Pequeños conflictos conyugales

Etimológicamente el término yugo es símbolo de unión y de disciplina. Por su conexión con el buey es también símbolo de sacrificio. Suele afirmarse que el matrimonio es una organización cómoda para el equilibrio de la entidad social; el amor, en cambio, es una tendencia selectiva del espíritu no satisfecho por el racionamiento cuantitativo.

Siempre se ha considerado que todos los que aman fuera del matrimonio son amantes verdaderos, las doncellas que se fugan, los galanes que seducen, los cónyuges infieles; esos amores contrariados o ilícitos son actos de rebeldía contra la moralidad social y representan un drama cotidiano muy bien expresado por el teleteatro. Los que se casan mal son verdaderos enamorados que se rebelan al estereotipo preconcebido por las buenas costumbres. Esta forma de coherencia social, exalta el amor casto y engendra las pasiones desmedidas al mismo tiempo, generando así, una agonística desesperada y el dilema existencial contra el cual luchó en forma denodada J. P. Sartre y sus amigos.

En la condición post-industrial la aceptación de un lazo matrimonial exclusivo e indisoluble, es considerado por algunos investigadores, un acto insensato, una promesa de cumplimiento imposible. Debemos recordar el pensamiento de José Ingenieros al respecto: "El instinto sexual es el conjunto de hábitos sistematizados hereditariamente en una especie para que sus individuos de sexos complementarios efectúen más eficazmente el acercamiento de los gérmenes incompletos." Con lo cual Ingenieros sugiere que el acercamiento puede producirse en forma natural, in vitro, por clonación o por medio de la actual ciber-mutación. Schopenhauer sostiene algo parecido acerca del matrimonio y la reproducción cuando afirma: "... así, la abeja, la avispa, la hormiga, trabajan en sus construcciones futuras y toman las más complicadas disposiciones". Lo que dirige a todos estos animalillos -según el mencionado autor- es evidentemente una ilusión que pone al servicio de la especie el antifaz de un interés egoísta. Tal es la única explicación verosímil del fenómeno interno y subjetivo que dirige las manifestaciones del instinto matrimonial.

Comprendiendo las necesidades actuales se sugiere al cónyuge interesado en obtener una mejor dinámica conyugal que organice con cierta frecuencia disputas con el propósito de ejercitarse en estrategias retóricas y argumentativas varias. Podrá grabar o filmar las disputas mencionadas para utilizarlas como pruebas judiciales al momento de exigir un divorcio.

En un caso de agobiante tedio conyugal, es común que uno de los esposos comience a llamar al otro por su segundo apellido. En el caso de ser increpado/a por un familiar o por su cónyuge directamente, no es censurable aducir síntomas de dislexia, esquizofrenia o Alzheimer, casos estos paradigmáticos que le proporcionan la facilidad de elegir a su propio gusto y de acuerdo a su temple y necesidad un estilo comunicativo estratégico.

Uno de los cónyuges puede contratar a una empresa de mudanzas para que retire los objetos de valor del domicilio; pero es muy frecuente además, que comente con estupor y lastimeramente, a su cónyuge, tutor o vecino, acerca de las violentas agresiones que le propinaron los feroces maleantes que saquearon su querido hogar.

Es conocido el efectivo caso de personas que suspenden las relaciones sexuales pronunciando un sesudo discurso, documentado con una enorme cantidad de estadísticas y estudios científicos sobre las más variadas y exóticas enfermedades de transmisión sexual.

Una persona interesada en permanecer oculta si la fatiga le agobiara o si los impuestos le acosaran, puede cambiar de apellido, hacerse el lifting, cambiar su arreglo personal (peinado, maquillaje, etc.), teniendo en cuenta -a pesar de ello- que los llamados símbolos de rol social (gustos literarios, afición a deportes, interés por la música, ajedrez, etc.) pueden ponerlo en evidencia.

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