiten hablar de objetos, teorías, conceptos, enunciados que la identifican como tal. (Por ejemplo, el discurso médico, pedagógico, jurídico, económico, etc.).

c) Diferentes enunciados forman un conjunto heterogéneo. La coherencia de las formaciones discursivas no coincide con la historicidad narrativa ni con la linealidad del lenguaje, no depende de un orden lógico y causal sino de la comprensión de los enunciados como acontecimientos en su propia dispersión.

d) Los enunciados obedecen a un régimen vinculado a la materialidad institucional que produce diferentes modalidades de enunciados –corpus léxicos, metafóricos, no verbales, ideográficos, etc.

3- El archivo, prácticas discursivas y reglas de formación de los objetos

Foucault define el “archivo” como “el sistema general de la formación y transformación de los enunciados”. (Foucault, 1969: 219). Esta noción remite a prácticas de interpretación, prácticas orales, prácticas vinculadas a la escritura –con sus reglas de formación, modalidades, estrategias, etc.–, el entramado institucional expresado en discursos, etc. Se trata de un conjunto de reglas que en una sociedad determinada establecen de qué hablar, cuáles son los enunciados válidos y qué individuos o grupos tienen acceso a determinados tipos de discurso y cómo están institucionalizada las relaciones de poder entre quienes lo emiten o lo reciben. Foucault afirma que:

La tarea arqueológica no intenta repetir lo que ha sido dicho incorporándosele en su misma identidad. No pretende eclipsarse ella misma en la modestia ambigua de una lectura que dejase tornar, en su pureza, la luz lejana, precaria, casi desvanecida del origen. No es nada más y ninguna otra cosa que una reescritura, es decir en la forma mantenida de la exterioridad, una transformación pautada de lo que ha sido y ha escrito. (Foucault, 1995:235).

 

La arqueología “no es la vuelta al secreto mismo del origen, es la descripción sistemática de un discurso-objeto” (Foucault, 1995: 235).  y la "descripción pura de los acontecimientos discursivos" (Foucault, 1995:43).  El discurso es definido como “el conjunto de enunciados que dependen de un mismo sistema de formación” por lo que habla “del discurso clínico, del discurso económico, del discurso de la historia natural, del discurso psiquiátrico.” (Foucault, 1995:181). En términos más precisos, Foucault afirma que:

 

el discurso está constituido por la diferencia entre lo que podría decirse correctamente en una época (según las reglas de la gramática y las de la lógica) y lo efectivamente dicho. El campo discursivo es, en un momento determinado, la ley de esta diferencia. (Foucault, "Respuesta a Esprit" en El discurso del poder, 1985:77).

 

Las reglas que permiten conformar un “campo discursivo” suponen un contexto institucional porque los discursos no son sólo conjuntos de signos sino también prácticas sometidas a reglas de formación históricamente determinadas. Las prácticas discursivas materiales e institucionales permiten repetir, citar, transformar y  re-escribir enunciados en el orden regulado por el “archivo”, lugar virtual en el cual los discursos interpelan al sujeto o instancia productora[8]. Según Foucault, este saber cultural da cuenta de la complejidad que conforma las prácticas discursivas que se objetivan en el orden de los discursos políticos, académicos, etc. Foucault observa que:

 

En lugar de alinearse sobre el gran libro mítico de la historia palabras que traducen en caracteres visibles pensamientos constituidos antes y en otra parte, se tiene, en el espesor de las prácticas discursivas, sistemas que instauran los enunciados como acontecimientos (con sus condiciones y su dominio de aparición) y cosas (comportando su posibilidad y su campo de utilización). (Foucault, 1995:218).

