Noche de tangos

Ese que ves ahí, ese que sale acompañado del teatro del brazo de esa mujer que bien podría haber sido mi mujer pero que ahora es su esposa, ese imbécil que sólo sabe jugar con la computadora y regalarle flores a su secretaria, me ha mirado con rabia y con asco porque vio que se me caían dos lágrimas. Es cierto. Esas lágrimas fueron por los tangos de Alma y la escena de Llano. Lloré esa noche donde los atriles se compadecían de los artistas, de los poetas, de los nadies y las candilejas asistían impávidas y el bandoneón retorcido del viejo se atrincheraba detrás de las guitarras y Paloma, sentada en primera fila murmuraba palabras perdidas como "tendrías que llegar y darme vida".

Desde entonces me persiguen en esta noche la voz lastimera de Malena, la incierta sonrisa de Carlos, la ceguera de Borges, la amargura de Discepolín, el corazón de Homero, el sol bemol de Troilo.

Estoy solo en esta noche. Pero siempre estoy solo.

Camino amansando la soledad, triturándola, acariciándola y creo que ya me ha perdido el respeto. Estoy solo en esta noche porque ella no está. Maldita costumbre que tiene de viajar. Yo siempre me quedo aquí, siempre me he quedado en esta cuidad, vencido, triste, derrotado.

Ahora llovizna. Camino por esta calle desierta y sin embargo escucho unos pasos detrás. Presiento que esta puede ser mi última noche, que alguien vendrá de atrás para matarme, para clavarme un cuchillo por la espalda. Pero no hay nadie. Es sólo mi sombra, la que me acecha siempre, la que me espera puntualmente en cada esquina. Ella me hace falta. Yo no puedo vivir siempre atrapado por mi sombra. Pregunto dónde diablos está ahora Ana. Maldita costumbre que tiene de viajar.

Voy por los boliches a brindar por ese imbécil que del brazo de esa mujer que bien podría haber sido mi mujer me miró con rabia y con asco. Y luego, cuando está borracho, orinaré la pared grabando los nombres de Alma y de Llano, de Carlos, de Borges, de Discepolín y Homero y Troilo y tantos otros, para siempre, para que se queden en la breve memoria de esta noche en esta ciudad quieta donde nunca parece haber olvido.

Sergio Stipanic
Final de un juego
Montevideo - Julio de 1998

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