La arqueología como práctica discursiva supone una superación de las síntesis, clasificaciones, agrupamientos y unificaciones que pretenden las ciencias humanas tradicionales con la finalidad de estudiar “las reglas que han permitido la formación de sus objetos, las posiciones del sujeto que habla, la aparición y transformación de sus conceptos, las elecciones teóricas, así como todo el ensamblaje de consideraciones que acompaña todo proceso de producción de conocimientos”. (Escolar, 2004). De acuerdo con esto, una formación discursiva puede analizarse siguiendo cuatro direcciones: 

1. La formación de las estrategias

Foucault llama estrategias discursivas a temas y teorías “que forman según su grado de coherencia, de rigor y de estabilidad” (Foucault, 1995:105) los discursos organizando conceptos, objetos y tipos de enunciación. Así, por ejemplo, tienen que ver con las reglas de formación de los objetos, de las modalidades enunciativas, de los conceptos, de las elecciones teóricas, etc. Foucault afirma:

Estas estrategias no deben ser analizadas tampoco como elementos secundarios que vinieran a sobreponerse a una racionalidad discursiva, la cual sería, de derecho, independiente de ellos. No existe (...) una especie de discurso ideal, a la vez último e intemporal, al que elecciones de origen extrínseco habrían pervertido, atropellado, reprimido, propulsado hacia un futuro quizá muy lejano... (Foucault, 1995:115)

2.  La formación de los objetos

Para analizar las reglas de formación de los objetos no debemos “enraizarlas en las cosas” ni referirlas “al dominio de las palabras” (Foucalt, 1995: 103). Los objetos deben ser analizados en sus relaciones discursivas que pueden ser primarias o reales, secundarias o reflexivas y discursivas (intertextuales, institucionales: procesos económicos, sistemas de normas, técnicas, etc.).

No existen objetos independientes de los discursos, de las interpretaciones. Los objetos dependen de un conjunto de relaciones que permiten hablar de tales o cuales temas, tratar, nombrar, analizar, clasificar, etc. (Foucault, 1995:75). Las condiciones de existencia de los objetos de los discursos se relacionan con las modalidades de enunciación, los conceptos y las elecciones temáticas.  Estas cuatro direcciones permiten identificar diferentes formaciones discursivas y sus formas heterogéneas de conservación y modificación de enunciados. 

Cuando Foucault examina el objeto “locura”, realiza un análisis de las condiciones de su aparición y de su régimen de existencia distinguiendo entre:

(a) Las “superficies de emergencia” en las que un objeto puede aparecer permiten mostrar las transformaciones históricas de la consideración del objeto y de su interpretación: cambia la concepción de los enfermos, los médicos, los tipos de enfermedad, los tratamientos, los protocolos, la institución.

(b) Las “instancias de delimitación”. La mayor “instancia de delimitación” del objeto "locura" ha derivado de la medicina. Sin embargo, también la iglesia, la justicia, la crítica literaria y artística han actuado como instancias de delimitación.

(c) Las “rejillas de especificación” permiten separar, oponer,  entroncar, reagrupar, clasificar y derivar las diferentes "locuras" como objetos del discurso psiquiátrico.

Así, el contenido de la “locura” depende de la formación discursiva que opere. El sentido de la “locura” sería siempre, según Foucault, la relación entre la “locura” y la(s) fuerza(s) que la posee(n). Si todo objeto tiene su historia, la historia sería la variación del sentido de ese objeto. Un objeto no tendría entonces una esencia última, invariable e inmutable, sino que necesariamente estaría sometido a fuerzas que se apoderan de él o que coexisten en una lucha para apropiárselo[9].

3. Las posiciones del sujeto

El enunciado mantiene con el sujeto una relación que le es específica: el sujeto del enunciado no es idéntico al autor de su formulación. La función enunciativa es una función intertextual que permite conectar conceptos de varias formaciones discursivas y que no coincide con la historicidad lineal, la homogeneidad de la conciencia y la transparencia del lenguaje. Hay un lugar determinado y vacío que puede ser ocupado por individuos diferentes y que es variable (Foucault, 1995: 153-159). El sujeto se caracteriza con relación al enunciado:

Si una proposición, una frase, un conjunto de signos pueden ser llamados ‘enunciados’, no es en la medida en que ha habido, un día, alguien que los profiriera o que dejara en alguna parte su rastro provisorio; es en la medida en que puede ser asignada la posición del sujeto. (Foucault, 1995: 159).

La posición-sujeto no es lineal, es modelada por la intertextualidad (red), supone la existencia de enunciados y depende de los discursos formulados en determinadas condiciones históricas, económicas y culturales. (Tani, 1994a:6-7). El sujeto de la enunciación no coincide con el sujeto de la frase, proposición o acto de habla: la titularidad para efectuar enunciados depende de estatutos, criterios de competencia, reparto de atribuciones, subordinación jerárquica... (Foucault, 1995:82-83). 

4. La formación de los conceptos 

Las unidades discursivas no deben buscarse con base a la coherencia de los conceptos, sino “del lado de su emergencia simultánea o sucesiva, de desviación de la identidad que los separa y eventualmente de su incompatibilidad”. (Foucault, 1995:57). Estas unidades remiten a los cortes de las “unidades discretas” y para referir a ellas Foucault emplea los términos de «discontinuidad», «ruptura», «umbral», «límite», «serie», «transformación», etc. 

En "Nietzsche, la genealogía, la historia" en Microfísica del poder, afirma que:

Las fuerzas presentes en la historia no obedecen ni a un destino ni a una mecánica, sino al azar de la lucha. No se manifiestan como las formas sucesivas de una intención primordial; no adoptan tampoco el aspecto de un resultado. Aparecen siempre en el conjunto aleatorio y singular del suceso. (Foucault, 1992:20).

Bibliografía

Deleuze, Gilles. Foucault, Barcelona, Paidós, 1987.

Escolar, Cora “Pensar en/con Foucault” Cinta de Moebio No. 20. Septiembre 2004. Facultad de Ciencias Sociales. Universidad de Chile. Disponible en la World Wide Web [citado 11 de mayo de 2005]

http://www.moebio.uchile.cl/20/frames02.htm

Foucault, Michel. Respuesta a "Esprit", Contestación al Círculo de Epistemología en El discurso del poder, Folios Ediciones, 1985.  

Foucault, Michel ¿Qué es un autor? Obras Esenciales Entre filosofía y literatura, Vol I, pp.  329-360, Barcelona, Paidos, 1999.

Foucault, Michel. "Nietzche, la Genealogía, la Historia" "Verdad y poder", en Microfísica del poder, Madrid, La Piqueta, 1992.

Foucault, Michel. Las palabras y las cosas, México, Siglo XXI, 1993.

Foucault, Michel. Arqueología del saber, México, Siglo XXI, 1995.

Saunquillo, Julián. Para leer a Foucault, Madrid, Alianza, 2001.

Tani, Ruben “Arqueología de la interpretación”, La República de Platón Nº 45, Sandino Núñez (ed.), Montevideo, 1994a.

Tani, Ruben “Lectura vs. interpretación”, en La República de Platón Nº 46 Sandino Núñez (ed.), Montevideo, pp. 6-7, 1994b.

Referencias: 

[1] Foucault entiende el “saber” como un conjunto de conocimientos y verdades establecidas propios de las “ciencias humanas” que guarda vinculación directa con relaciones de poder. En las instituciones modernas de enseñanza, disciplinamiento, terapia y custodia se ejercen relaciones de poder a la vez que se extraen saberes modernos (pedagogía, psiquiatría, medicina, clínica, criminología, etc.) serios, pero cuyo origen arbitrario y político, de ser patente, les desautorizaría.   (Saunquillo, 2001:189). La “voluntad de saber” refiere a un dispositivo mediante el cual la verdad se produce, se incita y no se reprime o niega. “Este insidioso modo de configurar la verdad y los saberes aceptados sobre el comportamiento como “ciencias del hombre” es una voluntad productiva”. (Saunquillo, 2001:190). Las anticiencias son los conocimientos genealógicos que escapan a la jerarquización y compartimentación del saber moderno. “Son anticiencias todas las experiencias forjadas en las luchas políticas de las experiencias marginales, tradicionalmente sometidas por la experiencia racional, donde se produce el hombre moderno por las ciencias humanas”. (Saunquillo, 2001:178). 

[2] Por otro lado, la iniciación de una práctica discursiva es heterogénea con respecto a sus transformaciones ulteriores. Ampliar la práctica sicoanalítica, tal como fuera iniciada por Freud, no es conjeturar una generalidad formal no puesta de manifiesto en su comienzo; es explorar un número de ampliaciones posibles. Limitarla es aislar en los textos originales un pequeño grupo de proposiciones o afirmaciones a las que se les reconoce un valor inaugural y que revelan a otros conceptos o teorías freudianas como derivados. Finalmente, no hay afirmaciones "falsas" en la obra de estos iniciadores; aquellas afirmaciones consideradas inesenciales o "prehistóricas", por estar asociadas con otro discurso, son simplemente ignoradas en favor de los aspectos más pertinentes de su obra. (Foucault, 1999:346).

[3]  Las prácticas discursivas fijan las regularidades de lo que se admite enunciar en cada época sin acudir a un sujeto, autor del discurso y tienen relaciones de interpenetración con las prácticas no discursivas (o extradiscursivas) Las prácticas no discursivas son prácticas institucionales que producen la formación de saberes, formaciones discursivas u objetos científicos determinados. Estas prácticas se encarnan en instituciones como el psiquiátrico, la prisión, la escuela, el asilo o el hospital, en un régimen de interpenetración con las prácticas discursivas. (Sauquillo, 2001:188-189).

[4] La “verdad” se define como el resultado de disputas, intereses y conflictos en el orden del saber que da en el establecimiento de algo relativo al comportamiento humano como seguro e incuestionable. Esta operación se efectúa borrando cuidadosamente la matriz política de nuestras certezas más estables y confirmadas como fruto del progreso científico o técnico y de nada más.  El “trabajo de la verdad” refiere a desvelar la falsedad de los poderes que nos someten y de las subjetividades que se nos imponen “para procurar unir el pensamiento y la reflexión con la creación de nuevos comportamientos en vez de con la repetición del pasado”. (Saunquillo, 2001:190).

[5] Diferenciamos entre “documento” y “monumento”. El primero es definido como el tratamiento que recibe un texto o un suceso cuando pretende extraerse la supuesta significación que encierra. La hermenéutica o la historia tradicional se ocupan habitualmente de los significados, de los sentidos de las creaciones o de las acciones humanas. (Saunquillo, 2001:181). El monumento es el tratamiento que recibe el texto o suceso (como significante puro) cuando no se pretende hallar su significación, sino que se procura describir sus elementos propios y sus reglas internas sin interpretarlo. (Saunquillo, 2001:186-187).

[6] Como asegura Deleuze: “El nuevo archivista anuncia que ya sólo considerará enunciados. No se ocupará de lo que de mil maneras preocupaba a los archivistas precedentes: las proposiciones y las frases”. (Deleuze, 1987:27)

[7] En Las palabras y las cosas empieza a mostrar el carácter discontinuo de estas unidades teóricas a las que primero llamará "epistemes" y luego "formaciones discursivas".(Foucault, 1993:7).

[8] Saunquillo define al archivo de Foucault como el conjunto completo de los discursos pronunciados en una época. Entiende que su elaboración es la tarea propia de la arqueología, “ya que consiste en el registro de todos los enunciados pronunciados o escritos en discursos diversos pero manteniéndolos en su propia dispersión”. Lo dicho y escrito en cada época determina lo que luego pueden manifestar los individuos dentro de dominios de saber particulares: psiquiatría, medicina, biología, lingüística, economía, criminología, etc. (Saunquillo, 2001:179).

[9] Afirma Foucault: “La enfermedad mental ha estado constituida por el conjunto de lo que ha sido dicho en el grupo de todos los enunciados que la nombraban, la recortaban, la describían, la explicaban, contaban sus desarrollos, indicaban sus diversas correlaciones, la juzgaban, y eventualmente le prestaban la palabra, articulando en su nombre discursos que debían pasar por ser los suyos”. (Foucault, 1995:52). Por ejemplo, el carácter violento y coactivo es constituyente del mundo clásico: el loco es alguien a racionalizar, a tratar desde el punto de vista de su recuperación para una racionalidad ilegítima y represora.

por Ruben Tani y María Gracia Núñez

 

Ver, además:

                      Ruben Tani Letras Uruguay

                                          María Gracia Núñez en Letras Uruguay

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